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Arde París: La nueva revolución francesa
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Libro electrónico402 páginas6 horas

Arde París: La nueva revolución francesa

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La Francia del siglo XXI es una nación descompuesta en muchas islas, sus metrópolis, con París a la cabeza, concentran a los ganadores de la globalización. Un archipiélago desconectado de los habitantes de ciudades pequeñas y periferias urbanas, donde lo ajeno y lo novedoso se percibe como una amenaza que provoca conflicitos raciales y culturales.La ilustración que iluminó el mundo al grito de Libertad, Igualdad, Fraternidad parece desdibujarse en un viejo cliché.
Ordenado alfabéticamente por materias y personajes, Arde París es una guía imprescindible para dar a conocer los entresijos y paradojas del país que más influencia ejerce sobre España por vecindad, historia y evolución política. Un libro que se lee con la agilidad de una novela y el rigor de Iñaki Gil, uno de los grandes periodistas de nuestro tiempo.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento11 dic 2023
ISBN9788412709018
Arde París: La nueva revolución francesa

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    Vista previa del libro

    Arde París - Iñaki Gil

    PORTADA_ARDE_PARÍS600.jpg

    Título: Arde París

    De esta edición: © Círculo de Tiza

    © Del texto: Iñaki Gil

    © De la fotogafía: Iñaki Gil

    Primera edición: junio 2023

    Diseño de cubierta: Rodrigo Sánchez

    Corrección: @notecomasmáscomas

    Maquetación: María Torre Sarmiento

    Impreso en España por Imprenta Kadmos, S. C. L.

    ISBN: 978-84-127090-0-1

    E-ISBN: 978-84-127090-1-8

    Depósito legal: M-18628-2023

    Reservados todos los derechos. No está permitida la reproducción total ni parcial de esta obra ni su almacenamiento, tratamiento o transmisión de ninguna manera ni por ningún modo, ya sea electrónico, óptico, de grabación o fotocopia sin autorización previa por escrito de la sociedad.

    Para Montse, por el tiempo robado.

    Índice

    El último título, el mejor

    El archipiélago francés,gran cataclismo social

    Argelia, las fracturas de una guerra civil que no terminó con la independencia de la colonia

    Bolloré, Vincent, empresario audaz, promotor de Zemmour y ‘ogro’ de los medios

    ¿Brigitte trans? ¿Emmanuel gay? Los Macron, pareja a prueba de fake news

    Chalecos amarillos, la revuelta de la Francia de las rotondas

    El covid en Francia: la ministra que vio venir la pandemia y acabó imputada y el presidente que reaccionó tarde pero bien

    Déclinisme, esa nostalgia decadente, reaccionaria, mayoritaria y… falsa

    El Elíseo, símbolo maldito del poder, donde solo los Macron parecen felices

    Hidalgo entierra a ‘la izquierda más tonta del mundo’, el PS de Mitterrand y Hollande y sus ‘batallas microscópicas’

    Inmigración, delincuencia y terrorismo, del fin de un viejo tabú a la superchería de ‘El Gran Reemplazo’

    Le Pen, Marine, derrotada en las urnas, aceptada dentro del sistema

    Emmanuel Bonaparte Macron, retrato de un presidente y de su contribución al relato nacional de Francia

    Mélenchon, Jean Luc, holograma de la unidad de la izquierda

    Pécresse, Valérie, la candidata que sabe japonés y ruso, pero no supo hablar a su electorado de derechas

    Putin, sus admiradores franceses y el presidente que quería ser Chamberlain y Churchill al mismo tiempo

    Pensiones, las dos batallas entre Macron y Martinez por la reforma de la jubilación

    Roussel, Fabien o la melancolía de las banderas (rojas) y las luchas de antaño

    Sarkozy, Nicolas: traidor a la derecha, aliado de Macron, temeroso de acabar en prisión

    Zemmour, el cohete de extrema derecha que estalló en pleno vuelo

    Epílogo. ¿Quién frenará a Le Pen cuando Macron no esté?

    Agradecimientos

    El último título, el mejor

    Siempre he empezado a escribir por el título, fuera una crónica, un reportaje o una columna de opinión. Un título cuadrado, esto es, ajustado a la medida del hueco de la maqueta, acordado con el responsable de la sección y, si no era una pieza estándar, tras diálogo con el diseñador de la página. Tener un buen título obliga a una reflexión previa, a ordenar las ideas de lo que vas a contar, a desechar lo secundario, a jugar con palabras. Es tiempo ganado a la hora de empezar a escribir.

