Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Cuentos de medianoche parte I: Cuentos de medianoche, #1
Cuentos de medianoche parte I: Cuentos de medianoche, #1
Cuentos de medianoche parte I: Cuentos de medianoche, #1
Libro electrónico429 páginas6 horas

Cuentos de medianoche parte I: Cuentos de medianoche, #1

Por Rubin

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

En las sombras de la noche, cuando la luna arroja su pálida luz sobre el mundo, los misterios más oscuros y aterradores cobran vida. Cuentos de medianoche es una antología magistral que reúne más de 100 cuentos de terror procedentes de todas partes del mundo, una colección que te llevará a explorar los rincones más escalofriantes de la mente humana y más allá.

Cada relato es una puerta hacia lo desconocido, donde el lector se enfrentará a lo incomprensible y lo inimaginable. Encontrarás aterradoras casas embrujadas, espectros vengativos, bestias demoníacas, brujas malévolas, y fenómenos paranormales que desafían toda lógica. Cada autor teje historias que te atraparán desde la primera página y te mantendrán en vilo hasta el último suspiro.

Cuentos de medianoche es un viaje a través del horror en su forma más pura y diversa, donde el miedo acecha en cada rincón y lo desconocido se convierte en un compañero constante. Prepárate para enfrentarte a tus peores pesadillas mientras te aventuras en esta oscura antología de cuentos, porque, cuando la medianoche cae, el terror se despierta. ¿Te atreves a abrir sus páginas y desafiar lo desconocido?

IdiomaEspañol
Editorialrubin
Fecha de lanzamiento26 oct 2023
ISBN9798223885894
Cuentos de medianoche parte I: Cuentos de medianoche, #1

Lee más de Rubin

Relacionado con Cuentos de medianoche parte I

Títulos en esta serie (2)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Antologías para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Cuentos de medianoche parte I

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Cuentos de medianoche parte I - Rubin

    Prólogo

    ¿Recuerdan las historias que les leían de pequeños? Esas que los ayudaban a conciliar el sueño. Cuentos para dormir y soñar despiertos. Historias de personajes entrañables, héroes y escenas bucólicas. La cara del mundo que los adultos querían mostrarles. Antítesis del reino de criaturas abyectas y malévolas que habitan las tinieblas. Un mundo de fantasía que cobraba vida en sus cabezas, alimentando ensoñaciones, creando ficciones que proyectaban durante la vigilia. Que transformaban en juegos, que les inspiraban para el futuro, que alentaban ilusiones, metas y deseos.

    ¿Cuándo los cuentos dejaron de ser el talismán que los llevaba hasta los plácidos brazos de Morfeo? ¿Cuándo perdieron todo sentido las fábulas de la infancia? ¿Cuándo empezaron sus noches en vela?

    ¿Recuerdan el momento en que ese mundo se desvaneció? El instante en que las paredes de ese refugio de la realidad se vinieron abajo y los monstruos se cernieron a su alrededor. Ese confuso y abrupto momento en el que al fin procesaron que la imagen que recibieron del mundo era irreal.  Que, en cambio, aquello que habían tratado de ocultarles, el miedo, los alcanzaría a pesar de todo. ¿Cómo conjurarlo?

    Hay quienes buscan confinar el terror en la platea de un escenario, quienes tratan de encerrarlo en la pantalla de un proyector. Luego estamos los que, armados de pluma y papel, teclado y pantalla, queremos atraparlo en páginas y páginas de pesadillas, cuentos para no dormir.

    Con el fin de enclaustrar el mal en esos soportes, artistas y profesionales de todas las épocas han creado obras que persiguen contener el mal, apartarlo de la realidad. Innumerables cajas de Pandora que contienen todo tipo de crímenes, traiciones, supersticiones, entes sobrenaturales. No abran estas páginas si no están dispuestos a enfrentar las calamidades que contienen. Territorio de lo ignoto y marginal, no olvidarán los siguientes cuentos de medianoche.

    Eurídice Leal

    ÍNDICE

    Prólogo

    El paradero

    Italo Augusto Marchioni García

    ¡Sácame de aquí!

    Italo Augusto Marchioni García

    El elegido

    Italo Augusto Marchioni García

    Bajo la luz

    Pablo D. Hiribarren

    La casa de las muñecas

    Pablo D. Hiribarren

    Su otra mitad

    Rita Montiel

    Carie

    Rita Montiel

    Soy yo, ¿te acordás?

