Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Almas en Llamas
Almas en Llamas
Almas en Llamas
Libro electrónico251 páginas3 horas

Almas en Llamas

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Esta es una obra para leerla con los ojos del alma. 
Seguramente, los ojos del corazón, en muchas páginas, estarán bajo el efecto de las llamas de los sentimientos ardientes. Una multinacional fabricante de vehículos comienza a sufrir el acoso de un grupo de espíritus desencarnados. 
Situaciones de conflicto, tensión, suspenso y ternura están presentes en un libro muy actual, propio del día a día capitalista que se vive en las grandes empresas.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 dic 2023
ISBN9798223782377
Almas en Llamas

Lee más de Eurípedes Kühl

Relacionado con Almas en Llamas

Libros electrónicos relacionados

Nueva era y espiritualidad para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Almas en Llamas

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Almas en Llamas - Eurípedes Kühl

    Romance mediúmnico

    Almas en llamas

    Por el Espíritu

    Josué

    Psicografía de

    Eurípides Kühl

    Traducción al Español:      

    J.Thomas Saldias, MSc.      

    Trujillo, Perú, Diciembre, 2023

    Título Original en Portugués:

    Almas en Chamas

    © Eurípedes Kühl, 2017

    World Spiritist Institute

    Houston, Texas, USA      

    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    Del Médium

    Eurípedes Kühl nació en Igarapava, SP, el 21– 08– 1934. Hijo de Miguel Augusto Kühl y Anna García Kühl, está casado con doña Lúcy Câmara Kühl y tienen 2 hijos.

    Profesionalmente es oficial del Ejército (Capitán), paracaidista, estando en la Reserva Remunerada desde 1983, después de 31 años de servicio activo, sirviendo en varias guarniciones militares.

    También es Licenciado en Administración de Empresas.

    Su nombre es un merecido homenaje a Eurípedes Barsanulfo, rendido por su madre, quien fue curada por el bondadoso médium, en un desdoblamiento espiritual, en 1917.

    Vive en Ribeirão Preto – SP, donde trabaja con gran entusiasmo en el movimiento espírita.

    Del Traductor

    Jesús Thomas Saldias, MSc, nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80s conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrado en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Perú en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, habiendo traducido más de 280 títulos, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    Índice

    1.‒  EL CIRCUITO DEL TIEMPO

    2.‒  TOQUE

    3.‒  ¿RAZÓN A LA FUERZA, O FUERZA POR LA RAZÓN?

    4.‒  LA FUERZA DE LA OBSESIÓN

    5.‒  LA TEMPERATURA ELEVÁNDOSE...

    6.‒  DE LA LUZ A LA SOMBRA

    7.‒  SOMBRAS Y DESTELLOS

    8.‒  CODICIA A DOMICILIO

    10.‒  MEMORANDUM A DIOS

    11.‒  AMOR A LA MÁXIMA TEMPERATURA

    1.‒

    EL CIRCUITO DEL TIEMPO

    La Feria Internacional del Automóvil anual se abriría al público en setenta y dos horas.

    Muchos expositores llegaron tarde con sus preparativos. Algunos, casi desesperados, aceleraron los retoques finales en sus stands, culpando a la naturaleza por hacer que los días duraran solo veinticuatro horas.

    Además de la atención al detalle, otra gran preocupación era impedir que los competidores vieran su decoración, por temor a que algunas ideas fueran pirateadas.

    Así, todos trabajaron en los tres enormes pabellones, uno para turismos, otro para autobuses y camiones, y el tercero para tractores y motoniveladoras, con grandes cortinas de plástico que cubrían o bloqueaban la vista de su área de exposición. Y, internamente, se tuvo especial cuidado en ocultar los productos.

    El mayor movimiento se produjo con diferencia en el pabellón de turismos.

    Los trabajadores, en secreto, se divirtieron lo más que pudieron con los malabarismos de los responsables de presentar cada stand, muchos de ellos comportándose histéricamente a la hora de ocultar sus geniales ideas en materia de decoración.

    Llegaban coches todo el tiempo, de diferentes países. Todos, sin excepción, envueltos en plástico opaco, para que nadie pudiera adivinar sus formas ni sus colores. Se dirigieron directamente a las gradas, donde el misterio se duplicaba: decoración y vehículos a exponer.

    En los otros dos pabellones las máquinas no estaban escondidas y los responsables incluso pagaban para que periodistas, técnicos y comentaristas fueran hasta allí.