    Comprenderán mi zozobra cuando el 25 de abril a las 13:30 llegué a un coqueto bistró del barrio de la Justicia del centro de Madrid. Había quedado para comer con Rodrigo Sánchez, el mejor diseñador de portadas de España y parte del extranjero, sin tener el título definitivo. Como un novato. Lo que soy, pues este es mi primer libro. 

    Así como tuve claro desde el principio el esquema de ordenar alfabéticamente los capítulos, mezclando personajes y temas, el título se me atragantó desde el minuto uno. A mí me gustaba Ni de derechas ni de izquierdas, por el contraste con la polarizada política española. Era decirlo y encontrar en el interlocutor una mueca de desprecio. También me gustaba La paradoja francesa. Hasta que cené con Juanma Bellver que lo salivó: ‘La paradoja francesa’... Hum, sí; lo saboreó: ‘The french paradox’, sí... suena bien; lo masticó: "la vieja teoría de que los franceses tienen menos ataques de corazón que los anglosajones pese a ingerir tantos alimentos grasos (quesos, foie...) gracias al vino tinto; y lo digirió: bueno, en realidad, quién se acuerda de esto. Así que decidí unirlos: Ni de izquierdas ni de derechas y otras paradojas francesas".

    Pero no le gustaba a nadie. Además, dos malos títulos no hacen uno bueno. Debo decir que ni familiares ni amigos tenían ideas mejores. Que si El Hexágono, que si Macron (y varias rimas acabadas en ‘on’)

    También me gustaba La Francia AAA y la Francia de las sombras, pero casi nadie asocia la triple A que las agencias de rating emplean para calificar la deuda de los estados más solventes con la Francia que va bien. Le di la vuelta. Pero La Francia de las sombras y la Francia de las Luces dejaba frío a todo el mundo.

    Hablando de Francia pensando en España me gustaba a mí. Y a nadie más. Además, y aunque en todos los capítulos hago siempre alguna referencia a España, podía dar una idea equivocada del libro.

    Así que cuando Rodrigo, al minuto de entrar en materia, preguntó, ¿Tienes título?, le respondí que había acordado con la editora Liberté, égalité y lucha social. Las dos primeras palabras en francés y la tercera parte en castellano. Sustituyendo ‘fraternité’ por la idea de conflicto. En una semana, tendrás una portada, dijo Rodrigo...

    A los postres, no sé muy bien por qué, me puse a enseñarle mis fotos de las manifas de los chalecos amarillos. En concreto, el álbum de la destrucción de los Campos Elíseos el sábado 16 de marzo de 2019. Rodrigo se paró en la foto que se reproduce en la página 11 de este libro. "Haz un cropping. Eso es una portada. Con fuerza. Con las letras hechas como si fueran una pintada. ¿Por qué no se lo consultas a la editora?"

    Le añadí, sobre la marcha, ‘La nueva revolución francesa’, que había descartado en mis consultas de títulos. La respuesta de Eva Serrano llegó a la media hora. Buenísima!!!!!!! Me encanta. Por una vez, el último título era el mejor.

    Déjenme que les cuente la pequeña historia de esa foto, tomada con mi teléfono a las 21:19 del 16 de marzo de 2019. Era el sábado número 18º de la protesta de los chalecos amarillos. Las cifras de asistencia a las manifestaciones habían bajado de los 282.000 de noviembre a 32.000 de aquel día, según los recuentos del ministerio de Interior, siempre contestados por los organizadores. Manifestantes, policías y periodistas estábamos cansados. Porque 18 sábados consecutivos son demasiado. 

    Además, Macron, que estuvo noqueado a primeros de diciembre, había conseguido darle la vuelta a la situación. Se había inventado el Gran Debate, el mayor experimento de participación ciudadana: 10.405 reuniones locales, 16.000 cuadernos de quejas, 1,8 millones de propuestas online hechas por 577.000 internautas. Y el road show del presidente. Macron se encerraba en pequeñas poblaciones (una por cada región) para debatir con alcaldes de pueblo, sindicalistas, comerciantes y ciudadanos de a pie. Con un cuaderno para tomar notas y, a veces, en mangas de camisa. En sesiones de seis horas o más. En directo por las cadenas de noticias. Se había dado un mes para presentar la síntesis... y había recuperado su popularidad.