    Rita Montiel

    La casa maldita de Allan Poe

    Javier Dicenzo

    El rostro de la casa

    Javier Dicenzo

    El espejo de Borges

    Javier Dicenzo

    Amor a primera vista

    Marisa Molina Aranda

    La yegua mora

    Gabriela Alejandra Medone

    La clase

    Gabriela Alejandra Medone

    Lamia

    Gabriela Alejandra Medone

    Dos copas y un merlot

    Laura Gubbay

    Potesne tu (¿puedes tú?)

    Cornelio Santos

    El ermitaño

    Ángel Boccardo

    ¿Qué era?

    Ángel Boccardo

    Hogar amargo hogar

    María Mercedes Rementería

    Entre los árboles

    María Mercedes Rementería

    Un monstruo de alma negra

    Ricardo Francisco Covelli

    El bastón de luz eterna

    Miguel A. Crespo

    El retrato de María Dolores de Marcano

    Miguel A. Crespo

    La tía

    Rafael Ricardo Conde

    Vamos a jugar

    Giuliana Valentina Simeoni

    Misterio en loma hermosa: la clínica y el triturador de cráneos

    Jorge Fabián Coronel

    Luz de gas (manipulación)

    Susana Torres Cabeza

    El ansia

    Silvia DeVito

    Sin fondo

    Silvia DeVito

    La entrega

    Silvia DeVito

    Fotografías

    Diego Alberto Núñez

    El mismo sueño

    Diego Alberto Núñez

    Premonición

    Julia Martínez Congregado

    No me gusta la casa de tu abuela

    Micol Cuello Veliz

    Don Ubaldo

    Micol Cuello Veliz

    Carne

    Lucas Paye

    No-noches

    Nicolás Menna

    El hambre de los incallables

    Fer Meza

    Él

    Bautista Cortegoso

    El baño

    Bautista Cortegoso

    Profundidades

    Bautista Cortegoso

    Fumigación

    Matías Lara De Nicola

    El cuarto de Chichi

    Lucio R. N.

    Servicio de niñera

    Lucio R. N.

    En lecho ajeno

    Lucio R. N.

    Vigilada

    Jessica Arcari

    La cabeza

    Rex Lime

    Amor criminal

    Eurídice Leal

    Hola

    Eurídice Leal

    Rito

    Eurídice Leal

    El pacto

    Miguel Ángel Cordente Triguero

    La flor malva

    Miguel Ángel Cordente Triguero

    La cacería

    Miguel Ángel Cordente Triguero

    El reloj del destino

    Diego Frausto Gete

    El Bosque del Lamento

    Diego Frausto Gete

    La marcha

    Eduardo Garbor

    ¿Qué haces?

