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Actuel Marx N°32. Proceso revolucionario y contrarrevolución en Chile: Historia, memoria, política (I)
Actuel Marx N°32. Proceso revolucionario y contrarrevolución en Chile: Historia, memoria, política (I)
Actuel Marx N°32. Proceso revolucionario y contrarrevolución en Chile: Historia, memoria, política (I)
Libro electrónico361 páginas3 horas

Actuel Marx N°32. Proceso revolucionario y contrarrevolución en Chile: Historia, memoria, política (I)

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Recordar a los olvidados de la historia es vital para aprender de los procesos revolucionarios del pasado. La rememoración crítica de la batalla de Chile y el proceso revolucionario no debe ser una parada ritual de nostalgia, sino un punto de partida
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento16 ene 2024
ISBN9789560017697
Actuel Marx N°32. Proceso revolucionario y contrarrevolución en Chile: Historia, memoria, política (I)

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    Actuel Marx N°32. Proceso revolucionario y contrarrevolución en Chile - María Emilia Tijoux Merino

    In memoriam, a los nuestros

    A las y los compañeros caídos en combate por la emancipación de la humanidad

    Karl Marx • Jenny Marx • Friedrich Engels • Louise Michel • Mijaíl Bakunin • Rosa Luxemburgo • Vladimir Ilich Lenin • Alexandra Kollontai • León Trotsky • Walter Benjamin • Mao Zedong • Victor Serge • José Carlos Mariátegui • Antonio Gramsci • Ho Chi Min • Frantz Fanon • Guyen Von Giap • Ernesto «Che» Guevara • Fidel Castro Ruz • Vilma Espín • Camilo Cienfuegos • Salvador Allende Gossens • Patricio Lumumba • Malcom X • Ahmed Ben Bella • Mehdi Ben Barka • Clotario Blest • Amílcar Cabral • Michel Pablo • Douglas Bravo • Monika Ertl • Tamara Bunke • Joséphine Baker • Víctor Jara • Coco Peredo • Hugo Blanco • Carlos Marighella • Raúl Sendic • Inti Peredo • Tirso Montiel • Carlos Brain Pizarro • Julio Olivares Romero • Julio Zambrano • Ángel Fanjul Heredia • Dora Codeleski • Luis Emilio Recabarren • Ernest Mandel • Alain Krivine • Daniel Bensaïd • Jean-Marie Vincent • François Chesnais • Juan Carlos Marín • Jaime Barrios Meza • Elmo Catalán • Beatriz Ximena Allende Bussi «Tati» • Arnoldo Camú • Eduardo Paredes • Enrique Huerta • Héctor Pincheira Núñez • Enrique Paris Roa • Miria Contreras Bell • Augusto Olivares • Raúl Olivares Jorquera • Mario Roberto Santucho • Luis Pujals • Miguel Enríquez • Edgardo Enríquez • Luciano Cruz • Bautista Van Schouwen • Nelson Gutiérrez • Dagoberto Pérez • Lumi Videla • Sergio Pérez • Alfonso Chanfreau • José Carrasco Tapia • Jorge Fuentes Alarcón • Herminia Concha Gálvez • Jenny Ibarra • Diana Arón • Paulina Aguirre • Soledad Harambour • Luis Vitale Omega • los marinos antigolpistas: Víctor López Zambrano • Antonio Ruiz; los compañeros del GAP que combatieron en La Moneda: Juan José Montiglio Murúa • Oscar Enrique Valladares • Manuel Ramón Castro Zamorano • Jaime Gilson Sotelo Ojeda • Daniel Gutiérrez Ayala • Luis Fernando Rodríguez Riquelme • Héctor Daniel Urrutia Molina • Juan Alejandro Vargas Contreras • José Freire Medina • Julio Tapia Martínez • Julio Moreno Pulgar • Oscar Reinaldo Lagos Ríos • Osvaldo Ramos Rivera • Antonio Aguirre Vasquez • los compañeros que bajaron de El Cañaveral y detenidos en la Intendencia: Domingo Blanco Tarré Bruno • José Carreño Calderón • Carlos Cruz Zavala • Luis Gamboa Pizarro • Pedro Garcés Portigliati • Mario Jorquera Leyton • Oscar Araya Marambio • Edmundo Montero Salazar • William Ramírez Barría • Enrique Ropert Contreras. Antonio Ramón Ramón • Buenaventura Durruti • Andreu Nin • Luciano Allende «Toto». Los miembros de las Brigadas Internacionales del proceso revolucionario de la España del ’36. Rafael Maroto • Mariano Puga • Camilo Torres • Gladys Marín • Cecilia Magni • Luisa Toledo • Hermanos Vergara Toledo • Claudia López • José Huenante Huenante • Alex Lemún • Daniel Menco • Matías Catrileo • Jaime Mendoza Collío • Macarena Valdés • Camilo Catrillanca • y a quienes han luchado y luchan: todos y todas están presentes.

