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Ética, política y espíritu en Eduardo Frei Montalva
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Libro electrónico272 páginas3 horas

Ética, política y espíritu en Eduardo Frei Montalva

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La figura de Eduardo Frei Montalva no se ha quedado inmóvil en el tiempo y tampoco se limita al tremendo recuerdo de su obra, pues su pensamiento y acción entregan enseñanzas válidas ayer y hoy, todo lo cual permite decir que, siguiendo a Hanna Arendt, su pasado se puede ver con ojos de futuro. En tiempos en que la política se empequeñece, cuando los slogans fáciles reinan en las asambleas, junto a un fundamentalismo de quienes han descubierto una convicción que pretenden imponer al resto, Frei se levanta como un verdadero líder, un político a carta cabal, un hombre culto, serio, de vida austera, que supera los márgenes nacionalistas, para entregar una visión del mundo y sus transformaciones. En Frei encontramos una figura con estilo, identidad, perfil propio, propuesta programática, sentido de mundo, inspiración doctrinaria, capacidad política; hombre de estado, conductor político, alguien que, como lo titulara en uno de sus libros, integraba debidamente el pensamiento y la acción.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 may 2018
ISBN9789563061376
Ética, política y espíritu en Eduardo Frei Montalva

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    Ética, política y espíritu en Eduardo Frei Montalva - Jorge Maldonado

    Frei

    Prefacio

    Gutenberg Martínez Ocamica¹

    La figura de Eduardo Frei Montalva no se ha quedado inmóvil en el tiempo y tampoco se limita al tremendo recuerdo de su obra, pues su pensamiento y acción entregan enseñanzas válidas, ayer y hoy, todo lo cual permite decir que, siguiendo a Hanna Arendt, su pasado se puede ver con ojos de futuro.

    En tiempos en que la política se empequeñece, cuando los eslóganes fáciles reinan en las asambleas, junto a un fundamentalismo de quienes han descubierto una convicción que pretenden imponer al resto, Frei se levanta como un verdadero líder, un político a carta cabal, un hombre culto, serio, de vida austera, que supera los márgenes nacionalistas, para tener una visión del mundo y sus transformaciones.

    Alguien que mantuvo su convicción religiosa y los principios del humanismo cristiano, como una inspiración real, que leyendo a Maritain pudo avizorar un humanismo integral, meta final de un largo peregrinaje en que los socialcristianos debían trabajar para desarrollar procesos de cambio que permitieran acercar la sociedad a esa expectativa de futuro.

    Convencido de que el centro es la persona humana, sus derechos inalienables y su dignidad humana, fue un propulsor de los Derechos Humanos en todo tiempo y lugar. En esto no transigió, ni frente al capitalismo exacerbado ni frente al comunismo estatista que le tocó conocer.

    Reivindicó la democracia siempre, frente a quienes la descalificaban por burguesa y pretendían sustituirla por una dictadura del proletariado, y a quienes desconfiaban de ésta, buscando formas protegidas o claramente autoritarias. La libertad y la justicia social eran valores intransables y de modo alguno contradictorios, teniendo claro que la libertad era el valor fundamental, pues, como lo indicara si debía optar, lo hacía por la libertad, para poder luchar por la justicia social.

    También eran tiempos de pensamientos únicos, el comunismo y el capitalismo sajón se presentaban como los pensamientos únicos de ese tiempo. Frei desconfiaba de los ideologismos absolutos, poseía una convicción inalterable en los principios, y entendía que la política tenía el desafío de aterrizar esos principios de un modo que los países avanzaran en la construcción de su bien común.

    Su visión de mundo y su compromiso con el personalismo comunitario, le hicieron impulsar muy tempranamente la necesidad de una Integración latinoamericana, camino que detuvo su recorrido al término de su gobierno y que después de cuarenta años de sus formulaciones continúa virtualmente paralizado. Para él la política no era solo nacional, con mucha anticipación tenía claro que el futuro caminaba a un mundo más interdependiente y por ello propulsó la existencia de una internacional Demócrata Cristiana, a nivel latinoamericano (ODCA) y a nivel mundial (IDC).

