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Crónicas de un mundo perdido
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Libro electrónico270 páginas3 horas

Crónicas de un mundo perdido

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Año 2062. Después de la Gran Guerra en Europa, España se convirtió en un régimen militar. Décadas después, Kyle White, huérfano de un soldado caído en la guerra, se traslada de Sevilla a Barcelona con su hermano pequeño Tom para estudiar en la universidad. Pero su vida de estudiante se ve repentinamente interrumpida cuando un virus letal incurable se propaga rápidamente por todo el país, contagiando a los humanos y convirtiéndolos en criaturas irracionales sedientas de muerte.
Para poder sobrevivir, Kyle y su hermano se verán obligados a aliarse con un misterioso militar retirado y una joven muchacha, con los que cruzarán el país, sumido en el caos, hasta llegar a un lugar seguro. No obstante, pronto descubrirán que los infectados no son su mayor amenaza y que, en situaciones extremas, los humanos pueden ser aún más peligrosos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 nov 2023
ISBN9788411816373
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    Crónicas de un mundo perdido - Roger Ibars Rodríguez

    1500.jpg

    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Roger Ibars Rodríguez

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-637-3

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Prólogo

    Tras el conflicto bélico conocido como la Gran Guerra que involucró a países de todo el mundo, los regímenes militares se han impuesto en Europa. Pocos años después del fin de la guerra, el gobierno militar está completamente asentado en España, pero una catástrofe biológica logra desestabilizarlo inesperadamente. En 2062, un virus letal se propaga por el país contagiando a los humanos y convirtiéndolos en seres irracionales con un único objetivo en mente: matar. Ante esta situación, el Gobierno toma la drástica decisión de bombardear a sus propios ciudadanos y dejarlos a su suerte.

    Kyle White perdió a su padre durante la Gran Guerra y fue criado por su madre junto a su hermano pequeño Tom, con el que se muda de Sevilla a Barcelona para estudiar en la universidad. La propagación de los infectados durante el Día Cero cambia total e irremediablemente las vidas de ambos: solos en la ciudad, Kyle y Tom se ven obligados a aliarse con Bruno, un misterioso militar retirado que sabe más de lo que revela, y Alice, una chica joven y huérfana. Juntos, el grupo intentará encontrar a más supervivientes y llegar a un lugar seguro: Valhala, uno de los pocos asentamientos humanos que quedan en todo el país. Allí deberán enfrentarse a amenazas mayores que los infectados y establecerán vínculos que les influirán para siempre, descubriendo que la lucha por la supervivencia de la humanidad aún no ha terminado.

    Con un ritmo ágil y mucha acción, Crónicas de un mundo perdido es un libro entretenido y fácil de leer, pero qué plantea preguntas que te harán reflexionar: ¿Cómo se construye una sociedad libre y segura? ¿Hasta dónde pueden llegar los humanos? ¿Y qué significado tiene la «humanidad»? En su primera novela publicada, Roger Ibars (Lleida, 2002), ganador de varios certámenes de microrrelatos, le da una vuelta a la distopía con una propuesta original que recuerda en algunos momentos a otras obras de ficción del género, como la popular The last of us, y que hará las delicias de los amantes de este tipo de novelas.

    Kyle I: Ya nada es lo mismo

    Resistir y sobrevivir; era una frase que esperábamos no usar jamás después de la guerra. Fue devastadora y, luego de todo el terror, la mayoría de los países se sumieron en regímenes militares. Todos los que no contábamos con mucho poder adquisitivo solíamos alistarnos en academias militares y, posteriormente, en las universidades del ejército. Desde pequeños ya nos decían lo importante que era servir al país, incluso recibíamos entrenamiento militar. Al finalizar mis estudios decidí ingresar a la universidad de Barcelona, obviamente militar; allí inicié mis estudios en química. Ya era mi quinto año cuando pasó el día cero.

    Ahí conocí a mi novia Judith, la chica más guapa que alguien puede llegar a conocer. Era muy valiente, inteligente y capaz de salir de las situaciones más difíciles. Estudiaba enfermería y consiguió la nota más alta en las pruebas de campo en su segundo año. Este año mi hermano también vendría conmigo, así solo deberíamos pagar una residencia. Él eligió estudiar mecánica. Es un chico impulsivo y no se para a pensar que sus actos tienen consecuencias. Recuerdo lo último que me dijo mi hermano antes de todo:

    —¡Vamos, Kyle, que llegamos tarde! —gritó desde la frutería.

