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Nada más que mercados y leyes: La pobreza de un liberalismo extremo
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Libro electrónico340 páginas4 horas

Nada más que mercados y leyes: La pobreza de un liberalismo extremo

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En el libro se examina el neoliberalismo como una ideología, y cómo ésta, al organizar todas las prácticas sociales como mercados, forma un ser humano, un mundo y una relación entre ambos muy particular. Se bosquejan algunos efectos fundamentales.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 mar 2018
ISBN9789569946165
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    Nada más que mercados y leyes - Mario Valdivia V.

    NADA MÁS QUE MERCADOS Y LEYES

    La pobreza de un liberalismo extremo

    Primera edición: Marzo de 2018

    © Mario Valdivia V

    © 2018, Pehoé Ediciones

    ISBN: 978-956-9946-17-2

    ISBN Digital: 978-956-9946-16-5

    Diseño de portada: Francisca Ossandón

    Diagramación digital: ebooks Patagonia

    www.ebookspatagonia.com

    info@ebookspatagonia.com

    Pehoé Ediciones es un sello editorial del grupo ebooks Patagonia

    Le agradecemos la compra de este libro, ya que apoya al autor y al editor, estimulando la creatividad y permitiendo que más libros sean producidos. La reproducción total o parcial de este libro queda prohibida, salvo que se cuente con la autorización del editor.

    ÍNDICE

    I.

    DECLARACIÓN DE PROPÓSITO

    Notas del Capítulo I

    II.

    CARACTERIZACIÓN GENERAL DEL DISCURSO NEOLIBERAL

    A.- La ideología madre: la Economía Neoclásica.

    B.- No solo de intercambios vive el hombre.

    C.- Temporalidades.

    Notas del Capítulo II

    III.

    EL SER HUMANO NEOLIBERAL

    A.- Un individuo sin ética.

    B.- Un individuo sin identidad.

    C.- Un individuo sin arraigo.

    D.- Un individuo insensible a las emocionalidades colectivas.

    E.- Un yo oculto, arrogante y desconfiado.

    F.- La naturaleza humana trascendente.

    Notas del Capítulo III

    IV.

    APARTE. LA PRETENSIÓN CIENTÍFICA DE LA ECONOMÍA NEOCLÁSICA

    Notas del Capítulo IV.

    V.

    EL MUNDO DEL NEOLIBERALISMO

    A.- Ecologías desarticuladas.

    B.- Comunidades desarticuladas.

    C.- Leyes como recursos.

    D.- ¿Y los derechos?

    E.- Los seres humanos como recursos.

    F.- El tiempo como recurso.

    Notas del Capítulo V

    VI.

    LA RELACIÓN DEL SER HUMANO CON SU MUNDO: LA ACCIÓN HUMANA

    A.- Decidir, eligiendo entre alternativas.

    B.- Planeación predictiva.

    C.- Navegar la historia.

    D.- Comprometerse sin condiciones.

    E.- Acumular en forma irreflexiva.

    Notas del Capítulo VI

    VII.

    CONCLUSIONES

    Notas del Capítulo VII

    PRÓLOGO

    En 2017 fue publicado y distribuido en librerías digitales Un Sándwich de Pan con Pan. Recogió algunas críticas y elogios, y recibió tantas inyecciones verbales anímicas para perseverar como indiferencia.

    Este es un libro nuevo. Ha sido escrito en el viejo ánimo de porfía, hoy considerado resiliente. Recogió muchas de las observaciones que mereció el anterior y numerosas insatisfacciones que me produjo a mí releerlo, adquirió – espero – mayor claridad argumental y razones que han ganado en precisión, atendió el cargo generalizado de ser muy denso y recibió abundante poda de insistencias y reiteraciones.

    Se trata de un libro distinto, no una nueva versión del anterior. Merece un título nuevo, como lo tiene. A ver si esta vez consigo hacer más evidente la raíz bárbara y las tendencias destructivas y desoladoras del utilitarismo neoliberal, que a me parecen tan claras, y por qué la democracia no puede ser su único remedio.

    Pirque, febrero 2018.

    I.

    DECLARACIÓN DE PROPÓSITO

    En los años setenta y ochenta del siglo pasado un vendaval neoliberal se dejó caer sobre el mundo y Chile. Un discurso holístico refundacional —casi una nueva religión— transformó prácticas, instituciones, maneras de pensar y sensibilidades.