    Eduardo Garbor

    En negativo

    Eduardo Garbor

    La escuela abandonada

    Paula Celeste Arias

    Las vías del tren

    Paula Celeste Arias

    La hondonada

    Gonzalo Alfredo Torres

    Adversarius

    Paulo Cristodero

    Matracas estocásticas

    Jon Elejabeitia

    Culto de sangre

    Karina Florencia Conicelli

    Necesito un favor

    Pedro A. Castagnola

    Mi casa

    Christian Casas Cassataro

    Mirar sin ver

    Diana Maxenti

    Chilladora

    Diana Maxenti

    Espera en sala

    Diana Maxenti

    Ataúd de amor

    Luv Osadía

    Un hogar es como flor de higuera

    Brígido Malagüero

    Imágenes futuras

    Marcela Fontán Galán

    Diario de transformación

    Marcela Fontán Galán

    Bestial encuentro con la duda

    Marcela Fontán Galán

    El arte de una asesina

    Rafael Ochoa

    Más allá de las ruinas

    Nicolás Olaya Simioni

    El de al lado

    Nicolás Olaya Simioni

    No

    Nicolás Olaya Simioni

    Extraño

    Hernán Jasek

    Bajo la lluvia

    Hernán Jasek

    Baby, I love you

    Hernán Jasek

    Hora de trabajar

    Enz Strider

    Sueños paralelos

    Enz Strider

    El sótano

    María Sonia Marín

    El guardián del monte

    María Sonia Marín

    Entre las sombras

    María Sonia Marín

    El secreto de Marcos

    Gustavo Skaf

    El silencio de las almas

    Pablo Waissbluth

    El colportor

    Pablo Waissbluth

    Amalia o los infortunios de la virtud I

    Koldo Mendiko

    Amalia o los infortunios de la virtud II

    Koldo Mendiko

    Amalia o los infortunios de la virtud III

    Koldo Mendiko

    CUENTOS DE

    MEDIANOCHE

    PARTE I

    ANTOLOGÍA DE CUENTOS DE TERROR

    EDITORIAL RUBIN

    El paradero

    Italo Augusto Marchioni García

    21.30 h. Mientras saco las manos de mi bolsillo, el frío se apodera uno a uno de mis dedos. Cierro la puerta de casa y girando la llave recuerdo cuánto odio este turno nocturno. Mientras mis pasos me guían hacia el paradero, recuerdo que tuve ese sueño nuevamente donde una niña sin rostro pero con una gigantesca boca devora mi estómago mientras intento moverme sin lograrlo. ¡Qué pesadilla!

    Son las 21.35 y es mi quinto turno de noche. La calle está vacía y una cierta neblina se refleja en el pestañeo del único poste de luz que ilumina el paradero, como si fueran ojos luchando contra la fatiga que sólo puede producir el desgaste del sueño. Sigo caminando con las manos en los bolsillos de mi chaqueta, como empujando mi cuerpo a enfrentar la realidad que se acerca con cada segundo que pasa. Como siempre, el paradero está tenue. Los grafitis acompañan mi camino, siendo los únicos testigos de mi caminar. A mi derecha, las casas van retrocediendo a medida que mi noche avanza; y a mi izquierda, sólo hay una calle vacía y luego un desierto acompañado de algunos árboles y un camino de tierra a medio terminar, ya que aún no está del todo construida la etapa donde vivo desde hace poco. De pronto, un murmullo despierta mis sentidos, obligándome a detenerme.

    Hmrrghhhhh... Hmrrghhhhh...

    «¿Qué es eso?», me pregunto mientras mi mente trata de asimilar ese ruido con algo que pudiera haber escuchado antes. Veo la silueta de una mujer sentada en la acera del frente, la oscuridad no quiere revelarme su cara, tornándose en una figura abstracta como si no tuviera rostro. Sus manos cuelgan de sus hombros como sin fuerza ni resistencia alguna, su cabello cae sobre su cara sin rostro, efecto que debe ser debido al cansancio de mis ojos que se esfuerzan por asimilar su silueta. El viento frío parece advertir una especie de peligro, sólo se escucha la nada, ese silencio que te susurra al oído como un hormigueo, ese hormigueo que vive bajo tu almohada cuando no puedes dormir.

    Hmrrghhhhh... Hmrrghhhhh...

    Subo la capucha de mi polerón para disimular mi intriga. La luz de ese único poste titila, amenazando con apagarse por completo en cualquier momento. No pasan autos, ya que es domingo y el reloj casi alcanza las 22 h. El frío y el silencio me siguen hablando mientras mi mente trata de asimilar el rostro que cuelga de su cuello, como si el cansancio se hubiera apoderado de sus sentidos.

    Hmrrghhhhh... Hmrrghhhhh...

    La luz del poste se rinde ante la oscuridad, sin emitir destello alguno. Mi sombra cobra vida ante las luces del bus que viene llegando, volviendo todo el paisaje a la vida por un momento. Mis ojos casi por inercia buscan a la mujer, sabiendo que las luces delanteras del bus revelarían su cara, y mi mente descubriría que es una persona corriente que esperaba el bus bajo la comodidad de la acera del frente. Pero ya no está... En su lugar, la tierra quedó húmeda y casi logrando un barro blanquecino. Un escalofrío me toma el pelo y lo jala hasta mis talones, dejándome inmóvil ante las puertas del bus que se abren. El chofer asienta su cabeza, otorgándome el permiso de subir. Elijo el mismo asiento de siempre, ese que está detrás de la butaca más alta, ese que me esconde del resto y me permite subir los pies cómodamente.

    Unos pasos alertan mis oídos y casi sin querer volteo con la esperanza de descubrir al fin el rostro escondido por la distancia, pero no hay nadie. El pavor que sentí me obligó a examinar el bus completo, buscando al dueño de esos pasos. Fue en vano. Las puertas del bus se abren y el chofer baja a acomodar el cartel del recorrido, sus ojos buenos me devuelven un poco la confianza y se llevan algo de la paranoia que mi mente inventó. «Qué estupidez», me digo a mí mismo. Las puertas del bus se cierran y un quejido escapa desde la voz del chofer, quien tiene medio brazo atrapado en la puerta, tratando de entrar.