    El stand principal del pabellón de turismos, estratégicamente situado, parecía más bien la recepción de los visitantes, que no tenían otra alternativa: solo pasando por él podrían dirigirse a los demás expositores.

    Este fue el stand de la multinacional que constituyó el ancla de la Feria. Sus grandes protagonistas de aquel año serían de extremos opuestos: por un lado, el sensacional lanzamiento de toda la Feria: un superdeportivo, para dos personas, lujosísimo, líneas atrevidas, potencia fantástica, acabado casi artesanal pieza a pieza, de un solo color: rojo escarlata; en el otro extremo, un modelo popular, de pequeño tamaño y con todos los requisitos de seguridad, éste en varios colores. Y a precios muy bajos.

    De hecho, era en términos de precios como se podía valorar más adecuadamente la diferencia entre un vehículo y otro en ese stand: con el vehículo de lujo se podían adquirir cincuenta populares.

    Karl Heinrich, vicepresidente de la multinacional, ya había seleccionado chicas guapas para que actuaran como demostradoras del superdeportivo: el Konkord.

    Konkord, en este caso, era el coche estrella, llamado así, para compararlo imaginariamente con el portentoso avión Concorde ‒ cuatrojet supersónico de transporte comercial, franco‒ británico, entonces recién inaugurado: 1976.

    En ese momento llegó el presidente de la multinacional, Helmuth Heinrich, el padre de Karl. Con él, el séquito indefectible: Ester, la secretaria; Mirênio, el gerente de recursos humanos – RRHH ‒ y Campos, el conductor.

    Mirênio levantó parte de la cortina de plástico para que entrara el séquito. En ese momento, unos tres kilos de aserrín golpearon su cabeza, pues no había notado que se había acumulado en los pliegues del techo.

    La risa general estalló, incontrolable.

    Si Mirênio hubiera dejado que los trabajadores abrieran la cortina, no habría sido recompensado con esa lluvia de aserrín; sin embargo, en su afán por complacer a sus superiores hablaba más que su prudencia e incluso que su propia seguridad personal.

    Lo más divertido de la escena fueron los esfuerzos desesperados e inútiles del homenajeador, como llamaban a Mirênio, por deshacerse del aserrín, que en ese momento lo obligaba a rascarse por todas partes.

    Incluso los trabajadores de los puestos cercanos se reían sin cuidado, contagiados por las risas de sus compañeros. Para aumentar el malestar y el ridículo, Mirênio se vio blanco de sonrisas no disimuladas por parte de Helmuth, Karl, Ester y Campos, los que tenían derecho, pues eran sus superiores, pero la secretaria y el conductor... Nada podía hacer contra ellos: servían para rezar al padre, rezar al hijo. Eran más poderosos que él.

    Mirênio no tuvo más remedio que marcharse humillado, regresar a su casa, bañarse y cambiarse de ropa. Se fue rascándose.

    Aunque Mirênio no fumaba, siempre llevaba consigo una caja de cerillas. Tenía la costumbre de encender una cerilla cada cinco minutos, al azar, y luego apagarla. Cuando estaba nervioso, acorté el descanso a dos minutos. En ese momento, contuvo el impulso de golpear uno y prendió fuego a todo el puesto... Cuando llegó a casa, había agotado una caja entera de cerillas.

    Karl estaba orgulloso de la brillante decoración del stand de la empresa H. Ya había una fila de posibles interesados ‒ había decenas ‒ en la compra del superdeportivo. Se estimaba que durante la exposición, a razón de diez clientes por hora, de 14 a 22 horas, durante nueve días consecutivos, más de 700 personas tendrían el gusto de montarlo.

    Así es: en la intensa publicidad que ya se está realizando, el coche no tendría conductor sino más bien un piloto. Solo en la feria se venderían probablemente entre 70 y 100 unidades; es decir, entre el diez y el quince por ciento de los experimentadores afortunados. En cuanto al popular modelo, se esperaba un verdadero boom de ventas. Esa era la expectativa.

    Cuando llegó Helmuth, el clima psicológico de los trabajadores cambió. Tras superar la insólita escena protagonizada por Mirênio, reinó la frialdad. Helmuth rara vez se dirigía a los empleados. Solo habló de de directores hacia arriba. Como siempre, tosía y murmuraba cosas que solo él y Campos, su conductor y hombre de confianza, entendían. Éste, ante un gesto de Helmuth, tradujo la orden del presidente: Karl comenzó a mostrar a su padre la lista de clientes potenciales del Konkord, así como el recorrido que seguiría el coche en el circuito del tiempo.