    —Llegamos bien, Tom. Llevo cinco años haciendo el mismo trayecto, vamos bien de tiempo —le dije.

    —Lo que tú digas, pero date prisa, que hoy es mi primer día —dijo.

    —Calla ya... ¡Tom, aparta! —grité.

    Tom se apartó de la trayectoria de un coche que iba a atropellarlo. El coche rozó a una adolescente de unos quince años, quizás dieciséis, y la tiró al suelo. Rápidamente fui a levantarla. No parecía grave, pero igualmente tenía que ayudar.

    —¿Chica, estás bien? ¿Me oyes? —pregunté.

    —Creo que me he hecho algo en la pierna —respondió mientras le ayudaba a levantarse.

    —Tienes un corte en la pierna, nada grave —le dije.

    Empezó a venir gente como loca; muchos con mochilas cargadas hasta arriba, otros gritaban que el mundo estaba enfermo, gente tropezándose unos con los otros. Un hombre chocó conmigo y casi me tira al suelo.

    —¡Corre, corre por tu vida! —dijo.

    —¿Qué está pasando? ¿De qué huis? —pregunté.

    No dijo nada, se dedicó a seguir corriendo. Miré a mi alrededor y oí a Tom hablando. Todo era muy extraño, pero tenía que centrarme.

    —Kyle, mierda, ven a ver esto —dijo asustado.

    —¿Es una manifestación? —pregunté extrañado. Lo dije porque después de la guerra la gente se hartó de todas las cosas relacionadas con el ejército. Fue un periodo terrible; éramos muy pequeños, pero sufrimos mucho.

    —Rápido, chicos, entrad —dijo un hombre.

    La voz venía de una frutería cercana.

    —¡Kyle, no son personas! Entra a la chica en la frutería ahora —me ordenó Tom.

    —Joder, tienes razón. Tú ayuda a esa mujer —dije señalando a la mujer que iba tras la chica.

    —¡No se mueve! —exclamó. Justo después, un ser humanoide se lanzó hacia ellos, pero el hombre le disparó y la sangre salpicó a la mujer.

    —¡Hazlo! —reproché.

    —¡Vamos, os quedáis sin tiempo! —gritó el hombre.

    Entramos a la mujer y a la chica. Dentro, el hombre me empujó y cerró la verja de golpe. Me caí al suelo junto a la chica y la ayudé a apoyarse en una silla; mi hermano recostó contra el suelo a la mujer y se sentó horrorizado. El hombre, de unos cuarenta y cinco años y con cicatrices en cara y brazos, nos miró a mi hermano y a mí. Tenía el pelo blanco y en uno de sus ojos se veía que no se andaría con tonterías.

    Me quité el polvo de la camisa y me acerqué hacia él. Le iba a dar las gracias por un motivo que desconocía, ya que solo me había empujado dentro de una frutería, pero antes de decir nada me sorprendió con una frase muy impactante:

    —Mirad, sé que os parecerá raro, pero si queréis vivir un día más, haced lo que os diga —ordenó.

    —¿Quién eres? —dijo Tom.

    —¡Mira, chaval, no hay tiempo para explicaciones! Coge un objeto contundente y asegúrate de que todo está cerrado, yo tapiaré las ventanas. Estamos en problemas —exclamó.

    Estaba en shock, no sabía qué decir. Mi hermano y yo nos miramos con cara de interrogante, no teníamos ni idea de que estaba pasando; lo miramos a él buscando respuestas, pero solo repitió lo anterior de una forma un poco agresiva.

    —¿Por qué tenemos que hacerlo? —dijo Tom indignado; no le gustaba recibir órdenes y mira que en la universidad se hubiera hartado de recibirlas.

    —Tú hazlo, después ya te lo explicaré —dijo el hombre.                   