    —Ayúdame, por fa...glushhhh... gleppp... Kjjjjjjjj

    Siento mi corazón queriendo salir del pecho. ¡Se han apagado las luces!, No hay ruido, maldito hormigueo, ¡no sé si es el silencio o la presión del momento lo que me hace escuchar ese hormigueo infernal! «¡Quiero salir de aquí! ¡Ayuda!».

    Hmrrghhhhh... Hmrrghhhhh...

    No.... Otra vez ese lamento o susurro...

    Hhhhh... Hmrrghhhhh... Hmrrghhhhh

    Algo golpeó fuertemente al bus. La mano ensangrentada del chofer deja una huella blancuzca en mi ventanilla. Mientras se desliza hasta caer por completo, corro hacia la puerta trasera, la zamarreo con todas mis fuerzas, pero es imposible abrirla.

    Hmrrghhhhh... Hmrrghhhhh...

    Corro hacia la puerta delantera, pero está tan cerrada como la otra...

    Hmrrghhhhh... Hmrrghhhhh... —Ahora el ruido viene desde adentro del bus...

    Hmrrghhhhh...Hmrrghhhhh...

    Mi vista fuerza a mi rostro hacia el último asiento. Encuentro una pasajera de cabellos largos y cabeza caída, manos colgando de sus hombros, rostro sin definir. Las luces del bus titilan y ella ya no está... Una gota de sustancia blanca se resbala por mis cabellos.

    Hmrrghhhhh... Hmrrghhhhh...

    Unas manos tomaron mi cabeza....

    Hmrrghhhhh... Hmrrghhhhh... Hmrrghhhhh... Hmrrghhhhh...

    ¡Sácame de aquí!

    Italo Augusto Marchioni García

    ––––––––

    Primera carta enviada desde la penitenciaría de Whales, Inglaterra, el 26 de noviembre de 1890

    Amada Elizabeth, heme aquí confinado a esta soledad y contando los ladrillos de esta húmeda y oscura prisión, aún no puedo creer que esté viviendo en estas condiciones. Si bien sólo han pasado dos días desde mi detención, me parece una eternidad y más aún sin tu presencia. No puedo esperar a volver a verte, sé que cuento con tu apoyo. Ese desafortunado accidente me ha puesto aquí, pero los accidentes no deberían ser válidos ante la ley, por eso me aferro a creer que no se encontrará un cuerpo y de esa forma no habrá culpabilidad que castigar... Me traen la comida.

    «¡SÁCAME DE AQUÍ!»

    Segunda carta enviada desde la penitenciaría de Whales, Inglaterra, el 29 de noviembre de 1890

    Amada mía, disculpa no haber podido terminar la última carta, pero solamente me dan unas horas de luz natural, lo que sólo sirve para ver las ratas que se pasean como dueños por su casa. No puedo creer que me vinieras a ver, me devuelves el alma al cuerpo y le das vida a mis sinsabores, acá todo es lamentos y muerte.

    Ayer ahorcaron a uno de los presos, podíamos oír los gritos de la multitud, cómo es posible que un ser humano goce con la desgracia de otro. Además, nunca se probó su crimen. Lo hicieron confesar después de cinco noches sin que lo dejaran dormir. TORTURA, no hay otro nombre para eso. ¿Acaso no es también un crimen?, pero claro, quién los culpa a ellos. Sólo nuestro Señor sabrá ser el verdugo de estos bastardos. En fin, gracias por venir a acompañarme, sé que para ti no es fácil esta situación, al igual que para mí, pero cada día que pasa, mi libertad está más cerca. Tengo fe de que nunca hallarán un cuerpo para culparme y no les

    quedará más remedio que devolverme a tus brazos, mi amada... «¡SÁCAME DE AQUÍ!»

    Tercera carta enviada desde la penitenciaría de Whales, Inglaterra, el 04 de diciembre de 1890

    Elizabeth, Una vez más soñé contigo, tan hermosa como siempre, con tu cabellera pelirroja como el fuego que arde dentro de mí cada vez que te pienso. El sueño fue tan real como el putrefacto hedor que habita en estas cloacas. Juro que podía tocarte. Como siempre silente y perpetua, como el final de una tempestad o la llegada del alba. Pero ya falta poco para que estemos juntos, ya que, sin cuerpo, no hay delito.

    «¡SÁCAME DE AQUÍ!»

