Un Sandwich de pan con pan: Mercado y democracia
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Los mercados libres y las leyes democráticas no son suficientes para construir una sociedad de la calidad que añoramos los ciudadanos en Chile, con más intuición que claridad, y que creemos percibir en ocasiones, con impaciencia y envidia, en otras latitudes. Recordemos a Nicanor Parra, uno de esos poetas más grande que Chile que en este suelo ocurren, cuando dice que, más que un País, somos un paisaje con pretensiones de País.
A convertir la pretensión en solidaridad, y la solidaridad en poder hacer historia.
Son pequeñas composiciones de frases sacadas casi al azar del texto.
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Un Sandwich de pan con pan - Mario Valdivia Valenzuela
UN SANDWICH
DE PAN CON PAN
Un sandwich de pan con pan
© Mario Valdivia, septiembre 2016
© Kairos Editores
ISBN Edición Impresa: 978-956-9274-38-1
ISBN Edición Digital: 978-956-9274-44-2
Arte de portada: Francisca Ossandón
Diagramación: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
info@ebookspatagonia.com
Queda prohibida toda reproducción total o parcial de esta obra a excepción de citas y notas para trabajos y estudios de divulgación científica y cultural, mencionando la procedencia de las mismas.
Mercado y democracia
UN SANDWICH
DE PAN CON PAN
Mucha Transacción, poca Solidaridad.
Mucha Ley, poca Ética.
Mucho Cálculo, poca Innovación.
Mario
Valdivia V.
Reconocimientos.
La generosidad de los demás es un regalo inapreciable e inmerecido de la vida.
Una versión preliminar de este texto circuló entre varias amistades, y otras no tanto, que se dieron el trabajo de leerla y comentarla. No todas, ni mucho menos, se mostraron favorables, pero ninguna dejó de admirarme por su generosidad. Leer un texto ajeno y criticarlo con un mínimo de franqueza, es un trabajo merecedor del mayor aprecio. Muestra una fe esperanzadora en el poder del habla compartida –esa práctica irrevocablemente colectiva–, y constituye un trabajo laborioso, potencialmente ingrato, sin transacción de por medio, inútil: una definición de lo gratuito. Ambos, casi monstruosidades en el mundo actual.
Agradezco especialmente a Fernando Balcells, Carlos Catalán, Jorge Correa, Cristián Eyzaguirre, Carlos Pérez, Joseph Ramos, Gabriel Rodríguez, Víctor Toloza, Joaquín Vial y Kathy Villarroel, por su compromiso y desprendimiento. Todos sus comentarios fueron iluminadores, y me permitieron mejorar el texto, espero.
Un reconocimiento único debo a mi querido amigo de toda la vida, Roberto Zahler, quien me animó a producir y publicar este texto, a partir de unas desarticuladas notas iniciales que compartimos privadamente, animados por una común consternación ante la obra neoliberal. Me ayudó con minuciosos comentarios y haciendo circular lo escrito entre sus amistades filósofas y economistas; y, sobre todo, animándome a seguir adelante con el trabajo. Mucho de lo escrito refleja conversaciones compartidas. Sé que una ética excesivamente rigurosa le impidió compartir autoría, de lo que habría sido, en caso de hacerlo, obviamente un texto distinto.
Mucho que subyace por todas partes en el texto proviene de mi colaboración de muchos años con Fernando Flores en múltiples proyectos, aventuras pragmáticas y discursivas siempre desafiantes y llenas de asombro por el mundo, sus dolores y posibilidades. Hago especial mención a la preparación del informe del Consejo Nacional de Innovación para la Competitividad del año 2014.
A todos, mis reconocimiento y muchas gracias. Gratitud y reconocimiento que obviamente los exculpa por completo de lo que escrito quedó, finalmente.
ÍNDICE
I.– DECLARACIÓN DE PROPÓSITO
Notas de la Sección I.
II.– CARACTERIZACIÓN GENERAL DEL DISCURSO NEOLIBERAL
El mercado ido al chancho
La Economía Neoclásica como una superstición
Un individuo ególatra, calculador, obsesionado con su propia gratificación
Un yo astuto, solapado, que calcula maneras de conseguir satisfacción
Un mundo de recursos
Máquinas hedonistas
Máquinas monomaníacas
Notas de la Sección II
III.– EL SER HUMANO NEOLIBERAL
Un ser sin ética
Un ser sin comunidad
Perplejidades de la identidad
Un individuo sin arraigo
Libre de emocionalidades colectivas
Un yo arrogante y desconfiado
La naturaleza humana
que trasciende la historia
Notas de la Sección III.