    Así lo hicimos. Mi hermano y yo nos aseguramos de bloquear la puerta con un armario. Yo, rápidamente, busqué la navaja de camping que me regaló nuestro padre, que, aun siendo un poco vieja, es afilada y funcional; siempre la llevo encima porque es el último recuerdo que me queda de él. Mi hermano, en cambio, agarró un trozo de hierro que, aunque no se veía afilado, tenía pinta de que un golpe de eso iba a doler. Y así fue como llegué a esa situación.

    Qué complicado se había vuelto todo. Ahora o cambiaba yo o mi muerte sería inevitable. Nadie está preparado para quitar una vida y mucho menos para perder la suya. Aquel que dice que no teme a la muerte puedo asegurar que está mintiendo. Se acercaba el fin de los días: este no era más que el simple comienzo de la última gran guerra para la humanidad.

    Kyle II: Asuntos familiares

    Mi hermano se acercó con ganas de explicaciones; era un chico con mucho temperamento, aunque estaba al borde del colapso, y era normal. Yo ya no sabía qué pensar, si ese señor estaba loco o aún no me había levantado de la cama hoy. Pero tuve que poner calma aunque estuviese soñando, porque mi hermano estaba histérico y sabía que no estaría mucho tiempo calmado.

    —Hecho. Ahora explíquese —repliqué.

    —Dame un buen motivo para no partirte el hierro en la cara —dijo mi hermano.

    —Primero, soy veterano de la guerra europea; y segundo, ¿sabes qué son las cosas de ahí fuera? —susurró.

    —Vale, ¿por qué susurra? —pregunté.

    —Shhh. No hables muy alto. Eso de ahí fuera, son infectados con un virus que ataca al sistema nervioso. Sé que, si te muerden o te provocan una herida grave, estás jodido —explicó.

    — ¿Qué más pueden hacer esas cosas? —pregunté.

    —Yo qué sé. ¿Me ves con cara de libro? —dijo en tono burlón—. Sé que lo causa una infección en el tallo cerebral provocada por el virus que se va extendiendo por el cuerpo —acabó de explicar.

    No sabía que responderle, todo parecía sacado de una película de terror o algo por el estilo. Miré a mi alrededor buscando a la señora que había entrado mi hermano, pero no estaba donde la dejó. Mis ojos la buscaban como desesperado. Retrocedí alarmado, creía haberme vuelto loco. También me giré para ver si la chica estaba bien; solo tenía ese corte y alguna magulladura, pero nada grave. Seguí buscando con la mirada, pero nada.

    —¿Kyle te pasa algo? —preguntó Tom.

    —Señor, ¿esa cosa que usted dice podría reanimar cadáveres a los que quizás le hayan tirado sangre encima? —pregunté—. Porque, si es así, tenemos un problema.

    —Chico, no habrás entrado a alguien del que no sabías su estado, ¿verdad? —dijo mientras me miraba fijamente.

    —Pero tú dijiste…

    Se hizo el silencio. Miré a Tom, él miró al lugar donde había dejado a la mujer; solo quedaba un charco de sangre. Me di la vuelta sin hacer ruido, pero al estar oscuro resbalé con algo y oí una especie de gruñido procedente de la trastienda. El señor me hizo una señal para que no me moviera y, de repente, algo se abalanzó sobre la chica.

    Claramente, era la señora convertida en una de esas cosas de fuera. Tenía los ojos completamente en blanco, no emitía un sonido humano; su piel era de un color amarillento y se había estirado bastante. Me quedé paralizado al ver eso, solo habían pasado veinte minutos, quizá veinticinco. Mi hermano agarró el hierro y golpeó a esa cosa en la cabeza repetidas veces. Cuando terminó, tiró el hierro al suelo y fue a ver como se encontraba la chica. Ella parecía traumatizada; se abrazó a mi hermano y empezó a llorar. Él se giró hacia mí, pero, antes de que dijera nada, el hombre le empujó con fuerza lejos de ella.

    —¿Qué crees que estás haciendo? —gritó—. ¡No sé ni tu maldito nombre y quieres que confiemos en ti, luego nos das órdenes y ahora esto! —le gritó mientras se acercaba a él.

