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El último tiburón
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Libro electrónico258 páginas3 horas

El último tiburón

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El último tiburón es la obra cumbre de la política ficción española. Narra el hipotético conflicto armado entre la recién estrenada República dels Països Catalans y la nueva España, gobernada por la ultraderecha más fascista. La trama principal de esta novela es Quirze Puigdesens, el último general franquista con vida, a quien anhelan ambos bandos; sin embargo, sus intereses son totalmente contrapuestos. Dos comandos antagónicos a la búsqueda del centenario militar, un rey en horas bajas (Felipe VI) y un golpe de Estado inminente en Madrid son algunos de los elementos narrativos que confeccionan esta novela de espías a la ibérica. El último tiburón es la versión en castellano del superventas catalán El darrer tauró, publicado en 2003 y reeditado este mismo año.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento30 ago 2019
ISBN9788417687076
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    Brillantísima novela de política ficción en modo ibérico, algo totalmente novedoso en el panorama literario español en los últimos 25 años, como mínimo. La narración es muy sólida y denota un dominio del oficio por parte de su autor, el mediático escritor Octavi Franch. ES muy complicado escribir una novela tan compleja como esta y que el lector no se pierda en ningún momento. Evidentemente, la fluidez de los diálogos y la verosimilitud de las acciones ayudan a tal efecto. Totalmente recomendable para aquellos lectores que disfruten de best sellers de espías con mucha acción y con el estómago fuerte.

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El último tiburón - Octavi Franch

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Trepa, la busca a tientas, la estira del fondo del altillo y la baja de un tirón, fuerte, con ternura. Ahora está sentado delante de la mesa de roble, chamuscándose a un palmo de la chimenea. En un lado, un montón de exámenes para corregir; en el otro, un poleo menta hirviendo; y justo en medio, entre sus brazos, la caja de metal donde guarda las fotos de su padre.

Busca la de siempre: de ombligo hacia arriba, la sonrisa indecisa de patriota, los cojones de la adolescencia bruñidos en la mirada de cuarzo y una Mauser roída bajo la axila; como protección del corazón ⁠‌—⁠‌y de su vida⁠‌—⁠‌, la bandera con los ornamentos de Estat Català. La encuentra al cabo de un cuarto de hora largo, después de haber sonreído de sesgo, con la fotografía de todos los hermanastros, la única que guarda, de hecho la única que tiene. De su madre, en cambio, no conserva ni una. Solo ellos dos saben por qué; y él no tiene ninguna intención de recordarlo; ni una. Un día de estos la tiene que enmarcar, pero le da tanta pereza separarla de las otras… Él lo sabe, que no es holgazanería, sino falta de valor. Nunca se ha arriesgado a enfrentarse al joven caporal Sanahuja, el Héroe del Baix Llobregat. Pero ahora, después de siete años y pico de su muerte, ha llegado ese momento en la vida en que hay que tragar saliva y colocar los galones sobre el mármol. Sí, papá, sí, lo he encontrado, para ti, para todos y, aunque pueda parecerte una sandez, también para mí. Es mi regalo, papá, acéptalo, por favor…

La reunión es a las seis en punto, en la granja, como de costumbre. Con el cigarrillo light embadurnando el aliento, Bernat Sanahuja pasea arriba y abajo por los alrededores de la masía. De escoltas inseparables, media docena de huskis, herencia de su segunda mujer. Dicen que son peligrosos, agresivos y que gastan mala leche; con él no se han exaltado más que para atrapar alguna ardilla juguetona. Los aprecia, principalmente, porque son fieles. Como sus amigos, las únicas tres personas en quienes ha confiado el futuro de su felicidad.