    En esas décadas los principales discursos que habían fundado las maneras de comprender el mundo durante todo el siglo XX —el marxismo, el cristianismo y el nacionalismo—, habían perdido su fuerza y capacidad persuasiva. El primero, por la desaparición del llamado «socialismo real», con la caída de la Unión Soviética y los países socialistas europeos, así como por las reformas capitalistas en China después de la muerte de Mao Zedong. En la deriva histórica socialdemócrata, el proyecto socialista se había desprestigiado por el debilitamiento del Estado de Bienestar en los años setenta y ochenta (1). El cristianismo social, al perder relevancia por el despliegue del secularismo que trajo consigo la modernidad (2). El nacionalismo, por último, al quedar fatalmente teñido por el fascismo, así como por el descrédito de los estados desarrollistas en el Tercer Mundo (3). Socavadas las tres patas de la mesa discursiva del siglo, una avalancha de liberalismo extremo confrontó un mundo vaciado y desnudo.

    En Chile la derecha conservadora se compró el mercado por completo. La teoría católica del estado subsidiario sirvió; interpretaciones menos sociales y más individualistas, intimistas y enfocadas en la familia de las prácticas religiosas, traídas por nuevas órdenes con dejos calvinistas, también; así mismo, la manera popular de entender y difundir el mercado, a la Chicago y Friedman.

    Confrontada con la tragedia del desplome inconcebible del socialismo real –cuyo auge y caída pueden caracterizar el Siglo XX en su integridad (4) -, la izquierda socialista no supo cómo salir discursivamente hacia adelante en términos históricos y regresó al pasado liberal democrático en busca de inspiración; el mismo que Marx había criticado en forma tan ácida y, para qué decir, Lenin. Encontró en la planeación centralizada y en el centralismo democrático a los culpables de la caída y los substituyó por el mercado y la democracia representativa. El ejemplo histórico estaba a la mano: la gran obra del Estado de Bienestar de la socialdemocracia europea, vigente desde el término de la segunda Gran Guerra. Sin embargo, a fines de los años setenta e inicios de los ochenta, los estados de bienestar europeos ya estaban siendo avasallado en todas partes por el neoliberalismo. El discurso y práctica que articula la sociedad entera alrededor del mercado – no solo como sociedad con mercados, sino que sociedad de mercado - se instalaba con fuerza en el mundo. Son los años de Pinochet, por supuesto, y también de Reagan y Thatcher; más tarde, de la llamada tercera vía, a lo Blair. Ahora bien, es sabido que en ninguna parte el neoliberalismo se instaló en forma tan extrema y con más pretensiones holistas que en Chile; tanto, que el término está ligado indisolublemente a Pinochet y los Chicago Boys en los buscadores de la red.

    Del nacionalismo hay poco que decir. Sencillamente pareció desaparecer, tragado por la impotencia del Estado Nacional Desarrollista en la era de la globalización de los mercados libres y por la sospecha de la inevitabilidad de sus tendencias autoritarias, cuando no abiertamente fascistas. El Desarrollismo, los Planes Nacionales y cualquier pretensión de administración estatal del capitalismo fueron anatema para las nuevas tendencias. Se impuso un consenso sobre la necesidad de la apertura comercial y financiera internacional, los mercados libres y las finanzas públicas balanceadas. Resabios de nacionalismo se mantuvieron sumergidos hasta que el neoliberalismo produjo la crisis de 2008, y sólo ahí emergieron una vez más, como lo hacen en forma habitual durante las crisis económicas globales (5), (6).

    Así, ambas —izquierda y derecha—, aceptaron prácticamente la receta liberal extrema completa: mercados libres y estado de derecho democrático. Ahora bien, se trataba de un liberalismo que declaraba superados los propósitos sociales del Estado de Bienestar socialdemócrata en Europa y del New Deal establecido por Roosevelt en Estados Unidos, que dominaron por décadas después de la Segunda Guerra. Era una versión aumentada y extremada del viejo laissez faire que Marx, los pensadores sociales cristianos y los nacionalistas del Tercer Mundo conocieron de primera mano a fines del Siglo XIX e inicios del XX, y que combatieron con decisión.