    Todo eso lo contaba yo en una crónica enviada a primera hora de la mañana del sábado 16 para ser publicada a página completa en el periódico del domingo. Y a vivir. Macron se había ido a esquiar a los Pirineos y yo de paseo por los Grandes Bulevares. Probablemente, con la intención de acercarme al final de La Marcha del siglo, una protesta ecologista que acabó reuniendo pacíficamente a 45.000 personas. Pero no llegué a Ópera. 

    Las alarmas informativas empezaron a sobresaltar mi móvil. Un incendio provocado en un banco obligaba a desalojar un inmueble... graves enfrentamientos en los Campos Elíseos. No recuerdo si volví a casa a escribir o si improvisé desde un café. Pero los metadatos de mis fotos me sitúan a las 20:15 junto al Arco de Triunfo. Bajé por la acera de los impares y subí por la de los pares. Pasada la medianoche envié otra crónica para la web del periódico...

    "Son casi las 10 de la noche y los únicos chalecos amarillos que quedan en los Campos Elíseos no están para declaraciones. La docena de operarios de la limpieza de París están a tope. Con su chaleco amarillo por encima del uniforme verde, barren los pedacitos de vidrio de una marquesina de autobús...

    Estamos en la acera de los números pares y sus compañeros, un poco más arriba, recogen a paladas los escombros de un kiosco de prensa, uno de los dos quemados durante la tarde del sábado. Fueron horas de pillaje, como testimonian los vídeos del saqueo de Zara, con los violentos arrojando prendas al exterior. A esta hora solo quedan las perchas en la acera. O las cajitas azules de Swarovski, desparramadas en el suelo de la calle. Dentro, los mostradores vacíos. Han arramblado con todo. En frente, está la tienda principal de Hugo Boss. Cristales rotos, estanterías vacías. Los vigilantes, agitados, no responden a la turista que les pregunta si se han llevado todo. Más tranquilos, los tres perros que montan guardia, aspecto fiero tras el bozal. Los violentos han dejado su mensaje en los paneles de madera: ¿Quién es ahora el Boss (jefe)?. Aquí y en otros lugares de la avenida más bonita del mundo, según el tópico francés, se nota que los ‘casseurs’ han querido vestir de ideología su destrucción y su pillaje: No pedimos nada, lo cogemos todo.

    Las A anarquistas firman pintadas como estas en la sede del HSBC: Insurrección necesaria. Tenemos rabia, Fuego a los bancos, No hay justicia, no hay paz. A estas horas de la noche, los antidisturbios han bajado por las dos aceras desde el Arco de Triunfo despejando a los últimos chalecos amarillos. El viento frío ayuda a mandar a casa a los recalcitrantes…"

    Era mi crónica número 31 sobre el movimiento de los chalecos amarillos. Pero, para mi asombro, lo que colegas, amigos y familiares me preguntaban desde España era si los chalecos amarillos eran de extrema izquierda o de extrema derecha. Oye, Iñaki, ¿es verdad que Marine Le Pen apoya a los chalecos amarillos? Parecido dilema al de Oye, ¿Macron es de derechas o de izquierdas?

     Este libro nace de la necesidad de explicar a mis conciudadanos de la España polarizada que en otros países, como en Francia, esta división ideológica ha decaído. Existe, desde luego, pero no es esencial. Este libro pretende explicar esa y otras paradojas como que el 61 % de los habitantes del país de las Luces crea en la teoría complotista del Gran Reemplazo. Explicar que la dulce Francia del glamour y la excepción cultural es el país de toda la Unión Europea con mayor número de homicidios y con una tasa de suicidios que duplica la de los países vecinos como España. Explicar que Francia, país orgulloso de sí mismo, es también la patria del pesimismo: dos de cada tres galos piensan que su país está en declive. Explicar que Francia, cuna de las libertades, parece necesitar un drama cada pocos años, el último a cuenta del retraso de la jubilación de los 62 a los 64 años. Un pueblo que reverencia y denuesta, a la vez, a las élites que lo gobiernan desde siempre y a las que reta desde las barricadas, como si el fermento de la Revolución necesitara ser regado periódicamente con sangre y fuego.