    Diario del carcelario Ward, 29 de noviembre de 1890

    La volví a escuchar... Tan claro como si estuviera a mi lado, pero sé que es imposible, en este recinto solo hay hombres, a veces veo su sombra de reojo y al voltearme hacia ella ya no está, pero la siento. Siempre acompañada de un frío seco que no puedo describir con exactitud, ya que no depende del clima, es diferente a cualquier invierno que haya vivido y sólo Dios sabe cuántos inviernos he pasado entre estos fríos calabozos. Ya no quiero pasar otro turno nocturno en esa penitenciaria, en los veinte años que llevo trabajando, jamás había sentido tanto miedo. Lo peor es que no puedo decírselo a nadie, me tildarán de loco o esquizofrénico. No creo que pueda resistir las burlas en mi cara. Podría explicar quizás las voces, asociándose a mi imaginación. Esta cárcel lleva más de cincuenta años funcionando y sus tuberías son viejas. Podría explicar el frío, soy viejo y quizás sea más vulnerable a los largos y húmedos pasillos. Podría incluso obligarme a creer que las sombras son objeto de los cambios de luz entre un pasillo y otro... Pero las huellas de pies mojados... ¿Cómo explico esto?

    Cuarta carta enviada desde la penitenciaría de Whales, Inglaterra, el 15 de diciembre de 1890

    Cada vez que vienes de visita me siento más aliviado, pero la amargura de la soledad que queda cuando te vas es cada vez más lapidaria. No puedo vivir sin ti y sé que tú tampoco. Jamás nos podrán separar. Somos uno entre los dos, nada importa mientras te tenga a mi lado. Ayer condenaron a la silla eléctrica a Jonhson, era un buen tipo, pero sólo Dios sabe los crímenes que cometió para merecer tal final. Los hombres acá dentro parecen tan normales como uno. Yo jamás hubiera sospechado que Jonhson asesinó a su hermano. Parecía tan normal como yo.

    Diario de Elizabeth, 11 de noviembre de 1890

    Edward, por qué me has hecho esto, siempre te ofuscas tanto cuando bebes. Pero esta vez te has ensañado conmigo. Creo que me rompiste una costilla y tengo mucho dolor y hambre. No sé dónde me has traído, después de haber quedado inconsciente desperté acá. Sólo hay luz unas horas al día gracias a un rayo de sol que alumbra este angosto lugar. No siento ruido alguno y me cuesta respirar, no sé si por mi costilla o este pequeño sitio. Incluso he llegado a creer que estoy muerta y he perdido la noción del tiempo... Te juro que te perdono, pero por favor,

    ¡SÁCAME DE AQUÍ!

    Diario del carcelario Ward, 15 de diciembre de 1890

    Ya no puedo más, otra vez este maldito turno nocturno... Pareciera que ella sabe de mi presencia, ya que he preguntado, así como en broma, si alguien ha sido visitado por fantasmas en el turno de noche, pero todos se echaron a reír. He ido a consultar a una de estas mujeres que dicen comunicarse con los muertos y me ha dicho que yo desde niño los podía ver y sentir. ¿Cómo supo eso? Salí aún más asustado de su consulta. Me ha dado un artefacto llamado gramófono para poder realizar una psicofonía. Yo no entiendo mucho de esas cosas, pero según ella, puede grabar la voz de los difuntos. No pierdo nada con intentarlo, quizás así tenga una prueba de que no estoy loco.

    Diario del carcelario Ward, 20 de diciembre de 1890

    He grabado su voz. Después de dos días que tomó el procesar la grabación, la pude escuchar claro como sus pisadas. Era la voz de una mujer que decía... «¡SÁCAME DE AQUÍ!» Yo sabía que no estaba loco.

    Última carta enviada desde la penitenciaría de Whales, Inglaterra, el 23 de diciembre de 1890

    Otra vez me has venido a visitar, amada mía. La felicidad ha inundado estas paredes de horror, esta prisión llama a la locura. Pero hoy me dejarán salir. Después de todo este tiempo se ha cumplido mi injusta sentencia. Jamás encontraron tu cuerpo, por lo que la libertad ya es mía. Al fin podremos estar juntos nuevamente, mi amada Elizabeth. Sólo yo sé dónde estás. Podrían buscarte una eternidad y no encontrarte. Gracias por perdonarme, ni siquiera la muerte nos podrá separar. Voy por ti, amada mía. Me tomará unos días cavar un túnel hasta debajo de la piscina nuevamente, pero por ti cavaría uno hasta el infierno si fuera necesario. Verás que volverá a ser todo como antes. Ya hablé con Tom, el disecador de animales. Él te dejará tan bella como siempre para que sigamos disfrutando nuestra vida juntos. Sé que me perdonarás, ya que fue un accidente. No un asesinato. Por eso, no soy culpable. Te he dicho tantas veces que no me hagas enojar cuando me dedico a mis borracheras. Y si estuvieras aún enojada conmigo, no me habrías ido a visitar a la prisión... Ni muerta puedes estar sin mí... ¿verdad? Lo bueno es que ya no seguiré escuchando tu voz inerte y profunda en mi mente cada vez que tu espíritu me viene a ver gritando... «¡¡¡SÁCAME DE AQUÍ!!!»