    Ahora bien, en mi opinión, esta combinación no es suficiente para producir una convivencia valiosa. Las leyes y los mercados constituyen un sistema de reglas formales que definen condiciones de borde para las relaciones sociales, y abren un espacio de posibilidades reguladas en el cual los individuales conducen sus vidas en mutua libertad. Por definición, esas reglas formales no pueden constituir las normas y valores vividos, los criterios de significación y reconocimiento que permiten una existencia colectiva. Una vida con sentido ocurre en un espacio ético compartido, con normas de conducta y de relación que permiten a los individuos adquirir identidades personales al cuidarlas en formas que son reconocidas por los demás. Al hacerlo, crean para sí mismos un sentido de quienes son; de ser, respectivamente, un yo. Sin un espacio de normas compartidas, si las relaciones son solo mercantiles y mediadas por la ley, las fuentes de identidad son genéricas. Ellas consisten esencialmente en los roles que las personas desempeñan en la división del trabajo y en el hecho de ser ciudadanos sujetos a las mismas leyes. Sin embargo, en ausencia de criterios de reconocimiento mutuo valorativo, no es posible hacer diferencias entre las maneras particulares de desempeñar dichos roles. En tal caso, las personas pueden reconocerse entre sí, y a sí mismas, solamente como ingenieros, profesoras, madres o padres, chilenos o argentinos, sin posibilidad de adquirir identidades distintivas.

    La teoría y práctica neoliberal organiza mercados en todas las actividades que sea posible. Está persuadida de que todas las acciones humanas, sean performativas o productivas, al ser estructuradas como transacciones de servicios y productos en mercados, serán más eficientes y producirán mayor valor para todos, que comparadas con cualquier otra manera de llevarlas a cabo. Lo que vale para producir y distribuir alimentos, automóviles y vestuario, vale también para educar, cuidar la salud, asegurar el futuro, proveer información y conocimientos, abastecer de agua limpia, en poco tiempo más, de aire para respirar. Convertir la mayor cantidad de acciones humanas en intercambios es una consigna que, descargada sobre un país frágil, produce una sociedad desintegrada, sin solidaridad, normas éticas compartidas ni identidades singulares, extremadamente desigual e inclinada a la corrupción. En ella, los criterios de valor y reconocimiento social del mercado penetran y avasallan todas las esferas de la sociedad en las que imperan criterios distintos como el amor, la fraternidad, la reputación ética, el reconocimiento especial, el bien común. Es una sociedad con individuos completamente unilaterales, definidos por su posición relativa en el eje éxito-fracaso económico en los mercados. Un mundo de winners y losers relativos, sin más fuente de valoración de sí mismos, de auto confianza, auto respeto y auto afecto (7), que el desempeño económico de cada cual.

    El neoliberalismo produce un ser cuyas preocupaciones son sus conveniencias. El afán fundamental de este consiste en el cálculo de estrategias que maximicen sus intereses personales. No se trata de un personaje especialmente creativo; es más bien reactivo, porque su fuerte es calcular y predecir. La innovación, entendida como abrir nuevos mundos y hacer historia (8), se le da mal; tampoco navegar con serenidad en el incierto mundo híper tecnológico actual, que no se deja controlar por el cálculo.

    Es posible hacerse esperanzas con la democracia, por algo se supone que es expresión de la soberanía colectiva. Ahora, un aspecto de la democracia, que se manifiesta en las leyes y los procesos legales mediante los cuales ellas se promulgan, incluyendo las elecciones de los legisladores, consiste en reglas y procedimientos formales. Por sí mismos ellos no pueden exorcizar al individuo de la posesión neoliberal y producir una convivencia en relaciones basadas en normas compartidas que permitan a las personas reconocerse en libertad unas a otras. Así, sin un trasfondo ético que comprometa a los ciudadanos con aquello que las leyes cuidan, éstas serán consideradas por los individuos neoliberales sencillamente como reglas que les son impuestas. Serán obedecidas solo por razones utilitarias de acuerdo con las conveniencias personales de cada cual. Después de todo, sopesar calculativamente el beneficio de desobedecer una ley con el costo probable de ser sorprendido haciéndolo, es una obligación racional del agente liberal extremo. Y en un mercado sin ética compartida se abusará habitualmente de consumidores, pequeños contratistas, pequeños accionistas y del Estado, si se anticipa que el castigo será reducido o que será fácil zafar legalmente. Todo es cuestión de cálculo.