    Fue un político de mirada humanista y de avanzada, que entendía las reglas de la economía, la importancia del mercado y el necesario rol del Estado. Nunca fue presa del liberalismo, sin perjuicio de reconocer que su aporte, junto al del cristianismo, habían dado vida a la democracia. Valoraba a los emprendedores modernos, aquellos que generaban riqueza por su trabajo, que no vivían del proteccionismo, que valoraban y respetaban a sus trabajadores y que tenían una visión del bien común.

    En su análisis de la realidad, concluyó en la importancia de hacer cambios estructurales, siempre con respeto pleno a la democracia y a la libertad y vistos en términos históricos, fueron cambios que perduraron en el país, pues fueron hechos de buena forma, con convicción, apoyo mayoritario, con una calidad de gestión profesional ampliamente reconocida y exenta de ideologismos o sectarismos. Sus reformas fueron bien pensadas y bien realizadas.

    Tenía una visión de integración social del país, rechazaba el clasismo de derecha e izquierda, su línea era un movimiento nacional y plural donde todos tenían un espacio, sobre la base de colocar en el centro a la persona humana y al bien común.

    Sus reformas dejaron huella, su liderazgo político democrático, y de altura, le permitía dialogar con jefes de gobierno, filósofos y papas, su voz era escuchada y respetada en el mundo, por ello se le integró a comisiones internacionales de gran prestigio. Frei era un referente en América y en lo que ayer se denominaba el mundo occidental.

    Como político, no sufría complejos, ni de izquierda ni de derecha, hizo la reforma agraria, integró los marginados a la sociedad, organizó a campesinos y pobladores, abrió el Estado a la investigación científica y tecnológica, realizó la primera reforma educacional, cofundó el Pacto Andino, como primera expresión integracionista de la región, rechazó la invasión a República Dominicana y la dictadura cubana, implementó una política económica inspirada en la economía social de mercado y mejoró la calidad de vida de los chilenos.

    Como partidario de los principios de la subsidiariedad y de la solidaridad, fomentó la organización popular y el sindicalismo campesino, a su vez respaldó a las cooperativas y formas democráticas de un capitalismo popular, siempre con una condición: estas entidades debían responder a los intereses legítimos de sus miembros, coordinados con el bien común de la sociedad y con la democracia. Por eso, rechazaba la politización de estos cuerpos intermedios y del sindicalismo, pues les reconocía un rol que le era propio, diferente al rol de los partidos y de la política propiamente tal.

    Frei escribió sobre las convicciones y también sobre la política, su estética y su deber ser. Conoció del populismo, la denominada politiquería, el activismo sin contenido, el ejercicio irresponsable y la defensa de intereses de diversa índole que limitaban su transferencia y deber de eficacia en la formulación e implementación de las políticas públicas.

    Creía en los partidos políticos y constituyó uno que debía ser ejemplo de democracia, modernidad, transparencia, compromiso doctrinario, capacidad programática y decisión identitaria.

    Cuando el país cayó en el ideologismo y en los intentos de realizar transformaciones sin respaldo mayoritario, en un proceso político que comenzaba a dañar la convivencia pacífica y practicar los cuestionados resquicios, levantó su voz y se constituyó en el líder de la oposición democrática. Luego, con la dictadura no dudó en encabezar el movimiento democrático y la defensa de los derechos humanos, personalizando con su ejemplo una lucha pacífica por la libertad y su recuperación.

    Finalmente, su muerte aún no aclarada, pero con antecedentes sólidos para establecer las bases del mayor asesinato político de Chile, coronan un ejemplo para la política chilena y mundial.

    En Frei encontramos una figura con estilo, identidad, perfil propio, propuesta programática, sentido de mundo, inspiración doctrinaria, capacidad política; hombre de estado, conductor político, alguien que, como lo titulara en uno de sus libros, integraba debidamente el pensamiento y la acción.

    Este libro, en visiones plurales de sus autores, recoge el pensamiento del Presidente Frei Montalva y lo proyecta al presente y al futuro de la política, especialmente de aquella que se nutre del humanismo cristiano.

    Eduardo Frei Montalva y su mundo.

    El evangelio de los audaces

    Enrique San Miguel Pérez²

    "Tenemos necesidad, más que nunca, de auténtica inspiración cristiana, tanto en el nivel de las bases populares que nos han otorgado su confianza, como en el de las arduas tareas gubernamentales que nos aguardan.

