La democracia reaccionaria. La hegemonización del racismo y la ultraderecha populista
Por Aurelien Mondon y Aaron Winter
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"Democracia reaccionaria" es el uso del concepto de democracia y su idea fundamental de que el poder (kratos) lo tiene el pueblo (demos) como una manipulación más o menos consciente que utiliza la construcción del sentido común y "la voluntad del pueblo" para defender e impulsar ciertas ideas reaccionarias al servicio del poder político, y que frena así la posibilidad de una democracia que progrese hacia una mayor justicia social.
Los autores nos aportan en este libro un marco analítico con el que entender el funcionamiento de esta realidad actual excluyente en el contexto mundial de nuestros días.
Es una obra que se dirige quienes ocupan instituciones de privilegio, ya sea en los medios de comunicación, la academia o la política, para que detengan la legitimación y racionalización tanto del racismo como del clasismo, y luchen contra la reafirmación que ese está produciendo en su entorno de los sistemas de poder, privilegio y desigualdad.
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La democracia reaccionaria. La hegemonización del racismo y la ultraderecha populista - Aurelien Mondon
Aurelien MONDON Aaron WINTER
La democracia reaccionaria
La hegemonización del racismo y la ultraderecha populista
Logo MorataFundada en 1920
Comunidad de Andalucía, 59. Bloque 3, 3º C
28231 Las Rozas - Madrid - ESPAÑA
morata@edmorata.es - www.edmorata.es
La democracia reaccionaria
La hegemonización del racismo y la ultraderecha populista
Por
Aurelien MONDON Aaron WINTER
Traducción del inglés
Roc FILELLA
NOTA DE LA EDITORIAL
En Ediciones Morata estamos comprometidos con la innovación y tenemos el compromiso de ofrecer cada vez mayor número de títulos de nuestro catálogo en formato digital.
Consideramos fundamental ofrecerle un producto de calidad y que su experiencia de lectura sea agradable así como que el proceso de compra sea sencillo.
Le pedimos que sea responsable, somos una editorial independiente que lleva desde 1920 en el sector y busca poder continuar su tarea en un futuro. Para ello dependemos de que gente como usted respete nuestros contenidos y haga un buen uso de los mismos.
Bienvenido a nuestro universo digital, ¡ayúdenos a construirlo juntos!
Si quiere hacernos alguna sugerencia o comentario, estaremos encantados de atenderle en comercial@edmorata.es
Para Alex, Alexandra, Matthew y Shane.
ÍNDICE
AGRADECIMIENTOS
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
INTRODUCCIÓN
1. RACISMOS ILIBERALES, EXTREMISMO Y LA RECONSTRUCCIÓN DISCURSIVA DE LA ULTRADERECHA
El racismo iliberal
La extrema derecha, la ultraderecha y el racismo iliberal
La extrema derecha extrema y la ultraderecha: entre la organización y el individuo
Reacción, adaptación y reconstrucción discursiva
El racismo iliberal como el enemigo conveniente
2. EL RACISMO LIBERAL
La emergencia y posición de la extrema derecha y la radical
El racismo liberal
La apropiación de las luchas emancipadoras con fines reaccionarios
La libertad de expresión como instrumento reaccionario
Los legitimadores
Conclusión: unas fronteras difusas
3. ¿HEGEMONIZAR LA ULTRADERECHA O RADICALIZAR LO HEGEMÓNICO?
¿Una nueva normalidad? La posición fluida de la corriente hegemónica
Lo hegemónico y el proceso de hegemonización
La hegemonización en la práctica
Conclusión: hegemonización de la ultraderecha, radicalización de lo hegemónico
4. LA ULTRADERECHA, EL POPULISMO Y EL PUEBLO
¿Seguir o formar el pueblo? El papel de la opinión pública y los medios de comunicación
El pueblo
como error de cálculo: la mayoría como horizonte democrático
La clase trabajadora, el populismo y la ultraderecha
El populismo, el despliegue populista y el odio al pueblo
CONTRA LA DERECHA REACCIONARIA: VALENTÍA Y RESPONSABILIDAD
Dejar de hacer propaganda a la ultraderecha
El racismo evoluciona y se adapta: no se agota con sus formulaciones iliberales
El racismo no está (únicamente) en el otro
La ultraderecha no es la (única o inevitable) alternativa
Ampliar los horizontes políticos; volver a formas más emancipadoras de democracia
ÍNDICE DE NOMBRES Y MATERIAS
AGRADECIMIENTOS
Queremos dar las gracias a los muchos amigos, familiares, colegas y estudiantes que nos ayudaron en este proyecto con su tiempo y su energía, su colaboración intelectual y política y su ejemplo. Sois demasiados para nombraros a todos, para sabéis quiénes sois y confiamos en que también sepáis lo mucho que agradecemos vuestro apoyo.
