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DOBLEMENTE MONSTRUO
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Libro electrónico270 páginas3 horas

DOBLEMENTE MONSTRUO

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Información de este libro electrónico

¿Un asesino nace o se hace?

Sebastián Equihua es un retraído joven de rostro desfigurado, a quien el mundo jamás dio tregua a su tormento desde que se vio en el vientre de su madre, sin imaginar que la maldad se engendró en su alma desde mucho tiempo atrás. Es el amor de Sara, bella joven casquivana, lo que le abre un resquicio a la esperanza, y en él, busca evitar volver al insondable abismo de donde provino. Desapariciones, muertes y almas atormentadas, alimentando demonios de la vida real, en una búsqueda constante de amor y justicia, que no empieza ni acaba en este mundo, ni en esta vida.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento20 oct 2023
ISBN9781506551333
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    DOBLEMENTE MONSTRUO - Josep H. Ramos

    Copyright © 2023 por Josep H. Ramos.

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida

    o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico,

    incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y

    recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera

    coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos

    en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido

    utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Fecha de revisión: 19/10/2023

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    852379

    CONTENTS

    Capítulo 1     Todo comienza en Pueblo Mágico

    Capítulo 2     La desaparición de Sara y Roberto

    Capítulo 3     El cuarto siniestro

    Capítulo 4     Sebastián Equihua

    Capítulo 5     Sebastián conoce a Sara

    Capítulo 6     Vanessa

    Capítulo 7     Abril

    Capítulo 8     El plan de Sara se complica

    Capítulo 9     Adriana

    Capítulo 10   La desaparición de Juan Pablo

    Capítulo 11   La noche del karma

    Capítulo 12   Vanessa Parte 2

    Capítulo 13   Abril Parte 2

    Capítulo 14   La historia de Sara

    Capítulo 15   Julia

    Capítulo 16   Abril Parte 3

    Capítulo 17   Adriana Parte 2

    Capítulo 18   Los monstruos no saben amar

    Capítulo 19   El plan para raptar a Julia

    Capítulo 20   ¿Sara o Adriana?

    Capítulo 21   Julia parte 1

    Capítulo 22   ¿Un asesino nace o se hace?

    Capítulo 23   ¿Julia o Sara?

    Capítulo 24   La perdición de Sara

    Capítulo 25   La muerte de Roberto

    Capítulo 26   La revelación

    Capítulo 27   De vuelta al pasado

    Capítulo 28   El misterio de Juan Pablo

    Capítulo 29   El basurero

    Capítulo 30   Sara y Mariana

    Capítulo 31   De vuelta a Pueblo Mágico

    Capítulo 32   Sara decide el final

    Capítulo I

    TODO COMIENZA EN

    PUEBLO MÁGICO

    C orría el último mes del año, a solo unos días de celebrar la noche buena, en una pequeña población del estado de Arizona. Podía decirse que en Pueblo Mágico nunca pasaba nada, pero ese 1984 fue demasiado duro y ajetreado para todos sus pobladores. Hacía ya tres meses que la misteriosa desaparición de dos hermanos había desquiciado por completo la paz absoluta que se vivía en el pueblo.

    Demian tenía escasos nueve años de edad y su hermana Victoria apenas rebasaba los diecisiete al momento de su desaparición. Ambos eran blancos y de ojos verdes. Él era de cabello rubio, delgado y de complexión normal, mientras que su hermana tenía el cabello largo y ligeramente castaño, de medidas en verdad exquisitas. Gloria, su madre, trabajaba en un bar de poca monta en el centro del pueblo, del padre se sabía poco, y de hecho, se rumoraba que no era el mismo para ambos. Se podría decir que la pareja de hermanos vivían con la madre en su casa, pero nada más, ya que en realidad eran tan solo un par de horas las que la mujer coincidía con ellos en casa, al menos sobria y despierta.

