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Almas de cristal
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Libro electrónico285 páginas4 horas

Almas de cristal

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Información de este libro electrónico

Oviedo es testigo de la decadencia personal de Dani, un joven arrastrado al sórdido mundo de la drogadicción. A raíz de un trágico accidente, se suceden una serie de acontecimientos que lo atraparán en una espiral de autodestrucción, poniendo en grave peligro su propia vida y la de su familia.
Con una trama repleta de intriga, suspense y acción trepidante, Almas de cristal se revela como un thriller psicológico intenso, magistralmente trenzado por Antonio Rodríguez Guerrero. En su ópera prima, el autor nos introducirá en el oscuro mundo del narcotráfico, explorando perfiles psicológicos complejos y sólidos que imprimen a sus personajes una profundidad exquisita, invitando al lector a sumergirse en una historia sencillamente sublime con un desenlace que no dejará a nadie indiferente.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 sept 2023
ISBN9788411814355
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    Almas de cristal - Antonio Guerrero Rodríguez

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Antonio Rodríguez Guerrero

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1181-435-5

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    AGRADECIMIENTOS

    Quisiera comenzar expresando una profunda gratitud a todas y cada una de las personas que se cruzaron en mi camino y apoyaron la gestación de esta novela. La creación de Almas de cristal ha sido un camino arduo, de altas montañas y profundos valles, pero, en cada paso, vuestro aliento y vuestra confianza en mi trabajo me han dado el empuje necesario para seguir adelante.

    A mi madre, la crítica literaria más lúcida y honesta con la que he tenido el privilegio de contar. Tu visión aguda y tus palabras, siempre precisas, han modelado mi escritura y han perfeccionado mi voz. A mi padre, siempre dispuesto a escuchar y a aportar. Gracias por tu constante apoyo y por ser un faro en la niebla. Siempre has sido un guía para mí.

    A mi hermano, cómplice de esta aventura. Gracias por las largas charlas, las ideas compartidas y tu incondicional apoyo. Tu fe inquebrantable en mi capacidad para llevar a cabo este proyecto me ha dado la fuerza para continuar incluso en los momentos más difíciles.

    A Ana, mi mujer, cuya paciencia y apoyo han sido el sostén que necesitaba en los días más oscuros. Tu amor y tu confianza en mí han sido mi refugio, mi motivación y mi esperanza. A mi hijo Mario, mi faro en la tempestad. Gracias por llenar mis días de luz y mi corazón de alegría. Eres la razón para ser mejor cada día.

    A los terapeutas de Proyecto Humano Antequera. Gracias por iluminar mi camino y por enseñarme a transformar mis experiencias en una fuente de ayuda para los demás. Cada uno de vosotros ha sembrado en mí una semilla de cambio que, con el tiempo, ha dado fruto en este libro.

    A mis amigos, auténticos compañeros en este desafío. Sois testigos de mis alegrías, mis desvelos, mis incertidumbres y mis bloqueos creativos. Cada palabra de aliento, cada sonrisa, cada conversación a altas horas de la noche han sido esenciales para mí. Cada uno de vosotros ha dejado su huella en las páginas de esta obra y, por eso, os estoy eternamente agradecido.

    A Alejandro, que con su enorme talento y generosidad ha dado vida a esta obra en formas que nunca imaginé. Tu trabajo audiovisual y tus brillantes contenidos han realzado cada palabra y cada sentimiento que he plasmado en esta novela. Siempre dispuesto a aportar nuevas ideas, escucharme y aconsejarme. Gracias por creer en este proyecto y formar parte de él.

    A todos vosotros. Gracias desde lo más profundo de mi corazón. Sin vuestro amor, vuestro apoyo y vuestra confianza en mí, este viaje no habría sido posible. Habéis enriquecido mi vida y mi obra de formas que nunca podría haber imaginado y, por eso, siempre os llevaré en mi corazón.

    PRÓLOGO

    A continuación te sumergirás en una realidad desafiante y, al mismo tiempo, inspiradora. El tema que aborda esta obra es esencial para comprender un aspecto profundo y, a menudo, mal entendido de la condición humana: la adicción. Esta cruda narración no solo describe la lucha y el sufrimiento, sino que también resalta el poder de la resiliencia, el amor y la capacidad de cambio y redención.

