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La edad del pavo: ¿Por qué hay tanta violencia juvenil?
La edad del pavo: ¿Por qué hay tanta violencia juvenil?
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Libro electrónico580 páginas8 horas

La edad del pavo: ¿Por qué hay tanta violencia juvenil?

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Educar es asistir activamente a un proceso de emancipación. Mal que nos pese, tenemos hijos para que se vayan de casa. Y en ese proceso evolutivo en el que van adquiriendo sus parcelas de autonomía se van produciendo rupturas respecto a los padres.

 
IdiomaEspañol
EditorialOBART
Fecha de lanzamiento12 jun 2023
ISBN9791222416618
La edad del pavo: ¿Por qué hay tanta violencia juvenil?

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    La edad del pavo - Gianmario Romanetto e Roberto Cavalli

    ¿Por qué hay tanta violencia juvenil?

    INDICE

    Introducción

    TEMA 1. Pubertad: qué cambios esperar en nuestros hijos

    TEMA 2. Adolescencia precoz

    TEMA 3. Vivir con adolescentes

    TEMA 4. Cómo afrontar sin miedo los retos de la adolescencia

    TEMA 5. Salud mental con la juventud

    TEMA 6. Susceptible adolescencia

    TEMA 7. Suicidio en adolescentes

    TEMA 8. Violencia en adolescentes

    TEMA 9. Aprender a escuchar a los adolescentes

    TEMA 10. Derechos de la adolescencia en el entorno digital

    TEMA 11. Mediación escolar

    TEMA 12. T rastornos de la personalidad

    TEMA 13. Bienestar emocional un derecho de la adolescencia para proteger y promocionar

    TEMA 14. Hijos que maltratan a sus padres

    TEMA 15. Retos de la adolescencia

    TEMA 16. La timidez en la adolescencia

    DESARROLLO

    Introducción

    A partir de los 30 a ños, muchas mujeres sufren la presión de su familia, su pareja o sus amigos para que tengan hijos. Y vosotros, ¿para cuándo?, se te va a pasar el arroz… Muchas mujeres que superan la treintena y aún no han sido madres escuchan con frecuencia estas frases; unas sentencias pronunciadas por personas de su entorno, desde familiares o amigos, hasta compañeros de trabajo o vecinos con quienes no se ha establecido ninguna confianza. Esta invasión de la intimidad forma parte de la presión social que las mujeres deben soportar en ocasiones cuando deciden postergar o eludir la maternidad. Esta insistencia puede provocar que se tomen decisiones inapropiadas, no basadas en una elección personal. La década que transcurre entre los 30 y los 40 años es clave para la mujer, desde el punto de vista de la maternidad . Pero más allá de la edad que proponga el reloj biológico, la decisión de ser madre está condicionada por otros factores externos que llevan a que la maternidad se postergue o incluso, en algunos casos, se eluda: no encontrar a la pareja adecuada, tener una situación profesional inestable o no sentirse preparada para renunciar a algunos de los aspectos que implica tener un hijo. Sin embargo, otros condicionantes actúan en el sentido opuesto y abocan a la mujer a afrontar la maternidad antes del momento que ellas consideran adecuado, o incluso, a ser madres sin sentir en realidad la necesidad de serlo. Uno de los más importantes es la presión social que determinados agentes pueden ejercer sobre ellas. El agente principal es la pareja. Aunque en general es la mujer la primera que toma la decisión de ser madre, en un 22% de los casos es el hombre quien pide a la mujer tener un hijo. La respuesta es casi unánime: pocas mujeres se niegan a esta petición. No obstante, una de cada tres pide esperar un poco. En el caso inverso, los datos cambian: un 5% de los hombres se niegan a ser padres ante la petición de su pareja. Además de la pareja, otros agentes del entorno presionan a la mujer para ser madre, «la presión que la sociedad ejerce todavía sobre todas las mujeres en relación con la maternidad es enorme», la maternidad convierte a la mujer en objeto de un discurso público, «en victima de la violación de su intimidad por parte de vecinos, parientes, conocidos o extraños». Por eso, en el momento en que la mujer decide tener un hijo, los especialistas recomiendan que evalúe el sentimiento que le lleva a tomar esa decisión y valore si tiene más que ver con la presión social que ejercen sobre ella, que con su elección personal, algunas mujeres toman la decisión prácticamente porque es «lo que se espera de ellas», de modo que es necesario «asegurarse de que se tiene un bebé por cuenta propia y no por la presión de la familia o de los amigos».