El primero en llegar, ¡sorpresa!, es el bueno de Blai. A medio metro del cerco tropieza con una roca de palmo, rueda dos metros y cae de rodillas. No se ha hecho daño; es inmortal. Como lo era, hasta ahora, el General. Después del susto, se sacude el fango ⁠‌—⁠‌¿o no lo es?⁠‌—⁠‌, se disculpa con un Llego pronto, verdad, y me da dos besos. Hoy no se ha afeitado. Ahora que caigo, yo tampoco… Bernat, seguidamente, apaga el cigarrillo antes de que se infle de tos el señorito Blai Bilbeny, el tocanarices que tiene martirizada a la pandilla con sus eslóganes ecologistas en desuso. A pesar de todo, es un buen muchacho; el mejor. Y eso que el sargento Ardanuy es de los que rompieron el molde al nacer. Pero todos coinciden: Blai es especial.

Mientras la enciclopedia alérgica se recicla y se recupera del viaje ⁠‌—⁠‌desde Begues en bicicleta de montaña, ya me dirás⁠‌—⁠‌, llega la heroína de la banda. Aparca de culo. Será que no hay sitio. Siempre se complica la vida. Quizás por estos detalles todavía no ha encontrado a la persona de su vida. Y además, no se define… Hola guapísima, ¿estás bien?, le pregunta Bernat, después del abrazo y el beso en la mejilla ⁠‌—⁠‌solo uno, ¿te acuerdas?⁠‌—⁠‌, ves cómo me acuerdo, y Mariona, friolera per se, se vuelve a cubrir la nariz escaldada y va hacia la cocina. Un capuchino, como si la conociera… Solo falta Elies. Debe tener mucho trabajo con el psicópata que corre por Montserrat. Hijo de su madre, si lo pillo yo… A dos calles se oye la derrapada. Ha vuelto a cambiar el todoterreno. Está podrido de horas extras. Y la niña, pregunta al cerrar la puerta con un silbido electromagnético. Ya ha llegado, hará unos diez minutos, le contesta Bernat, que de siempre ha sabido que Elies Ardanuy, el Poli, está colgado por Mariona, desde el mismo día que organizaron el grupo de búsqueda. Entra. Empieza a anochecer y el frío se vuelve insoportable cuando el horizonte absorbe la salpicadura impecable del anochecer. El mismo infierno que está esperando los despojos centenarios del general Quirze Puigdesens, alias el Tiburón.

En la buhardilla de la casa, Bernat ha decorado su despacho. Generoso, cálido, sin extravagancias. De abedul, el escritorio y las estanterías que tapizan las paredes de volúmenes clásicos, neoclásicos, modernos y traducciones rarísimas regateadas a cualquier librero de viejo con ganas de hacer negocio con el mayor coleccionista de literatura universal del país. Esto es un amante de las letras como está mandado, anuncia, a los cuatro vientos, Elies siempre que abre la boca para hablar de culturilla. Con muy poca frecuencia lo puede pregonar en la comisaría, pero cuando se pone, el nombre y apellido de su amigo siempre sale retratado, con doble subrayado y mayúsculas. Bajo la parca, el sargento Ardanuy muestra la pistola reglamentaria. Ya no le asustan las armas desde que el fin de semana anterior cogió el coche y subió a Andorra para comprar la chatarra que ha arrinconado en el garaje, lejos de los poemas de Foix, las litografías de Enki Bilal y los compactos de The Cranberries. Quizás las utilizará, quizás sí, quizás no. Sin embargo lo que no hará de ninguna de las maneras es ir a la caza del General con una mano delante y otra detrás. Elies ya le dará cuatro consejos para no hacerse daño. ¿Verdad? Cuando quieras, Bernat, ya lo sabes.

Mariona ya engulle el segundo café con leche y chocolate. En cambio, Blai remueve la cucharilla de miel dentro del tazón con la cuarta o quinta infusión, ha perdido la cuenta. el Poli prefiere la amargura del café ⁠‌—⁠‌negro, sin brizna de azúcar, quemando⁠‌—⁠‌ y el anfitrión un té con limón. Deja la tetera cerca. Está convencido de que esta noche devendrá luz en un abrir y cerrar carpeta.