PRÓLOGO A LA EDICIÓN ESPAÑOLA
Tres años es un tiempo increíblemente largo pero también a la vez puede resultar corto cuando se analiza la hegemonización de la política de extrema derecha del siglo XXI. Este prólogo a la edición española nos brinda una gran oportunidad para reflexionar no solo sobre lo que ha ocurrido desde su publicación original, sino también sobre el contexto en el que fue escrito y nuestras propias expectativas para el libro y el futuro. La democracia reaccionaria se escribió en un contexto de crisis, mejor ejemplificado quizás por el Brexit y la elección de Donald Trump. Desde entonces, el estado de la política ha cambiado de forma significativa, si bien este cambio no ha sido del todo impredecible. Algunos acontecimientos los esperábamos, otros nos sorprendieron. Por ejemplo, el libro se publicó en abril, al comienzo de la pandemia de la covid-19. Esto, obviamente, no lo habíamos previsto, como tampoco esperábamos realizar el lanzamiento del libro sin salir de nuestras casas. Sin embargo, desde el principio quedó claro que esta nueva crisis podría ser aprovechada por las fuerzas reaccionarias, tanto para exacerbar las desigualdades sistemáticas existentes, como para alentar a la ultra derecha y extrema derecha. Lo que ha resultado especialmente sorprendente es el regreso de los argumentos eugenésicos y la charla sobre la supervivencia del más fuerte en las normas y comentarios políticos hegemónicos, los cuales hasta ahora han permanecido, en su mayoría, relegados a lo que en el libro denominamos racismo iliberal
. Teníamos la esperanza de que la crisis hubiera conducido a una reevaluación y reversión de ese sistema desigual y de la trayectoria reaccionaria, pero continuamos siendo cautos ya que el enfoque histórico que desplegamos en el libro demuestra el debilitamiento a largo plazo de la resistencia hegemónica a las políticas de la ultra y extrema derecha y en particular, de los límites difusos entre el racismo iliberal y el liberal, donde el segundo usa al primero para justificarse y negar el racismo sistémico y el aumento de la desigualdad. Esta situación se ha agravado ya que tanto la ultraderecha como la derecha hegemónica han intentado reforzar el racismo y otras desigualdades y usar a la clase blanca trabajadora
y olvidada
, a la que dicen representar, para legitimarla. Lo hacen atribuyendo al racismo la causa de las desigualdades actuales justificándose en sus argumentos con la voluntad del pueblo
. Esto no solo legitima el racismo, sino que también culpa y divide a la clase trabajadora, todo esto mientras las desigualdades raciales y de clase continúan y se consolidan como un agravio ilegítimo.
Esto no quiere decir que la trayectoria sea unidireccional. El espantoso asesinato de George Floyd por parte de la policía el 30 de mayo de 2020, en los inicios de la pandemia, sirvió para exponer el racismo institucional y la violencia racista estatal (en contraposición al extremismo de la extrema derecha) existentes en los Estados Unidos y para movilizar el movimiento de Las vidas de los negros importan
(Black Lives Matter, BLM) y el movimiento internacional por las vidas afro. Esto condujo a un ajuste de cuentas racial, a la exigencia de abordar el racismo sistémico y derribar los monumentos de aquellos involucrados en la trata de esclavos y el colonialismo. A pesar de nuestra evaluación algo sombría de la situación y de la reacción violenta que el movimiento ha enfrentado, esto es algo sobre lo que también hablamos aquí en La democracia reaccionaria. En consonancia y solidaridad con quienes se oponen a la ultraderecha, a la extrema derecha y a sus hegemónicos promotores, nos hemos propuesto centrar la esperanza en el deseo de denunciar, revelar el funcionamiento y ayudar a resistir y contrarrestar la hegemonía del racismo y la ultraderecha. Tan central como lo fue cuando se publicó el libro por primera vez, seguimos aferrados a la idea de que la democracia no puede ser reaccionaria. Para conseguirlo tenemos que abordar de frente su forma actual y sus limitaciones, algo que no se ha hecho hasta ahora.