    ‘¿Arde París?’ era el título de una película, dijo Rodrigo. Y en efecto, así se titulaba un film de 1966 dirigido por René Clément, una superproducción franco-americana con un reparto en el que estaban Jean Paul Belmondo, Alain Delon, Leslie Caron, Glenn Ford y Kirk Douglas, entre otros. La música era de Maurice Jarre y el guion de Francis Ford Coppola y Gore Vidal... sobre la base del libro homónimo de Dominique Lapierre y Larry Collins, publicado dos años antes.

    Yo no recuerdo nada de la película pero sí el libro, hoy descatalogado en su traducción española. Paris brûle-t-il? está considerada una novela histórica, pero sus autores entrevistaron a decenas de protagonistas de la Liberación de París, contada desde todos los puntos de vista. En el libro se narra la reunión del cuartel general de Rastenburg, el 25 de agosto de 1944, en el que se informa a Hitler de que tropas aliadas habían alcanzado el centro de la capital francesa. Hitler, preso de un ataque de furor, aullaba que había dado órdenes de que la ciudad fuera destruida. El Führer se dirigió al jefe del Estado Mayor: Jodl —gritó con voz ronca—, ¿arde París? Y, ante el silencio de los presentes, repitió, dando con el puño en la mesa, ¡Jodl! ¡Quiero saberlo! ¿Arde París?

    París no fue destruida en agosto de 1944, porque el comandante del Gross Paris, el general Dietrich von Choltitz, el hombre que había arrasado Rotterdam y Sebastopol, se negó a cumplir las órdenes del Führer, al que había sido fiel hasta entonces pero al que consideraba ya un loco. Eso, según su relato, autoexculpatorio, publicado en Le Figaro del 3 al 15 de octubre de 1949.

    La verdad una vez más se confunde con el mito. Pero Paris brûle-t-il? ha quedado acuñada como una frase hecha. Ardieron el Barrio Latino en el 68, los Campos en la crisis de los chalecos amarillos y las ingentes cantidades de basura acumuladas durante la huelga de los basureros en el conflicto de la reforma de las pensiones de 2023. 

    Aquel 16 de marzo de 2019 ardieron en París coches, motos y bicis, pero lo significativo fueron las tiendas atacadas, 600 en la capital. Los Campos Elíseos es una de las calles más caras del mundo. Está publicado que Apple paga por los 5.000 metros de su flagstore un alquiler de 14 millones de euros al año. Así que todas las tiendas pueden ser consideradas un símbolo del capitalismo. No se salvaron ni la boutique del PSG ni el local de Iran Air ni el espacio Renault ni Zara ni la Disney Store. Ni la brasserie Fouquet’s, un restaurante al que van famosos y donde Nicolas Sarkozy celebró su victoria en las presidenciales de 2007. Todo fue reconstruido días después. De hecho, aquella noche cuatro turistas despistados y yo cenamos tranquilamente en La Maison d’Alsace, incombustible a la moda y/o al disturbio.

    * * *

    Este libro repasa los temas esenciales que preocupan, dividen y motivan a los franceses y que fueron decisivos en las elecciones de 2022, que dieron paso al segundo y último quinquenio de Macron. Está construido sobre la base de reportajes, entrevistas y crónicas de mis años de corresponsal de El Mundo en Francia, así como de mis lecturas y experiencias personales. Ordenado alfabéticamente por materias y personajes, pretende ser útil a quien quiera conocer los entresijos y paradojas del país que más influencia ejerce sobre España por vecindad, historia y evolución política.

    PS: Como sé que la cuestión genera cierta polémica, quiero aclarar que utilizo el término ‘extrema derecha’ para referirme a las formaciones, como Reunión Nacional (RN) de Le Pen, que se sitúan más allá de la derecha homologada en Europa como Partido Popular Europeo, del que forman parte, entre otros, el PP español y Los Republicanos (LR) franceses. Análogamente, La Francia Insumisa de Melénchon es, para mí, la extrema izquierda. Ni en un caso ni en el otro empleo nunca el prefijo ultra, común en España. Los ultras, de derechas o de izquierdas, como los black bloc, incluyen la violencia entre sus formas de acción política.

