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La Apuesta
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La Apuesta

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Blas Bracamonte, un inmigrante italiano que para alejarse del dolor y la muerte, desembarca de pequeño en la Ciudad de Buenos Aires.
Con mucho esfuerzo se desarrolla, se educa, se forma, se inventa, y cumple su sueño de formar su propia familia.
Pero cuando todo parecía perfecto, una tradición que se extendería como la peste en la familia Bracamonte, hace que Blas se convierta en un monstruo.
Fue así como surge "La Apuesta", desafiando a sus propios hijos a dejar la vida de lujos que poseen en Buenos Aires, para emigrar a la Ciudad de Nueva York, y comenzar de cero.
Los hermanos Bracamonte, deberán enfrentar todo tipo de contratiempos y vicisitudes en la Gran Manzana, para intentar derrotar a su padre, y ganarle "La Apuesta". ¿Lo lograrán?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 jul 2023
ISBN9789878741437
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    La Apuesta - Juan Negri Rubino

    CAPÍTULO 1

    Blas Bracamonte

    Al hablar de su pasado podríamos decir que Blas, a su estilo -el cual deberíamos en un principio no juzgar-, ha sido un dedicado trabajador. Llegó a Buenos Aires de la mano de su abuelo Don Alberto, ya que a su padre, Benito, lo había perdido en la guerra y de su madre sólo sabía su nombre: Lucía.

    Don Alberto también era viudo, una tradición que se extendía como la peste en la familia Bracamonte, aunque por diversas razones. Cósima, era una hermosa mujer, delicada y femenina, que fue sorprendida por una de las tantas balas perdidas de la guerra mientras cubría a su hija Lucía.

    Lucía creció sin madre. Su nacionalismo y su afán de defender a su patria, la llevaron a quedar atrapada en una balacera cubriendo a su pequeño Blas, corriendo el mismo destino de su madre. Blas fue rescatado y entregado a su abuelo, quien para alejarse de tanto dolor y tanta muerte, se embarcó hacia Buenos Aires.

    Con apenas 12 años, el oriundo de Bagheria luchó junto a su abuelo. Era la dura época del inmigrante italiano en la Argentina. Así fue que mientras su abuelo trabajaba en el puerto de La Boca, Blas intentaba descifrar el castellano y hacer amigos en el conventillo de Doña Luisa.

    Don Alberto era un hombre muy serio, con una mirada perdida; descargaba su ira con la vida realizando los trabajos más pesados en el puerto, cargando cosas imposibles, lastimándose. Los domingos, sin embargo, respetaba su tradición italiana y en honor a su Cósima amasaba pastas para alimentar a Blas. En ocasiones, para suplir los atrasos en el pago de la renta, los Bracamonte invitaban a comer a Doña Luisa.

    El domingo era el único día que Don Alberto se permitía descansar. Generalmente, luego del almuerzo dominical, abuelo y nieto iban juntos a la cancha a ver a Boca Juniors, ambos impecables, casi de etiqueta. El fútbol lo distraía y pensaba que era un buen deporte para que disfrutara su nieto.

    Blas jamás rechazó las pastas que con tanto cariño amasaba su abuelo, pero disfrutaba mucho más de los asados que le enseñaban a cocinar los porteños de la zona en parrillas improvisadas en las calles, e incluso en los techos de los conventillos.

    Ante la falta de una figura materna, Blas se acercó mucho a Doña Luisa y la ayudaba con las cosas del conventillo. Especialmente colaboraba con la dueña ante las dificultades para cobrarle a ciertos vecinos, ayudando de esta manera a disimular los atrasos de su abuelo. También rentaba cuartos y cuidaba las bicicletas de los trabajadores del barrio. Doña Luisa incluso le dejaba manejar el dinero del conventillo y le encomendaba que contrate a algún plomero, pintor o albañil cuando alguno de los huéspedes se quejaba por el estado de su habitación.

    Con mucho esfuerzo, Blas logró terminar el secundario, momento para el cual dominaba el español a la perfección. Ya por ese entonces tenía una presencia señorial. Era famoso por su cordialidad y su mirada triste pero madura. Cargaba con un perfil ambicioso y su inteligencia deslumbraba a niños y adultos. Todos le tenían mucho respeto.

    La colaboración con Doña Luisa en los manejos del conventillo, fueron los primeros pasos en el negocio inmobiliario, cosa que -por supuesto- colaboró mucho en el futuro millonario de Blas.