    Victoria era poseedora de una belleza juvenil propia de su edad y comenzaba a salir con chicos de su preparatoria. La poca relación que tenía con su madre, terminaba favoreciendo sus constantes salidas de noche y llegadas en estado inconveniente, cada vez más frecuentes. Y si la relación madre e hijos no era nada buena, la relación entre los hermanos tampoco lo era, la diferencia de edades no cooperaba y apenas si cruzaban palabra. El caso es que Demian, al menos en casa, se sentía demasiado solo, de hecho, lo estaba, solo y su alma.

    Un día, su madre llevó a vivir a la casa a su pareja en turno, un tipo alto y bien parecido, a quien conoció en el bar donde trabajaba. El hombre era algunos años menor que ella, de nombre Jacinto, quien se empleaba como repartidor en un camión de cerveza. El tipo era reservado y en ocasiones se quedaba en la casa cuando la madre se iba al trabajo. Fueron apenas un par de meses los que Jacinto y Gloria vivieron juntos, la tragedia golpeó a la familia, y se puede decir que al pueblo entero; la noticia llegó a cada calle y a cada rincón, dando al traste con la tranquilidad de sus habitantes.

    La madrugada del último sábado de ese verano, Gloria y Jacinto llegaron juntos a la casa, pero su estado inconveniente y deseo carnal no les permitió siquiera notar la ausencia de los hermanos. Fue hasta la mañana siguiente que se percataron que estos no estaban en casa. En ambas recamaras y el resto de la vivienda se veía todo normal. No había rastros de violencia y los libros y mochilas estaban en su lugar, lo que significaba que tanto Demian como Victoria, habían llegado de la escuela como todos los días. Después de varias llamadas y algunas preguntas a los vecinos, Gloria optó por llamar a la policía, y solo dos días después, las investigaciones apuntaron a Jacinto como principal sospechoso, tal vez porque no encontraron nada o a nadie más. Declaraciones de la misma Gloria y la falta de pruebas contundentes, terminaron por desechar las sospechas existentes y Jacinto ni siquiera pisó la cárcel. Días después, la declaración de una amiga de Victoria, quien asistía con ella a la preparatoria, derivó en un segundo citatorio para que Jacinto se presentara a declarar, pero este ya no lo hizo, y de él no se volvió a saber más.

    De los hermanos tampoco se supo nada, hasta ese día, el vigésimo primero del último mes del año; sus cuerpos fueron encontrados semienterrados en una fosa a la orilla de una calle de terracería, cerca de unos sembradíos a las afueras del pueblo. La autopsia reveló severos golpes, y al final, muerte por asfixia en ambos casos.

    De Jacinto se logró averiguar que era un migrante que ingresó legalmente al país, no contaba con antecedentes penales y tampoco se le imputó el crimen, ya que no hubo pruebas para hacerlo. El hombre fue buscado y boletinado, pero la tierra se lo tragó y jamás apareció.

    Capítulo II

    LA DESAPARICIÓN DE

    SARA Y ROBERTO

    E ra principios de otoño del 2003, en la fronteriza ciudad Juárez, en México, una de las ciudades más violentas y conflictivas del mundo. Sara Montecinos y Roberto Pedraza llevaban apenas semanas de noviazgo, y en ese momento no se sabía nada de ellos desde varios días atrás. Sus familias ya desesperadas, solicitaron investigar el entorno laboral de la pareja; ambos trabajaban en la misma fábrica, dedicada a la manufactura de chasises para unidades de computadoras. Ese día, la visita de la policía ministerial, a las oficinas de recursos humanos de la compañía, nada habitual, tenía ocupados a todos los trabajadores curiosos que se habían enterado del caso.

    Solo eran preguntas de rutina, veinte minutos tal vez, algunas personas tenían más que contar al respecto que otras. Julia Cáceres demoró un poco más que todos los anteriores interrogados, era la mejor amiga de Sara, la chica desaparecida. Al fin salió de la oficina de recursos humanos, y escoltada por la licenciada de la empresa, se dirigió al comedor, ahí aguardaban aún dos personas que debían ser investigadas.