    Claramente consciente de las distinciones que deben mantenerse entre doctrina y política, no me siento menos responsable, como católico convencido, de la promoción que exige en América Latina esta profundización y esta elaboración doctrinales.

    Era la primera carta que escribía este católico convencido, en un cuidado pero resuelto francés, el 5 de septiembre de 1964, pocas horas después de la confirmación de su victoria en las elecciones presidenciales celebradas en la República de Chile, y ya con plena conciencia de sus nuevas responsabilidades. Se llamaba Eduardo Frei Montalva, y el destinatario de sus letras fundacionales era el también casi flamante Papa, Pablo VI, quien, el 15 de octubre siguiente, respondía destacando el noble sentimiento de responsabilidad que anima a Vuestra Excelencia para con el pueblo chileno, el cual ha confiado sus esperanzas de progreso civil y social a un movimiento que abiertamente declara quererse inspirar en los genuinos principios cristianos.

    Ambos habían liderado un proyecto tan proverbialmente inherente a la concepción cristiana del mundo como la definitiva consolidación de la Democracia Cristiana en una propuesta política de aliento universal. Pero su materialización sólo había llegado a producirse realmente el histórico 4 de septiembre de 1964. Eduardo Frei Montalva y el Partido Democratacristiano de Chile inauguraban una nueva era en la historia democrática, y muy singularmente en la historia de los demócratas de inspiración cristiana. Y Pablo VI era plenamente consciente de ello.

    De hecho, algunos autores, como Jean-Dominique Durand, sostienen que nunca Pablo VI se alegró tanto por un resultado electoral como el que depararon los comicios presidenciales chilenos en 1964. Y ello, viniendo del Papa que mejor conoció y más amó la política, ofrece adecuado testimonio de la histórica dimensión de la elección de Frei Montalva. El presidente y el siervo de los siervos de Dios, el más bello de los títulos de los Papas, coincidían en la percepción de la responsabilidad que sobre el nuevo presidente recaía, pero también en la identificación del movimiento cristiano con -decía Frei- las bases populares, y añadía el Papa Montini, sus esperanzas de progreso civil y social. Comenzaba una nueva edad de la política. Y Frei Montalva no estaba solo.

    Para empezar, estaba yo. Frei Montalva tomó posesión el 3 de noviembre de 1964. Yo nací el 18 de noviembre siguiente. Es decir, nací con la presidencia Frei. Y, en la casa en que nací, en calle Lasaga Larreta de Torrelavega, 1964 fue el año en el que ganó Frei y nació Quique. Me explico. 1964 podría haber sido el año de My fair lady, en el que Georges Cukor llevó al cine el musical de Broadway de Lerner y Löwe, un nuevo éxito tras Brigadoon, y antes de Camelot, y convirtió a Audrey Hepburn en Eliza Doolitle, a Rex Harrison en el profesor Higgins, con Cecil Beaton encargado de la biografía y el vestuario. Pero mi padre dijo una vez: Quique nació el año que ganó Frei. No el año en el que mi madre y él se casaron, no, un gélido 4 de enero. Eso no era tan relevante. Quique había nacido el año que ganó Frei. Mi padre, claro, era democristiano, y la Democracia Cristiana era ya universal.

    Pero, más importante, que mi compañía, Frei Montalva contaba con la presencia de poderosísimas personalidades políticas cristianas. Recuerdo que, la primavera de 1968, mataron a un señor de tez negra. Recuerdo la consternación de mi madre, y a mi padre explicándome que se llamaba Martín Luther King, y que los hombres malos le habían matado porque era muy bueno. Y, dos meses después, esa misma primavera, mataron a un joven rubio con flequillo, que se llamaba Robert Kennedy, y la consternación de mi madre fue en incremento, y mi padre me volvió a explicar que los hombres malos seguían matando a los buenos. Pero que los hombres buenos estaban cambiando el mundo. Que por eso mismo habían matado a Jesús. Y al igual que Jesús vivía, los hombres que caían para cambiar el mundo seguirían viviendo.

    Todo un mensaje: les mataban porque nos amaban. Oscar Wilde decía que siempre se mata lo que se ama. Pero no que siempre se mata a los que aman. En 1968 fue el turno de Martín Luther King y de Robert Kennedy. En 1978, el de Aldo Moro. En 1982, el del propio Eduardo Frei Montalva. En 2012, Oswaldo Payá. Pero mi padre tenía razón. Los hombres como Eduardo y como Oswaldo no pueden morir. Hay hombres, recordaba John Ford al final de ¡Qué verde era mi valle!, que no mueren nunca.

