Valores políticos y conflicto en España
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Con este ensayo, el autor reflexiona sobre los valores políticos en la sociedad española actual, identificando más de cuarenta, segmentándolos por filosofías políticas y confrontándolos entre sí, lo que permitirá ver al lector como cada valor puede erigirse en contravalor de los otros valores de sus antagonistas políticos. El resultado final del cruce de los valores de las diferentes formaciones políticas entre sí nos desvela un escéptico panorama para nuestra convivencia social y política donde el conflicto, se erige en el gran protagonista de esta guerra ideológica sin final aparente.
Detrás del análisis exhaustivo de esta cuarentena larga de valores políticos asignados a las formaciones más relevante de nuestro país y de su comparación valor con valor, se dibuja un mapa de conflicto y confrontación políticos que debe hacernos reflexionar sobre lo frágil que puede resultar nuestra convivencia en un contexto político y social fragmentado, enfrentado y no siempre de fácil armonización. Los políticos españoles deberían reflexionar y ser menos frívolos a la hora de proponer o defender valores que, posteriormente, trasladarán a los ciudadanos, abriendo grietas en la convivencia civil, siempre de lábil equilibrio y propensa a la descomposición.
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Valores políticos y conflicto en España - Víctor Miguel Pérez Velasco
1. Introducción
JUSTIFICACIÓN
La realidad es viva y fluida, y un libro no deja de ser una foto fija, una imagen fosilizada de cualquier realidad. Pero a pesar de estas limitaciones, este trabajo pretende describir con la máxima fidelidad el cuadro caótico y complejo de los valores políticos en la España de la segunda década del siglo XXI. Este es un estudio descriptivo sobre valores políticos y se inspira en la tesis doctoral de su autor, Cultura organizacional y valores profesionales (Pérez Velasco, 1994), salvando, obviamente, las distancias del tiempo y la temática. La tesis abordaba la relación entre la cultura, los valores y el mundo de las organizaciones empresariales, y este nuevo estudio conecta los valores con el mundo de las ideas políticas y su impacto en la conducta tanto individual como colectiva. Al final, y como resultado, se pretende explicar cómo los valores políticos afectan a la propia sociedad, a la vida política y a los comportamientos individuales, sobre la base de la existencia de valores políticos, identificables como referentes doctrinales, que los diversos grupos políticos aspiran a implantar total o parcialmente en nuestra sociedad.
Lo que emerge a primera vista de este análisis es el potencial de conflicto social, político o económico, que se desprende de esta torre de Babel profundamente caótica y contradictoria, donde los valores de ciertas formaciones políticas se enfrentan de forma irreconciliable, como contravalores de otras formaciones antagonistas. El futuro de España no resulta halagüeño ante la perspectiva de tensiones en su sociedad, fruto de tanta falta de armonía entre las aspiraciones de las diferentes formaciones políticas que compiten por alcanzar el poder en el frenético vaivén del juego democrático.
En este trabajo se ha rechazado el recurso a utilizar una única escala de valores que se aplicaría a las diversas formaciones políticas y obtener, así, un estudio comparado a partir de una herramienta de evaluación común. En su lugar, se han ido identificando los valores que se asocian con las diferentes filosofías o formaciones políticas, hasta acumular 42 valores políticos distintos.
Por su naturaleza, estos valores no están definidos para una cómoda evaluación por psicólogos o sociólogos, sino como la expresión de vehículos doctrinales que pretenden ser referentes de comportamientos a seguir por los ciudadanos, ganar elecciones y conseguir que se implanten en la vida social y cambien nuestra sociedad. Esta beligerancia implícita es la que se detecta al comparar los valores de nuestro estudio y aporta una imagen de potencial conflictivo de nuestra sociedad fruto de la colisión previsible de los valores entre sí.
Solo nos queda confiar que la sensatez de nuestros políticos, la solidez de nuestra democracia y el respeto al Estado de derecho permitan embridar y controlar este caballo tenso y furioso que representan estos valores políticos.
INTRODUCCIÓN AL CONCEPTO DE CULTURA, SU RELACIÓN CON LOS VALORES Y LA PERSONALIDAD
EL CONCEPTO DE CULTURA
El concepto de cultura, desde el punto de vista antropológico, ha sido objeto de múltiples debates y controversias. Desde su acepción inicial como nivel educativo o formativo de una persona o colectivo, hasta la visión antropológica simplificada de considerar a la cultura como el conjunto de ideas, creencias, valores, estilo de vida, religión, costumbres e historia, que definen los hábitos de una comunidad humana. Pero desde nuestra óptica nos complace más una concepción ecológica de la cultura que se define como:
[…] un sistema adaptativo que permite a los hombres adecuarse al entorno, prestando una atención especial al hábitat y a la cultura material. En definitiva, cada comunidad humana vive en un hábitat o si se prefiere un ecosistema. Y, aunque la extrapolación de esta concepción de lo ecológico pueda resultar fuerte, una organización o una comunidad productiva puede ser perfectamente estudiada como un ecosistema aunque este esté en mayor o menor grado impregnado de artificialidad (Pérez Velasco, 1994: 16).
