El suicidio. Nunca nos despedimos: El dolor de los que se quedan
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Se detiene también en las implicaciones religiosas y pastorales del suicidio, promoviendo la compasión hacia quienes han hecho esta elección desesperada y confiándolos a la misericordia de Dios.
Por último, se propone acompañar el duelo de los familiares y amigos que quedan, mediante procesos de sanación para ayudarlos a vivir con sus «porqués», a no esperar respuestas integrales que no quitan el dolor, y a transformar la herida lacerante en una mayor capacidad de amar la vida, con todo lo que esta ofrece.
Arnaldo Pangrazzi
Arnaldo Pangrazzi, sacerdote camilo, es doctor en Teología Pastoral Sanitaria por el Camillianum de Roma. En las últimas décadas ha enseñado en varios Institutos de Pastoral de la Salud y Centros de Humanización y ha intervenido en numerosos congresos y reuniones nacionales e internacionales. Ha animado cursos, seminarios y semanas intensivas para sacerdotes, religiosos y profesionales del mundo de la salud por Europa, África, Asia, América y Australia. Autor de numerosos libros, algunos traducidos a diferentes idiomas, en San Pablo ha publicado El suicidio. Nunca nos despedimos. El dolor de los que se quedan (2022), Cicatrizar las heridas de la vida. Transformarse en curadores heridos (2016) y ¿Por qué a mí? El lenguaje sobre el sufrimiento (1994 4ª ed).
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El suicidio. Nunca nos despedimos - Arnaldo Pangrazzi
Presentación
Más de 800.000 personas se quitan la vida cada año en todo el mundo.
Es un número impresionante, un fenómeno que sacude nuestras conciencias, un drama que devasta a innumerables familias de diferentes culturas, razas y orígenes sociales.
Cada año, el 10 de septiembre, se celebra el Día mundial para la prevención del suicidio, con el objetivo de centrar la atención de la sociedad y la cultura en este dramático desafío a través de la sensibilización, la información y el testimonio de las personas afectadas por esta tragedia.
En España el Ministerio de Sanidad promueve la Línea 024 de atención a la conducta suicida. Se trata de una línea telefónica gratuita, confidencial y disponible las 24 horas del día, los 365 días del año, que presta ayuda a las personas con pensamientos, tendencias o riesgo de conducta suicida, y a sus familiares y allegados, básicamente a través de la contención emocional por medio de la escucha activa de los profesionales del 024. Esta línea no pretende reemplazar ni ser alternativa a la consulta presencial con un profesional sanitario cuando sea necesaria, aunque los destinatarios de la línea son las personas con conducta o tendencias suicidas, así como los familiares o allegados de víctimas de suicidio o de personas con tendencias suicidas[1].
Además, también a nivel nacional, existen muchas entidades que realizan un valioso trabajo de escucha y apoyo a todas las personas que atraviesan dificultades existenciales como la Fundación Española para la Prevención del Suicidio, el Teléfono contra el suicidio, el Teléfono de la Esperanza, la ACPS (Associaciò Catalana per la Prevenciò del sucïcidi), el Centro de Escucha San Camilo, el Programa Alienta, la Red Aipis...
Sin duda, después de la pandemia ha aumentado el número de personas que piden ayuda, han intentado suicidarse o lo han consumado, con dolorosos rastros de tormento para los supervivientes.
Numerosas encuestas, artículos, libros, películas y programas de televisión han abordado este tema desde diferentes perspectivas, para tratar de comprender y contener el impacto de un fenómeno desenfrenado.
Como ha resultado difícil identificar y contrarrestar la propagación del COVID-19, a pesar de todos los esfuerzos de la ciencia, la política y la enorme financiación de la investigación y la sanidad, es problemático identificar y prevenir los gestos suicidas, a menudo realizados por personas de las que nunca hubiéramos imaginado una elección tan inesperada, incomprensible y definitiva.
Nota personal
Mi interés por este tema comenzó hace más de 40 años cuando empecé mi servicio pastoral en el Hospital St. Joseph de Milwaukee, en Estados Unidos. El impacto en los familiares que están en urgencias tras un suicidio, así como algunos hechos ocurridos en el círculo de mis colaboradores, me impulsaron a crear un grupo de ayuda mutua para familiares de víctimas del suicidio, con reuniones bimensuales. Después de aproximadamente un año, también bajo la petición de estos participantes, inicié un grupo de ayuda mutua para aquellos que habían intentado o pensado seriamente en el suicidio. La notificación de la disponibilidad de estos grupos se realizó mediante breves anuncios en el diario local o vía radio y, posteriormente, mediante el boca a boca. A mi regreso a Italia, después de haber comprobado en los participantes una mejora considerable por su asistencia a estos grupos para su curación y crecimiento, promocioné su nacimiento, también a través de la formación de coordinadores.
Este libro se nutre de la experiencia acumulada, de los artículos escritos y de las conferencias celebradas sobre este tema a lo largo del tiempo, incorporándolos ahora en este volumen que resume las reflexiones y los análisis previamente madurados.
Evidentemente el texto no aborda esta cuestión desde una perspectiva científica (aportes de la biología, la medicina, la psiquiatría, la ética y otras ciencias), que no es de mi competencia, sino que privilegia la perspectiva humanista y espiritual, para comprender algunas piezas del complejo mosaico de los que realizan gestos suicidas, así como el trabajo que deben hacer los supervivientes.
El enfoque es fenomenológico y aprovecho los testimonios de los escritos, que aún conservo, así como de voces recogidas a lo largo del tiempo, para radiografiar el fuero interno de los protagonistas.