Por lo tanto, aunque el destino de las políticas de extrema derecha ha sido desigual y algunos actores claves se han encontrado con contratiempos, la hegemonía y el impulso de su política ha continuado e incluso ha alcanzado nuevos niveles. Donald Trump perdió las elecciones en el 2020 pero obtuvo mejores resultados en términos de votos que en el 2016. El daño hecho por la corriente de la ultraderecha durante su gobierno se manifestó en el asedio al capitolio el 6 de enero, lo cual llevó a muchos a darse cuenta de lo real que era la amenaza. No obstante, este acontecimiento generalmente se ha enmarcado como algo excepcional que tiene sus raíces en un fascismo extranjero a las instituciones y democracias estadounidenses, en lugar de acomodarse cada vez más a él y a las cuestiones sistémicas planteadas por el BLM, por ejemplo. Lo mismo podría decirse del retroceso observado en términos de derechos de género y aborto en la Corte Suprema Federal y en muchos estados. Del mismo modo, Bolsonaro en Brasil perdió contra Lula, pero los resultados fueron increíblemente reñidos. El intento de golpe de estado que se asemejó al de los Estados Unidos fue detenido con más decisión, pero la situación en Brasil sigue siendo, en el mejor de los casos, frágil. En Francia, Marine Le Pen volvió a fracasar en su intento de ocupar la presidencia en el 2022 y aun así, batió nuevos récords y envió decenas de parlamentarios a la Asamblea Nacional, lo que moderó más su imagen. En el Reino Unido, mientras la ultraderecha agoniza, el Partido Conservador ha asumido gran parte de su discurso y la izquierda se ha unido a la derecha en aspectos clave. El discurso público continúa desviándose hacia asuntos de inmigración y temas de conversación de la ultraderecha como el movimiento woke, mientras la gente vive las secuelas de la pandemia, una crisis del coste de vida y un ataque de la derecha al Servicio Nacional de Salud británico (NHS).
Quizá algo incluso más preocupante es el que hayamos sido testigos del envalentonamiento de la extrema derecha como lo demuestran los intentos de golpe de estado en los Estados Unidos y Brasil, al igual que los violentos ataques de la ultraderecha en todo el mundo. La violencia de extrema derecha, el fascismo y la hegemonía ya no están estratégicamente compartimentados, sino que se entrecruzan cada vez más en una demostración de poder concertada y coordinada. En Francia, el ascenso
de Eric Zemmour apoyado por un billonario magnate de los medios de comunicación hizo que Marine Le Pen pareciera moderada en comparación y desplazó el discurso público cada vez más a la derecha. En Italia, la elección de Giorgia Meloni ha demostrado que los vínculos con el fascismo no son ya un tabú para obtener poder. Por mucho tiempo, la península ibérica se había librado de las políticas de la ultraderecha, pero el ascenso de Vox y de Chega han cambiado el panorama y las próximas elecciones en España se observarán con atención. Como era de esperar, fueron los que se encontraban en un extremo y los políticos de ultraderecha los más afectados, en general, por la pandemia ya que los argumentos eugenistas resurgieron para reforzar el dominio de la necropolítica. Las primeras respuestas de los gobiernos y las comunidades demostraron que un mundo diferente es, de hecho, posible y que la difusión de la salud pública para el beneficio de todos está al alcance de la mano y es, ante todo, una medida política. Sin embargo, también quedó claro que apoyarse en la desigualdad continúa siendo el modus operandi y estructural: el cambio democrático no está en la agenda hegemónica. Por supuesto, esto es confirmado por la falta de acción en relación con la crisis climática a medida que a pesar de que se acerca al borde del precipicio, el beneficio de unos pocos continúa siendo prioridad.
Como comentamos en La democracia reaccionaria, la resistencia hegemónica a la política de la ultraderecha, a la reacción y a la opresión sistémica más amplia, generalmente, ha sido y sigue siendo ineficaz. A menudo, ha probado ser facilitadora. Muchas veces, la hegemonía le ha proporcionado plataformas de alto reconocimiento a la ultraderecha, ha promovido la reconciliación con los enemigos de la democracia bajo el lema de enfrentar la polarización
o ha tomado prestadas y legitimado sus ideas sin pudor como si eso fuera a frenar su ímpetu y conseguir así más votos. En muchos de los casos mencionados anteriormente, los actores hegemónicos solo se han opuesto a la ultraderecha nominalmente, a menudo a través de medidas estatales de contraextremismo y contraterrorismo que los separaban de la hegemonía y de una reacción y un racismo estatal y sistémico más amplio. Esto se ha facilitado por la incapacidad de comprender cómo son las articulaciones liberales del racismo con lo que el centro de atención se ha puesto únicamente en denunciar y excepcionalizar las articulaciones iliberales. Esto ha conducido a legitimar partidos, movimientos y personas que dan forma al racismo y a los que se les ha concedido una voz y una libertad que en términos de justicia y derechos humanos no se merecen; todo esto permitido por quienes eligen seguir estrategias más sutiles, aunque igualmente racistas.