    Presentación

    Historia/Memoria y Política

    Más allá del golpe y de los golpes por venir… El proceso revolucionario y la contrarrevolución chilena.

    Resistir es primero que nada y simplemente no ceder, incluso en las situaciones más comprometidas, incluso si la postura es mala, incluso si estamos sumergidos en una posición de debilidad o de impotencia que puede ser pasajera…

    Resistir implica reconocer su debilidad, admitir una correlación de fuerzas desfavorables; pero nunca jamás consentirlas, sin consentir o admitir esa debilidad, sin aceptarla, sin sonreír y sin resignarse.

    Podemos ser vencidos –innumerables resistencias admirables lo han sido en el transcurso de la historia- cualquiera haya sido su justicia;

    Lo que importa es no reconocer ser vencido, de no reconocer al vencedor su victoria, de no transformar la derrota en oráculo del destino o en capitulación vergonzosa, de no dejar que una derrota física se transforme en una desbandada o derrumbe moral.

    Daniel Bensaïd

    ¹

    Para la izquierda revolucionaria de los años 1960 y 1970, la revolución mundial era un proceso que se extendía sobre tres áreas geográficas distintas pero dialécticamente correlacionadas. Esta izquierda era anticapitalista en los países occidentales, antiburocrática en los países de los «socialismos realmente existentes» y antiimperialista en América Latina, África y Asia. Durante más de quince años, entre el periodo que cubre la Revolución cubana (1959) y el fin de la guerra de Vietnam (1975), esta visión no aparecía como un esquema abstracto o doctrinario, sino más bien como un análisis objetivo de la realidad. Sin embargo, la historia nos volvió a interpelar con la insurrección en Nicaragua (1979) y la extensión del proceso revolucionario en América Central. Posteriormente la insurrección zapatista (1994) volvió a tocar nuestras puertas.

    Por ello es que a mediados de los años sesenta, cuando «todos queríamos la revolución» para la emancipación de los «condenados de la tierra», constatábamos a partir del discurso de Ernesto «Che» Guevara ante los delegados de la ONU el 11 diciembre de 1964:

    La hora de su reivindicación, la hora que ella misma ha elegido, la vienen señalando con precisión también de un extremo a otro del continente. Ahora esta masa anónima, esta masa de color, sombría, taciturna, que canta en todo el continente con una misma tristeza y desengaño, ahora esta masa es la que empieza a entrar definitivamente en su propia historia, la empieza a escribir con su sangre, la empieza a sufrir y a morir, porque ahora por los campos y las montañas de América, por las faldas de sus sierras, por sus llanuras y sus selvas, entre la soledad o el tráfico de las ciudades, en las costas de los grandes océanos y ríos se empieza a estremecer este mundo lleno de corazones con los puños calientes de deseos de morir por lo suyo, de conquistar sus derechos casi quinientos años burlados por unos y otros. Ahora, sí, la historia tendrá que contar con los pobres de América, con los explotados y vilipendiados, que han decidido empezar a escribir ellos mismos, para siempre, su historia. (…) Porque esta gran humanidad ha dicho «¡Basta!» y echado a andar. Y su marcha de gigante ya no se detendrá hasta conquistar la verdadera independencia, por la que ya han muerto más de una vez inútilmente…