    El problema de las adicciones hoy en día sigue menoscabando y perjudicando la vida de muchas personas, aunque la alarma social sobre este tema ha disminuido considerablemente. De forma directa, continúa ocasionando pérdidas humanas, causando daños graves a la salud física y psíquica, a veces irreparables. De forma indirecta o colateral también genera pérdidas en accidentes de tráfico, laborales, suicidios y homicidios; además de daños en la economía y en el trabajo. Muchas vidas malogradas. «Lamentablemente, las adicciones pueden llevar a las personas a cometer este tipo de actos». En los perjuicios no cuantificables, y no por ello menos importantes, destaco el sufrimiento humano de la persona con adicción y de su entorno: familia, amigos, compañeros… que ven como ese ser querido se va destruyendo ante el dolor y la impotencia de no saber qué hacer en muchas ocasiones. Al hablar de adicciones no solo me refiero a sustancias tóxicas, sino que también se debe tener en cuenta las denominadas adicciones sin sustancia que suelen tener las mismas características y afecciones. Esta es la realidad actual. Si se ha desarrollado la adicción hay que acudir a centros especializados y a profesionales adecuados en este tipo de tratamientos. «La terapia me ayudó a entender mi adicción, a aceptarla… Porque es una enfermedad y puede ser tratada», sabiendo de antemano que la rehabilitación es posible, contando siempre con el apoyo de familiares y amigos. «Sus ojos siempre fueron el faro en medio de mis tormentas». También hay que tener en cuenta que una buena prevención integral donde se trabajen todos los factores de protección personales, familiares y sociales, ayudaría a evitar de forma muy eficaz este tipo de problemas.

    El autor de esta interesante novela es mi amigo Antonio Rodríguez, al que conocí poco antes de la pandemia. Recuerdo como en los duros y complicados momentos del confinamiento nuestras almas comenzaron a conectar. Actualmente, desarrollamos una apasionante labor que despierta emociones contrapuestas y que consiste en llevar luz a través de la formación en valores y la ayuda al crecimiento personal mediante un programa de prevención de recaídas a personas privadas de libertad. En esos viajes al centro penitenciario me ha ido contando con entusiasmo cómo se ha ido fraguando su novela, preguntándome siempre mi parecer. Antonio es una persona con muchas inquietudes que ha resurgido de sí mismo y que posee infinidad de valores y capacidades. Es bondadoso, generoso, altruista, capaz de amar y entregarse a la familia, amigos y a cualquier persona que lo necesite. Lo distingue una gran humildad que solo poseen los sabios; continuamente pregunta y escucha con mucha atención y ganas de aprender, además de ser muy polifacético y apasionado. Es su primera novela, aunque ya ha publicado un libro sobre el poder del pensamiento positivo, y me aventuro a predecir que en el alma de este autor hay más historias que contar. He visto la ilusión en sus ojos cada vez que hablaba de este libro. La iniciativa de crear este relato parte de una profunda intención de ayudar a los demás: «… Eso me da la fuerza para seguir adelante, para seguir cambiando y ayudando a los demás».

    La obra posee una estructura sólida con un ritmo narrativo envolvente, donde los tiempos se manejan con maestría y la redacción es exquisita. El dominio de la prosa es impecable, y ofrece una cercanía amable y una lectura fluida. Las descripciones de espacios y personajes son cautivadoras y los diálogos están hábilmente construidos y rebosan tanto profundidad como realismo en igual medida. Además, se destaca por ser imprevisible, manteniendo al lector en vilo en cada giro de la trama. La agilidad y dinamismo presentes en la narración mantienen el interés en todo momento, haciendo que la lectura sea un verdadero placer. Cada capítulo de esta novela está iniciado e iluminado por una frase relevante de diferentes autores, reflejando el estilo personal y detallista del escritor con sus lectores. Lo que hace que esta obra sea aún más especial es que se trata de una historia realista, con crudeza, narrada casi en su totalidad por su protagonista, Dani. Sus vivencias y emociones se transmiten con autenticidad, generando una conexión íntima con el lector a lo largo de toda la obra. La vida de Dani transcurre en la preciosa capital del Principado de Asturias, huérfano de padre y con un hermano, Jorge, pilar fundamental en su vida y en su rehabilitación. «Su apoyo ha sido mi roca, mi faro en la oscuridad». Nuestro protagonista, desde muy joven, empezó a consumir drogas y los problemas de su adicción le llevan a tener daños irreparables en su vida.