    Ahora, potencialmente hay otro aspecto en la democracia: el diálogo y la discusión compartidos a través de los cuales se cultiva el emerger de una voluntad política común. Este diálogo democrático efectivamente puede producir un nosotros, una comunidad de dialogantes unidos por una común preocupación normativa por la existencia compartida. Sin embargo, presupone una comprensión que no sea cínica, o puramente utilitarista, de las leyes que formalizarán la voluntad compartida. El diálogo democrático supone el respeto de buena fe a una ética compartida en el trasfondo de aquello que las leyes quieren cuidar. Una mirada puramente instrumental individualista, desprovista de un compromiso de fondo con aquello ético normativo que la ley cuida, terminará por exigir la organización de un vigilante estado policial.

    No se puede dejar de pensar que el agregado de mercados y democracia tiene algo de sándwich sin contenido. Obviamente la ausencia de centro constituye un vacío de fondo: ¿A qué queda reducida la vida en sociedad si ella consiste solo en mercados y leyes, aunque éstas tengan un origen democrático? ¿Solo se trata de individuos que se relacionan entre sí mediante transacciones y contratos permitidos por la ley?

    El neoliberalismo, la organización de toda la conducta humana como transacciones, es desolador. Agrede el mundo, descompone las comunidades, produce individuos apartados unos de otros, sin normas éticas en común, e imposibilita la creación de identidades propiamente individuales. Este texto es una invitación a la tarea de apropiación de este discurso, sin miedo de caer en herejías populistas o estatistas, como notifican de antemano los neoliberales, en especial los economistas. Se basa en la convicción de que es necesario caracterizar un discurso y unas prácticas históricas que han adquirido poder gracias a la fuerza ideológica de una pretendida verdad universal, en este caso, la llamada Economía Neoclásica, como ha ocurrido tantas veces en la historia. Constituye una tarea de desintoxicación elemental que es necesario llevar a cabo, aunque se pueda anticipar que no hay una alternativa precisa que proponer. En cualquier caso, el auto exorcismo de ideas fijas es un avance en sí mismo.

    El neoliberalismo es una peculiar resurrección, ocurrida a finales del siglo pasado, del viejo extremismo conocido como laissez faire, la ideología y práctica dominante desde fines del Siglo XIX hasta los años 30 del Siglo XX. Fue una era que quedó marcada en la historia como oligárquica, imperialista-colonialista y masivamente desigual, que se justificaba a sí misma por el progreso tecnológico y material que traía consigo, la modernidad. Terminó con violencia cuando produjo la gran crisis mundial del año 29, que condujo a la carnicería de la Segunda Gran Guerra y acabó con el orden que había impuesto en el mundo entero. Casi un siglo después, su continuadora – la era neoliberal— condujo a la gran crisis financiera del 2008, tan grande como la otra, y a un mundo tan desigual como el anterior. Sin embargo, esta vez, al parecer, las consecuencias todavía no terminan de emerger. Y a diferencia de los años treinta, ahora nadie sabe bien con qué reemplazarla.

    El año 1933, un economista fundamental del siglo, John Maynard Keynes, descubría perceptivamente, quizás con retraso, lo que todavía hoy no se comprende bien: la peligrosa barbarie histórica a la que conduce la tradición Utilitarista Benthamista – la raíz común del laissez faire y el neoliberalismo. Cita de Keynes (9):

    Yo considero ahora que esa tradición (Benthamista) es el gusano que ha estado carcomiendo el interior de la civilización y es responsable de la decadencia moral de hoy… Considerábamos que los cristianos eran el enemigo, porque aparecían como los representantes de la tradición, las convenciones y hocus pocus. Pero, en verdad, era el cálculo Benthamista, basado en una sobrevaloración de los criterios económicos, lo que destruía la calidad de los ideales populares

    Da que pensar…

    Quizás valga la pena intentar resumir muy esquemáticamente las ideas que siguen. Se puede pensar que las prácticas e instituciones sociales están constituidas por actividades humanas reguladas en cuatro dominios distintos (10). La política, como el espacio de las leyes, o reglas formales que esencialmente prohíben, aunque también autorizan y facultan. La ética, como el dominio de las normas y valores compartidos, tácitos y situados en prácticas, que establecen lo correcto e incorrecto, lo bueno y malo, lo vergonzoso y lo decente. La economía, como el espacio de transacciones y las prácticas que instalan necesidades, ofertas, productos y servicios, y establecen relaciones de producción, trabajo e intercambio. Y las tradiciones, normalmente articuladas en textos del pasado (archae textura), que configuran los horizontes de la imaginación de las personas, las forman en habilidades funcionales, estéticas, de decoro y demás, y las educan en maneras de ser y pensar.