    El elegido

    Italo Augusto Marchioni García

    Berlín, Campo de concentración Sachsenhausen, 1938

    Mi nombre es Dedrick Falkenrath, tengo nueve años y llevo quince minutos muerto. Necesito contarte un poco de mí para que me puedas entender. Desde los cuatro años que soy poseído por espíritus. Abandono mi cuerpo, desdoblándome para que el alma de los que ya no comparten este mundo puedan usarlo. La primera vez que descubrí este «don» fue en un estado de mucha fiebre. El doctor dijo que moriría esa noche, y así fue. Escuché un pitido muy agudo en mis oídos, lo último que oí fue el llanto mi padre. Me encontré en una habitación oscura, entre voces de gente que no conocía. Luego alguien dijo mi nombre, era un hombre de mediana edad, su rostro estaba desfigurado; derretido, el color de su piel era de un azul muy oscuro, me miró y me dijo «Hijo, debes volver, aún no perteneces aquí», y me encontré nuevamente en mi cama. El doctor me hacía reanimación, y ahí comenzó todo. Después de haber bebido mucha agua e intentar asimilar aquella experiencia, mi padre repetía «Duerme, hijo, has ganado una dura batalla». Cuando mi padre ya se había ido a dormir, yo seguía escuchando voces en la estancia que daba a mi alcoba. Era una noche muy fría, pero aun así me levanté. Caminé muy despacio para no causar ruido, ya que, si mi padre me escuchaba, estaría en serios problemas. Él es un comandante ¿saben?... Y no uno cualquiera, está a cargo del campo de concentración nazi donde vivo y su nombre infunda respeto. Sé que ha matado muchos hombres, pero no me lo ha contado él. Me lo han contado ellos... Siguiendo con la historia, al acercarme a la puerta, que estaba entreabierta, por primera vez los vi. Supe que eran almas en pena, pues podía ver a través de ellos como si fueran transparentes, pero no del todo, podía ver parte de sus huesos también; sus heridas eran visibles, algunos mutilados, con heridas de escopeta o de bala, también de cuchillos. Eso me heló hasta el alma y corrí a mi cama, sin importarme esta vez el hacer ruido. Traté de arroparme, pero mis manos no pudieron coger las cobijas, pues se habían vuelto transparentes. Al voltear a la puerta, vi mi cuerpo ahí. Sólo era mi parte espiritual la que había echado a correr, desprendiéndose así de mí cuerpo. Ahí tuve mi primer desdoblamiento. Corrí de vuelta a mi cuerpo y al entrar en él noté que uno de los muertos sostenía mi mano, mirándome fijamente, y dijo «Al fin podemos hablar, niño. No te asustes, no somos malos. Llevamos un tiempo observándote, ya que no todos pueden hacer lo que tú haces. No todos nos oyen, ni manejan la habilidad de desdoblarse, así como así». Reconocí la voz, aunque su rostro ya no estaba desfigurado. Aparte de él había otras entidades que parecían sombras, pero carentes de forma alguna y se movían muy rápido. «¿También los ves?» preguntó él. «Sí», contesté. «Son espíritus malvados», me dijo, «de gente que ha hecho mucho daño y en el proceso de transición se han vuelto más energía negativa que alma. También buscan gente como tú, con tus dones, pero con el afán de apoderarse de tu cuerpo y seguir haciendo daño. Nosotros, en cambio, sólo queremos pedir tu cuerpo por un par de horas, para despedirnos de nuestros seres amados, o terminar algún pendiente». No puedo procesar verbalmente lo que sentí en ese momento, sólo atiné a preguntar «¿Por qué yo?». A lo cual me contestó: «Porque no hemos conocido a nadie con tus dones y llevamos un buen