    En esa época destacan las figuras de dirigentes como Ernesto «Che» Guevara, Fidel Castro, Salvador Allende, Hô Chi Minh, Ahmed Ben Bella, Mehdi Ben Barka, Amílcar Cabral, Douglas Bravo, Mónika Ertl, Lumi Videla, Beatriz Allende, entre otros y otras. Concertados con representantes de 82 países –lo que los sociólogos habían bautizado el «tercer mundo»– se habían prometido fundar una organización: la Organización de Solidaridad con los Pueblos de Asia, África y América Latina (OSPAAAL), que a través de la Revista Tricontinental y las conferencias, congregaba en La Habana a los revolucionarios. Ella vería su concreción con ocasión de la conferencia de los tres continentes –África, Asia, América Latina– programada en La Habana para enero de 1966. Allí se reunieron los delegados de Estados independientes no alineados, de movimientos de liberación, grupos de revolucionarios hostiles al neocolonialismo, partidos clandestinos combatientes de las dictaduras y embajadores de Estados socialistas de Asia central y oriental. Sin olvidar a numerosos artistas e intelectuales, poetas, pintores o novelistas «comprometidos», con la presencia de la militante y cantante negra franco-americana de renombre mundial Joséphine Baker.

    La conferencia fundadora debía realizarse en La Habana, pues la victoria de la Revolución cubana, en 1959, había llenado el espíritu latinoamericano, y tenía la imagen del «Che» Guevara fotografiado por Alberto Korda, quien había inflamado a toda una generación por su compromiso revolucionario.

    A cincuenta años del golpe de Estado, y a cincuenta y tres del triunfo electoral de la Unidad Popular, la historia, la memoria y la política vuelven a ser interrogadas por los procesos de revolución social, para empujarnos una vez más a seguir preguntándonos por la lucha de clases y las problemáticas que ella suscita con un importante trasfondo económico, social, político y cultural.

    En los años setenta en Chile se vivía un proceso social y político, que distintas fuerzas y analistas discutían si caracterizar como situación revolucionaria o prerrevolucionaria. Esto, que hoy no se recuerda públicamente, es central: el coeficiente transformador de la política anticapitalista en Chile y el mundo durante ese periodo, se presentaba como la posibilidad real de una transformación radical de la sociedad. Había efectivamente un movimiento de masas que irrumpió en la escena sociopolítica.

    La clase obrera y sus organizaciones se habían aliado contra las clases dominantes representadas por la oligarquía terrateniente y financiera, poniendo en cuestión el modelo de acumulación capitalista, además de ocupar las fábricas, realizar las corridas de cercos y tomar sus tierras producto de un largo trabajo y de un proceso de autoorganización que se plasmó en la creación de comandos comunales, comandos campesinos y cordones industriales que levantaron la consigna: «crear poder popular». Se trataba de un poder alternativo y contradictorio muchas veces a las políticas del gobierno popular. Y aunque había contradicciones y divisiones en la izquierda entre la apuesta pacífica de la «Vía chilena al socialismo» y la lucha insurreccional que se proponía levantar el poder popular, la burguesía declaraba la guerra contra los «rotos alzados» que pretendían salir de sus campamentos y de sus poblaciones subiendo a los barrios «altos» de la capital de las grandes ciudades para ensuciar sus calles y plazas.

    El denominado golpe de Estado cívico-militar del 11 de septiembre de 1973 y la barbarie desencadenada contra el movimiento obrero y las organizaciones de masas que participaron activamente en el proceso de radicalización y conquista de sus reivindicaciones democráticas no puede, comprenderse sin el precedente de la Unidad Popular (1952-1970) que le da su justificación ideológica, reforzando el postulado –enraizado en el corazón de la Doctrina de la Seguridad Nacional– del «peligro marxista», que era necesario «extirpar», como se «extirpaba un cáncer». Los dichos los conocemos. De este modo se «exterminaba al enemigo interno». Entonces, el golpe no es sino el nombre para un proceso contrarrevolucionario, cuya escala da cuenta de la amenaza que la Unidad Popular significó para el orden social y político de la clase dominante en Chile.