En mi papel de sacerdote, he tenido ocasión de presidir algunos funerales marcados por este inmenso dolor, por lo que prestaré especial atención a las implicaciones religiosas y pastorales de los lamentables hechos relacionados con el suicidio.
La intención, ante los dramas que trastocan la vida y rompen el corazón, es, sobre todo, promover la compasión hacia quienes han hecho esta elección desesperada, confiándolos a la misericordia de Dios.
En segundo lugar, estas páginas tienen como objetivo acompañar el duelo de los familiares y amigos que quedan, promoviendo en ellos procesos de sanación que incluyen saber vivir con sus «porqués», sin esperar respuestas integrales que no quitan el dolor, y aprender a transformar la herida lacerante en una mayor capacidad de amar la vida, con todo lo que ofrece.
[1] Disponible en https://www.sanidad.gob.es/linea024/home.htm.
1
Los diferentes rostros del suicidio
La esperanza es una necesidad para una vida normal
y el mejor antídoto contra el impulso suicida.
Karl A. Menninger
El suicidio: escenarios posibles
Por suicidio entendemos la supresión de la propia vida a través de una acción (por ejemplo, ahorcarse o ingerir sustancias letales) u omisión (renunciar a alimentarse, rechazar los cuidados).
Examinando el tema del suicidio en un sentido amplio, podemos hablar de cinco horizontes que lo caracterizan: las conductas autodestructivas, los suicidios camuflados o disfrazados, los intentos de quitarse la vida, los suicidios consumados y el dolor de los supervivientes.
Los ilustramos brevemente a continuación.
1. Conductas autodestructivas. La discusión parte de lejos: las conductas autolesivas se refieren a hábitos que, poco a poco, reducen el horizonte existencial y extinguen la vitalidad de la persona. Entre estos, destacan la adicción al alcohol y las drogas.
Los adictos pierden gradualmente el contacto con valores como el sentido de la responsabilidad, el compromiso familiar, la dedicación al trabajo, el crecimiento personal y la ética del comportamiento, para centrarse en la consecución de aquellos bienes (alcohol y drogas) que les aseguran una gratificación inmediata, una vía de escape de sus frustraciones y conflictos, así como una estrategia para contrarrestar el sentimiento de culpa y de fracaso. En la práctica, tratan las molestias anestesiándolas.
Cuanto más se agudiza la adicción, más se profundiza en el desorden interior, en la pérdida de valores fundamentales, y más se estrecha el horizonte existencial.
En otras palabras, la esclavitud de las adicciones se convierte en una larga e inexorable agonía, en un lento suicidio.
Además, entre los jóvenes en particular, están aumentando las manifestaciones de conductas autolesivas que no tienen como objetivo el suicidio, sino que apuntan a obtener alivio de estados de ánimo opresivos o pensamientos negativos. Por tanto, tienen una función de catarsis y liberación y revisten un significado simbólico para canalizar emociones incontrolables, como la ira y la culpa. Dañarse y herirse intencionalmente revela una profunda incomodidad interior.
Por lo general, es un lenguaje disfrazado ya que quienes se procuran mutilaciones tienden a cubrir sus heridas con la ropa o a lesionarse en partes del cuerpo que no son fácilmente visibles o reconocibles, lo que confirma actos que no exigen explícitamente ayuda ni atención, pero que se experimentan como válvula de escape del estrés emocional.
2. Suicidios camuflados o disfrazados. Muchas muertes registradas como accidentes de tráfico son, de hecho, suicidios intencionados. Un gran problema en la cuantificación de los suicidios es que a menudo se desconocen o se enmascaran bajo el título de accidentes y se eliminan deliberadamente de los registros de defunción.
En muchos contextos se condena el suicidio por motivos religiosos o culturales, considerado como un tabú del que no se puede hablar, una mancha que afecta al buen nombre de la familia, para la que la muerte aparece como una desgracia.
3. Intentos de suicidio. Las salas de urgencias de los hospitales y los consultorios de psiquiatras y psicoterapeutas registran un elevado número de personas que han pensado seriamente o han intentado acabar con su vida.
Se trata de personas a las que, en el último momento, ha salvado un familiar o un amigo que llegó cuando estaban desanimados, o que se libraron de la muerte gracias a la rápida intervención de una ambulancia o de los bomberos; siguen vivos en urgencias, a pesar de las graves heridas sufridas, tal vez tras un salto al vacío.
4. Suicidios consumados. En este caso, se logra la intención de acabar con la propia existencia. Algunos datos parecen sugerir que, en todo el mundo, casi un millón de personas se quitan la vida cada año. En el pasado, un alto porcentaje de suicidios pertenecía a la franja de personas ancianas; recientemente ha aumentado el número de adolescentes que toman esta dramática elección. En los últimos años también hay un número creciente de niños que realizan este gesto fatal.
5. El dolor de los supervivientes. La parte final del texto estará dedicada al dolor devastador experimentado por los supervivientes, dolor no causado por una enfermedad, un error de conducción o por desastres fatales, como un terremoto o un accidente ferroviario, sino por la persona que tomó la decisión de poner fin a sus días. Tras el suicidio, los familiares, en medio de la incredulidad y el sentimiento de abandono del ser querido, deben encargarse de explicar las causas de su muerte a conocidos y amigos. Muchos experimentan un total desconcierto existencial, confusión sobre los valores personales y un rápido declive de la autoestima, antes de buscar