    —Me llamo Bruno García y si hago esto es para que no mueras. ¿Sabes acaso si está mordida? —le respondió con un tono sarcástico—. Y como te acerques más, acabarás como una de esas cosas. Por si no lo sabías, no hace falta que te muerdan; la mayoría estamos infectados por el simple contacto con los infectados. Tu sistema inmunitario retendrá la infección evitando que te transformes, pero cuando mueras, la infección tomará tu cuerpo —dijo amenazante.

    —Kyle, dile que se deje de estupideces de una vez. Venga, haz algo —me gritó.

    No sabía qué hacer, si enfrentarme a Bruno e intentar que se calmaran o decir a mi hermano que se callara. Miré a Bruno y oí un golpe en la verja, luego volví la vista hacia ellos dos.

    —Eso no va a aguantar mucho más. Mire, señor, por detrás se puede salir y llegaríamos a mi apartamento. Llevemos a la chica ahí y veamos qué hacer —dije intentando razonar.

    —Kyle, ¿quieres salir con esas cosas? —replicó Tom.

    —Mira, chavalín, tu hermano tiene razón; es morir aquí dentro o intentar llegar fuera. ¿Está lejos? Porque cuando salgamos tendremos que correr —explicó a mi hermano.

    Mi hermano cogió a la chica en brazos y nos acercamos a la trastienda, que llevaba a un callejón. Bruno se asomó por la ventana para ver si todo estaba despejado y, luego de estar mirando unos segundos, dijo que esperásemos un momento ahí; así hicimos. Estuvimos esperando un buen rato. Cada vez se oían golpes más fuertes en la verja, hasta que, uno o dos minutos después, Bruno regresó manchado con lo que parecía ser sangre; no preguntamos nada ni mi hermano ni yo. Luego saqué las llaves que llevaba en el bolsillo derecho del pantalón y nos dirigimos al callejón, pero nada más dar cinco pasos, Bruno se frenó en seco.

    — ¿Qué haces, pa’ qué frenas? —le susurró Tom.

    —No, no, no… — repetía.

    — Venga, ¿qué te pasa? —le pregunté.

    —Es… es ella —dijo mirando al frente.

    Yo miré en la misma dirección que él. Había una de esas cosas atrapada en una escalera metálica que se había roto; tenía un rostro femenino y, según sus rasgos, tendría entre cuarenta o cincuenta años. Bruno se acercó, se arrodilló, empuñó su cuchillo y entre lo que parecían lágrimas le asestó el golpe de gracia a ese ser. Se dio la vuelta hacia nosotros y dio dos pasos hacia mí, para luego decir una de las frases que sin duda se quedarían en mi memoria para el resto de mis días.

    ―He luchado una guerra para salvar a mis seres queridos y ahora he tenido que quitarle la vida a uno. La guerra no ha servido de nada.

    No hablamos más durante lo que quedaba de trayecto. Llegamos al apartamento, abrí la puerta intentando hacer poco ruido y entramos. Tom recostó a la chica en el sillón; justo después, miró a Bruno y se fue a su cuarto con cara de estar muy enfadado.

    —Haz lo que sea que tengas que hacer —le dije mientras me iba hacia la cocina.

    —Bien —respondió.

    Tom se fue a su habitación, no parecía muy contento con la decisión. Salí de la cocina para ir a otro lugar que no fuese el salón, así que me fui hacia el balcón. Nuestro apartamento era el típico de estudiantes: tres habitaciones, una cocina pequeña, un baño al final del pasadizo y un salón bastante grande.

    Me senté en una silla que teníamos en el balcón y veinte minutos después apareció Bruno. Se sentó a mi lado, yo miré hacia abajo; estaba todo lleno de esas cosas. Me recliné hacia atrás pensando en muchas cosas, aún estaba intentando asimilar que nada sería lo mismo; se acabaron las vacaciones, las fiestas y todo lo relacionado con el primer mundo. Y pensar que nos pasamos la vida planeando las cosas sin acordarnos que de un segundo para otro todo puede cambiar. Me giré hacia él y luego miré hacia el salón. Estaba tan preocupado que no pensaba con claridad, las dudas me asaltaban.

    —¿Cómo os llamáis? Las presentaciones han sido rápidas y no me acuerdo bien —dijo.

    —White, Kyle White; él es mi hermano, Tom —respondí mientras me mordía las uñas.