IV.– EL MUNDO DEL NEOLIBERALISMO
Ecologías desarticuladas
Comunidades desarticuladas
Leyes como recursos
¿Y los derechos?
Los seres humanos como recursos
El tiempo como recurso
Notas de la Sección IV.
V.– LA RELACIÓN DEL SER HUMANO CON SU MUNDO: LA ACCIÓN HUMANA
Decidir, eligiendo entre alternativas
Planeación predictiva
Innovar –hacer historia
Comprometerse
Acumulación irreflexiva
Notas de la Sección V.
VI.– CONCLUSIONES
Notas de la Sección VI
REFERENCIAS
I.- DECLARACIÓN DE PROPÓSITO.
En los años setenta y ochenta del siglo pasado, un vendaval neoliberal cayó sobre Chile. Un discurso holístico refundacional –casi una nueva religión– transformó prácticas, instituciones y maneras de pensar.
A fines del siglo, los discursos ideológicos que habían fundado las maneras de comprender el mundo, y actuar en él, de tirios y troyanos durante todo el siglo XX –el marxismo, el cristianismo y el nacionalismo–, habían sido prácticamente destruidos. El primero, por el fracaso histórico del experimento de casi un siglo del llamado socialismo real
, y en la deriva socialdemócrata, por el crítico debilitamiento de los Estados de Bienestar en los setenta. El segundo, por el avance del secularismo que trajo consigo la modernidad
. El nacionalismo, finalmente, al quedar fatalmente teñido por el fascismo..., así como por el descrédito de los estados desarrollistas del tercer mundo
. Socavadas las patas de la mesa discursiva del siglo, la avalancha neoliberal nos pilló vaciados y desnudos a todos.
En Chile, la derecha conservadora de alguna manera se compró el mercado por completo. La teoría católica del Estado Subsidiario sirvió; interpretaciones más individualistas e intimistas de las prácticas religiosas –a la Opus Dei–, también; la manera popular de entender y difundir el mercado, a lo Chicago y Friedman, también.
Confrontada con la tragedia del inesperado desplome del socialismo real –quizás la crisis definitoria del siglo–, la izquierda socialista no supo cómo salir hacia adelante, regresando al pasado liberal y democrático en busca de inspiración; el mismo que Marx había criticado tan ácidamente. Así, reemplazó la planeación centralizada por el mercado, y el centralismo democrático por la democracia representativa. El ejemplo histórico estaba a la mano: la socialdemocracia europea. Sin embargo, el liberalismo estaba siendo avasallado en todas partes por el neoliberalismo, el discurso y práctica que articula la sociedad entera alrededor del mercado –no solo como sociedad con mercados, sino que sociedad de mercado–, y transformaba profundamente el Estado de Bienestar socialdemócrata. Son los años de Pinochet, por supuesto, pero también de Reagan y Thatcher; más tarde, de la llamada tercera vía, a lo Blair. Ahora sabemos que en ninguna parte el neoliberalismo se instaló con más intensidad y pretensiones holistas que en Chile; por algo el término está ligado fundamentalmente a Pinochet y los Chicago Boys en todos los buscadores de la red.
Del nacionalismo hay poco que decir. Sencillamente pareció desaparecer, tragado por la impotencia del Estado Nacional Desarrollista en la era de la globalización de los mercados libres, y la sospecha de la inevitabilidad de sus tendencias autoritarias, cuando no abiertamente fascistas. El Estado Desarrollista y los planes nacionales de desarrollo fueron anatema especial para las nuevas tendencias neoliberales. Los restos de nacionalismo se mantuvieron en reserva hasta que el neoliberalismo entró en la crisis en 2008, cuando emerge nuevamente, como siempre lo hace cuando hay crisis económicas globales (1).
Así, juntos –izquierda y derecha–, aceptaron la receta liberal completa: mercados libres, estado de derecho democrático representativo. Pero se trataba de un liberalismo que declaraba superados los propósitos sociales del New Deal norteamericano y de la socialdemocracia europea –dominantes durante décadas después de la segunda guerra–, convertido en una versión aumentada e intensificada del viejo laissez faire que Marx, los críticos cristianos y los nacionalistas conocieron de primera mano.