    Es necesario que la pareja afronte el tema de la maternidad con total sinceridad y claridad para evitar situaciones para las que no se esté preparado. Tanto si es una decisión común, como si es individual de una de las partes, es importante que exista un consenso real y meditado entre ambos, en ocasiones, cuando la mujer tiene una pareja y una situación estable, la presión de los familiares y los amigos se basa en la especulación sobre si hay o no algún problema para engendrar hijos, más que en el interés y el apremio. Para evitar que la presión se incremente, es recomendable ser sinceros y decir de forma clara y contundente el motivo por el que no se desea afrontar la maternidad, ya sea porque no se está preparado, porque se prefiere esperar o porque se ha decidido no ser madre, el nacimiento de un bebé implica muchos cambios personales e incluso, en algunos casos, laborales. La mujer ha de evaluar e imaginar cómo podrá afectar la maternidad a su vida diaria para tomar una decisión basada en sus prioridades y no en las de los demás, en ocasiones, resulta de ayuda aprovechar los momentos que se pasan con familiares o amigos que ya tienen bebés para evaluar de forma práctica el sentimiento que despiertan los niños en uno. Estas situaciones permiten, además, imaginar cómo puede ser la situación después de ser madre. Hay madres que buscan la felicidad, pero, en su lugar, hallan el sufrimiento.

    La maternidad o la paternidad se ejerce ahora de forma más consciente y responsable, por lo que nos lo pensamos más para dar el paso. Te ayudamos en la toma de decisión. En la actualidad ser padre o madre es una decisión más de la vida, quizás la más importante. La maternidad o la paternidad se ejerce de forma más consciente y responsable. Las nuevas formas de parentalidad conforman unidades familiares muy distintas a las de hace unos años. Y las técnicas de reproducción aumentan las posibilidades para tener hijos también a edades más tardías. En cualquier caso, quienes tenemos hijos y queremos que sean felices, buscamos darles cierta calidad de vida en cuanto a educación, cuidados, bienes materiales, vacaciones… Y antes de eso dedicamos más tiempo a formarnos, la incorporación al mundo laboral se retrasa y, por ende, la independencia económica para mantener una familia también. Y aunque tener tanto en realidad no es tan necesario para vivir, esta exigencia a nivel cultural y social es alta, por lo que aplazamos el momento de ser padres a los 35 (la edad media de los primerizos está en torno a los 30 años). Nos lo pensamos más antes de decidirnos. En el caso de quienes dudan en si dar el paso hacia la maternidad y la paternidad es frecuente que se vean bien en la pareja (o sin ella), con deseo de ser padres, ilusionados, con ganas de jugar con los niños… pero también junto a las ventajas consideran los inconvenientes: la crianza cansa, económicamente igual no estamos tan bien, las vacaciones son distintas, mis amigos hacen otros planes… Tener un hijo es una fuente de alegrías, y también de preocupaciones, de problemas, por lo que si no tengo hijos, no convivo con adolescentes, por ejemplo. Que una persona o una pareja trabaje sus ambivalencias hacia la parentalidad (que todos tenemos en mayor o menor grado) es un acto de responsabilidad y puede prevenir tropiezos en una de las tareas más importantes a las que nos enfrentamos en la vida. De hecho, tenemos consultas relacionadas con una mala adaptación a la crisis que supone la llegada de un bebé a la vida de una persona, de la pareja de progenitores y del resto de la familia.

    Sin embargo existen otras razones más personales también pueden estar influyendo, de manera que facilitan o entorpecen esta toma de decisión:

    la infancia que vivieron o recuerdan estas personas puede hacerles inclinarse por una u otra parte de la balanza. En este aspecto apuntan otros miedos, como posibles conflictos relacionales de la pareja.

    valorar mucho el tiempo libre, sentir que no se tienen ataduras, necesitar contar siempre con un margen de maniobra… facilita la demora.

    centrar la vida adulta en el disfrute tiende a retrasar o descartar la paternidad o maternidad. Los espacios de ocio de adulto, los tipos de juego y actividades… cada vez son más. Y algunos sienten que tener un hijo implica renunciar a esa parte de calidad de vida.

    el entorno social (familiar o de amigos) que tiene hijos o no y cómo afronta esta situación puede animar a llegar a la maternidad o paternidad, o no.