    Cerrando este prólogo, deseo que esta obra te ofrezca una nueva perspectiva. La adicción no es un callejón sin salida, sino un desafío monumental que requiere comprensión, apoyo y persistencia. Es una montaña difícil de escalar, pero no imposible. Te animo a sumergirte en esta historia, no solo como un mero espectador, sino como un partícipe en la lucha contra las adicciones, ampliando tu conocimiento, comprensión y, sobre todo, tu empatía. Deja que esta narración te muestre lo que verdaderamente significa luchar contra un monstruo, vencerlo y salir al otro lado como un verdadero héroe.

    Jose Luis Berdún Gutierrez

    Educador social y terapeuta de Proyecto Humano Antequera

    CAPÍTULO 1

    «El descontrol es el resultado de permitir que

    nuestros deseos dominen nuestra razón».

    Albert Einstein

    Ese día la carretera secundaria norte que rodeaba la ciudad estaba menos transitada de lo habitual. La niebla la cubría casi en su totalidad, y unas pequeñas pero constantes gotas de lluvia hacían imposible ver la línea que delimitaba ambos carriles antes de accionar el limpiaparabrisas.

    Y ahí nos encontrábamos Jorge y yo, en ese maldito coche sin saber a dónde ir. Las manos me sudaban y el corazón parecía querer salirse de mi pecho. La ira me invadía por momentos y los golpes al volante se repetían una y otra vez, acompañados de gritos al aire e insultos, seguidos de lágrimas de fuego que resbalaban por mi cara. Cada palabra de Jorge martilleaba mi cabeza y aumentaban mis ganas de consumir en un acto de rebeldía, como quien trata de apagar un incendio con gasolina.

    —¡Te he dicho que me des esa mierda! —gritaba Jorge golpeando el salpicadero.

    —¡Que me dejes tranquilo, joder! ¿Por qué coño has tenido que aparecer?

    —¡Porque quiero ayudarte! —estalló—. ¡Porque estamos hartos de ver cómo te destrozas la vida! ¿Es que no te das cuenta?

    Aquellas palabras fulminaron la poca cordura que me quedaba e incendiaron mi furia, que se desataba por momentos. Pisé el acelerador a fondo, maldiciendo y pensando que el esfuerzo que había hecho durante tantos meses tendría la recompensa que tan merecidamente me estaba ganando. Que todo saldría bien y que podría ayudarla a salir a ella también de aquel infierno en el que nuestra vida se estaba convirtiendo. No supe ver que no lo hacía por mí, sino por demostrarle que era capaz de superarlo. Pero el impulso y las ganas de meterme mi raya eran más fuertes que cualquier ayuda, incluso más fuertes que el amor.

    La lluvia comenzó a ser más fuerte y el frío empezó a condensar el vaho de nuestra respiración en la luna del coche, dificultando aún más la visibilidad. Antes de que pudiera reaccionar, Jorge se abalanzó sobre mí y agarró con fuerza mi mano en un intento desesperado de arrebatarme aquel pequeño plástico.

    —¡Qué coño haces! —grité girando el volante violentamente.

    El coche se deslizó acercándonos al borde de la carretera. Podía ver la determinación reflejada en los ojos de mi hermano: no iba a soltarme hasta conseguirlo. En un movimiento rápido y desesperado, lancé un puñetazo a su cara con tal violencia y furia que le hizo golpear la cabeza contra la ventanilla. Sus ojos se clavaron en mí, incapaces de reconocer a la persona que estaba a su lado. Lo agarré de la camisa con fuerza y lo hundí en su asiento.

    —¡Te he dicho que me dejes en paz, joder! —le grité cegado por la ira— No eres quién para decirme lo que puedo y no puedo hacer, tú no eres…

    Todo ocurrió en un segundo.

    El violento sonido del metal se quedaría grabado en mi mente para siempre. La colisión contra el lateral de aquel vehículo a esa velocidad hizo que el coche volcara dando varias vueltas sobre sí mismo; convirtiéndonos en muñecos de trapo dentro de aquel habitáculo mortal. El impacto inicial hizo romper el cristal de mi ventanilla en un golpe seco con mi cabeza, y a partir de ahí se desencadenó una lluvia de golpes en todas las partes de mi cuerpo mientras gritaba e intentaba sujetarme sin éxito para amortiguarlos. Todo ocurrió a una velocidad de vértigo, pero para mí sucedía a cámara lenta, esperando que aquella jaula de metal se detuviera. En una de las vueltas, el vehículo cruzó el arcén empotrándose contra un árbol que detuvo su inercia en seco. No sabía qué había ocurrido. Estaba exhausto y mantuve ese estado quizás durante varios minutos.