    —¡Sigues, mostrito! —dijo Julia, dirigiéndose a un joven de aspecto raro. La licenciada llamó la atención a Julia y pidió que tomara asiento en el comedor, luego, amablemente condujo al extraño chico hasta la oficina, en donde esperaban un par de oficiales de la policía. El joven era de estatura y complexión mediana, de piel morena clara y tenía el cabello oscuro, corte estilo mullet, pero con el frente mucho más largo de lo debido. Tal vez con ese peinado y sus enormes lentes monofocales, trataba de ocultar la horrible cicatriz que se extendía desde cerca de su oído derecho hasta la frente, muy por encima de la ceja, como si con eso bastara para encubrir su desfigurado rostro. Su ojo izquierdo igual parecía haberse colapsado y ocupaba parte del pómulo. El lado derecho de su cara también era irregular; pareciera no tener quijada ahí, dando a su boca un aspecto fantasmal. Su atuendo casi todo en color negro, desde los botines y pantalones ajustados, hasta la camiseta, completaba su peculiar estilo. El par de oficiales se asombraron al verlo entrar a la oficina, era imposible disimular.

    —¿Sebastián? —preguntó un oficial, el otro solo lo miraba con morbo.

    —Sebastián Equihua, señor —respondió él. El policía aguardó unos segundos antes de continuar, el extraño rostro de Sebastián lo tenía impactado—. Un problema al nacer y luego una cirugía no muy bien lograda —comentó Sebastián, acostumbrado a dar la misma explicación. Entonces pasaron de lleno al interrogatorio, de rutina, pero había que hacer unas preguntas al joven. Sara era su compañera de trabajo en la empresa y algunos amigos cercanos a Roberto habían sido interrogados ya, el turno era de los colegas de Sara.

    —¿Qué tanto conoces a la chica que acaba de retirarse? —preguntó el oficial a Sebastián, este solo entrecerró el único ojo que le ayudaba a expresarse.

    —¿Qué no se trata de Sara? —respondió.

    —Así es —contestó el policía—. Pero resulta que esa chica acaba de empinarte, Sebastián.

    El joven no contestó y solo miró al oficial, luego a la licenciada, pero continuó en silencio.

    —Ella dice que Sara es tu amor platónico y jura que matarías por ella, ¿qué hay de cierto?

    —Nada, no es verdad —respondió al fin—. No tengo mucho de conocerla, además, todo mundo sabe que tiene novio, a mi solo me gusta, como a todos aquí.

    —Su amiga Julia dice que a diario la invitas a salir, le regalas chocolates y te desvives por ella, sin importar que tenga novio —dijo el policía y se detuvo un segundo, luego gesticuló y manoteó señalando al rostro del chico—. ¿Qué te hace pensar que se fijará en ti? —preguntó luego. Sebastián solo miró fijamente al oficial, no respondió, ni siquiera parpadeó, su mirada se clavó de lleno en los ojos del policía, un tipo alto y obeso, que fácilmente pasaba los cuarenta.

    —Disculpa, es mi trabajo escarbar, ni siquiera sabemos si los tortolitos se largaron juntos y solo no han avisado —dijo el agente y se levantó de su lugar, se acercó al chico quiza tratando de intimidarlo; Sebastián, a pesar de su aspecto, denotaba inocencia en sus palabras y gestos, o al menos esa impresión daba a primera vista.

    —¿Han preguntado a los amigos del novio? —rompió el silencio el joven.

    —Claro, a tres de ellos, ¿por qué la pregunta?

    Sebastián continuó con su mirada fija en el oficial, y tartamudeando comenzó a contar algo que escuchó decir al novio de la desaparecida, también desaparecido. Había algo en él que provocaba ternura, pero su comentario y su actitud hizo dudar de su inocencia al policía.

    —Hace poco más de una semana —comenzó a narrar—, estaba yo en uno de los baños del fondo, ellos no se enteraron, pero escuché la voz de él, no se quien era el otro tipo —continuó sin dejar de ver al oficial, este solo volvió a tomar asiento y prestó atención—. La otra persona preguntó al novio de Sara si habia estado ya con ella, y el idiota contestó que si que muchas veces, y puse mas atención aun. El imbécil comenzó a hablar pestes de ella, y dijo que solo se divertiría un tiempo más y luego la botaría.

