Entre diversidad y fragmentación: Apuntes para tiempo de cambios
Por Eva Levy
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Eva Levy, headhunter y asesora de empresas en diversidad, liderazgo e innovación, aporta una visión crítica y ponderada acerca de asuntos tan actuales como las cuotas femeninas, la brecha salarial entre hombres y mujeres, el descenso de la natalidad o la creciente transformación de las familias y de la sociedad en un escenario cada vez más complejo y de cambios internacionales caóticos.
Entre Diversidad y Fragmentación está integrado por cincuenta y cinco ensayos breves, estructurados en cinco áreas temáticas: Familia, Trabajo, En el marco nacional, Perspectivas internacionales y Futuro. Una introducción aporta contexto sobre el origen de la obra y el punto final lo pone un homenaje a la solidaridad femenina.
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Entre diversidad y fragmentación - Eva Levy
editorial@loquenoexiste.es
ÍNDICE
Dedicatoria
Una reflexión pertinente
1. FAMILIA
Sequía de niños
Cosas de la edad
Mentar a la familia
Prevenir, mejor que lamentar
Salud y buenos alimentos
Esas esposas que no sabían nada
Ocho por tres
En familia
Abuelos globalizados
¿Para qué sirve un padre?
«Mono» o «uni»
La conciliación, en la agenda
¿El final de las viudas?
2. TRABAJO
Un consejo para las mujeres
Ojalá el talento fuese una foca
Headhunters: pasemos a la acción
Lecciones de botánica
Las edades del éxito
Cuotas y méritos
Expatriados
No seamos tan «sufridas»
Mentoring inverso: rompiendo esquemas
Mujeres privilegiadas
Engaging men: hombres comprometidos
Mujeres y pymes, mucho por hacer
3. EN EL MARCO NACIONAL
No son nuevos estos problemas
Niños, bañeras y vacas… flacas
Ese breve segundo de lucidez
Sí, las mujeres hablamos demasiado
Para variar, hablemos de futuro
Tiempo de invierno para las mujeres
¿Conocemos las reglas de juego?
Hagan lobby, señoras
El máster más duro
Lecciones de moda
Cómo sacarle partido al Código de Buen Gobierno
Vísperas electorales: carta a los Reyes Magos
4. PERSPECTIVAS INTERNACIONALES
La esperanza en cifras
Más allá, más lejos
Mujeres en consejos de administración
El día de Viviane Reding, el día de todas
Algo más que un puesto en un consejo
Carambola a tres bandas
Mucho nuevo bajo el sol
Paradojas en la cumbre
50–50
La cuota que cura, la cuota que mata
5. FUTURO
La línea del horizonte
El fondo del tonel
Aprendices perpetuos
Salud y valor añadido
Transparencia
Futuro inaplazable
El futuro es Cyberella
Chicas tecnológicas
Homenaje a una mujer solidaria
Sofía Gandarias
DEDICATORIA
A mi madre, un ejemplo de mujer fuerte, que no sabía de excusas ni lamentaciones. Y a mi hermano Carlos, todo un filósofo y todo un académico, que siempre encuentra tiempo para esas conversaciones que tanto me enriquecen.
A mi padre y a mis hijos.
Y a mi marido, Antonio, que tanto esperaba de mí y que habría disfrutado mucho de este momento.
19 de octubre de 2016
UNA REFLEXIÓN PERTINENTE
A lo largo de los últimos años he vivido muy atenta a lo que sucedía a mi alrededor, he reflexionado y he expresado mis opiniones, en especial sobre ámbitos que considero propios, como son la comunicación y la lucha por la igualdad en el mundo de la empresa. Fruto de todo ello han sido una serie de artículos publicados en diferentes medios, unos más conocidos, otros especializados, tanto en papel como digitales. Cuando me animaron (y convencieron) para reunir algunos de esos textos en un libro me pareció que, para quienes me han seguido, sería así más fácil leerlos o releerlos, pero sobre todo dispondrían de una visión de conjunto, una idea menos fragmentada de lo que he querido decir.
Sin embargo, al seleccionar los artículos me ha parecido necesario dar también yo un paso atrás y ver las cosas con perspectiva, analizar el contexto —como tanto gusta decir ahora— y los cambios que han nutrido, inspirado o se han filtrado en esos artículos.