    Cuando su abuelo enfermó, producto de los dolores de la vida, su sacrificado trabajo y las enfermedades que esquivaba desde Italia, Blas se vio obligado a salir a trabajar. Con el secundario terminado, pero sin la mínima chance de estudiar una carrera, Blas sabía que el dinero no alcanzaba para la medicación de Don Alberto, y aunque a esta altura vivían gratis en el conventillo, comenzó a buscar trabajo. Sabía perfectamente que en el puerto de La Boca trabajo no faltaba, pero tampoco la paga era suficiente como para hacer frente a los medicamentos de Don Alberto. Menos aún para intentar ahorrar algo para poder, el día de mañana, continuar sus estudios.

    Doña Luisa fue el nexo para que Blas comenzara a trabajar en bienes raíces. Le presentó a Roberto Gastoniani, otro paisano de Sicilia que tenía un interesante negocio inmobiliario en el centro de la ciudad, prácticamente como un pasatiempo, ya que no sólo no era un experto en el rubro sino que tampoco le interesaba en lo más mínimo. Su esposa, Carol, era una americana que había heredado fortunas de sus padres que tenían pozos de petróleo en Texas. Don Roberto era quien le había vendido a Luisa el conventillo años atrás.

    Al principio, Blas limpiaba la oficina de Roberto, acomodaba los papeles, servía café a los posibles clientes y ante el primer error del dueño cargaba con la culpa y era castigado por su jefe. La inmobiliaria tenía cinco empleados: cuatro vendedores, la secretaria, Roberto, y el che pibe: Blas.

    Por supuesto que durante su estadía al lado de Roberto, además de realizar las tareas que le encomendaban, Blas prestaba atención a la manera de hablar de Roberto y de los otros vendedores, leía los contratos y estudiaba los movimientos del negocio.

    Luego de tres años, una tarde Blas volvía de la inmobiliaria y encontró a Doña Luisa llorando en la entrada de la pensión.

    Lo peor se le cruzó por la cabeza.

    —¿Qué pasó Doña Luisa?– preguntó desesperado.

    —Tu abuelo está con el médico, pero se lo ve muy mal– respondió la mujer que no podía parar de llorar.

    Blas de inmediato ingresó a la habitación y se cruzó con el médico que terminaba de revisar a su abuelo.

    —Hijo, no te pongas mal. Tu abuelo está muy enfermo. Te deseo suerte– le dijo mientras lo palmeaba en el hombro.

    —Abuelo, ¿cómo se siente?– dijo con lágrimas en los ojos mientras se acercaba a la cama donde reposaba Don Alberto.

    —He estado mucho peor hijo. Nada de esto me puede hacer más daño que el que me hizo la guerra, al arrebatarme a tu madre y a tu abuela– contestó Don Alberto, muy resignado pero con mucha lucidez.

    —Lo quiero mucho abuelo. No me deje solo– lloraba Blas mientras lo abrazaba.

    —No llore hijo. Los hombres no lloran. Usted es un hombre de bien, trabaja... yo me he convertido en una carga. Sólo lamento no haberle podido dejar más que nuestro apellido. Pero tampoco es poca cosa. Honre el apellido suyo y de nuestra familia. Haga su propia familia. Sea feliz en esta tierra de oportunidades sin olvidar sus orígenes. Estoy muy orgulloso de usted– respondió mirándolo a los ojos y tomándole la mano.

    —No se vaya abuelo, lo necesito, por favor se lo ruego no me deje solo– insistió, desconsolado, Blas.

    —Yo no lo dejo solo. Voy a estar en su corazón y cada vez que me necesite, mire al cielo y sonría. Yo voy a estar por ahí, socorriéndolo como pueda. Con su abuela y su mamá.

    —Lléveme con usted abuelo por favor. No quiero seguir sin usted a mi lado– suplicaba Blas.

    —No es mi decisión hijo. Ya será su turno. Le pido un único favor: Nada de velorio. Me crema y esparce mis cenizas por la cancha de Boca. Voy a estar ahí alentando con usted– Esas fueron las últimas palabras de Don Alberto.

    Blas cumplió con el deseo de su abuelo al pie de la letra, y luego de esparcir sus cenizas miró al cielo e intentó esbozar una sonrisa, pero le fue imposible. Sus lágrimas se mezclaban con la lluvia que no cesaba. Todo mojado, Blas permaneció durante horas con la mirada perdida.