    Iñaki Gil

    Madrid, 29 de mayo de 2023

    El archipiélago francés, gran cataclismo social

    La Francia del siglo

    xxi

    ya no es un país homogéneo articulado por un Estado fuerte, sino una nación descompuesta en islas urbanas donde se concentran los vencedores de la globalización ajenos a la suerte de los galos refractarios que habitan en los pueblos y las periferias urbanas.

    Antes de que Francia dejara de ser un país cuya vida política descansaba en la alternancia entre derecha (con el gaullismo como fuerza hegemónica) e izquierda (primero dominada por el comunismo, luego por el socialismo), su tejido social se desgarró. Las matrices que lo articulaban —La Francia campesina, la Francia obrera— se difuminaron al compás de la decadencia de la agricultura y la industria. En paralelo, los dos corpus ideológicos que la encuadraban —el catolicismo y el comunismo— se desintegraron: en 1960 el Partido Comunista representaba al 25 % del electorado (ahora, al 2 %) y el 90 % de los franceses estaban bautizados; ahora, el 30 %.

    Desde la distancia, Francia sigue siendo un país homogéneo, sin apenas diferencias regionales, estructurado por un Estado fuerte, centralizado y vertical con un presidente todopoderoso. Un mapa plano, con las cordilleras en las fronteras (Alpes, Pirineos) y una chincheta luminosa, París y su Torre Eiffel.

    Desde cerca, muchas cosas habían cambiado, sin embargo. Y solo algunos supieron verlo. Dos demógrafos reputados, tanto por su rigor y dotes divulgativas como por su olfato informativo, Hervé Le Bras y Emmanuel Todd, fueron los primeros en estudiar con lupa los mapas electorales. El geógrafo Christophe Guilluy estudió la Francia de las periferias que cuando quiso reclamar atención se puso un chaleco amarillo. Pero quien mejor acertó a definir la Francia del siglo xxi fue Jérôme Fourquet, geógrafo, analista político y director del Instituto Francés de la Opinión Pública (IFOP). Su visión dio título (El archipiélago francés) a un libro que vendió 130.000 ejemplares, cifra asombrosa para un texto de sociología. Su subtítulo anunciaba el nacimiento de una nación múltiple y dividida. No hay una Francia vaciada, pero, al igual que sucede en España, los habitantes de esa Francia en la sombra se sienten marginados. Y están decididos a que se sepa. (Ver capítulo chalecos amarillos).

    La Francia del siglo xxi es una nación descompuesta en muchas islas, sus metrópolis, con París a la cabeza, donde se concentran los buenos empleos y los ganadores de la globalización, abiertos al mundo y a las culturas diferentes, bien comunicados, satisfechos consigo mismos y ecológicamente preocupados por el fin del mundo. Un archipiélago desconectado de los territorios de los galos refractarios, en expresión despectiva de Emmanuel Macron, habitantes de ciudades pequeñas, aldeas y periferias urbanas donde la mundialización no genera beneficios ni empleos, donde lo ajeno y lo novedoso se percibe como una amenaza y donde la preocupación es cómo llegar a fin de mes.

    Fourquet describe con precisión la transformación de Francia en un inmenso parque de atracciones, una sociedad donde la industria ya solo supone el 10 % del PIB y que ahora vive por y para el consumo, el ocio y la cultura. Se atreve, incluso, a señalar dos fechas emblemáticas de este gran cataclismo social: el 30 de marzo de 1992, cuando cerró sus puertas la factoría de Renault en Boulogne Billancourt, la mítica fábrica de las afueras de París ante cuyas puertas arengaba Jean Paul Sartre, y el 12 de abril del mismo año, cuando se inauguró el parque de atracciones Eurodisney, rebautizado luego como Disneyland París. Dos símbolos. Solo 13 días separan dos mundos.