tiempo buscándote. Algunos de nosotros no podemos trascender al más allá si tenemos asuntos pendientes. «Pero entonces, ¿por qué han muerto?» pregunté. «Porque tu padre nos mató». Para mí, la muerte era una palabra muy recurrente, mi padre le hacía referencia todo el tiempo, incluso había mandado a algunos soldados a matar personas en mi presencia, como si se tratase de un mandado común y corriente. Pero esa palabra tomó otro sentido aquella noche. Me sentí culpable por los pecados de él y a esa edad uno reacciona casi por instinto, por lo cual accedí. Me pidió que me recostara en mi cama y que hiciera exactamente lo que me diría. Los demás muertos se quedarían resguardando mi cuerpo para que los espíritus sombra no se acercaran a mí. Me pidió que respirara tres veces profundamente, de esos respiros que parecían llegar al alma.  Al tercer respiro, inhalé tan hondo que sentí como un desmayo. El espíritu puso su mano en mi pecho. Sentí un escalofrío recorrer toda mi espalda. Después fue como si me electrocutara y de un sobresalto salí de mi cuerpo. Los demás espíritus me rodearon, tomándose de las manos alrededor de mí, haciéndome sentir seguro. Incluso sus rostros, aunque algunos deformados, tenían una mirada que demostraba bondad y agradecimiento hacia mí. Pero mi visión era diferente, veía como cuando uno está bajo el agua. No sé cuánto tiempo habría transcurrido hasta que el espíritu volvió. Mi cuerpo abrió los ojos, tomó mi mano y salió de mí. Y con sus ojos llenos de lágrimas me dio las gracias, me bendijo, me tomó de la mano, me hizo recostarme sobre mi cuerpo y puso su mano en mi pecho. «Respira tres veces», me dijo. Al tercer respiro desperté. Digo desperté ya que la sensación de volver a mi cuerpo era la misma que la de despertar cada mañana después de un largo sueño. Así pasaron muchas noches. Yo no sabía qué hacían mientras estaban en mi cuerpo; dónde iban, por dónde salían, cómo burlaban la guardia nocturna, y la verdad no me importaba. Mi padre los mandaba a matar a sangre fría, pero yo los ayudaba a reencontrarse con los suyos; a trascender, a despedirse, y el hecho de ver esa mirada de agradecimiento cuando volvían me hacía sentir importante, necesario, como los superhéroes que leía en mis cómics. Pero cierta noche todo fue distinto, uno de los muertos no volvía después de tomar mi cuerpo y había en mí un presentimiento de que algo iba mal. Pregunté a los espíritus que estaban a mi resguardo cuál era el problema, y me dijeron que pronto lo sabría. Comencé a sentirme débil, como desvaneciéndome. Fue cuando supe que ya jamás volvería a mi cuerpo. Los espíritus lo tenían todo planeado. Cuando el alma abandona el cuerpo por mucho tiempo, este comienza su transición hacia la muerte. De pronto, todos los espíritus me sujetaron y uno de los espíritus sombra entró en mi cuerpo. Mis ojos se tornaron negros como los de un caballo mientras seguía gritando «¡Por qué!... ¡Por qué!». Entonces el mismo espíritu que me había hablado la primera vez me dijo «Incluso nosotros, los desterrados, no podemos hacerle frente al karma, y este se pasa de padre a hijo, pero haremos que tu padre pague por lo que nos hizo y así liberar tu alma de ese karma». Logré zafarme y correr a la alcoba de mi padre; pero no podía tocarlo, comencé a intentar mover la cama, golpear sus pies, pero fue inútil. Mis manos atravesaban su cuerpo sin poder tocarlo. Tanta fue mi ira que lancé un grito que me salió del alma... Y me escuchó.