1

Recogidos alrededor de la inmensa mesa de bricolaje, sentado cada uno en un taburete, los tres compañeros de caza capitulaban expedientes, comprobaban el estado de los pendrives y repasaban la agenda de los últimos tres meses. Mientras, Bernat los miraba, lloraba ⁠‌—⁠‌gozoso⁠‌—⁠‌ en off y se percataba de que les quería más, mucho más, que a simples miembros de la rama más cercana del árbol genealógico. Concluía, eufórico por el pronto desenlace de la aventura que compartían desde hacía más de siete años, que debería agregarlos a una especie de anexo del libro de familia. Embriagado de querer, el jefe de la Operación Puigdesens se decidió a abrir el buche mientras sus colegas todavía ordenaban el papeleo y afilaban la estilográfica o enchufaban el portátil.

⁠‌—⁠‌Antes de nada, me gustaría daros las gracias, una vez más. Soy un lunático, lo reconozco; pero ya sabéis qué representa todo este follón para mí. Y para mi padre…

Absorto en la excitación de la pluma, Blai Bilbeny no le prestaba atención; de palabras justas pero determinantes, el experto en documentación siempre prefería quedarse al margen de los sentimientos de su entorno. En cambio, Elies alargó su musculoso brazo para atrapar la mano temblorosa de Bernat Sanahuja, el Amigo, codo con codo, como solo se saludan los hermanos de sangre. Por su parte, Mariona, víctima de un lagrimal de incontinencia, se levantó del taburete, abrazó por la espalda a su amor platónico ⁠‌—⁠‌él lo sospechaba, pero no quería desgarrar la vida de nadie más, y mucho menos de su mejor, y única, amiga⁠‌—⁠‌ y le dio un beso en la mejilla, de esos que cualquier hombre implora cuando su madre ya no está y su compañera tiene que transformar el rol de amante por el de hermana mayor durante el delirio. Con el rompecabezas desarmado, volvieron todos a su sitio y asumieron el papel que interpretaban desde que el hijo del Héroe del Baix Llobregat les contagiara con su loco anhelo.

Los más de dos mil folios garabateados ⁠‌—⁠‌y descifrados⁠‌—⁠‌ por el zurdo Blai desde la lejana fecha en que su antiguo compañero de facultad ⁠‌—⁠‌venerado por todos por ser el hijo de una leyenda viviente de toda la nación⁠‌—⁠‌ le expuso la misión que pretendía llevar a cabo, solo o bien acompañado, le cubrían medio rostro. En este portafolios monumental tenía archivados todos los movimientos pretendidos ⁠‌—⁠‌e incomprobables⁠‌—⁠‌ del General de los últimos 45 años, el tiempo que se le suponía escondido del presente y del futuro, tan inminente como imprevisto.

A raíz de la muerte de Franco y el consiguiente pacto de labios sellados y gargantas estranguladas, tanto de parte de los rojos como de los fascistas, el general Quirze Puigdesens, nacido unas horas antes que el dictador gallego ⁠‌—⁠‌por su gloria⁠‌—⁠‌ en una raquítica aldea de los Pirineos preandorranos, abandonó el juramento al ejército y a la patria y se esfumó durante el puente de la Purísima de 1975. Tenía, pues, en la actualidad, 128 años.

Y sencillamente, le había llegado la hora.

En las páginas y más páginas redactadas por Bilbeny, todos los pasos del General estaban ordenados cronológicamente y, poco a poco, con una mezcla de suerte, ayuda divina y muchos cuernos desmenuzados en años y años de ir uniendo cabos, se había conseguido pulir, tan extremada y perfectamente, el emplazamiento donde se encontraba y la identidad que había adquirido. Perdido durante un par de años en su chalé de Paracuellos de Jarama, Quirze Puigdesens lloró el fin de la dictadura teledirigida por su ídolo. No encontró ni consuelo ni condescendencia en ninguno de los otros generales cercanos al despacho del jefe del Estado Español. Buscó, fallidamente, un hombro donde secarse las lágrimas y unas espaldas uniformadas donde apoyarse para volver a instaurar ⁠‌—⁠‌y fortalecer⁠‌—⁠‌ una nueva dictadura liderada por cualquier conejillo de indias, hijo, eso sí, de una de las sagas confinadas al régimen, ya fuera un Primo de Rivera, un Milans del Bosch o, incluso, un Bahamonde. Pero topó de morros contra un muro inesperado: la transición había tomado la forma de monarquía, la dictadura quedaba abolida y la república desfilaba entre sueños rojos y pesadillas azules.