    Vale considerar que la Unidad Popular no surge precisamente de un modelo revolucionario, pues se impuso en la más estricta legalidad: la Constitución de 1925. La Unidad Popular obtuvo el 36,3% de los votos en las elecciones presidenciales de septiembre de 1970. Salvador Allende había recibido la investidura ratificada por la mayoría en el Congreso pleno, luego de negociaciones y de acuerdos con la principal formación política, el partido Demócrata Cristiano, a partir de un acuerdo denominado «Garantías constitucionales».

    Salvador Allende, fundador y militante del Partido Socialista, permanecía convencido, al igual que las direcciones del Partido Comunista –con sus divergencias y contradicciones– y el Partido Socialista –y sus distintas tendencias, corrientes y fracciones– de la validez del método no violento de acción política. Se trataba para Salvador Allende y para la Unidad Popular, de inventar, bajo la ocupación de un poder del Estado electoralmente adquirido y legalmente ejercido, no una táctica sino una estrategia de alcance internacional, de una transición «democrática, libertaria y pluralista» al socialismo.

    En el mensaje al Congreso nacional del 21 de mayo de 1971, Allende señalaba: «Chile es hoy día la primera nación de la tierra a dar cuerpo al segundo modelo de transición a la sociedad socialista por la vía pluralista…» […] «Tomamos un nuevo camino, y nosotros avanzamos sin guías en terrenos desconocidos, con solo una brújula, nuestra fidelidad al humanismo». […] «Tal es la esperanza de construir un mundo que supere la división entre ricos y pobres. Y en nuestro caso, de edificar una sociedad en la cual sea proscrita la guerra de unos contra otros. Es excepcional este tiempo presente que nos entrega los medios materiales de realizar las utopías más generosas del pasado»². Entonces, la realización de un proyecto revolucionario que parte por ocupar legalmente la institucionalidad, antes que ponerla en cuestión, abre ya una serie de interrogantes. Si en estas condiciones se podía hablar de un proceso revolucionario, cabe considerar seriamente la radicalidad que caracterizó a este proceso de democratización.

    Salvador Allende moría luchando con las armas en la mano y defendiendo hasta el final a la clase trabajadora a la cual le dedicó su último discurso. Y en ese combate donde entregó la vida, seguimos convencidos de que fue allí, en el Palacio de la Moneda, que recibió las balas de una traición que había sido programada. Así lo señalan Francisco Marín y Luis Ravanal en dos libros que dan cuenta de investigaciones históricas y forenses³.

    Divergencias de fondo existían en el seno de la izquierda: ¿La transición al socialismo sería efectiva por la vía pacífica a través de las elecciones con un amplio frente popular organizado o por una revolución radical implementando otros medios de acción política? ¿Debía emplearse la vía pacífica o se debía recurrir a la violencia revolucionaria?

    El concepto de «Vía chilena al socialismo» fue elaborado por los dirigentes de los partidos de la Unidad Popular para acceder al objetivo del socialismo dentro de los marcos de la legalidad vigente, a través del uso de la institucionalidad vigente, en un Estado donde impera la democracia, el pluralismo y la libertad. Estos eran los conceptos con los cuales Salvador Allende se refería al proyecto socialista chileno. Los dirigentes de la UP utilizarían otro tipo de conceptos, tales como: «Vía pacífica», «Vía no armada», «Vía no insurreccional».

    Vía legal y/o vía armada –se decía en ese periodo– no son entidades decisivas en sí mismas y su confrontación designa una falsa simetría. Las formas que toma la lucha de clases en un momento determinado, en una formación social dada, está necesariamente condicionada por su historia anterior y por la correlación de fuerzas a nivel local, regional y mundial. Ciertamente que a su vez crea las potencialidades de su paso a otra. Pero el proceso revolucionario chileno recorrió hasta el final el camino institucional y legal y abrió las posibilidades y potencialidades de «una resistencia armada de masas». El enfrentamiento era inevitable, y podemos decir que los golpes tienen su hora.

    La historia, sin duda, trata de procesos, con sus etapas, sus límites, sus continuidades y rupturas. Trata de la misma manera de procesos concretos, singulares y específicos que no son susceptibles de repetir y si se repiten, será en forma de comedia. Solo que aquí no es la lucha de clases la que interrogamos, sino el modo situado y concreto en que se produce. La agudización del conflicto que expresa la contrarrevolución en su carácter masivo es la señal, precisamente, de que la intensidad de la lucha, incluso por los medios de la legalidad, había alcanzado umbrales inéditos. Esta es una experiencia que aún hoy nos interpela, respecto de qué es lo que entendemos por revolución, y también de cuáles son las potencias que hoy amenazan el orden.