El concepto de cultura que más nos satisface, afín a un enfoque de la antropología ecológica, y que tiene por tanto cierta concomitancia con el concepto anteriormente expuesto, lo encontramos en Leslie A. White, quien considera a la cultura como:
[…] un sistema organizado, integrado, distinguiéndose tres subsistemas culturales, a saber, los sistemas tecnológico, sociológico e ideológico. El sistema tecnológico estaría compuesto por los instrumentos materiales, mecánicos, físicos y químicos, junto con las técnicas de su uso, con cuya ayuda el hombre, como una especie animal, se relaciona con su hábitat natural. Encontramos aquí las herramientas de producción, los medios de subsistencia, los materiales de refugio junto con los instrumentos de defensa y ofensa. El sistema sociológico está compuesto por relaciones interpersonales expresadas por pautas de conducta, tanto colectiva como individual. Incluimos en esta categoría sistemas sociales, familiares, económicos, éticos, políticos, militares, eclesiásticos, ocupacionales y profesionales, recreativos, etc. El sistema ideológico está compuesto por ideas, creencias, conocimientos expresados en lenguaje articulado y otra forma simbólica. Caben en esta categoría las mitologías y teologías, leyendas, literatura, filosofía, ciencia, saber popular y conocimiento de sentido común (White, 1982: 338).
Inspirándonos en el concepto de cultura de White, recreamos un esquema que representa a la cultura como un sistema, con los tres subsistemas que compondrían una cultura humana, y donde cada sistema interactúa entre sí, sin un determinismo de ninguno de los subsistemas sobre los restantes ni ninguna jerarquía de alguno de ellos sobre los demás, tema este sobre el que no habría claro consenso.
La potencia de percibir la cultura dividida en tres subsistemas interactuantes entre sí permite describir con mayor detalle cada uno de los subsistemas y entender cómo la cultura actúa influyendo a sus miembros. Nuestra reinterpretación de los conceptos de White nos conduce a una redefinición somera de cada uno de los subsistemas culturales como sigue:
Los tres subsistemas que componen una cultura
•Subsistema tecnológico: Conjunto de instrumentos, artefactos, herramientas, armas, equipos, conocimientos técnicos, edificaciones, etc., que permitían a una comunidad adaptarse al entorno obteniendo de él los recursos fundamentales para la subsistencia de sus miembros. En él se ubican los logros tecnológicos acumulados, propios o ajenos, a su servicio y que definen la complejidad tecnológica de una sociedad. Para ciertos expertos, este subsistema es el lugar donde se sitúa la cultura material, por su nivel de concreción y tangibilidad y, por tanto, suele carecer de interés para los políticos.
•Subsistema sociológico: Se refiere a cómo una comunidad humana, tribu o sociedad organiza sus relaciones interpersonales. En este subsistema se ubicarían las clases sociales, su movilidad, las relaciones interpersonales, los usos y costumbres, etc. Para los marxistas, este subsistema sería el escenario en que acontece la lucha de clases. Es aquí donde la política libra la mayoría de sus luchas, ya que por su naturaleza expresa la peculiaridad demográfica y generacional de una sociedad, al alojarse en él la vida ciudadana. Aquí pescan los políticos sus votos.
•Subsistema ideológico: Aquí situamos las ideas, las creencias, la religión, los valores, los mitos, la historia de la cultura y el lenguaje articulado. En él descansa de forma especial la identidad cultural de la comunidad humana que la soporta. Hacia este subsistema dirigen los comunicadores, adoctrinadores e influenciadores sociales sus mensajes. Para los políticos, en este escenario se alojaría el ideario doctrinal de una sociedad, tan fragmentada como lo estén sus ideas, creencias y valores políticos. Por ello es el segmento cultural donde los adoctrinadores se concentran. Este es el subsistema más intangible; de hecho, otros autores ubican en él la cultura simbólica, ya que contiene los referentes cognitivos y emocionales de una sociedad, de ahí el interés de los políticos y sus ideólogos por controlar, dominar y manipular este subsistema a través de una red de valores interesados.