Peor aún es, quizás, la incapacidad o la falta de voluntad para combatir el racismo más allá de sus crudas articulaciones que han provocado que la resistencia de la izquierda a la ultraderecha sea presentada a menudo como una amenaza igual, o incluso peor y más autoritaria. El mal uso del populismo
y la construcción de falsas equivalencias ha pavimentado el camino para que los centristas liberales culpen tanto a fascistas como antifascistas del aumento de la polarización
y la violencia fascista. Esto no podría ser más claro que lo que vemos en los casos británico y francés donde las alternativas que adoptó la izquierda, y que eran una postura clara contra la ultraderecha, se han convertido en los principales objetivos del centro liberal, ya sea Emmanuel Macron, los medios de comunicación de la hegemonía en el Reino Unido o la élite del Partido Laborista. En los Estados Unidos, los Antifa han sido mitificados y utilizados como arma por la ultraderecha para justificar la inacción, mientras que las alternativas radicales de la izquierda han sido condenadas en todo el mundo por aumentar el radicalismo
indiscriminado.
La denuncia de las formas de resistencia de la izquierda ha coincidido con la incapacidad de la hegemonía liberal para actuar como baluarte frente a la ultraderecha y el resurgimiento de políticas abiertamente fascistas. Por el contrario, hemos sido testigos de la habilidad de la hegemonización y su voluntad para dar cabida a las ideas de la ultraderecha en política y absorberlas. Esto puede observarse en la normalización de innumerables pánicos morales, usados como distracción de las muchas crisis que plagan nuestras sociedades y el planeta. El éxito del BLM al conseguir que el racismo esté en la agenda mundial, también ha hecho que los políticos, instituciones y corporaciones participen en políticas de gestos superficiales. Por otra parte, han utilizado a Trump y al extremismo de la ultraderecha como únicos e inconexos recursos para lidiar con el racismo, particularmente en lo ocurrido el 6 de enero. También hemos sido testigos de una importante reacción violenta contra el movimiento BLM, la Teoría Crítica de la Raza y el movimiento woke por parte de reaccionarios que expusieron el autoritarismo apenas oculto detrás de su retórica liberal de libertad de expresión y representó un intento de consolidar su poder en la era post-Trump.
De todos modos, la libertad de expresión continúa siendo una bendición para los estafadores de la ultraderecha quienes afirman ser censurados cada vez que alguien critica sus opiniones, independientemente de quién ostenta el poder real y de quién pueda exigir realmente la censura. También hemos observado el resurgir de las ideas que muchos creían relegadas a los márgenes de la historia, como ya se ha comentado en relación con la eugenesia. Los derechos básicos de género se han vuelto cada vez más precarios, como lo demuestran la ofensiva antiabortista y los avances legales en EE. UU. y la transfobia en los Estados Unidos y el Reino Unido. El derecho a la protesta está también cada vez más restringido, cuando no criminalizado, lo que allana el camino para las políticas más autoritarias y mayores dificultades para resistir al fascismo en la práctica. Esto es especialmente preocupante si se tiene en cuenta hasta qué punto el racismo y la misoginia, que alimentan a la ultraderecha, existen en la política de los Estados Unidos, el Reino Unido y otros países.
A medida que las políticas de la ultraderecha han ido ganando más poder en los ámbitos discursivos y políticos, hemos sido testigos también de la creciente prevalencia del fascismo tecnológico. Mientras que Elon Musk se ha convertido en el personaje más evidente desde que compró Twitter en el 2022, internet ha dado un giro cada vez más autoritario y reaccionario. Se está convirtiendo rápidamente en un espacio donde las ideologías más peligrosas ya no prosperan en los rincones más oscuros, sino que se permite que se propaguen a la vista de todos y se les da una prominencia indebida a través de algoritmos ideológicamente sesgados.