    Historia, memoria y política corren por carriles distintos, pero articulados dialécticamente. Dichos carriles se condensan en una visión de la historia entendida como un proceso abierto en el cual un pasado inacabado puede en ciertos momentos ser reactivado, haciendo estallar el continuum de una historia puramente cronológica y su interrupción repentina se inmiscuye en el presente. Es a partir de la «imagen de los antiguos sometidos» que puede extraer toda su fuerza una promesa de liberación que está inscrita en los combates del tiempo presente, porque la historia no es solamente «una ciencia», sino también«una forma de rememoración».

    Entonces, la pregunta política por la historia la hace la memoria, porque no podemos entender la revolución como pura proyección de un futuro de continuidad y novedad, sino como la disrupción en el presente del orden de la dominación que heredamos del pasado. La historia implica la reflexión sobre el camino recorrido y sobre las condiciones y decisiones que lo han definido. Allí radican las potencialidades y posibilidades emancipatorias del conocimiento histórico.

    Según Walter Benjamin, escribir la historia significa entrar en el presente, en resonancia con la memoria de los derrotados, no para una conmiseración de la derrota, sino desde el recuerdo, los silencios y los olvidos que se perpetuán para surgir como una «promesa de redención» insatisfecha. Esta aproximación no reemplaza un método de análisis, sino que orienta y define el objetivo de la investigación que precisamos llevar a cabo, en las antípodas de la concepción que hoy domina para entender la historia como «experticia». Los historiadores que adoptan el punto de vista de los vencedores recaen siempre en un esquema providencial fundado en una interpretación apologética del pasado, mientras que los que se inscriben en el campo de los vencidos reexaminan el pasado con una mirada más aguda y crítica, para armarse y fortalecerse desde él. A corto plazo, señalaba Reinhart Koselleck: «es posible que la historia sea hecha por los vencedores, pero a largo plazo, las victorias históricas de conocimiento provienen de los vencidos»⁴.

    Es necesario por lo tanto alejarse de la historia y cuidar mucho en no reconciliarse con ella, como también reflexionar aguda y críticamente sobre los múltiples arreglos, negociaciones y pactos que jamás repararán lo que irremediablemente está destrozado. La historia no es lo que resta del pasado, como un antes inmóvil y descifrable en la objetividad historiográfica que relata la historia de los vencedores que nos habita y se mete en nuestros cuerpos y en nuestras conciencias. Es más bien un antes complicado, que gravita alrededor del ahora y que tiene un presente que aparece como la mejor ocasión para una rememoración activa y permanente que se reactualiza.

    Porque los/as olvidados/as de nuestra historia en alguna parte nos esperan, como vencidos de ayer, para que, devolviéndoles la dignidad perdida de lo que fuera un proceso revolucionario en el que estuvieron, los traigamos al presente en el ejercicio de pensar lo político hoy, impidiendo que los procesos revolucionarios del pasado regresen disfrazados de arrogancia. Son los miles de vencidos anónimos de los campamentos, poblaciones, fábricas, de los pueblos alejados y otros explotados. Son los vencidos de tantas cárceles, campos de concentración y centros secretos de castigos y exterminios, de los combatientes de La Moneda y de la zona Sur de Santiago, entre tantos otros lugares que no se exhiben. Queda entonces la resistencia y los enfrentamientos de la política radical, de una búsqueda creativa que se erige como «las armas de la crítica y la crítica de las armas» en cada intersticio y cada momento de la lucha.

    La rememoración crítica de la batalla de Chile y del proceso revolucionario chileno 1970-1973 no se detiene con el 11 de septiembre de 1973, ni con la rebelión de octubre del 2019. Ella más bien puede y debe ser el punto de partida de nuevas iniciativas y confrontaciones para infligir un desmentido a quienes han creído y creen hacer de estas rememoraciones una oración fúnebre y un gran punto final que voltee la página. Los procesos revolucionarios del pasado no deben terminar siendo paradas rituales de la nostalgia, pues exigen que aprendamos de ellos. Es lo que buscamos con nuestra revista y especialmente con este número.