    El neoliberalismo, al insistir en un individualismo extremo, corroe el carácter compartido de las normas éticas y las tradiciones, convirtiéndolas en preferencias y opiniones de cada cual. Por otra parte, como no acepta más propósitos de futuro que los individuales, cierra la posibilidad de declarar proyectos comunes, que proyecten la convivencia en la historia como una identidad compartida. Muy poca innovación ocurrirá en un mundo como éste; en el mejor de los casos, adaptación y copia. Por último, al tratar todo – lo natural y lo social - como recursos al servicio de las conveniencias de los individuos - incluidas las leyes, y hasta los derechos -, las relaciones sociales quedan constituidas exclusivamente como un espacio transaccional, prácticamente una red de mercados. Ellas se convierten en el campo de batalla de una competencia de todos contra todos, en la que individuos autónomos se ven prácticamente forzados a participar. De este enfrentamiento emerge un puñado de ganadores y muchos perdedores, los que no tienen a qué ni a quién responsabilizar que no sea su propia incapacidad personal. Hay miles de razones por las cuales estas identidades se perpetúan. Los ganadores lo son cada vez más, los perdedores relativos, también. En forma paulatina pero constante, la sociedad neoliberal se divide entre una reducida elite – el término en boga – de winners y una masa de losers o dejados atrás. Siendo una categoría individual, que no se refiere a alguna clase social, sino exclusivamente a la capacidad personal que demuestra cada uno, ser perdedor es humillante (11).

    La sociedad neoliberal produce humillación. Sin embargo, debido a que ser un ganador en el mercado no coincide con normas de merecimientos compartidas socialmente – la ética es un asunto estrictamente personal en el neoliberalismo -, el sistema no puede ser reconocido como una meritocracia. Es decir, humilla y no produce orgullo. Por eso, las identidades están sujetas a discusión y pueden dar, en cualquier momento, una vuelta de campana. Los ganadores siempre se pueden convertir en sospechosos de jugar sucio y los perdedores pueden justificarse como tales precisamente por su compromiso con el juego limpio. Las llamadas elites están siempre a un paso de la ilegitimidad; tienen un miedo permanente.

    Por algún lado se empieza. Una vez que se observa con cierta claridad aquello que de fondo no funciona en el sistema, es posible orientarse para explorar fuentes de anomalías y desarmonías, y el anticipar el emerger de situaciones masivamente insoportables, para aventurarse a probar nuevas prácticas que produzcan un mundo diferente.

    NOTAS DEL CAPÍTULO I

    ¹ En los setenta se desató el fenómeno conocido como estanflación en Estados Unidos y Europa; una combinación inédita de estancamiento económico con inflación. El keynesianismo en boga no fue capaz de enfrentarlo bien, pues su receta para resolver el primer problema era estrictamente contradictoria con la solución del segundo. No solo la política económica keynesiana entró en crisis, sino el concepto mismo de Estado de Bienestar. El tamaño que este había alcanzado para proveer servicios públicos en forma relativamente generalizada fue considerado imposible de financiar, y las cargas tributarias resultantes incompatibles con la inversión necesaria para crecer.

    ² Ver A Secular Age de Charles Taylor.

    ³ Décadas de desarrollo industrial basado en el proteccionismo terminaron por agotarse y, en su mayoría, los países tercermundistas se estancaron, y con elevados niveles de pobreza y miseria. Lo que fue acompañado por crisis agudas de endeudamiento externo, provocada por recursos gastados en planes de desarrollo inconducentes y también en consumo importado. La situación financiera en estos países terminó por hacerse insostenible. Se imponen como condición para préstamos y salvatajes, las recetas de apertura económica y de libre mercado del llamado Consenso de Washington.

    ⁴ Eric Hobsbaum, «The Age of Extremes. A History of the World, 1914 - 1991». Un desplome que ocurre en 1991, pero que se inicia con una manifiesta decadencia, en los ochenta.

    ⁵ Brexit y America First, son característicos de corrientes de este tipo que están más que vigentes aun hoy día.

    ⁶ Quizás habría que agregar el existencialismo, como una fuerza discursiva importante desde mediados de siglo. La idea de que los individuos deben crear su vida, más que simplemente vivirla, es seguramente la madre de la auto expresividad actual, que tanto se parece valorar y que tanto prometió en algún momento; por ejemplo, con el hipismo. Sin embargo, ganada por el individualismo hedonista, parece haber terminado transmutada en el erotismo desaforado de la cultura juvenilizada del presente.