UN MUNDO DE CONTRADICCIONES
Entender el mundo no ha sido nunca fácil. Tal vez, incluso, sea ahora todavía más difícil. En el pasado, la información era escasa y a menudo llegaba mediatizada por diferentes tipos de censura. Hoy, al menos en nuestro país, la información es supuestamente libre y desde luego tan abundante que nos arrastra como una corriente turbulenta. Apenas intentamos analizar de manera crítica la primera avalancha de datos y ya una nueva oleada nos arrastra de Grecia a Oriente Próximo y del Brexit de turno a los complicados meandros de la vida política de nuestro país. Por eso quiero hacer un alto y esbozar una visión global de todo lo que he tratado de entender en el contacto con los acontecimientos, pero también de los entornos diversos que he conocido.
Nací en Tánger, una ciudad que tenía entonces un estatuto internacional y ofrecía a sus residentes el privilegio de vivir, de la forma más natural, en un ambiente cosmopolita y políglota. Las circunstancias y el ambiente me acostumbraron desde la infancia a percibir la relatividad de las culturas observadas aisladamente —lo que no quita para que, demasiado a menudo, unas tendieran a considerarse superiores a las otras—, y a partir de entonces entendí lo enriquecedora que era la convivencia entre ellas. Intuí pronto el gran lujo que supone la diversidad, pero lo frágil que es esa riqueza, que puede verse amenazada en cualquier momento por el fanatismo, el nacionalismo excluyente y el prejuicio engendrado por la ignorancia y la estupidez.
Por otra parte, como descendiente de una familia sefardí expulsada de España en el siglo xv en las condiciones terribles que conocemos, al enfrentarme muy pronto a las circunstancias abusivas bajo las que vivía una gran parte de la población musulmana, víctima incluso de su propio ambiente y cultura, me sensibilicé, sobre todas las cosas, al escándalo que supone la injusticia en todas sus formas. Si he dedicado gran parte de mi vida a luchar contra la situación desigual de la mujer es seguramente porque sigue escandalizándome que se produzca la injusticia de la discriminación a mi alrededor, en la sociedad occidental a la que pertenezco y especialmente en la sociedad española en la que vivo. Sé que no es el único tipo de injusticia que existe, pero hay que acotar campos de lucha para ser eficaces, aunque no me olvido de los que combaten otras formas y siempre valoro su esfuerzo y les rindo homenaje.
Así pues, en las páginas que siguen intentaré esa reflexión de conjunto, que va del ayer al hoy, para hacerme comprender mejor, pero también para comprenderme mejor a mí misma.
Igual que para tener una idea clara de la configuración de un paisaje es necesario buscar un punto elevado desde donde observarlo, para entender mejor las realidades humanas hay que retroceder en el tiempo, a un momento que nos permita recuperar una dimensión de la existencia que nuestra época tiene demasiada tendencia a olvidar, obsesionada como está por la fascinación del presente.
Vivimos un momento extraño en la historia de la humanidad. Por un lado, nunca había tenido el ser humano tantas herramientas tecnológicas para predecir, medir y controlarlo todo. Sin embargo, puede que nunca haya estado tan desorientado y tan dividido entre aspiraciones contradictorias a las que no sabe cómo hacer frente: por ejemplo, el deseo de respetar la alteridad cultural y el requisito de mantener la adecuada convivencia de forma que puedan conciliarse las exigencias de la economía y las del humanismo. Y tal vez como nunca antes, la humanidad está profundamente preocupada por el mundo que dejará a la siguiente generación, ya que hoy se dispone de conocimientos y recursos para comprender lo que en otras épocas se aceptaba con fatalismo. En todas partes, se actúe o no, brotan señales de alarma planetaria en el ámbito cultural, ecológico, político y social.