Un principio heredado de la antropología es el respeto que se debe tener hacia las culturas y lo importante que es su respeto integral, de ahí que se cuestione cualquier tipo de intervencionismo dirigido a modificar los tres subsistemas de forma tendenciosa, artificiosa o unilateral. El subsistema tecnológico evoluciona al ritmo impredecible e incontrolable de las innovaciones tecnológicas internas o externas. Pero los subsistemas sociales e ideológicos suelen depender especialmente de factores internos y, en buena medida, de la acción política, como la historia nos ha demostrado dolorosamente cuando los totalitarismos y los dictadores toman el poder. De ahí la importancia que tienen los sistemas democráticos en regular que los cambios sociales no se realicen de forma impostada, sectaria e interesada, conducida por minorías que pretenden arrasar con las herencias culturales por un principio ideológico excluyente o de oportunidad. En este punto, anticipamos la importancia de los valores a la hora de explicar la evolución, la regresión e incluso la destrucción de un sistema cultural.
Especial atención deberá prestarse al riesgo que supone que los seguidores de una reducida facción social o política puedan apropiarse en exclusiva de ciertas dimensiones del sistema cultural. Por ejemplo, la reconstrucción del sistema de valores o de la historia común y manejarlo a su antojo. O el riesgo que suponen las ideologías políticas que presumen de tener la piedra filosofal que pretende explicar de forma casi irrefutable cuál es el problema de nuestra sociedad, así como presumir de tener la solución definitiva para que todos los ciudadanos sean felices. Este es el caso temerario de aquellos ideólogos o líderes de un partido o movimiento político cuando plantean actuar doctrinalmente para cambiar valores, o reinterpretar la historia de una forma falaz y unilateral transformando artificialmente el subsistema ideológico de una cultura. Esta es una suerte de imposición carente de sensibilidad antropológica y que muchos políticos autoritarios ya intentaron, aunque fracasaron estrepitosamente.
INFLUENCIA DE LA CULTURA EN LA PSICOLOGÍA INDIVIDUAL
La antropología es la ciencia que mejor puede ayudar a interpretar la relación entre la cultura y la personalidad. Abundantes fueron los estudios y aportaciones desde esta ciencia dirigidos a comprender la influencia de la cultura en los individuos y en la sociedad. Foster (1974) relaciona la antropología como ciencia aplicada a diversos aspectos de la vida social y psicológica de las comunidades humanas. También Serpell (1981) aborda una temática similar, esta vez centrada en la influencia de la cultura norteamericana sobre la psicología de diversas comunidades latinoamericanas en Estados Unidos. Pero fue Ralph Linton, con su obra Cultura y personalidad (1983), quien ya en los años 40 planteó la cuestión de la influencia de la cultura en la psicología de los miembros de una cultura, y específicamente en su personalidad. Según este autor, la forma en la que influye la cultura en la personalidad no es modificando los rasgos básicos de ella, sino creando valores y actitudes que se instalan en los sujetos a través de los procesos culturales de influencia social. En este caso, la cultura sirve de guía y facilita una serie de valores y actitudes que pueden llegar a configurar lo que se podría considerar como un tipo básico de personalidad o personalidad base, representada por una constelación de valores y actitudes que han sido suministrados por dicha cultura o subcultura, de forma precisa y congruente con esa sociedad. La cultura base actúa en forma de estereotipo social que sus miembros tratan de incorporar a su personalidad de forma que refuerzan su identidad cultural, su singularidad y guardan coherencia con la sociedad en su conjunto. Un ejemplo de estos estereotipos sociales o personalidad base sería, por ejemplo, el siguiente aserto: «los aragoneses son testarudos». Se trataría de un valor cultural que se instala en esa región, se promociona e imita por sus habitantes, lo que resulta gratificante para ellos porque se refuerza su identidad cultural. Como consecuencia, ya sea por imitación o modelado, muchos aragoneses se empeñarían en parecerse a esa estereotipia y finalmente pueden acabar comportándose como testarudos, aunque no sea un rasgo estable de su personalidad.
¿Los estereotipos de esta cultura base cambian la personalidad de esas personas? Estrictamente hablando no, y puede haber personalidades no testarudas que seguirán siendo no testarudas, a pesar de que se empeñen en serlo y se comporten puntualmente como testarudas cuando el control social actúe, tratando de asemejarse al patrón cultural de testarudez y asumidos como herencia de la tradición regional. Si aplicásemos pruebas psicotécnicas sobre su personalidad, es probable que ese rasgo no apareciese, pero si observáramos su comportamiento, puede que sean testarudas fruto de la imitación, aunque no como un rasgo estable de personalidad.
Otro rasgo que se ha de considerar derivado de esta cultura base es su volatilidad, ya que, en la medida en que las actitudes y los valores se crean y se cambian con información, los rasgos estereotipados de una cultura base se pueden cambiar con dicha información. Bastaría, por ejemplo, con cambiar al individuo de lugar de residencia e instalarle en un nuevo entorno cultural que, en la medida en que se adapte al nuevo contexto social, irá cambiando su personalidad base. De forma que el cambio de contexto cultural siempre conllevará el relevo, e incluso sustitución, de los valores y actitudes culturales anteriores en beneficio de los nuevos valores, si se pretende tener una adaptación exitosa. En cambio, los rasgos de personalidad serán siempre los mismos, porque las actitudes y los valores pueden cambiar, pero la personalidad apenas sufrirá modificaciones.