Pienso que no basta. Los mercados libres y las leyes democráticas no son suficientes para construir una sociedad de la calidad que añoramos los ciudadanos en Chile, con más intuición que claridad, y que creemos percibir en ocasiones, con impaciencia y envidia, en otras latitudes. Y no puede ser de otra manera. Las leyes y el mercado definen las condiciones de borde
de una sociedad, abriendo el espacio de posibilidades en el cual los seres humanos conducimos nuestra vida, pero no definen la existencia que estableceremos en conjunto. Los mercados y las leyes crean una suerte de cascarón burocrático de nuestra convivencia, sin mucho contenido. Si pensamos que nuestra sociedad está constituida solamente por mercados y leyes, ¿qué identidad nos caracterizaría, sin nos comparamos con tantos otros lugares donde los individuos también transan libremente en los mercados y están sujetos similarmente a leyes democráticas? ¿Exclusivamente por algunas leyes peculiares, o por características distintivas naturales, económicas o culturales? Esas siempre hay de sobra –una bandera propia, un himno nacional, una moneda propia, un territorio determinado, un cierto PIB por persona, el tamaño de una población, una selección de fútbol–, pero sabemos que ellas constituyen bien poco la comunidad, el ser colectivo característico que somos como país; lo que sea que consideremos nuestra identidad.
Recordemos a Nicanor Parra, uno de esos poetas más grande que Chile que en este suelo ocurren, cuando dice que, más que un país, somos un paisaje con pretensiones de país. Quiero invitar a hablar de eso... lo que falta...
Me asiste la convicción de que la teoría y práctica neoliberales, descargadas sobre un país frágil –una pretensión de Nación–, producen casi por necesidad una sociedad desintegrada, sin solidaridad ni virtudes éticas compartidas, con un resultado de desigualdad y corrupción. Una sociedad incapaz de cuidar el medio ambiente y la naturaleza que le ha tocado en suerte, que explota con poderes tecnológicos y financieros gigantescos, como nunca antes en su historia. Una sociedad que produce individuos unilaterales hasta la barbarie, esencialmente enajenados del mundo y de los demás, engolosinados consigo mismo, auto-absortos y desconfiados, con un poder a su disposición que aumenta día a día de manera desatada. Individuos cuyo principal afán consiste en calcular sistemáticamente la maximización de sus conveniencias personales; y la elaboración de planes y estrategias personales es su constante preocupación cotidiana. Un individuo atemorizado y ansioso por la incertidumbre radical del mundo actual, que no crea ni innova, solamente copia y sigue –calculando de atrasito.
Nos podemos hacer esperanzas con la democracia. Sin embargo, creo que la práctica de la democracia, en sí misma, no es suficiente para exorcizar al individuo de su posesión neoliberal, ni de proteger del poseso a la comunidad y a las posibilidades históricas emergente. Y si nos hacemos esperanzas de que sus habilidades en el mercado bastarán para convertirlo en un innovador, con capacidades para cultivar una identidad global distintiva valiosa, estoy seguro de que estamos equivocados. Por otra parte, como el poder de la democracia se ejerce a través de las reglas formales de las leyes, me temo que tiene graves fragilidades para contener, regular y domar el poder económico desatado neoliberal –flexible, anticipador, globalizado.
No dejo de pensar que la suma de mercados y democracia se parece a un sándwich de pan con pan. Obviamente la ausencia de centro constituye un vacío de fondo; a fin de cuentas, un sándwich es identificado por lo que lleva adentro... ¿Qué es la sociedad delimitada entre la democracia y los mercados? ¿Qué nombre tiene? ¿Hay una comunidad?, ¿Quién la cuida? ¿Qué futuro tiene?... Hay algo de cuchuflí sin relleno en esto.
Personalmente, estoy seguro de que el neoliberalismo es peligroso y desolador. Agrede el mundo, descompone las comunidades, produce individuos apartados unos de otros, des-almados. Invito a la tarea de apropiarnos de este discurso, para combatirlo sin el temor de cometer herejías peligrosas, de convertirnos en populistas y estatistas, ni de cometer crímenes abominables, como nos notifican de antemano los neoliberales, especialmente los economistas. Contrariamente a sus admoniciones, no creo que devaluemos verdades eternas, ni mancillemos santas perfecciones; sencillamente queremos caracterizar un discurso y unas prácticas históricas, que se han plasmado con la fuerza ideológica de una pretendida verdad científica trascendente, como ha ocurrido tantas veces en la historia. Constituye una tarea de desintoxicación elemental, que debemos llevar a cabo aunque sepamos bien que no tenemos una alternativa precisa que proponer. Auto exorcizarnos de ideas fijas ya es un avance.