    Otro hito fue el Estadio de Francia levantado en la que fue la mayor concentración industrial tras el Ruhr (Alemania). El estadio se inauguró el 28 de enero de 1998 con un amistoso Francia-España (1-0, Zidane) con Jacques Chirac y José María Aznar en el palco. El seleccionador español, Clemente, explicó así la derrota: La zona de la portería de Zubizarreta estaba helada. Era un buen disparo, pero Andoni ha perdido pie (…) Si en España un estadio de 60.000 millones de pesetas no tiene calefacción bajo el césped nos vemos todos cazando moscas. Es increíble que en una obra de esta magnitud se hayan olvidado del terreno de juego. Estuvimos a punto de pedir botas con clavos…

    Unos días antes, en la visita para la prensa, yo también había visto que el maravilloso Stade, un prodigio técnico con pista de atletismo ocultable bajo el primer graderío, retráctil, tenía un césped sin arraigo: Dos causas. Falta de sol y contaminación del suelo que albergó una fábrica de amoniaco…, apunté en mi reportaje previo a la inauguración.

    Los españoles lo conocen porque allí el Real Madrid disputó y ganó la final de la Liga de Campeones de 2022 frente al Liverpool. Bastantes seguidores del equipo merengue guardan, sin embargo, un mal recuerdo de esa noche tras sufrir la acción de varios centenares de delincuentes violentos y coordinados. La cita es del informe final conjunto de dos comisiones del Senado que desnuda al ministro del Interior, Gérald Darmanin, y a otros responsables del orden público. Entre otras razones, porque la presencia de estos delincuentes, aunque de una amplitud inédita, era previsible. Todo el mundo sabe que el departamento de Seine Saint Denis es un arrabal en el que es mejor no aventurarse más allá de su catedral, donde están enterrados los Reyes de Francia, y del Estadio de Francia.

    Está situado al norte del municipio de París y es un buen ejemplo del trabajo de etnología político social de Fourquet. Emblema del cinturón rojo, el PC dirigía 27 ayuntamientos en 1977, 14 en 2001 y seis en 2020.

    El declive comunista fue paralelo al cierre de fábricas y a la llegada de población inmigrada. Hoescht cerró su planta química en 1995, Westinghouse su factoría de material ferroviario en 1997; en este siglo, bajaron la persiana la metalúrgica Babcock Wilcox en 2012, la farmacéutica Sanofi en 2013 y, finalmente, dos centros del grupo Peugeot en 2014 y 2018.

    Privado de su sustrato industrial y obrero, el comu­­nismo municipal estaba abocado ineluctablemente a periclitar, concluía Fourquet en un estudio sobre ‘la dislocación de la periferia roja’ publicado en Le Figaro. Si los antiguos alcaldes comunistas eran obreros, sus sustitutos son empresarios o empleados del sector terciario. Porque, en torno al Stade de France, han instalado sus sedes sociales compañías como SFR, Generali, SNCF, Randstad. Y el cineasta Luc Besson levantó aquí en 2012 su Cité du Cinéma, con estudios de cine y TV en una antigua central térmica. En el norte del departamento, el aeropuerto de Charles de Gaulle ha pasado de acoger 15 mi­­llones de pasajeros en 1985 a 76,2 millones en 2019.

    La población obrera, integrada, sindicada, a menudo empleada en las grandes empresas metalúrgicas, de las que el PC extraía cuadros, militantes y electores, ha sido reemplazada por una población pobre, excluida del mercado laboral o con empleos esporádicos en empresas de servicios o de trabajo temporal y que además sufren una marginación suplementaria por ser de origen inmigrante y de nacionalidad extranjera, escribió en 2004 el geógrafo Philippe Subra.

    Dado que en Francia la legislación prohíbe inquirir sobre la religión que profesa cada uno, los estudiosos recurren a diversas observaciones para medir la irrupción del islam. En Saint Denis los recién nacidos que tienen un nombre de pila árabe o musulmán han pasado del 15 % en 1983 al 45 % en 2016. El candidato de extrema derecha, Éric Zemmour, nacido en un municipio de Sant Denis (Montreuil), escribió en su libro Francia no ha dicho su última palabra: Entre los diez nombres de pila más dados a los niños todos son extranjeros como Mohamed o asimilados como Inés o Ryan.