Trasladado el término de cultura base al ámbito político, el funcionamiento seguiría siendo el mismo. Los sujetos que comparten valores de izquierdas o derechas pueden tener actitudes y valores específicos de la ideología política a la que pertenecen, pero su personalidad seguirá siendo la misma, ya sea extrovertida, introvertida, impaciente, etc. Por tanto, la psicología individual es la misma, no sufre alteraciones, a excepción de sus valores y actitudes; la personalidad no muta con la influencia de la cultura, pero los valores pueden matizar esa personalidad en acción, al crear diferentes actitudes que producirán pensamientos, sentimientos y comportamientos distintos. Si entendemos los valores y las actitudes como un rasgo periférico y mutable de la personalidad, y esta como el núcleo duro de origen genético de ese constructo, al que se conectan valores, actitudes, intereses, etc., el panorama queda clarificado. La cultura no cambia la personalidad (el núcleo duro), pero sí influye en ella modificando los elementos periféricos (valores, actitudes, etc.), lo que en definitiva impactará sensiblemente en las cogniciones, emociones y comportamientos de los sujetos a pesar de que la personalidad no quede alterada. Por todo lo anterior, la cultura a través de los valores influye en los comportamientos independientemente de la personalidad del sujeto, que sirve de instrumento interpretador y ejecutor de los mismos. Esta separación hace impredecible qué tipo de personalidad votará a qué tipo de ideología política, ni qué tipo de valores compartirá. Todo dependerá de los procesos de influencia social que actúan sobre el sujeto, por ejemplo, el adoctrinamiento, la propaganda, los medios de comunicación, etc.
LA CUESTIÓN DE LOS VALORES Y LA POLÍTICA
INTRODUCCIÓN AL CONCEPTO DE VALOR
Los valores son una parte muy importante de la cultura de una sociedad, y se ubicarían dentro del sistema ideológico, una de las dimensiones más intangibles de las culturas humanas. Cada sociedad, cultura, subcultura, grupo o colectivo, suele crear sus propios valores, unos compartidos con otros miembros de la sociedad, y otros exclusivos y específicos de un colectivo, grupo o comunidad humana determinada. Esta versatilidad cultural y asociativa permite la existencia de diversos y diferentes valores. Los estudios sobre valores nos ayudan a segmentar qué tipo de valores suelen existir conviviendo entre sí. Se identifican, principalmente, valores sociales, valores religiosos, valores profesionales, valores del trabajo, valores educativos, valores castrenses o valores políticos, por citar los que más estudios concitan. La siguiente cuestión sería definir qué es un valor en su sentido genérico, lo que nos conduce a una breve revisión de la cuestión a través de las siguientes definiciones por orden cronológico (Pérez Velasco, 1994: 96 y ss.).
1. Krech, Crutchfield y Ballachey (1972): Valores son «creencias acerca de lo que es bueno o deseable y lo que es malo o indeseable. Los valores reflejan la cultura de una sociedad y se hallan ampliamente compartidos por los miembros de una cultura. Si el individuo acepta un valor, termina convirtiéndose en un objetivo».
2. Kluckhohn (1951: 395): «Un valor es una concepción de lo deseable y no algo meramente deseado. Esta concepción de lo deseable influye en la selección de una serie de modos, medios y fines de conducta, que finalmente, tras un análisis más profundo, representa una definible preferencia de algo entre algo más. Este algo es un específico modo de conducta o estado final de existencia. Es algo más, es una forma de conducta opuesta o diferente».
3. Ralph Barton Perry (1954): «Un valor es cualquier objeto de interés y los dos términos, valores e intereses, son conceptos idénticos».
4. Allport (1961: 454): «Un valor es una creencia sobre la que el individuo actúa preferentemente».
5. Jacok FIink (cit. por Rokeach, 1973): «Los valores son modelos normativos por medio de los cuales los seres humanos resultan influenciados en sus elecciones entre los cursos alternativos de acción que perciben».
6. Hollander (1968): Un valor es un «componente nuclear de una constelación actitudinal que orienta la conducta, en el largo plazo, hacia ciertas metas con preferencia a otras».
7. Rokeach (1973: 5): «Un valor es una creencia duradera (en el tiempo) según el cual un específico modo de conducta o de estado final de existencia es personal o socialmente preferible a otro modo de conducta o estado final de existencia opuesto o distinto».
8. Senger (1971: 416): «Un valor es una pluralidad de