Por algún lado se empieza. Una vez que nos convenzamos de que algo de fondo no funciona, podremos dar pasos, aunque sean exploratorios, para aventurarnos a explorar y diseñar un mundo diferente.
Me parece evidente que el neoliberalismo es la reencarnación resucitada, a finales del siglo XX, del viejo laissez faire, la ideología dominante desde la segunda mitad del Siglo XIX hasta los años 30 del Siglo XX. Esa quedó en la historia como una era oligárquica, explotadora, imperialista, inhumana y cruel, masivamente desigual, que se justificaba a sí misma por el progreso tecnológico y material que traía. Terminó cuando desató la gran crisis mundial del año 29, que condujo a la carnecería de la segunda gran guerra, y que acabó con el orden que había impuesto en el mundo entero. Casi un siglo después, su continuadora –el neoliberalismo–, produjo la gran crisis del 2008 –tan grande como la otra–, y un mundo tan desigual, explotador e inhumano como el anterior, pero éste todavía no ha terminado. A diferencia de los treinta, esta vez nadie sabe muy bien con qué reemplazarlo.
El año 1933, un economista fundamental del siglo –cuando menos hasta los años ochenta–, John Maynard Keynes, descubría perceptivamente, quizás con retraso, algo que nosotros aun no comprendemos: la peligrosa barbarie histórica que produce la tradición Utilitarista Benthamista –la raíz común del laissez faire y el neoliberalismo.
Cito a Keynes (2):
Yo considero ahora que esa tradición (Benthamista) es el gusano que ha estado carcomiendo el interior de la civilización y es responsable de la decadencia moral de hoy... Considerábamos que los cristianos eran el enemigo, porque aparecían como los representantes de la tradición, las convenciones y hocus pocus. Pero, en verdad, era el cálculo Benthamista, basado en una sobrevaloración de los criterios económicos, lo que destruía la calidad de los ideales populares
Que dé que pensar a todos. En especial, a nuestros economistas progresistas
, que dicen admirar tanto a Keynes, pero son tan calculadores y utilitaristas...
Quizás valga la pena intentar resumir esquemáticamente las ideas que siguen. Podemos aceptar que la estructura de prácticas e instituciones de una sociedad está constituida por actividades humanas que pertenecen a cuatro dominios distinguibles entre sí (3). La política, como el dominio de las leyes, o reglas formales, que autorizan, prohíben y facultan. La ética, como el dominio de las normas compartidas, tácitas o encarnadas, de permitido y prohibido, correcto e incorrecto. La economía, como el dominio de las prácticas que instalan productos y servicios ofrecidos y aceptados, y establecen relaciones de producción, trabajo e intercambio. Las tradiciones, articuladas en textos del pasado (archa textura), que nos moldean con normas funcionales, estéticas, de decoro y demás, y maneras de ser y pensar características, por lo general, también encarnadas o tácitas. El neoliberalismo, al insistir en un individualismo radical, corroe el carácter compartido del dominio de las normas éticas, convirtiendo a éstas en simples preferencias idiosincráticas de cada cual. Asimismo, desarticula las tradiciones –y la identidad compartida que ellas sostienen–, al dejarlas en manos, o al gusto, si se quiere, de los deseos de los individuos. Por otra parte, como el neoliberalismo no acepta más proyectos de futuro que los de los individuos, cierra toda posibilidad de declarar para la sociedad un proyecto constitutivo propio, que la proyecte en la historia como una identidad compartida. Muy poca innovación ocurrirá en un mundo como éste; en el mejor de los casos, adaptación y copia.
Por último, al convertirlo todo en recursos para el uso y consumo de los individuos, incluidas las leyes –extirpadas de todo contenido ético compartido–, la sociedad queda convertida exclusivamente en un espacio transaccional –una red de mercados–, en el cual los individuos desatan una suerte de esforzada guerra más o menos regulada, con reglas permanentemente atrasadas, de todos contra todos; enfrentamientos de los que emergerán, fatalmente, un puñado de ganadores y muchos perdedores. Ahora, como resultado de todo, hay progreso
, las cosas mejoran, todo crece, se prospera. Al final, emerge un mundo inundado de un ánimo medio de satisfacción