    —¿Quién anda ahí? —dijo exaltado. Traté de contestarle, pero no me veía. En eso, mi cuerpo entró en la habitación, tenía un color azul oscuro y una rigidez demoníaca. Mi padre, pensando que era yo, me envió a acostar. Traté de correr hacia él para defenderlo, pero me tomaron por la espalda dos espíritus, y los demás que eran como diez. Seis me tiraron y sostuvieron, sin poder moverme. En ese instante, todos los espíritus deformaron sus caras y se hicieron visibles ante mi padre, quien lleno de pavor, no podía dar fe de lo que estaba ocurriendo frente a sus ojos. Jamás lo había visto tan asustado. Esa fue la segunda vez que lo vi llorar de miedo. Mi cuerpo se abalanzó contra él y mis pequeñas manos rodearon su garganta.

    «¡Tú me mataste!», decía aquella voz inhumana y diabólica que se había apoderado de mi cuerpo. «¡Tú me mataste!», decía una y otra vez. Los demás espíritus contestaban «Sí, tú nos mataste», mientras mis manos mataban a mi padre. Esa noche lo vi salir de su cuerpo también, pero vinieron más espíritus de sombras oscuras y se lo llevaron. Nunca más lo vi, pero eso ya no importa. Hay cosas más significativas que discutir, muchos pendientes me quedan por resolver. Y tú tienes el don... Sí, tú... Con mis amigos te hemos buscado y vigilado por mucho tiempo. Haz el esfuerzo, respira profundamente y sé que podrás oírme.

    Bajo la luz

    Pablo D. Hiribarren

    ––––––––

    Dolores transita la vieja ruta desértica para ahorrar una hora de viaje mientras escucha Fix you de Coldplay. Terminar con Cecilio no le está resultando tan fácil como lo pensó, lo único que le queda es su viejo Chevelle, destartalado, ruidoso y apestando a perro.

    Las ideas le dan vuelta, trata de entender qué más tuvo que hacer para que no la dejaran. Fue su amiga, su amante.

    Los días sin comer para ahorrar plata y poder pagar la matrícula de la Escuela de Artes Visuales, actividad que jamás le incentivó, y que terminó dejando para comenzar un curso de enfermería. El apoyarlo y tolerar a la suegra, culpándola por permitir que su hijo hiciera lo que le viniese en ganas, aguantar las burlas de sus amigas, escuchar a su propio padre preguntarle: «¿Vos sos pelotuda o te haces?». Dolores se aferraba al «¿por qué, papá?», respuesta/pregunta que lo sacaba de quicio. «¡¿Por qué, papá?! ¡Porque lo estás manteniendo!, por eso estoy seguro de que sos una pelotuda». Ofuscada, terminaba la no amigable conversación con un «¡bueno, papá!».

    Ahora, va sola, el sol en poniente, y aun con medio camino para llegar a un parador, cuando el viejo auto comienza a fallar. «¡No, carajo!». Lo acelera, el motor tironea, se recupera, sigue camino. Media hora de viaje y comienza a fallar nuevamente, aprieta el acelerador hasta el fondo, pero esta vez no funciona. Trata de girar el volante, está pesado y queda en medio del viejo, agrietado y abandonado camino. Se baja, abre el capó, y una nube de vapor la envuelve. «No te lo creo», fueron las únicas palabras que pronunció al cerrarlo de un solo golpe. Vuelve, mete medio cuerpo por la ventanilla del conductor y alcanza el celular. Marca el 0800-Assistencia y al tercer tono, la atiende el operador:

    —Buenas tardes, mi nombre es Fabián, ¿en qué le puedo ser útil?

    —Buenas tardes, Fabián, mi nombre es Dolores y quedé varada en la ruta 48, kilómetro 31. Mi código de seguro es Alta21.

    —Código correcto, ya me contacto con la grúa, ¿algo más en que la pueda ayudar?

    —No.

    —Perfecto. Que tenga una linda tarde.

    Dolores no alcanza a decir «Chau», que le cortan. Ahora le toca esperar. Ya el sol le está regalando los últimos rayos de luz, la señal de internet es buena, la batería está en noventa por ciento. Busca alguna serie en Star+, encuentra a Familia moderna. Luego de cuatro capítulos, mira la hora y dan las nueve de la noche, el sol desapareció y la luna está totalmente oscura por estar en la fase de nueva. Vuelve a llamar.

    —Buenas noches, mi nombre es Martín, ¿en qué te puedo ayudar?

    —Buenas noches, Martín, hoy me comuniqué con un tal Fernando o Fabio, no recuerdo, la cuestión es que estoy varada en la ruta 48 kilómetro 31, mi código es Alta21.

    —Código aceptado, buenas noches, Dolores, el operador Fabián contactó con la grúa y está en camino, en media hora estaría por llegar al sitio. ¿Algo más en que la pueda ayudar?

    —No —responde Dolores y corta. Vuelve a mirar la carga del celular y le queda ochenta y nueve por ciento de batería. Se levanta y comienza a estirar la espalda. Crack, le suena. «Qué rico», exclama.

    Algo de lo que no se había percatado mientras estaba apremiada con la serie es que estaba ubicada bajo la única farola que aun funcionaba, la luz forma un cono que alcanza a cubrir unos veinte metros. Se embarca a caminar más allá del haz luminoso. Al llegar al borde, mete una mano en la total

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1