    —Hablas como si eso te causara dolor —interrumpió el policía.

    —Mucho enfado, pero nada más, y escuche lo que dijo luego el imbécil y me dice que le provoca a usted —retó al oficial, luego continuó ahora mirando al compañero de este y a la licenciada—. Ese idiota le preguntó al otro tipo que tanto le gustaba Sara y que estaría dispuesto a hacer para cogersela. Yo sentí ganas de levantarme del retrete y salir a partirle la cara, pero preferí seguir escuchando. El otro tipo creo que se asombró igual, pero él insistió, asegurando que Sara lo haría con los dos si él se lo pedía. Luego hubo unos segundos de silencio y yo permanecí inmóvil, no sabía qué pasaba. El novio de Sara le dijo al otro tipo que también podía pasar, que luego de algunos tragos, ella sin duda cayera muerta de borracha, yo esperé a que el idiota soltara alguna cochinada para entonces salir a golpearlo, pero no fue así. El muy marica le propuso al amigo tener sexo con él, aprovechando la inconsciencia de Sara, y el incómodo silencio me hizo ver lo que mis ojos no veían. Creo que el otro tipo le hizo entender que le agradaba la idea, luego escuché la puerta y fue todo, esperé unos segundos, salí del baño y de inmediato busqué al puto pervertido, esperando verlo con alguien más, pero no lo encontré.

    —¿Estás seguro de lo que dices? —preguntó el policía—. Si la pareja no aparece, o aparece como no deseamos que aparezca, eso tendrás que declararlo oficialmente, y se te preguntará por el otro tipo.

    —Espero para entonces saber de quién se trata y con gusto les hago el trabajo —volvió Sebastián a retar al policía.

    —¿Te das cuenta que tus palabras nada tienen que ver con tu apariencia tranquila? ¿Y qué piensas de lo que todos dicen de Sara? —preguntó luego el oficial que había permanecido en silencio.

    —No sé de qué habla —respondió Sebastián.

    —¿No lo sabes? ¡Todos los que han estado aquí dijeron lo mismo, de puta nadie la bajó!

    —¿Alguno de ellos se la cogió acaso? ¿Tiene alguna foto de ella para que pueda compararla con todas esas pirujas ardidas? —respondió preguntando Sebastián, se le veía molesto. Ambos policías se miraron y decidieron dejarlo en paz. Estaba claro que en verdad la chica lo tenía más que embobado, pero también estaba claro que a pesar de su enfado y su aparente amor por ella, el joven difícilmente mataría una mosca, y que le tocara un pelo a la chica desaparecida, se veía imposible.

    El interrogatorio con Sebastián terminó, pero hubo más tareas a partir de su declaración. Dos amigos cercanos a Roberto fueron investigados después de caer en contradicciones, cosa que ellos juraban había pasado a causa del nerviosismo. No lograron siquiera formalizar cargos en su contra, ya que no encontraron nada que los ligara a la desaparición de los chicos. Así pasaron dos semanas y nada se supo de la joven pareja.

    El día de su desaparición, Sara llegó a su casa, tomó una ducha y poco más tarde llegó Roberto por ella en un taxi, que también fue investigado luego y se comprobó que solo los dejó en un centro comercial y no tuvo que ver más con la pareja.

    Pocos días después, la desaparición de una chica que trabajaba en un conocido bar, ubicado a espaldas de un centro comercial, y que al menos contaba con una pista a seguir, hizo que la fiscalía hiciera a un lado el caso de la pareja desaparecida, como muchos otros más en la ciudad.