Ejemplifica como pocas cosas este caos de contradicciones lo que acontece en Oriente Próximo, donde precisamente surgieron las primeras civilizaciones, las primeras ciudades. Es estremecedor porque allí suceden —o se organizan— las desgracias más terribles. La tecnología de vanguardia, reflejada en el armamento más costoso, conviviendo con los impulsos más arcaicos y brutales. Las redes sociales, soñadas como instrumento para procurar un mejor y más rápido entendimiento y contacto entre personas de diferentes países, razas, orígenes culturales y circunstancias, han cumplido parcialmente su objetivo, pero también han servido y sirven para difundir, con un alcance sin precedentes, las falacias más tremendas y con la capacidad para adoctrinar bajo la bandera de odio a muchos jóvenes alienados con fantasías de muerte. Pensemos en aquella famosa anécdota en Salamanca, cuando Millán Astray gritó: «Viva la muerte» y Miguel de Unamuno se levantó para protestar, con toda la fuerza de su palabra y su pensamiento, en contra de un ideal tan monstruoso e inaceptable. Quién hubiera podido imaginar que aquel grito de Millán Astray, en lugar de pertenecer a un tiempo definitivamente superado, sería un eslogan de lo más actual. De Mali a Siria, cruzando un territorio inmenso, hordas sanguinarias envueltas en una bandera de color negro utilizan la tortura, la violación y el crimen en nombre de Dios Misericordioso, suplantando el contenido de esa profesión de fe que recita todo buen musulmán por una única consigna: «¡Viva la muerte!».
Los círculos concéntricos: ¿una estructura olvidada?
Retrocedamos dos mil años: es mucho a escala humana y prácticamente nada en el tiempo del universo. Recuperemos ese Imperio Romano que muchos pensadores, especialmente Michel Foucault y Pierre Hadot, demostraron tan magníficamente que fue el crisol en el que se forjó el concepto occidental del individuo. Aquel era un mundo ya globalizado, que sumaba un gran número de pueblos y amalgamaba las más diversas culturas, con una vocación cada vez más fuerte de reunir, bajo el poder de un hombre-dios, el emperador, a la totalidad de los seres humanos. La venida de Cristo, el Dios-hombre, y la resistencia de los llamados bárbaros pusieron fin a este proyecto prometeico. Sin embargo, el Imperio no desapareció sin dejar huellas profundas en todos los aspectos de la cultura tanto occidental como oriental; me refiero al Oriente que encarnó Bizancio durante siglos.
Uno de estos legados, probablemente el menos conocido, es una estructura filosófica de origen estoico, que se convertiría en un patrón mental de nuestra cultura, tan extendido como poco explícito. En este esquema, que llamaremos el esquema CC, cualquier individuo que viene al mundo nace como una estrella que pronto se verá rodeada por un conjunto de círculos concéntricos, invisibles, pero intensamente presentes y reales. Simplificando, se puede decir que el primer círculo es el de la Familia, el segundo el de la Ciudad, el tercero el de la Nación y el cuarto el de la Humanidad en su totalidad. Desde el punto de vista ético, el camino está claramente trazado. El que quiera vivir moralmente debe mostrar el mismo respeto por los integrantes de cada círculo, del más lejano al más próximo, de sus padres, hermanos y vecinos hasta el extranjero más remoto. Con otros fundamentos teológicos, la moral judeocristiana pudo asentarse sobre esta base humanista y hacerla suya. En otros términos, en el esquema CC, la existencia de cada ser humano se desarrolla sobre dos ejes: el de la vida, que le empuja a desplazarse, a salir al exterior, a conocer al mayor número de personas, y el de la ética, que le incita a considerar como muy próximos incluso a los seres humanos más alejados.
Ya entonces se planteaban problemas que, para muchos, no difieren en lo fundamental de los que hoy vivimos. ¿Qué hacer, por ejemplo, si existe un enfrentamiento entre el círculo de la Patria y el de la Humanidad? La Patria me pide ir a una guerra contra personas que no conozco y que no me han hecho nada: ¿hay que obedecer o debe prevalecer mi sentimiento de pertenencia a la especie humana? Adoro a mis padres, pero si descubro que han cometido delitos, ¿debería denunciarlos? Ante este dilema, Albert Camus dijo que elegiría a su madre antes que a la Justicia, y es una elección comprensible emocionalmente, pero, ¿lo es desde la responsabilidad ética? Siglo tras siglo, los intelectuales más destacados han descrito una condición humana que se caracteriza por realizar transacciones permanentes entre exigencias contradictorias. Eso no ha cambiado mucho.