    En los años 80, los demógrafos Hervé Le Bras y Emmanuel Todd Habían cartografiado la audiencia electoral en el PC y la práctica religiosa católica en un mapa que titularon ‘Marx y Jesús’ dentro de su libro La invención de Francia. Tras constatar que las zonas de fuerte implantación comunista y las de intensa identidad católica no se superponían, concluyeron: el comunismo es menos un fenómeno de lucha de clases que un conflicto de naturaleza metafísica entre los que creen en el paraíso después de la muerte y los que creen en el paraíso sobre la tierra, entre partidarios de la ciudad de Dios y los de la ciudad del sol. El comunismo es, antes que nada, como la religión, una relación con el más allá. En un guiño que él presenta como homenaje a sus predecesores, Fourquet ha levantado el mapa ‘Marx y Mahoma’. Pone en relación el número de mezquitas con el de sedes permanentes del PC. En Saint Denis, quedan 27 locales comunistas y hay ya 82 mezquitas.

    Como si fuera un geólogo, el observador detecta en la superficie las trazas de la influencia musulmana "en la moda (niqab y jilbab en las mujeres, chilaba y barba en los hombres), en los numerosos comercios halal y, por supuesto, en mezquitas y salas de oración, todo ello en curso de sedimentación desde hace una treintena de años en este departamento y en numerosas barriadas populares de toda Francia".

    Esta capa musulmana se superpone a la ‘capa yanqui’ (los McDonald’s) y a una ‘capa roja’ aún presente. Los obreros y los concejales comunistas desaparecieron, pero sobrevive el sustrato comunista en el callejero: avenidas o calle de Stalingrado, bulevar Gorki, avenida Allende y otras dedicadas a héroes locales.

    En un nuevo libro, Francia bajo nuestros ojos (2021), escrito en colaboración con el periodista Jean Laurent Cassely, Fourquet no solo lleva la cuenta de la destrucción del tejido industrial con precisión (94 centros de producción de la industria del automóvil y 114 del sector agroalimentario, cerrados entre 2008 y 2020) sino que describe una Francia donde los almacenes de Amazon han sustituido a las fábricas, los parques de atracciones y los centros de saldos multimarca a las discotecas y bailes populares.

    En el archipiélago francés reina un hiperindividualismo que convierte en obsoletas las variables tradicionales de la sociología política. La gran convergencia de los años 70 y 80 ha dejado sitio al ‘efecto reloj de arena’: En ‘la Francia premium’, los modos de vida de las clases superiores han subido de gama mientras que, por abajo, se ha impuesto una economía de buscarse la vida, ‘La Francia discount’. En una sociedad que no cree ya en la revolución, lo que cuenta es el aquí y ahora, lo que puedo pagar a mis hijos. La idea es que si a los 40 no puedes comprarles unas Nike a tus hijos has tirado tu vida por la borda, resume el autor cuya especialidad formativa fue geopolítica y geografía electoral.

    Como además dirige uno de los principales institutos de sondeos (IFOP), Fourquet es capaz de hilar muy fino en la lectura de los resultados electorales. Tras la victoria de Macron sobre Le Pen en 2017 (66 % - 34 %), analizó el voto en relación con la distancia del lugar de residencia a una estación de ferrocarril. En las ciudades con estación, Macron arrollaba (78 % - 22 %), mientras que, en las localidades a más de 20 km de una estación de tren, Le Pen se imponía (60 % - 40 %).

    Otra relación interesante, voto y dominio del inglés: el 35 % de los votantes de Macron afirmaba manejarse en la lengua de Shakespeare frente al 19 % de los de Le Pen. Entre los partidarios de Macron, un 47 % estima que su aprendizaje debe ser una prioridad de la escuela; solo el 28 % de los de Le Pen opina igual. Otrosí, el 43 % de los macronistas ve series o films en inglés frente al 23 % de los lepenistas.

    Es la misma ruptura que David Goodhart, director de la revista Prospect’, teorizó en su libro The Road to Somewhere: The New Tribes Shaping British Politics sobre el Reino Unido. El ensayista describió una sociedad dividida entre la gente de cualquier parte (people from anywhere) y la gente de alguna parte (people from somewhere). Los primeros son los triunfadores de la globalización, residentes en Londres y las grandes ciudades, abiertos a las influencias culturales externas. Los segundos tienen más arraigo local, menos diplomas y son menos móviles. El segundo grupo fue el que impuso su criterio en el referéndum del Brexit.