    El presente número se divide en tres partes. Primero, una serie de artículos reflexionan en torno al periodo de la Unidad Popular, sus fuerzas políticas y la contrarrevolución que llega con el golpe de Estado. Luego, compartimos cuatro conversaciones que el Comité Editorial de Actuel Marx Intervenciones mantuvo con Carlos García, Michel Löwy, Enzo Traverso y Tanya Harmer, para finalmente pasar a la reseña del libro Beatriz Allende: A Revolutionary Life in Cold War Latin America, publicado el 2020 y cuya autora es también Tanya Harmer.

    El primer texto, a cargo de Ignacio Vidaurrázaga, se titula «La Moneda: Sitio y bombardeo, la dignidad de una derrota», y narra el martes 11 de septiembre de 1973, el asedio al palacio de gobierno, y la resistencia de Allende y su escolta, para reflexionar luego sobre la reconstrucción del palacio bombardeado, y cómo «después de 50 años quedan los intentos. Después de 50 años queda mucha memoria. Después de 50 años estamos cansados, pero siguen las ganas».

    Le sigue el artículo de Javier Larraín Parada: «Allende internacionalista: tres instantes de su vida», que aborda la preocupación y el interés permanente de Salvador Allende por las luchas políticas y revolucionarias como por los movimientos sociales en distintos países del mundo. Más allá de lo que buscaba transformar en Chile, siempre estuvo atento a los acontecimientos que le ayudaban a comprender las luchas de liberación nacional y antiimperialistas.

    Como otro aspecto de esta lucha, en «Vidas Ofrendadas. La Escolta de Salvador Allende», Patricio Quiroga erige un texto contra la mistificación, contra el victimismo, contra la denigración y también contra el olvido. De este modo, busca recuperar la historia del GAP, la guardia del presidente, para comprenderla en la trama que articula, y, como un solo fenómeno, a la UP, para invitar a enfrentar las crisis presentes desde una estrategia política que también busque su propio camino.

    Por su parte, el «Balance sumario de la historia del MIR y su papel en la historia de la 2ª mitad del siglo XX chileno» nos entrega un documento hasta ahora inédito, escrito por Nelson Gutiérrez Yáñez, dirigente histórico del Movimiento de Izquierda Revolucionario, partido de izquierda que no hizo parte de la UP. Este balance fue escrito el año 2005, a 30 años de la muerte del Secretario General del MIR, Miguel Enríquez.

    También en torno a la experiencia del MIR, Fabián Puelma escribe «El MIR y las encrucijadas del proceso revolucionario en Chile». En este escrito, Puelma revisa críticamente las decisiones y definiciones que el MIR tomó en la década de los 70, en su relación con la UP, así como con la cuestión del poder popular y las formas de lucha.

    La primera sección se acerca a su cierre con un texto de Marcela Vera: «El modelo económico de la Unidad Popular», que incursiona en las políticas económicas que constituirían un nuevo modelo para Chile, subordinando la economía a la vida, la soberanía y la dignidad de los/as trabajadores/as.

    Por último, Ximena Valdés contribuye a este número con el artículo denominado: «Levantarse después de la derrota: acción colectiva de mujeres del campo frente al neoliberalismo», recogiendo relatos de mujeres que han resistido desde la reforma agraria y pasando por la dictadura.

    La segunda sección de la revista consta de cuatro entrevistas. La primera entabla una conversación con Carlos García, marino antigolpista, quien narra su participación en la marina durante el gobierno popular, su compromiso con la defensa de este proceso cuando se alcanza a vislumbrar la posibilidad real del golpe, y luego la lucha contra la dictadura. En esta conversación, Carlos hace un balance de la experiencia política vivida, y también reflexiona sobre el lugar que debieran tener las Fuerzas Armadas en un proyecto político alternativo, frente a una tradición histórica que las ha considerado «intocables».