Ese individuo siempre rodeado por círculos sociales con exigencias contradictorias puede verse, y se ve, sometido a mutaciones interesantes. Por ejemplo, el círculo más externo, el de la universalidad, adquirió en el siglo xx la forma de internacionalismo político, a menudo de esencia marxista, pero en la actualidad se presenta en nuestras vidas en forma de humanitarismo, con pretensiones más humildes y menos violentas que en el pasado siglo, aunque siempre fundadas en la idea de que la Humanidad es un todo único. Hay que añadir ahora otro universalismo, como es el de la tecnología, preocupante porque, deliberadamente, se presenta desprovista de cualquier inquietud ética. Es cierto que, aquí y allá, sobre todo en el campo de la medicina, hay personalidades y comités que se esfuerzan por marcar límites y evitar abusos, pero la técnica evoluciona a toda velocidad hacia un mundo donde esa técnica parece el fin en sí misma, es su propia justificación. En definitiva, representa un mundo deshumanizado en el que las preguntas esenciales no tienen nunca cabida.
El individuo frente a los cambios
Vivimos, se dice, en el mundo de la comunicación. Sería mejor decir que vivimos en el mundo de las técnicas de comunicación, ya que lo cierto es que la complejidad de los tiempos modernos y posmodernos ha hecho todavía más difícil la relación permanente del individuo consigo mismo y con los demás. ¿Por qué? Y, sobre todo, ¿es esta dificultad un obstáculo estructural, o una etapa en la dirección de una meta que no hay que desesperar de alcanzar?
Un primer elemento a destacar es que, en el mismo núcleo del viejo esquema CC, se encuentra el individuo, neutro o neutralizado de alguna manera. No se trata en este caso de una neutralidad en términos de sexo, como si la condición humana pudiera superar las diferencias de género. Sin embargo, cuando uno explora los textos con un poco más de profundidad, vemos que este individuo pretendidamente neutro presenta todas las características del hombre. La lengua latina tiene dos palabras que en principio es fácil distinguir: homo, que identifica al ser humano en general, y uir (o vir en la grafía común), reservado al hombre en contraposición a la mujer. El problema es que tan pronto como se superan estas apariencias, se descubre que el homo tiene muchas de las características del uir, y por lo tanto la famosa neutralización o neutralidad es especialmente neutralización de las mujeres. Han sido necesarios siglos de lucha para que empecemos a reconocer que el recurso al concepto general de ser humano no puede ser un pretexto, una pantalla, para olvidar la realidad de las diferencias genéricas. Si el ser humano existe, y muchos antropólogos discuten semejante generalización, tal ser humano solo puede surgir de la tensión inherente a las diferencias de género. Al mismo tiempo, la situación se ha ido complicando. En lugar de un ser humano que camina hacia la culminación de la humanidad, tenemos una yunta improbable hombre-mujer, esforzándose por llegar… no se sabe dónde.
Una segunda diferencia es la aparición de un círculo que no tenía un espacio en el esquema original CC: el de la Empresa. Durante siglos, se vivía para Dios, la Patria, la Familia o para uno mismo. Se trabajaba, por supuesto, a menudo en condiciones que hoy nos parecen atroces, pero la percepción del trabajo era muy diferente a la actual. Es como si durante dos milenios hubiéramos encontrado todas las formas de referirnos al trabajo sin concederle nunca a la empresa una realidad autónoma. En la antigüedad, el trabajo estaba generalmente en manos de los esclavos; después, con el cristianismo lo vemos investido del significado simbólico que le dio la Biblia: «ganarás el pan con el sudor de tu frente». Más tarde, cuando el capitalismo industrial y financiero se convirtió en el credo económico de Europa, la empresa se convirtió en el medio de acumular la máxima riqueza y fue entonces —cuando se difundieron los ideales socialistas—, cuando la empresa apareció como el escenario donde la lucha de clases permitiría el paso hacia una sociedad más justa. En otras palabras, la empresa se ha ido viendo a lo largo del tiempo como algo diferente, incluso ajeno, a lo que es en sí misma.
¿Hacia la igualdad de género?
Los grandes cambios de finales del siglo xx han alterado radicalmente unas reglas de juego que podíamos pensar que se perpetuarían de forma más o menos indefinida, exceptuando lo que sucediese en algunos ámbitos minoritarios. Como ya hemos dicho, las diferencias de género se han convertido en un