    Al volver a la realidad intenté soltarme de mi asiento. La sangre manaba por la herida de mi cabeza y empapaba mis ojos impidiéndome ver con claridad. No podía mover el brazo derecho y un dolor agudo corría desde mi mano hasta el hombro. Me limpié como pude la cara y grité horrorizado tras contemplar que parte del hueso se dejaba ver por el antebrazo.

    Desvié la vista hacia Jorge, que permanecía inmóvil en el asiento del copiloto mientras un pequeño hilo de sangre corría por su cara. Mi corazón se detuvo al comprobar que no respondía a mis gritos. Luché contra el miedo y me acerqué a él. Me incliné sobre su rostro y tras unos eternos segundos pude percibir su respiración. Estaba allí, débil e inconsciente, pero a mi lado.

    Abrí la puerta con dificultad y me arrastré por el suelo abandonando aquel amasijo de hierros, chapas y cristales. Intentaba ponerme en pie mientras sujetaba mi brazo con la mano contraria, pero las piernas me flaqueaban, volviendo una y otra vez a dar con mi cuerpo en el barro.

    Al levantar la vista pude ver a lo lejos un coche que, tras haber golpeado el quitamiedos, estaba atravesado por una señal que había arrastrado varios metros, dejando esparcidos por la carretera objetos y piezas de ambos vehículos. Hice el esfuerzo de llegar hasta donde venían los gritos de aquel vehículo con la esperanza de que sus ocupantes estuvieran a salvo. Anduve varios metros tambaleándome y cayendo al suelo, llevando mi cuerpo a un esfuerzo sobrehumano con el fin de alcanzarlos.

    Un hombre cayó desde la puerta del conductor y corrió hacia la trasera con gritos de desesperación, golpeándola una y otra vez para abrirla como si su vida estuviera en aquel asiento. Los gritos se volvían más claros a medida que me acercaba y pude distinguir el llanto ahogado de una mujer que chillaba una y otra vez aquel nombre mientras le pedía que se despertara. Las lágrimas se mezclaron con la sangre que resbalaba por mis ojos y mis piernas temblaron hasta caer exhausto e inmóvil a escasos metros de aquel vehículo, donde mi vida se paró en seco ante un pequeño muñeco infantil manchado de sangre, tirado sobre el asfalto.

    CAPÍTULO 2

    «El amor entre hermanos es el vínculo más fuerte y duradero que existe. Cuando uno tropieza, el otro lo levanta».

    Vikrmn

    La luz atravesaba las cortinas de la ventana de mi habitación. El sol comenzaba a indicar que debía levantarme para empezar otro día. El ruido de los coches y la gente que transitaba por la calle también empezó a escucharse más claro a medida que salía de aquel profundo sueño que solía tener tras llevar varios días sin dormir. Tras un último bostezo decidí incorporarme. Eché un vistazo a la habitación. Lo último que recordaba era estar en el salón con Nicole consumiendo el último gramo que nos quedaba; ni siquiera hubiera sabido explicar cómo llegué a la cama y tampoco las horas que podría llevar dormido. Había descubierto que los medicamentos hipnóticos en grandes dosis eran lo único que podía hacerme dormir por horas sin notar los síntomas de la cocaína en el organismo. ¿Dónde se había metido Nicole? Miré a la almohada observando la mancha de sangre que había dejado mientras dormía. Últimamente se había vuelto algo habitual tras el consumo, aunque desde hacía varias semanas el problema se había agravado. Cogí una camiseta tirada sobre la cama y me limpié los restos que aún quedaban en mi nariz.

    El despertador marcaba las cuatro y trece minutos de la tarde. Hice un esfuerzo para levantarme y recorrí el pasillo que me conducía hacia el salón esperando encontrarme allí con mi chica. Vivía en un pequeño piso que pude comprar después de empezar a trabajar y que desde hacía unos meses pagaba con dificultad. El recibo mensual de estos caprichos, como eran la vivienda e incluso a veces la comida, pasaban a un segundo plano si en el otro lado de la balanza estaban las noches de fiesta y la diversión que en ocasiones Nicole y yo nos permitíamos y que desde hacía algunos meses se habían convertido en algo habitual. La hipoteca y su impago no hacía que me sintiera bien, pero al colocarme todo era diferente.

    El piso tenía lo necesario, ubicado en la barriada de Buenavista, no demasiado alejado del centro de Oviedo. Lo primero que me cautivó de aquel lugar fue su luminosidad y la energía positiva que desprendía por todos los rincones, con un color blanco que daba la impresión de estar en el mismísimo paraíso y unas asombrosas vistas del colosal parque Juan Mata. Allí me sentía feliz.