Esto nos deja en otra encrucijada. Ya debería ser evidente para cualquiera realmente preocupado por el estado reaccionario de la política que el statu quo ya no es una opción viable. Si acaso, las dos primeras décadas del siglo XXI nos han mostrado que el triunfo del liberalismo sobre el fascismo no fue tan decisivo como se ha mitificado. Como afirmamos en este libro, la flexibilidad del liberalismo siempre lo ha hecho susceptible a la política de la ultraderecha si esta lo requería. Tal y como se desarrollan las crisis, no hay ninguna razón para que esta vez sea diferente y para que la élite liberal opte por ponerse en contra de sus propios intereses capitalistas egoístas y a favor de una democracia real, igualitaria y justa. Como tal, el cambio debe empezar con nosotros viendo más allá del orden hegemónico y exigiendo un cambio radical. Para ser claros, hay esperanza y resistencia, pero ahora se encuentran en los márgenes y se presentan como una amenaza igual a la ultraderecha, aunque mucho menos capaz de influir en la hegemonización. Esto no es una sorpresa, ya que está en el lado equivocado del poder, y es por esto que, más que nunca, la esperanza y la fe se necesitan en la contingencia de la situación.
La clave aquí, como lo argumentamos en la conclusión de La democracia reaccionaria, es no entrar en el juego ni competir por la satisfacción de la estrategia de la ultraderecha ofreciendo alternativas más moderadas a su racismo y a sus políticas reaccionarias como lo hacen la derecha hegemónica y los centristas liberales. Debemos ser inflexibles en la lucha por los movimientos y alianzas positivos y radicalmente transformadores con vistas a objetivos y futuros contrahegemónicos. Cualquier otra actitud es cobarde. Cualquier otra actitud es reaccionaria.
INTRODUCCIÓN
Contemplar el gran resurgimiento de las organizaciones supremacistas de los blancos y ver cómo salen a superficie la retórica y las ideas de estos grupos como parte del discurso aceptado en todos los aspectos de la vida cotidiana en Estados Unidos, sobresalta, asusta y es suficiente para que uno calle de nuevo... En estos días el racismo blanco puede hacer que todo se desmorone, que nada quede en pie.
bell hooks, 1995.
Las palabras de bell hooks suenan hoy más ciertas que en 1995. La generalización de la far right¹ no solo se ha legitimado en política, sino que ha fortalecido el racismo sistémico y envalentonado a racistas de todo tipo. En los últimos años, la elección de Donald Trump, el voto a favor del Brexit y el paso de Marine Le Pen a la segunda vuelta de las elecciones presidenciales francesas con el 30 % de los votos, han marcado un nuevo nivel en el resurgimiento y auge de la política de ultraderecha. El fenómeno no se limita a los tres casos fundamentales de este libro —Estados Unidos, Francia y Reino Unido: la Liga en Italia y el Partido de la Libertad en Australia participaron ambos en gobiernos de coalición partiendo de unos buenos resultados electorales, aunque ninguno de los dos consiguió mantener el poder mucho tiempo—. El giro hacia la derecha de los partidos tradicionales del centro de Europa ha producido también este efecto entre partidos de extrema derecha que se disputan el poder en gran parte de Europa. Pese a su nivel de vida relativamente alto, Escandinavia no ha quedado al margen de esta tendencia; y recientemente España, que hasta ahora la había frenado, ha sido testigo del auge de su propio partido de ultraderecha, Vox. Fuera de Europa y Estados Unidos, la ultraderecha también ha ganado terreno con la victoria de Jair Bolsonaro en Brasil, y ha seguido influyendo en la política en Australia, por ejemplo. La violencia de ultraderecha también se ha convertido en algo cada vez más habitual, desde las pequeñas agresiones y los incidentes racistas de todos los días, a los atentados terroristas como el de Christchurch el 15 de marzo de 2019, en el que murieron 50 musulmanes.
