Estaciones de Osiris
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Han pasado veinte años desde aquel desastre, los supervivientes se refugian en diferentes sitios. Dakota es uno de ellos quien, tras enterarse de que las estaciones siguen en funcionamiento, se une a una estas sin saber que en una misión de suma importancia se encontrará con un enemigo peligroso y desconocido.
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Estaciones de Osiris - Ricardo Parada Castillo
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
info@Letrame.com
© Ricardo Parada Castillo
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Celia Jiménez
ISBN: 978-84-1181-980-0
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
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PRÓLOGO
La humanidad avanzó a una velocidad gigante, la carrera espacial logró sumar grandes triunfos hasta ese momento, establecer una base permanente en Marte; los siglos pasaron y la humanidad amplió sus horizontes para expandirse al resto de la galaxia. La tecnología progresó hasta tal punto que las construcciones a nivel planetario se convirtieron en una realidad, además de la ingeniera genética, la cual fua aplicada a las siguientes generaciones para librarlos de enfermedades, errores de la herencia genética y potenciar sus capacidades como una mejor resistencia, digestión, fuerza, agilidad y un pulgar extra en las dos manos. La conquista planetaria siguió a otros sistemas solares donde unos se aliaron en convenios con diversos sistemas, pero otros decidieron ser más independientes, tal fuel el caso del sistema donde se encontrada el planeta Osiris.
El planeta Osiris hoy es un terreno hostil, las ciudades donde vivíamos ahora son tumbas congeladas, el cielo azul que nos transmitía paz estuvo cubierto de cenizas durante años, la tecnología que creamos, la cual nos brindaba ayudad y nos facilitaban la vida, hoy no es más que chatarra inservible y el conocimiento acumulado por nuestros ancestros se perdió cuando la red se desconectó. No siempre fue así, hace veinte años, este planeta era una colonia próspera una donde se aprovechó al máximo el potencial de la energía nuclear.
Ahora la radiación contamina las grandes ciudades y la ceniza volcánica alteró el clima. Mi nombre es Dakota, yo fui una de las afortunadas que pudo ponerse a salvo antes de que el desastre comenzara. Durante años, estuve viviendo bajo tierra, moviéndome entre sistemas de metro, escondiéndome de las personas hostiles, alimentándome de los pocos recursos que encontraba; hubo un tiempo donde estaba acompañada, pero eso no terminó muy bien. Hace poco, lo único que hacía era contar municiones, raciones, revisar la carga de la linterna y limpiar filtros, pero hace unos meses me topé con un grupo el cual tiene montado un pequeño campamento en la superficie libre de radiación, pero los mutantes y bandidos abundan, por lo que decidí quedarme. Suelo hacer ciertas incursiones para ellos como buscar recursos, piezas, medicamentos y cazando.
CAPÍTULO 1
Un día más de trabajo
—Ya te dije: son treinta balas por la carne de conejo.
—¿Qué? Ayer dijiste que la recompensa era de cuarenta y cinco balas.
—Así es, mujer, ayer estaba a cuarenta y cinco y hoy a treinta. Últimamente, los escaracos están de moda.
—¿Ah, sí? ¿Tú ves a algún gobierno controlando la economía? Porque yo no.
El hombre se muestra molesto.
—Mira, ese es el precio que tiene hoy, tómalo o déjalo.
—Al diablo, me llevo el conejo.
Después de mi comercio fallido, regresé a mi dormitorio.
—¿Puedes creer que ese estafador volvió a cambiar los precios?
—Vaya, tranquila, Dakota. Escucha, son cosas del mercado, ¿sabes? Los precios suben y vuelven a bajar, solo hay que esperar el momento indicado.
—Ahh, dile a la carne que no se pudra entonces. —Respira fuerte.
—¿Qué te pasó? Usualmente, no te veo tan enojada.
—Ese idiota me irrita y, bueno, ya falta poco para mi periodo, tendré que buscar más de esa pastilla para la próxima semana.
—Ah, ya veo, suerte para ti, que los químicos para esa cosa abundan.
—Mmm sí, me siento tan afortunada… Bueno, tengo que salir a buscar balas.
Estaba a punto de salir cuando recordé que me quedaba poca munición.
—Oye, Favio, ¿cuántas balas de rifle te quedan?
—Como unas veinte… ¿Por?
—Bueno, los conejos no se quedan quietos esperando a que los maten, ¿sabes?
—De acuerdo, te daré la mitad, con la condición de que traigas una jugosa recompensa.
—Así que quieres que me juegue el cuello por ti.
—Por nosotros, recuerda que somos un grupo, debemos cuidarnos. Además, no tienes por qué ir sola a las incursiones siempre.
—Sí, lo sé.
Me dirigí a la cabaña de contratos para buscar alguno con una recompensa decente.
—Hola, Dakota, han pasado unos días desde la última vez que te vi.
—Hola, Lara, sí, lo sé, estuve probando suerte con la cacería y no me resultó tan bien.
—Vaya, ¿y eso? Pensé que eras buena cazadora.
—Lo soy, pero algunas personas no valoran los productos que traigo.
—Mmm, entiendo. Créeme, no eres la única que opina lo mismo.
—Bueno, cambiando de tema: ¿qué tienes para mí hoy? ¿Cuál es la más alta?
—Ya que lo dices, hace unos días un señor hizo una oferta bastante tentadora.
—¿Ah, sí? ¿Cuánto ofrecía?
—Doscientas noventa balas.
—¿Qué? ¿Cuál era el trabajo, matar a un oso?
—No lo recuerdo muy bien, pero tenía que ver con entrar a la ciudad, en la zona muerta.
—La zona muerta… ¿Podrías llamarlo? Me gustaría saber de qué se trata.
—Claro, espéralo en la mesa 7, su nombre es Francis.
Esperé unos quince minutos hasta que llegó un hombre un poco anciano y se sentó en la silla con dificultad.
—Usted es Francis, ¿verdad?
—Sí, ese soy yo. Tú debes ser la cazarrecompensas Dakota.
—Así es, escuché sobre el trabajo y me interesa.
—Bueno, entonces seré breve: en la ciudad, en concreto en el hospital Sambul, necesito que me traigas algunas dosis de un medicamento, a cambio, te daré doscientas noventa dalas y una pistola termita 50.
En ese momento, pensé: «¿Solo eso? ¿Tantas balas por unos medicamentos? ¿Qué pasa hay algún problema?».
—Me preocupa un poco mi máscara de gas, tiene algunas fracturas, pero me las podré arreglar.
—Ahh, ya veo así que es eso, te prestaré la mía, así tendrás más posibilidades de volver.
—Vaya, gracias. Acepto el