    ⁷ Son conceptualizaciones de Axel Honneth en «The Struggle for Recognition».

    ⁸ Estas distinciones se encuentran en Fernando Flores, et. al., Disclosing New Worlds. Entrepreneurship, Democratic Action and the Cultivation of Solidarity

    ⁹ John M. Keynes, Essays in Biography.

    ¹⁰ Se que esta taxonomía pertenece a Lawrence Lessig, aunque no pude identificar en cuál de sus múltiples libros o conferencias aparece.

    ¹¹ Richard Wilkinson, The Impact of Inequality. How to make sick societies healthier

    II.

    CARACTERIZACIÓN GENERAL

    DEL DISCURSO NEOLIBERAL

    Se puede definir el neoliberalismo como la teoría y práctica del libre mercado como base de toda la vida social, fundada en la Economía Neoclásica. Es, en este sentido, una forma de liberalismo extremo, como no se veía desde el laissez faire.

    Es una definición que permite distinguir entre neoliberalismo y diversas otras formas de capitalismo, como capitalismo de Estado (con estados de diferente signo), el mismo laissez faire, capitalismo con Estado de Bienestar, etc. El neoliberalismo es, efectivamente, una forma histórica de capitalismo que emergió al final del Siglo XX en el Reino Unido y EE. UU., después en Europa, para generalizarse más tarde casi en todas partes. En Chile, con las reformas de los Chicago Boys y Pinochet, se instaló con un extremismo único en los años setenta y ochenta del siglo pasado. Aquí se plasmó prácticamente como un caso de laboratorio, cuyos resultados fueron generalizados no solo en el llamado Tercer Mundo.

    No se trata simplemente de un sistema de mercados libres. De acuerdo con el dicho popular, es un sistema de mercado ido al chancho (1), en el cual todo es organizado como intercambio.

    No solo hay mercados en los cuales bienes y servicios de uso habitual – alimentos, vestuario, artefactos electrónicos, automóviles, transporte, etc. – se acostumbraba tradicionalmente cambiar por dinero en muchas partes del mundo, también la educación, la investigación científica, los cuidados y servicios de salud, la información, la previsión para la ancianidad se organizan como mercados. La política se entiende como un espacio de relaciones transaccionales entre representantes y ciudadanos - izquierda y derecha entienden a los representados como ciudadanos con demandas - y entre el estado y los contribuyentes. La seguridad social, convertida en ahorro privado, se organiza como un mercado, también la disponibilidad de infraestructura básica – agua potable, carreteras, aguas servidas, redes digitales. Son pocos los servicios que el estado provee directamente, incluso la seguridad se privatiza hasta donde resulta posible. Y aquellos que el estado se ve forzado a mantener en sus manos, son organizados directa o indirectamente como mercados de administradores, concesionarios y consultores. Toda la vida social se articula alrededor de mercados e intercambio. Hasta las relaciones de intimidad y familiares son entendidas como transacciones (2).

    A. La ideología madre: la Economía Neoclásica

    ¿Cómo se justifica la confianza tan extrema del pensamiento neoliberal en la práctica social del intercambio, que conduce a entender la vida social entera como un universo de transacciones, una red de mercados, y a procurar organizarla como tal? Hay algo obviamente contra intuitivo en esto, cuando menos para los que recuerdan cuál era el sentido común que imperaba antes de la arremetida histórica de este liberalismo extremo. ¿No deberían ser provistos gratuitamente por el Estado Nacional - cuando menos asegurados en forma igualitaria para todos los ciudadanos - algunos servicios de infraestructura básica? ¿No debería existir una educación estatal gratuita a disposición de todos? ¿Y servicios de salud? ¿No debería ser solidaria la seguridad social? Después de la Segunda Gran Guerra, durante una larga generación, el Siglo XX vio instalarse la convicción de que un imperativo mínimo de decencia y sentido común obligaba a algo así (3). Que no todo en la vida de las personas y las familias debía depender de su suerte en los mercados, fue considerado un imperativo ético elemental. El mundo se acostumbró a los Estados de Bienestar, al Keynesianismo, a los Estados Desarrollistas, a la protección social, a diversas variaciones de Capitalismo de Estado o administrado por los estados.

    Aunque en los años ochenta esos sistemas políticos se habían agotado, no había nada evidente en sí mismo que permitiera justificar la ida al chancho del neoliberalismo con el mercado en todos los rincones de la vida social. Por el

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