Todo esto ha llevado a la publicación de innumerables libros y artículos sobre la ultraderecha, el racismo y, más recientemente, el populismo
. Incontables horas de reportajes en las noticias, artículos de opinión, documentales y películas han cubierto estos sucesos, dando cuenta del fenómeno y analizándolo de forma más amplia. Todo ello, estamos seguros, ha contribuido al despliegue publicitario de las ideas de ultraderecha, y desempeñado un papel fundamental en su legitimación². Parece que de algún modo todo esto ha difundido la cómoda negación que se permite el espurio relato post-raza, según el cual el racismo es algo del pasado que ha sido derrotado por las fuerzas del liberalismo y la democracia liberal, y que solo podría encontrarse en el reducto individualizado y patológico de la derecha más extrema. Naturalmente, esto sirvió de muy poco a quienes se encontraban ante la dura realidad del racismo más oculto y sistémico, quienes a diario tenían que enfrentarse a la discriminación y a la opresión profundamente enraizadas en nuestro sistema político. Sin embargo, en los últimos años las cosas han empeorado. Nuestra tesis es que el auge y la tendencia actual de la ultraderecha no solo nos distraen del racismo sistémico existente, sino que legitima sus manifestaciones más crudas al cederles espacios para su propaganda. Esto ha servido para ocultar aún más la preocupación por el racismo sistémico tras la mente liberal, a la que, en su lugar, le inquietan la extrema derecha y la ultraderecha. Sostenemos que las democracias liberales han sido consumidas por una lucha por la supervivencia contra una amenaza que ellas mismas han alimentado, para desviar la atención a su incapacidad para responder a las desigualdades y el creciente número de crisis históricas avivadas por el capitalismo y su conflicto innato con los ideales democrático-liberales de la libertad y la igualdad.
En este contexto, basamos nuestra interpretación de la situación actual —concretamente la incorporación del racismo y la ultraderecha— en la historia y en estructuras de poder más amplias. Contrariamente a la idea de que el progreso es unidireccional o inevitable, defendemos que lo que hoy contemplamos no se puede entender de forma lineal, de modo que los movimientos, las ideas y las ideologías avancen gradualmente hacia el fin de la historia
. En su lugar, sostenemos que la historia del racismo y la ultraderecha, desde sus inicios hasta sus formas actuales, se han de entender del mismo modo que otras ideologías y formaciones sociales: en evolución permanente, desordenada y adaptativa, y sometida a fuerzas y contingencias sociales de mayor envergadura. Analizamos cómo se construyen el sentido común y la voluntad popular (la voluntad del pueblo
) para defender ciertas ideas. No es un ejercicio de señalar a determinados culpables sino, mejor, un análisis exhaustivo de cómo el poder se construye mediante procesos y relatos.
Pero el objetivo más amplio de este libro es aportar la necesaria claridad y objetividad para entender esta amenaza de forma más holística. En un momento en que vivimos asediados por múltiples crisis —económica, social, medioambiental— pensamos que no nos deben desviar las fuerzas de la reacción, lo cual solo puede llevar a infligir más daño aún a los grupos más vulnerables y racializados a los que se culpa de todo y a una estrategia de distracción y extravío —posponiendo así actuaciones que hay que abordar de forma urgente para tratar estas crisis a escala global, porque nos obligan a volver a políticas restrictivas y destructoras—. Para ello, no podemos confiar en lo establecido
como esencialmente positivo y esperar pasivamente a que las cosas se solucionen. Se ve claramente que las soluciones tendrán un coste claro y exigirán un cambio radical —algo que el modelo actual, y la élite que lo conforma, ha preferido ignorar e incluso evitar para proteger sus intereses—. Este libro va dirigido a un público amplio, pero esperamos que muchos de quienes tengan oportunidad de leerlo dispongan también de espacio para pensar y actuar. A ellos les decimos: la apatía es una opción política, una opción reaccionaria. Las cosas no tienen por qué ser así.
Este libro es fruto de nuestros estudios y en él convergen diversas líneas de investigación y análisis que hemos desarrollado a lo largo de los años. Nuestra procedencia interdisciplinar no solo es un factor positivo sino, realmente, fundamental para lograr entender de forma más completa la situación. La investigación sobre la ultraderecha y otros campos relacionados ha aumentado muchísimo en los últimos años, suscitando preguntas y preocupaciones sobre nuestra función como investigadores y la cobertura que hacemos de tales ideas. Hay que elogiar esta atención dirigida a estos partidos, movimientos e ideas: no solo son un hecho de la vida social, sino también una amenaza para muchos. Sin embargo, las actuales tendencias de la academia, bajo la presión de la neoliberalización de la investigación, se han traducido en una serie de hechos problemáticos. Las afirmaciones de que el estudio de la política y la sociedad se pueden realizar del mismo modo que cualquier otra investigación han llevado a muchos a ignorar su posición, su privilegio y