    Frei Montalva no caminaba y no caminará nunca sólo. Líderes democristianos, o de inspiración cristiana, protagonizaron la extraordinaria ampliación de las bases políticas y sociales del sistema democrático, característica de los años 60. Y esa ampliación, paralela a la expansión de la clase media, y a la universalización del acceso a la educación, a todos los niveles, y a la sanidad, y a las oportunidades, estaba liderada por la Democracia Cristiana. El mundo democrático cambiaba, y el cambio estaba liderado por la Democracia Cristiana.

    Una nueva generación emergía al protagonismo artístico, científico y cultural. Una generación que había nacido y crecido, y se había formado, en una Europa democristiana que, a partir de 1964, adquiría proyección universal. Hablar de una Era Frei Montalva significa comenzar por afirmar una idea-fuerza: los 60 son nuestros; los 60 son democristianos. La década de la expansión del pensamiento y de la creatividad, de la alegría y de la esperanza, de la juventud y la de la ilusión, de la inquietud transformadora y del cambio, es la década por excelencia de la Democracia Cristiana. La Democracia Cristiana es la fuerza del cambio tranquilo, de la inquietud renovadora, de la ambición responsable, de la audacia fraterna.

    Existe una era Frei Montalva. Comienza en 1964. El precedente año 1963, toda una generación de líderes y creadores cristianos le había cedido el testigo. La dimisión de Konrad Adenauer, el 16 de octubre de 1963, siendo sucedido en la cancillería por Ludwig Erhard, estaba enmarcada en el tiempo por el fallecimiento de Juan XXIII, el 3 de junio, Robert Schuman el 4 de septiembre, Edith Piaf el 9 de octubre, Luis Cernuda el 5 de noviembre, y C. S. Lewis el 22 de noviembre, el mismo día que mataron a John Fitzgerald Kennedy. El 21 de junio había sido elegido Papa pablo VI, y el 4 de diciembre Aldo Moro se convertía en presidente del Consejo de Ministros italianos por primera vez.

    Y, entonces, llegó Frei para abrir una era de cambio. La segunda edad de la Democracia Cristiana. Porque, a partir del 3 de noviembre de 1964, el presidente chileno fue perfectamente contemporáneo de los democristianos primeros ministros democristianos Aldo Moro, Giovanni Leone y Mario Segni en Italia; de los democristianos Ludwig Erhard, Kurt Georg Kiesinger y el socialdemócrata Willy Brandt en Alemania; del democristiano Josef Klaus en Austria; del democristiano Pierre Werner en Luxemburgo; de los democristianos Victor Marijnen, Jo Cals y Piet de Jong en los Países Bajos; de los democristianos Théo Lefèvre, Pierre Harmel, Paul Vanden Boeynants, y Gastón Eyskens en Bélgica; de los taoiseach cristianos Sean Lemass y Jack Lynch y el presidente cristiano Eamonn de Valera en Irlanda; de los líderes cristianos Charles de Gaulle y Georges Pompidou en Francia... Más el rey Balduino de Bélgica y la reina Isabel II de Inglaterra.

    La predominancia de los políticos de inspiración cristiana y, sobre todo, de los políticos democristianos, es patente. Con ellos mantuvo una relación cordial, visible en su nutrida correspondencia, en la mayor parte de los supuestos, manuscrita, que el Presidente Frei Montalva sostuvo con los extraordinarios protagonistas de la historia enumerados. En muchos supuestos, una verdadera, genuina y sentida amistad.

    El extraordinario archivo de la Casa-Museo Eduardo Frei Montalva, no menos extraordinariamente ordenado y atendido por sus muy competentes profesionales, representa un auténtico deleite para el investigador. Y no digamos si es historiador y democristiano. Os aseguro que en la calle Hindenburg he pasado algunas de las horas más felices de mi vida. Y que desde la correspondencia del Presidente Frei Montalva, una correspondencia que coloca a Chile, a su presidencia, y al Partido Democratacristiano, en el centro de un esquema de relaciones internacionales en el que sobresale, desde el principio, el liderazgo, la inteligencia, y la avasalladora personalidad del autor de La verdad tiene su hora, puede construirse una privilegiada aproximación a la gran historia del mundo democrático de años decisivos para entender nuestra propia historia.