Los párrafos de los pliegues amontonados por Blai continuaban narrando la trayectoria fuera del ejército y dentro de una nueva vida, al principio nómada pero poco después sedentaria, como confirmaba el último dosier del megaexpediente.

Justo en este último, la fuente inagotable de documentación e información verídica ⁠‌—⁠‌o, al menos, suficientemente verosímil, como para ilusionarse⁠‌—⁠‌ de Blai Bilbeny ofrecía una pista casi definitiva; y Bernat olía, desde una legua, que su buen amigo la había hallado, como ya intuía hacía semanas, gracias a la labor conjunta de los cuatro. El nombre del pueblo donde se escondía y los apellidos que había adoptado. Eran los únicos datos que necesitaban para montar la parada en otro sitio, no muy lejos, por cierto, uno de los cerros enigmáticos de Montserrat. Pasado Berga. Camino de Andorra. Hacia arriba. Montañas, soledad y un asesino en libertad.

El refuerzo de un experto en armas, técnicas de supervivencia y mil estrategias para salir indemne de un ataque, secuestro y feliz escapatoria de la guarida de un general franquista era una balsa de lubricante para que el resto del grupo pisara con firmeza el terreno angosto de la violencia que se adivinaba en breve. Múltiples medallas al mérito, varias condecoraciones del conseller de Gobernación, mención especial del mismo President. El hombre de las tres pistolas, como se le conocía en la sede del gobierno y en la central de los Mossos, Elies Ardanuy, contaba con resolver victorioso el asalto al refugio del General, aunque estuviera condenado a no salvarse, a partir del estruendo de una banda de fanáticos de extrema derecha o el tiroteo del mejor francotirador de la policía española. Y, ¡qué carajo! Quería presumir de su inmaculada hoja de servicio delante de su princesa particular, la mano derecha del secretario del conseller de Gobernación.

Bernat la conoció durante los actos de homenaje a su padre. Le recordaba la hermana que no había disfrutado nunca, pero ella, desgraciadamente, se había enamorado. Solo era, en aquellos tiempos, la candidata de Esquerra Republicana a la alcaldía de Pallejà. La figura de carácter eterno del Héroe del Baix Llobregat, no obstante, había calado muy hondo en las cercanías del Prat de Llobregat y el resto de la comarca. En la abadía de Montserrat habían levantado un monumento póstumo; la plaza de la Vila de su ciudad natal había cambiado de nombre en su memoria; y en Sant Feliu, una calle con su apellido atravesaba el pueblo. ¡Quién no se iba a prendar del único descendiente del mártir político más querido de aquella franja del país! Así nació el nexo entre un recién licenciado en historia ⁠‌—⁠‌tesina incluida sobre la relación entre los dos Rogers (el de Flor y el de Llúria)⁠‌—⁠‌ y una política que aspiraba a todo y que se había quedado a solo un paso ⁠‌—⁠‌el más difícil, casi imposible⁠‌—⁠‌ de alcanzar su sueño.