    CAPÍTULO 2

    Al César lo que es del César

    Luego de un par de años sin Don Alberto, Blas ya era un experto en el negocio inmobiliario y dejó de ser el chico de los mandados para convertirse en el vendedor estrella de Don Roberto. Su aspecto fino y educado lo llevó a concretar las más suculentas operaciones del mercado, pero Blas veía cómo Roberto, sin realizar el mínimo esfuerzo, se llenaba de dinero, mientras él se quedaba con un ínfimo porcentaje. Fue entonces cuando Blas decidió hacer «justicia por mano propia», con el objetivo de juntar el dinero suficiente como para abrir su propio negocio. Sabía absolutamente todo respecto de las inmobiliarias, y de los inmuebles, tenía conocidos en los bancos y además contaba con los datos de la totalidad de los clientes de Roberto, por lo que decidió comenzar a ejecutar su plan para abrirse y por supuesto, indemnizarse.

    Blas mostraba las propiedades en venta; con su carisma convencía a los distintos clientes que las señaran, ya que por supuesto siempre había otra persona interesada y luego se las ingeniaba para que de alguna manera las operaciones se cancelaran. Blas jamás rendía cuentas a Roberto, y si bien éste notaba que Blas, a diferencia de otras épocas, no lograba vender ni una propiedad, no le preocupaba en lo más mínimo. Mientras tanto, los inversores creían a ciegas el relato de Blas, ya que era un joven correcto y ejemplar, pero sí dudaban de Roberto.

    Fue entonces que ante un par de reclamos, y para evitar problemas legales, Roberto decidió cerrar el comercio y radicarse en los Estados Unidos con toda su familia -ya que ninguno de sus hijos estaba interesado en continuar con el negocio-, para dedicarse a dilapidar su fortuna, dejando a Blas y al resto de sus empleados sin trabajo. Curiosamente ese fue el punto de partida de Blas, para tomar coraje y comenzar su propio futuro.

    El dinero ahorrado y lo recaudado de las «operaciones frustradas» le alcanzó apenas para alquilar una modesta oficina en San Telmo. Algo alejada del centro, si, pero Blas entendía que el trabajo de campo de este negocio eran las propiedades. Para ello debió recurrir a la inmobiliaria estrella de Buenos Aires, que por aquel entonces era de un tal Aaron Mercado, al cual le rogó- por haber sido del gremio- le hiciera un descuento en la comisión del alquiler, explicándole todos los perjuicios que le había causado el cierre de la inmobiliaria donde trabajaba.

    En un principio el Sr. Mercado le ofreció trabajo y suculentas comisiones, algo que por un instante hizo dudar a Blas, pero que finalmente rechazó. Mercado accedió al descuento. Con humildes instalaciones, pero la agenda completa de los clientes de Roberto, Blas se comunicó uno por uno con ellos, explicándoles que Roberto se había quedado con todo el dinero de las señas, que por ello se cancelaron las operaciones y que con ese dinero se fugó a los Estados Unidos, dejando a todos los empleados en la calle.

    Como todos quedaron conformes con la historia, Blas fue por más; les aseguró que se sentía tan responsable, y con tanta vergüenza por lo ocurrido, que se comprometía a venderles o comprarles distintas propiedades para devolverles el dinero de todas aquellas operaciones frustradas, realizando dichas operaciones de manera gratuita para todos los perjudicados. Por supuesto que los clientes se solidarizaron con el joven, le otorgaron sus propiedades y, valorando su gesto noble, jamás le exigieron el dinero que supuestamente había quedado en manos de Roberto. Además, la mayoría insistió en abonar todas las comisiones de Blas, e incluso lo recomendaban entre todos sus allegados.

    Era una época próspera del país; ingresaba mucho dinero del extranjero, se radicaban empresas, se construían edificios, se alquilaban muchos inmuebles. Fue el momento exacto para emprender un nuevo negocio, aprovechar el viento de cola y toda la experiencia adquirida para demostrar, no sólo a sus clientes sino también a sí mismo, que pese a no tener un título universitario, estaba a la altura de las circunstancias.

    Ese fue el nacimiento de «Don Alberto -en honor a su abuelo- Negocios Inmobiliarios», que con el tiempo, ante su gran crecimiento, pasó a llamarse como en la

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