    Capítulo III

    EL CUARTO SINIESTRO

    A quel tenebroso cuarto, apenas si recibió escasos rayos de luz que escurrian por un lado de la ventana que da al patio trasero. Con mucha dificultad, Sara abrió los ojos, su cabeza le pesaba y en todo su cuerpo había dolor. Pero lo peor fue darse cuenta que había cinta adhesiva en su boca, y al intentar arrancarla, noto que estaba atada de pies y manos a la cama donde se encontraba, y solo una sábana cubría su cuerpo desnudo. Inútilmente intentó gritar y a la vez zafarse y lloró desesperada. Aterrada miró a todos lados del cuarto y comenzó a recordar; estaba en la horrible habitación del fondo de la casa del mal llamado mostrito.

    Entonces fue que recordó a Roberto, su novio, no lo había visto más desde que ella entró a la casa; él permaneció en el auto con Sebastián, luego, solo este último entró a la casa y bebió algo con ella, al menos es lo que recordaba en ese momento. El miedo irrumpió en su corazón y la incertidumbre se apoderó de todo su ser. Sentía dolor y pesadez en su cabeza y lo único que recordaba era haber husmeado en ese cuarto la noche anterior.

    Sebastián apareció en ese momento, bebía café, al tiempo que sus apiñados dientes trituraban una última galleta. Sara gemía e intentaba zafarse de sus ataduras, manoteando a diestra y siniestra. El joven hizo una seña a la chica para que desistiera, nada ganaría además. Sebastián dio un sorbo a su humeante café y se acercó a ella.

    —Quitaré tu mordaza, pero si intentas gritar, volveré a ponerla y no sabré que me quieres decir, ¿entiendes?

    La espantada mujer solo lo miró y asintió con la cabeza. Sebastián removió la cinta adhesiva de su boca con sumo cuidado, ella respiraba agitada, callada, el temor la tenía paralizada.

    —¿Gustas un café? Bebiste demasiado anoche, Sara.

    —¿Por qué estoy aquí y así? ¿Dónde está Roberto? —preguntó ella.

    —Estás atada y desnuda porque así te dejo tu novio, él está en el auto.

    —¿Él me ató aquí? ¿Por qué o para qué? ¿Y qué hace en el auto?

    —¿Aceptarás el café?

    —No acostumbro tomarlo, por favor desátame y dame un poco de agua —respondió ella. Sebastián se dirigió a la cocina y en un par de minutos regresó con un vaso con agua. Desató ambos pies de la chica, pero solo su mano izquierda, su muñeca derecha siguió atada a la cabecera de la cama.

    —¿Por qué no me desatas por completo?

    —Antes deberás responderme unas cuantas preguntas, Sara.

    —¿Yo? ¡Mejor dime por que me tienes así y que hace Roberto en tu auto! Ahí estaba la última vez que lo vi.

    —¿Estás segura? ¡Tu maldito novio era un farsante!

    —¿Era? ¿Qué quieres decir? —preguntó con asombro y angustia la joven. Su desquiciado captor guardó silencio, se había delatado muy pronto, al parecer sin intención, pero no mentiría ya.

    —¡Quiero decir que le quite lo farsante, para siempre! —exclamó confirmando la sospecha que surgió en Sara tras el comentario.

    —¿Qué hiciste? ¿Por qué? —preguntó angustiada y a punto de estallar en llanto.

    —Primero dime ¿Qué sabes de esto? —preguntó Sebastián mostrando un paquete con varias cápsulas dentro.

    —¡Nada, nunca había visto eso!

    —¿Estas segura?

    —Es verdad, ¿por qué lo preguntas?

    —¡Tu novio nos drogó a ambos con esto, era un maldito pervertido!

    —¿Entonces está muerto? ¿Tú lo mataste?

    —¡Se lo merecía, Sara, le hice un favor a este mundo!

    La chica no daba crédito a tal noticia, su rostro estaba enrojecido y sus ojos húmedos, algo intentaba decir, pero no salieron las palabras de su boca.

    —El maldito se unió a nosotros casi enseguida —comenzó a explicar Sebastián.

    —¿Cómo es que no recuerdo eso? Además, tú cerraste con llave.

    —Yo tampoco

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