    Helmuth, condescendiente, habló y sentenció:

    − La toma de posesión será un asunto de presidente a presidente: seré la primera persona en realizar esta prueba. En segundo lugar, el Presidente de la República. Luego el resto...

    − Papá, ¿no quieres hacer una prueba ahora, para saber exactamente cómo proceder, en la inauguración?

    − Es bueno. Otra cosa: ya te dije que aquí no soy tu padre, soy el presidente...

    − Sí, señor Presidente. Mil perdones...

    Karl abrió la puerta del Konkord para que entrara su padre y caminó para poder entrar y acompañarlo al circuito del tiempo, explicándole los detalles.

    − Uh, uh... Campos va conmigo.

    − Pero padre, señor Presidente, no sabe cómo funcionan todos los controles.

    − Enséñale. ¡Tienes tres minutos!

    Tosió y murmuró. Miró a Campos imponente.

    − Dice que ya has perdido medio minuto − dijo Campos mirando fijamente a Karl, esperando las instrucciones de funcionamiento del vehículo.

    Karl se tragó la humillación de tener que transmitir las características del vehículo a su subordinado. Pero, sin ser contradicho, cumplió la orden del Señor Presidente. Tras finalizar la explicación, Helmuth se instaló en el Konkord y ordenó a los técnicos que acompañaran su movimiento, para prestar posible asistencia a Campos. Karl sería el siguiente.

    La humillación impuesta por el padre al hijo quedó claramente configurada. Éste ardía de odio. Si se suponía que los técnicos debían hacer un seguimiento, ¿por qué su padre lo había obligado a pasarle todos los detalles a Campos? ¿Solo por el placer de degradarlo delante de sus subordinados?

    El odio chispeante llenó de veneno todas sus venas, causándole mayor malestar por dentro que el que acababa de tostar a Mirênio por fuera. Una vez iniciado el viaje, con Campos al volante y los técnicos guiándole hasta el panel de control, Helmuth tosió y murmuró. Campos aceleró ligeramente. Nuevos refunfuños y mayor velocidad. Karl y los técnicos tuvieron que correr, creando una escena hilarante.

    Tras finalizar el fantástico recorrido en todos los climas del mundo, Helmuth ordenó cambiar los niveles de lluvia y frío, que consideró débiles. Los quería intensos.

    − Pero, señor presidente − reflexionó Karl, jadeando de cansancio −, los ordenadores ya han programado el tiempo y la intensidad. Cambiar esto ahora podría perjudicar el rendimiento del Konkord.

    Toses y refunfuños del presidente. Nuevamente, Campos descifró:

    − El Presidente ha dicho que no pide, sino que ordena.

    − Sí. Lo haremos.

    Tose y murmura.

    − Lo sé − dijo Karl, haciendo callar a Campos, que ya se estaba preparando para la traducción adecuada. De hecho, no lo sabía. Pero el nivel de humillación era más que soportable.

    Karl se retiró liberándose de ver la sonrisa irónica y ganadora que cruzó la comisura de la boca de su padre. De Ester y Campos también.

    Previo a la apertura de la visita al público, se realizó la inauguración oficial de la Feria, solo para autoridades, prensa especializada e invitados distinguidos, todos de diversos países. En los impresionantes escenarios, los vehículos casi parecían vivos. Los inmensos almacenes, iluminados con hadas y con impresionantes motivos decorativos, con solo la presencia de invitados, parecían decorados de películas interplanetarias.

    Montando el brillante superdeportivo H un frenesí recorrió a Karl, al sentirse honrado por el muy poderoso presidente.

    − Sí, señor Presidente. Con mucho gusto.

    Karl abrió la puerta al ministro y se dirigió hacia el volante del fantástico Konkord. No podría haber una humillación mayor alcanzada, cuando Helmuth, desde lo alto del puesto de mando absoluto, decretó:

    − Campos dirige. Tú supervisas los controles electrónicos, para que nada falle.

    − Pero... es el Ministro − balbuceó Karl a su padre.

    − Sí, por este motivo no puede haber fallos.

    Tosió y murmuró. Campos rápidamente asumió la conducción del vehículo.

    Karl, a milisegundos de una reacción violenta, se tragó el que fue el mayor insulto de toda su vida. Hasta entonces, el desaire más cruel había sido el del día anterior. Se dirigió al panel, a la mesa de control y, avergonzado, se quedó junto a los técnicos que lo manejaban. No tenía suficientes conocimientos para operarlo. El padre lo sabía. Pero la intención era deliberada: humillarlo.