    No había ningún rastro de Nikki, como cariñosamente la llamaba. Busqué mi móvil apartando carátulas de algunos CD tirados sobre la mesa esperando ver algún mensaje suyo. En lugar de eso encontré varias llamadas perdidas de mi madre. Supongo que cuando llevas tres días sin saber nada de tu hijo llegas a sentir la desesperación y necesidad de hablar con él y comprobar que todo va bien. Últimamente, la relación con ella se había convertido en conversaciones frías que solían terminar en discusión cuando comenzaba a hablar de mi economía, que parecía ser lo único que le preocupaba. En alguna ocasión tuve que pedirle dinero a ella o a mi hermano para poder llegar a fin de mes y eso le hacía desconfiar de mí. No sabía lo que me pasaba y para cualquier madre eso debía ser motivo de alerta.

    —Dani, hijo, ¿estás bien? —preguntó al otro lado del teléfono con voz preocupada.

    —Perdona por no haberte llamado antes. He estado con fiebre y quería descansar —le respondí mientras recogía las botellas de ron mezcladas con la ropa interior que habíamos dejado tiradas por todo el salón—. Hoy ya parece que estoy algo mejor, ¿y por ahí? ¿Todos bien?

    Había estudiado la manera de evitar sus preguntas en situaciones como esta y una de ellas era desviar la atención para así quitar importancia al problema.

    —Me alegra que estés mejor. Tu hermano ha pasado hoy con la niña. Está enorme y muy despierta. A ver si buscas un hueco y vienes tú también a ver a tu madre —me dijo con la voz rota. Ya hacía once años que mi padre falleció y la soledad había ido adueñándose de aquella casa a medida que mi hermano y yo fuimos siendo más independientes—. Te noto la voz rara, ¿estás congestionado de nuevo? ¿Comes bien? —volvió a preguntarme.

    —Sí, me duele la garganta y esta congestión no se me pasa.

    —Me tienes preocupada, ha llegado otra carta del banco. ¿Tienes algo que decirme? Ya sabes que estoy aquí para escucharte si necesitas contarme algo —se ofreció cariñosamente.

    En aquel instante me sentí atrapado entre tantas preguntas y la impaciencia comenzó a apoderarse de mí. No estaba en las mejores condiciones para afrontar aquel interrogatorio.

    —¡Mamá, no hay nada que contar! —respondí de manera violenta—. Estoy bien, todo está bien. Seguramente sea publicidad del banco. —Lo cierto es que sabía exactamente lo que querían decirme en aquella carta. Llevaba algunos meses con dificultades para pagar la hipoteca y pedirían explicaciones—. Me cansa cuando te preocupas tanto —respondí con un tono más brusco del habitual. Noté la tensión que se estaba generando con la conversación y decidí darla por finalizada—. Ya te llamaré, ¿vale? Un beso.

    Al colgar el teléfono pude escuchar cómo se despedía apresuradamente, sabiendo que no le permitiría terminar la frase. Sentí tristeza al hacerlo. El pesar de una madre destrozada, y sin saber qué me estaba sucediendo, cayó sobre mí como un rayo que me fulminó.

    Los hipnóticos aún seguían haciendo estragos en el organismo y en mi cabeza. Me senté en el sofá y busqué alguna colilla que nos hubiera sobrado. Cada vez me costaba más recuperarme de mis consumos abusivos, que eran el preludio a un descanso de varias horas y una vuelta a empezar.

    Y allí me quedé sentado, pensando en lo que se estaba convirtiendo mi vida. En estos momentos era consciente de la gravedad de mi situación. Ocurría pocas veces y casi siempre después de estar varios días de fiesta y gastar gran parte de mi sueldo, cuando las secuelas dolían en la mente y el corazón al pensar en las personas a las que estaba haciendo sufrir. Sabía que aquella vida de excesos se estaba apoderando de mi ser poco a poco y los problemas surgían con mayor frecuencia de lo habitual, pero al esnifar la primera raya todo eso desaparecía y el bienestar volvía a mí, aunque esta vez iba a ser diferente. Observaba el desastre de salón en el que me movía, aquella hermosa habitación que compré con tanta ilusión y lo relacionaba con el desastre de vida que llevaba.

    Al cabo de un rato volvió a sonar el teléfono y me incorporé para cogerlo creyendo que esta vez Nikki daría alguna explicación de dónde podía estar, pero

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