    La segunda entrevista es a Michael Löwy sobre su recorrido intelectual y político. Su militancia se inicia a los 17 años, atraído por los trabajos de Rosa Luxemburgo; y su trayectoria destaca su trabajo y apoyo crítico a las luchas en América Latina. Sus trabajos sobre Luckács y Gramsci en Brasil se hacen bajo la concepción de un partido revolucionario y el lugar que tiene Trotsky es tan central como su visión de mundo de Marx y su filosofía de la praxis donde un nuevo materialismo dialéctico es expresión de la lucha de clases.

    En la tercera entrevista, Enzo Traverso aborda el concepto de revolución, que es objeto de uno de sus últimos libros y a partir del cual aborda distintos autores y puntos de vista. Para Traverso «las revoluciones sublevan el imaginario», lo que le lleva a considerar formas más sensibles de revueltas como las acontecidas en Chile y señalar que todo cambio en una sociedad como la chilena precisa hacerse elaborando la memoria y considerando el duelo del fracaso de las luchas del pasado. Articular historia, memoria y política es, por tanto, un inmenso desafío que todo proyecto de izquierda debe enfrentar si queremos que sea posible un frente común contra el capitalismo y el neoliberalismo.

    La última entrevista es a Tanya Harmer, quien a partir de su interés por los lazos entre Cuba y Chile durante el gobierno de la Unidad Popular investiga la vida de Beatriz Allende Bussi, una importante figura en la memoria del pueblo chileno, pero silenciada en la historia de Chile. Desde la microhistoria y la biografía, Harmer nos informa sobre el modo en que elaboró el libro y sobre la trayectoria política y familiar de la protagonista para mostrar el contexto, los debates y el clima social y político de los años 70. La relación entre política e historia/memoria está presente en lo que fue la transformación revolucionaria de esos años en Chile.

    Por último, tenemos la reseña del libro de Tanya Harmer Beatriz Allende: A Revolutionary Life in Cold War Latin America. Chapel Hill: University of North Carolina Press, 2021, que aunque todavía no ha sido traducido al castellano, nos permite enterarnos e ingresar en esta importante obra que plantea elementos centrales como la imposibilidad de entender aisladamente la década de los 70, pensar la trayectoria de Beatriz desde la política de los 60 y estudiar la izquierda revolucionaria a través de la vida de esta mujer revolucionaria.

    Comité Editorial Actuel Marx Intervenciones


    ¹ Bensaïd, D. Resistances. Essai de taupologie générale, (Paris, Fayard, 2001).

    ² Diario El Mercurio, 22 de mayo 1971, Santiago de Chile, «Mensaje del Presidente Salvador Allende al Congreso Nacional el 21 de mayo 1971».

    ³ Marín, F y Ravanal, L. Allende autopsia de un crimen. Santiago, Editorial Ceibo, 2023; y Ravanal, L y Marín F. Allende: «Yo no me rendiré». La investigación histórica que descarta el suicidio. Santiago, Editorial Ceibo, 2014.

    ⁴ Koselleck, R. «Mutation de l´expérience et changement de méthode », L’expérience de l´histoire, Hautes Études/Gallimard/Seuil, Paris 1997, p. 239.

    I

    Artículos

    La Moneda: Sitio y bombardeo,

    la dignidad de una derrota

    Ignacio Vidaurrázaga Manríquez

    Los hombres siempre han buscado la afinidad con los troyanos derrotados, y no con los griegos victoriosos. Quizá sea porque hay una dignidad en la derrota que a duras penas le corresponde a la victoria. 

    Jorge Luis Borges

    Resumen

    El 11 de septiembre de 1973, se vivió en Santiago de Chile un momento histórico. El palacio de gobierno denominado La Moneda fue blanco de un bombardeo con aviones de guerra de la fuerza aérea chilena, mientras cientos de soldados de infantería y medios blindados cercaban la bicentenaria estructura. En su interior, se encontraba el presidente Salvador Allende junto a decenas de sus colaboradores. Desde ese lugar el presidente lograría grabar varios mensajes radiales. En tanto, su escolta protagonizó una resistencia armada en conjunto con otros escoltas situados en edificios aledaños. Esa defensa y resistencia alcanzaría a durar seis horas y media. Han transcurrido 50 años de ese momento.

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