    El inusual movimiento no pasó desapercibido para varios periodistas. Solo quienes han trabajado con medios de comunicación pueden evaluar el nivel de presión al que están sometidos los periodistas, especialmente si son noveles. El redactor jefe de un periódico, por ejemplo, gestiona los acontecimientos en un ambiente tal que cada vez que el profesional sale al campo en busca de un informe, tiene la sensación que a su regreso será despedido, por insuficiencia de recursos, sensacionalismo.

    Allí, en la inauguración de la Feria, se encontraban muchos reporteros que habían sido invitados por H.

    − Señor vicepresidente, ¿cómo está?

    − Bien.

    − ¿No debería usted estar a cargo del Konkord?

    − Sí... debería... pero creemos que es mejor que lo conduzca el conductor.

    − ¿No le parece extraño que un conductor acompañe al Ministro? ¿No debería ser esa tu responsabilidad?

    − Resulta que pensé que sería mejor quedarme en los controles, supervisando.

    − ¿Tu padre tiene algo que ver con tu, digamos, consideración?

    − No. Nada que ver con eso. Aquí hago el pedido.

    El periodista se dirigió a Helmuth, que estaba cerca:

    − ¿Aprobó la decisión del responsable de H el Presidente de la República...?

    − En ese caso, ¿por qué el Sr. Karl no acompañó al Ministro?

    − Porque él te acompañará... Y no olvides elogiar nuestro carro, como estuve de acuerdo con tu jefe.

    De hecho, Helmuth había invitado a televisiones y periódicos que, a cambio de una generosa financiación, anuncio de H.

    Una vez finalizada la exposición, Karl planeó un asado en el H. Esta vez se superaron todos los límites tolerables, todos los límites entre el equilibrio y el descontrol psíquico, toda la jerarquía funcional se rompió. Con la voz sorda y los ojos mostrando ira, Karl perdió el control, despreciando todo el respeto que con dificultad le había mostrado hasta entonces. De hecho, la línea divisoria funcional que lo obligó a subordinarse al presidente no era fuerte. Menos, que una rama. Explotando:

    − ¡Si haces esto, dejaré la empresa!

    − ¡Genial! Entre los mil candidatos para tu puesto vacante, alrededor de 999 serán más competentes que tú.

    − Si me voy de aquí dejaré de ser tu hijo e imagino que no encontrarás otro 999 por ahí...

    − ¡Sé respetuoso, muchacho! ¡Respeto!

    − ¡¿Respeto?! ¿Cuándo me respetaste? Incluso este conductor, Campos, recibe más consideración de tu parte que yo. ¿O lo niegas?

    − Él hace más por mí que tú, eso es todo. Es una cuestión de costo‒ beneficio, querido.

    − ¡Si así lo crees, dimito ahora mismo!

    − ¡Nunca! ¡Nunca!

    − Ya veremos: nadie podrá impedirme que deje esta empresa. Prefiero pasar hambre que quedarme aquí.

    − Nunca dimitirás, inútil: ¡soy yo quien determina tu despido! ¡Estás despedido!

    Karl se acercó a la mesa de su padre y, con los brazos extendidos, barrió todo lo que había encima, lanzando al aire objetos y papeles. Retrocedió, pateando los objetos y pisando a propósito los documentos esparcidos por el suelo. Regresó a su oficina y le dijo a Ester:

    − Convoca a rueda de prensa ahora mismo a las 17:00 horas: TV, radio y diarios, Federación de Industrias, Asociaciones Comerciales e Industriales y Sindicatos. ¡Todo el mundo! ¡Todo el mundo!

    − La agenda: ¿puedes dar más detalles?

    − ¡Una bomba!

    − ¡¿Eh?!

    − ¡Sorpresa! Y llama a Mirênio.

    Cuando entró el director de RRHH, se dio cuenta que Karl estaba muy irritado. Lo halagó, como siempre:

    − Si quieres vuelvo en otro momento… No quiero molestarte…

    − ¿Cómo, idiota, si fui yo quien mandó llamarte?

    − Es verdad: ¡soy realmente estúpido!

    − ¡Prepara mi dimisión!

    − ¡Cielos! ¡No hago eso! ¡De ninguna manera! ¡Preferiría morir!

    Incapaz de controlarse, Mirênio encendió una cerilla, la

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1