    Que Macron pertenece a la élite cosmopolita (los anywhere) no ofrece discusión. Pero hay un detalle que confirma su singularidad. Hasta él todos los presidentes habían tenido un feudo local, un anclaje con la Francia profunda que equilibraba su impronta parisina, ya que vivían y hacían política en la capital. George Pompidou en Cantal, Valéry Giscard d’Estaing en el Puy de Dôme, François Miterrand en la Nièvre, Jacques Chirac y François Hollande en Corrèze, Nicolas Sarkozy en los Altos del Sena. Macron supone en esto también una ruptura con la tradición, es un político sin raíces territoriales. Un político de cultivo hidropónico, como esos sustratos neutros e inertes sobre los que se cultivan en invernaderos frutas y legumbres, observó Fourquet en Le Figaro.

    Los resultados de la primera vuelta de las presidenciales de 2022 confirmaron la existencia de esas dos Francias (la cosmopolita, liberal y europeísta, que vive en las islas del archipiélago; y la provinciana, populista en cualquiera de sus versiones extremistas y nacionalista de la periferia). Los viejos partidos que fueron los pilares de la v República confirmaron su decadencia y sus candidatas los peores registros históricos (la socialista Anne Hidalgo, 1,75 %; y la republicana —derecha clásica— Valérie Pécresse, 4,78 %). [Ver capítulos dedicados a ellas, así como a los otros candidatos].

    El buen resultado del candidato de la extrema Izquierda, Jean Luc Mélenchon (21,9 %), tercero tras Marine Le Pen (23,15 %) y Emmanuel Macron (27,85 %) llevó a algunos observadores en España a interpretar los comicios en clave de radicalización. Los extremos han aspirado el voto de la derecha clásica y la izquierda del sistema, sometidos a una centrifugación electoral de la que sale perdiendo quien ocupaba el centro, venían a decir. Es un espejismo. Un estudio del IFOP realizado el mismo domingo 10 de abril de 2022 en la hora que siguió al cierre de los colegios de la primera vuelta aportaba el siguiente retrato electoral:

    Entre quienes ganan menos de 1250 € netos al mes, un 31 % votó a Le Pen y un 28 % a Mélenchon. Ambos tienen el mismo apoyo (26 %) en la franja de 1.250 a 2.000 €. En cambio, un 35 % de quienes ganan más de 3.000 € votó a Macron. El 34 % de quienes están en paro votó al candidato de extrema izquierda y un 29 % a la de la extrema derecha. El 42 % de quienes ahorran bastante y el 36 de los que economizan algo vota a Macron. Por el contrario, el 30 % de los que llegan justos a fin de mes y el 28 % de los que viven a crédito dio su sufragio a Le Pen. Porcentajes similares, aunque inferiores de ambas categorías escogieron a Mélenchon.

    Se confirma en otra cita con las urnas que el 36 % de los obreros y empleados votan a Le Pen mientras que Mélenchon recibe el apoyo del 23 % de los obreros y del 25 % de los empleados. Macron concita el respaldo de 35 % de los cuadros superiores y el 38 % de los jubilados.

    De todos ellos sale un retrato no de tres Francias (extrema derecha/ centro/ extrema izquierda) sino de dos: Los que están muy satisfechos de cómo les va la vida votan abrumadoramente a Macron (43 %) los bastante satisfechos (un 37 %). Los insatisfechos votan a Mélenchon (37 %) o Le Pen (31 %) y los muy insatisfechos apoyan abrumadoramente a Le Pen (46 %).

    La Francia que va bien y tiene titulación superior vota a Macron. La que no tiene ni el bachiller vota a Le Pen. Los votantes de Mélenchon, en cuestión de estudios, aparecen en una posición intermedia. Seguramente, por razones de edad. El tribuno de la izquierda radical se impone entre los votantes de 18 a 34 años (32,5 %), la líder derechista ganó (29 %) entre los que tienen entre 35 y 59 años y el presidente saliente lo hizo entre los sesentones (30 %) y arrasó (41 %) entre los que superan los 70.

    El director del IFOP, Jérôme Fourquet, concluyó: Hay dos bloques sociológicos y culturales. La división entre la Francia de arriba y la de abajo sigue aumentando de potencia en lugar de la vieja división entre derecha e izquierda. La suma de socialistas y republicanos de la derecha clásica, el duopolio que ha dominado el escenario político durante 40 años, está entre el 5 y el 10 %… Hemos basculado en otro universo.

    Los estudios sobre el voto en la segunda vuelta en la que Macron (58,54 %) se impuso a

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