Tan solo los cuatro miembros de la comisión conocían, con certeza, la identidad de los personajes que sostenían la búsqueda y captura de Quirze Puigdesens: el president Masies y los consellers Ordeix y Barnils; Mariona Huguet había estado seleccionada para filtrar las novedades de un despacho a otro, con la discreción y la eficacia que había demostrado en todos aquellos años dedicados a la edificación sólida e inmune, una vez despegada de la losa de formar parte del territorio español. Se había convertido en la mujer más importante de la nación y su currículo sonaba, cada vez con más fragor, para adjudicarse la cartera de Sanidad. La captura del general Puigdesens podía catapultarla hasta la cima. Entonces ya sería cuestión de ella si aprovechaba o no la oportunidad que el pueblo le brindaba. Y ella no pensaba echarse atrás si le había llegado el momento de actuar de verdad. Lástima que Bernat la viera solo como a una hermana…

Bernat, todavía con las pupilas acuosas, se dirigió primeramente a su queridísima amiga.

⁠‌—⁠‌¿Cuándo podrás hablar con el President?

⁠‌—⁠‌A principios de la semana que viene ⁠‌—⁠‌confirmó Mariona⁠‌—⁠‌. Me lo ha prometido Barnils. No me puede fallar, sabe que se la juega.

⁠‌—⁠‌Bueno, deberemos esperar mientras tanto…

⁠‌—⁠‌¿Y qué haremos ahora? ⁠‌—⁠‌preguntó Elies Ardanuy, impaciente de por sí por empuñar un arma y reventar la puerta del castillo del General.

⁠‌—⁠‌Disfrutar de este momento y soñar con el día del juicio ⁠‌—⁠‌sentenció, más orgulloso que nunca de su linaje, el hijo del Héroe del Baix Llobregat.

⁠‌—⁠‌Esperaremos juntos, entonces ⁠‌—⁠‌apuntó, desde su búnker introspectivo, mientras limpiaba las gafas con la manga, Blai, la computadora del equipo.

2

A las cuatro y pico, después de haberse engullido un pilón de güisquis y haber compartido una pipa de crack, tanto Mariona, como Blai, como Elies se fueron a dormir: la chica en el sofá cama y los chicos en las literas de la habitación de invitados. Bernat, sin embargo, aún no quería irse a dormir; no podía cerrar los ojos y soñar, por muy borracho que estuviera, tal y como lo denunciaba su destartalado estómago, no demasiado avezado a esos excesos. Aquella noche era la última, o la primera, según cómo se mirase. Más de siete años que acechaba bajo la máscara de profesor de Historia de Catalunya; más de siete años que escudriñaba las ruinas para encontrar al General; más de siete años que hurgaba, hasta el fondo, para que su padre pudiera morir con su único deseo cumplido. ¿Papá?

Mañana empezará la caza de verdad, papá…

⁠‌—⁠‌Buenos días…

Elies se levantó el primero. Con el flequillo desordenado, el Poli freía huevos y bacón. Ya se había bebido dos vasos de zumo de naranja. Había llenado dos botellas de litro y medio. Suficiente. Calzaba las deportivas azul marino, las oficiales, y el chándal de invierno del Olímpic, con el logotipo del centenario en la espalda y el escudo delante. Resacoso pero sonriente, Bernat se le acercó. Qué olorcillo, tío…

⁠‌—⁠‌¿Quieres?

⁠‌—⁠‌Demasiado pronto…

⁠‌—⁠‌¿Qué hora te piensas que es?

⁠‌—⁠‌No jodas que nos hemos dormido…

⁠‌—⁠‌Hombre, no diría tanto, pero vamos justitos.

⁠‌—⁠‌¿Y los otros?

⁠‌—⁠‌La niña se está duchando. No me ha dejado enjabonarla, ¡qué le vamos a hacer! Y el niño está jugando con los perros.

⁠‌—⁠‌¿En el jardín? ¿Con el frío que hace? ⁠‌—⁠‌exclamó Bernat, observando los cristales empañados de la cocina.

⁠‌—⁠‌¿Todo esto es para mí?

Mariona, abrigada con un albornoz salmón, zapatillas de toalla a juego y pijama afelpado, se frotó las manos mientras contaba el cargamento de pastas que había sobre la mesa, todavía humeantes y que desprendían un aroma a azúcar que invitaba al empacho.

⁠‌—⁠‌No te las comas todas, que después siempre estás quejándote de que si engordo

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