    —¿Estás bien? —preguntó.

    —¿Qué ha pasado con la chica? —le pregunté con una voz rota.

    —Yo pregunté primero —contestó.

    —No, no lo estoy —contesté.

    —Ya… Bueno, la chiquilla está bien; tu hermano la está cuidando, lo hará mejor que yo. Esto de tener cuarenta y tantos años no es bueno —explicó.

    —¿Sabes algo de ella? —pregunté más calmado.

    —Tiene diecisiete años; también me dijo su nombre, pero ahora no me acuerdo muy bien. Pero no te preocupes, descansa un rato hasta que este caos esté más calmado —me dijo.

    — ¿Seguro? —dije dubitativo buscando algún tipo de aprobación.

    —Claro, necesitas descansar un rato —respondió.

    Así hice; entré en el apartamento y me dirigí a mi habitación. De camino vi como la chica estaba apoyada sobre mi hermano; supongo que, después de todo lo que ha pasado, algún tipo de ayuda emocional se necesita. Llegué a mi cuarto y me tumbé en mi cama mirando el techo. Intenté abrir el televisor, pero nada, sin señal. También probé la cobertura del móvil y sí, había señal; tuve suerte con eso, pero no presté mucha atención a si tenía mensajes o llamadas. Sin nada más que hacer, cogí uno de mis muchos libros de química que usaba en la universidad y me puse a leer. No sé si me estaba volviendo loco; le buscaba algún tipo de utilidad a todo lo que nos habían enseñado, pero para este nuevo mundo.

    Media hora después, me acomodé para dormir unos diez minutos, pero como de costumbre, me tuvo que despertar mi hermano, porque me había dormido tres horas. Me dirigí al salón con mi hermano porque Bruno quería decir algo.

    —¿Qué pasa, Bruno? —dije con un bostezo.

    —Calla y escucha, bella durmiente. Tengo un plan que podríamos intentar en unos días. Lo voy a explicar y ya mañana me decís que pensáis. Bueno, ¿recordáis eso del ejército? Pues hay un campamento bastante cerca. Solo tenemos que cruzar la ciudad y recorrer doscientos metros al sureste —explicó convencido—. Pero hay un problema —recalcó.

    — ¿Cuál? —pregunté sin estar aún del todo despierto.

    — ¿Cómo cruzamos la ciudad sin estar permanentemente en peligro? No podemos salir a la calle. Una cosa es andar cien pasos por una callejuela y otra cosa es llegar a la otra punta de la ciudad —explicó con un tono de duda.

    —El metro —dijo la chica.

    —Estará infestado, Alicia. Eran casi las diez, el tren no habría llegado y todo el mundo seguiría allí —dijo Bruno.

    —Kyle, el coche. —dijo Tom.

    —Puede que le falten reparaciones, es viejo —respondí.

    —Puedo hacerlas —respondió él.

    —Pero si no has ni empezado la universidad y ahora mismo dudo que lo hagas —dije en tono escéptico.

    —¿Cómo crees que reparamos mamá y yo el Cadillac? Aparte, tengo los libros por si me pierdo —dijo con confianza.

    Yo miré a Bruno y él asintió con la cabeza, luego se levantó.

    —Vale, lo pensaré —declaró Bruno—. Kyle, ¿me puedes indicar un lugar donde descansar? —preguntó.

    Obviamente no iba a decir que no, así que me dirigí con Bruno a la habitación de nuestro otro compañero llamado Marc, que había salido antes del piso por la mañana. En cuando llegamos al cuarto, me pidió que cerrara la puerta. Así lo hice, luego me recosté en una silla.

    —No sé si llegaremos; las posibilidades son muy pocas, somos cuatro. Y si llegamos ¿luego qué? Tendremos que sobrevivir, Kyle. Esto no es un juego —expuso de un modo preocupado.

    —Nos apañaremos. Si llegamos a la zona esa que dices, los militares dirán que hacer. Estaríamos a salvo y seguro que habrá más supervivientes —dije intentando animarle.

    —No somos los únicos. ¿Cuánto tiempo crees que pasará antes de que os intenten atracar? ¿O que os den una paliza? ¿O que violen a la chiquilla? Con esa navajita no harás nada más útil que cortar

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