    Pero, junto a esa correspondencia, el propio Frei dejó testimonio de su relación con los grandes arquitectos de nuestro tiempo. Cuando el 5 de enero de 1976 se cumplió el primer centenario del nacimiento de Konrad Adenauer en Colonia, el Presidente Frei redactó un bellísimo ensayo sobre el alemán más relevante de la historia. Un ensayo que concluyó con una no menos hermosa reconstrucción de su visita oficial a Alemania en 1965, una visita que necesariamente no pudo omitir una tarde con el casi nonagenario canciller en su residencia en Rhöndorf, y que se cerró cuando el gigante alemán cortó una de las rosas de su jardín para ofrecérsela a doña María Ruiz-Tagle:

    "Parecía entonces tan alerta y vigoroso como quince años antes cuando lo vi por primera vez. Hablamos más de tres horas acerca del mundo, de América y de Chile...

    Aún lo veo así en ese atardecer: alto y recto, sin un doblez, como fue su vida, seco rugoso, severo de aspecto, pero con esa cordialidad profunda de quienes no se prodigan en gestos fáciles. De toda su persona emanaba una sensación de autoridad y voluntad indomables.

    No tuvo otro propósito que servir a su pueblo, levantarlo del abismo en que estuvo sumido y enseñarlo a vivir adentro y afuera, en paz, en libertad y en justicia. Lo consiguió. Ese fue el fundamento de su poder y de su gloria.

    En el supuesto de Aldo Moro, Frei redactó también unas páginas de homenaje tras su trágico asesinato. En esas páginas se constata lo impresionado que le dejó su secuestro, en la romana Vía Fani, el 16 de marzo de 1978, sus 55 días de bárbaro cautiverio, y su asesinato final, el 9 de mayo siguiente, por quienes, como decía el propio presidente chileno en el texto que escribió en su homenaje, pertenecen a la estirpe de los que nunca han creado nada.

    Frei Montalva, que admiraba su carácter modesto, silencioso, sobrio hasta el extremo, de una exquisita bondad y cortesía en el trato del político nacido en Apulia, valoraba el impacto de las imágenes tomadas por los terroristas de las Brigadas Rojas para destacar cómo no hay en ese rostro ni temor ni congestión, sino una especie de infinito y sosegado desamparo en un hombre que ya conoce su destino y su fin. Pero, con enorme sabiduría política y penetración psicológica, Frei había captado toda la compleja y apasionante personalidad del gran estadista europeo de su generación:

    "El contraste que presentaba con el resto de los políticos italianos resultaba notorio; todos ellos eran extrovertidos, ágiles, de palabra fácil e ingeniosa, partícipes de una vida exuberante en ese país privilegiado.

    Su semblante, en cambio, reflejaba una especie de honda tristeza; hablaba muy poco, en voz baja y pausada, a veces casi inaudible. En la tribuna jamás un ademán subrayaba una palabra o una frase. Pero lo que más llamaba la atención eran sus ojos, que al parecer no miraban hacia el exterior, como si todo él estuviera vuelto hacia adentro, en una reflexión continuada y melancólica.

    Creo que Aldo Moro es el espejo europeo de Eduardo Frei Montalva, no sólo por su identidad y su inteligencia política, o por haber concluido su existencia, ambos, de manera heroica, víctimas de la violencia totalitaria. Aldo Moro y Eduardo Frei Montalva disfrutaban de una cualidad estratégica esencial en política: un profundo conocimiento y sentido de la historia. Una cualidad, por cierto, muy democristiana: no es casual que Helmut Kohl sea historiador, y magnífico, por cierto. Moro y Frei captaron perfectamente la vertiginosa aceleración del ritmo de los procesos históricos que se inició con la década de los 60 en todas sus dimensiones, sociales y culturales, y muy esencialmente en todas las manifestaciones de la vida del espíritu. Cuando el 16 de septiembre de 1964, menos de dos semanas después de la victoria de Frei en las elecciones presidenciales, Aldo Moro intervino en el IX Congreso de la Democrazia Cristiana, celebrado en Roma, invitó al partido a liderar la creación de una nueva mayoría

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