    El proceso de convertirse en padre o madre es psicológicamente tan complejo que no creo que se puedan dar pautas o consejos generales. Es normal que la llegada al camino de ser padre o madre sea compleja, puesto que el camino lo es, y solo se podrá entender esa complejidad, cuando uno camina por él, aprendiendo en cada paso cómo dar el siguiente. El hecho de que aparezcan miedos habla de que la pareja o la persona es consciente de la responsabilidad que conlleva tener un hijo y es capaz de tolerar la incertidumbre sobre su propia capacidad. En cualquier caso, los padres solo pueden asegurar y comprometerse en la intención de protección y cuidados a sus futuros hijos, lo que garantiza ser un padre o una madre ‘suficientemente bueno’ que se equivocará seguro en muchas ocasiones, pero que, si esto ocurre y se da cuenta, intentará resolverlo. Posponer la paternidad o maternidad favorece dar ese paso en mejores condiciones laborales, de madurez psicológica, la pareja habrá tenido tiempo de construirse y negociar muchos aspectos de la relación, etc. Pero a veces, como recuerda la psicóloga, haber dejado pasar demasiado tiempo va en contra de la fertilidad biológica y puede incrementar las dudas sobre el proyecto de familia con o sin hijos de la pareja. Afortunadamente, tener hijos no es obligatorio; se puede vivir sin tener hijos. Por eso hay que confiar en nuestro instinto. Podemos tenerlos en la medida en que sintamos que podemos tenerlos, porque nos apetece tenerlos. Excepto en el caso de mujeres que optan ser madres en solitario, la decisión de tener hijos es un proyecto vital fundamental en cualquier relación de pareja. Pero también es casi el único proyecto en el que difícilmente uno puede ceder por deseo del otro en una negociación, porque no hay nada más personal e íntimo que el deseo. Tener hijos complica la vida, pero también trabajar, irte de vacaciones… Casi todas las decisiones implican renunciar a otras cosas, y no por ello dejamos de tomarlas. Eso sí, tener hijos es una de las pocas cosas que no tienen marcha atrás. Puedes cambiar de profesión, volver a estudiar, mudarte, empezar un trabajo y dejarlo… pero cuando tienes un hijo lo tienes para siempre.Para las parejas que se lo han planteado en su consulta y que piensan que este no es el momento, el psicólogo les pone tarea: Deben describir en qué consiste el momento adecuado: que estemos trabajando los dos, que tengamos una casa con más dormitorios, que mi hermana no se embarace a la vez… Verbalizan las circunstancias que les animarían a tener hijos. Y entonces, desde cero, se les anima a colaborar con esas circunstancias: buscando casa, empleo, hablando con la hermana….

    Pueden ayudar: Hacer una lista con tres decisiones tomadas en las que sabías que era la decisión correcta y describir qué sensación sentiste al haberlas hecho. Esta es la sensación que mereces experimentar cuando decides ‘sí’ a la paternidad o ‘sí’ a una vida sin hijos. Simular que tomas la decisión de tener un hijo y vivir con esa idea durante cinco días. En ese tiempo, debes escribir a diario cómo te sientes. Cuanto más ‘real’ sea esa decisión, más información recibirás sobre ti. Simular lo mismo, pero en el sentido contrario: no tener hijos. Cuanto más puedas engañar a tu mente para que la decisión parezca real, más información recibirás sobre ti.

    TEMA 1. Pubertad: qué cambios esperar en nuestros hijos

    Además de las hormonas relacionadas con la reproducción, existen otras muchas, como la melatonina o la oxitocina, que cumplen funciones estructurales y vitales. Las hormonas circulan por el cuerpo controlando prácticamente todas las funciones. Influyen en el estado de ánimo, el peso, la sudoración, la presión arterial, el apetito, las horas de sueño, el ciclo menstrual y el deseo sexual. Si están en equilibrio, aseguran que el organismo funcione como un reloj; pero si no lo están, se crea un desequilibrio que puede afectar a nuestra salud. Las hormonas no son solo cosa de adolescentes. Es cierto que en el tránsito de la niñez a la vida adulta adquieren especial protagonismo, ya que implica pasar por una fase de transformaciones físicas y psicológicas tan intensas que el trabajo que realizan estos mensajeros químicos se hace más evidente. Pero las hormonas también tienen mucho que decir en otras etapas de la vida.

    Durante la menopausia son especialmente conocidas por su mala fama, con todos los efectos secundarios que supone la caída brusca de los estrógenos para algunas mujeres (sofocos, sequedad vaginal, dolor de cabeza). Y durante la gestación sorprenden por su trabajo, ya que estas sustancias facilitan el parto, hacen posible la producción de leche y hasta el amor que la madre siente por su hijo.

    Sin embargo, las hormonas suelen pasar desapercibidas cuando afectan a nuestro estado de ánimo, al peso o al hecho de que nos suden más o menos las manos. Ellas también pueden ser responsables de todo ello, al igual que de nuestra fatiga, de un nivel de estrés exagerado o de la falta de deseo sexual. Esto es así porque son unas sustancias que, una vez son segregadas por las glándulas endocrinas, viajan por todo el torrente sanguíneo hacia otras células y órganos del cuerpo donde controlar y regular sus funciones.

    Se puede definir el desequilibrio hormonal como una alteración en los niveles hormonales (elevaciones o descensos) por causas no naturales y con repercusión en la salud.

    Es decir, que la menopausia, por ejemplo, con cambios hormonales (descienden los niveles de estrógenos y progesterona) que ocurren de manera natural en todas las mujeres entre los 45 y 55 años, no entraría dentro de esa definición. Sin embargo, un hipertiroidismo, una enfermedad producida por una superproducción hormonal de la glándula tiroides y que provoca palpitaciones, insomnio, las alteraciones menstruales o pérdida de peso involuntaria, sí que lo harían. Sea por causas naturales —motivadas por la edad y los procesos biológicos a lo largo de la vida—, por el estilo de vida (obesidad) o por un trastorno o enfermedad, los problemas de salud pueden aparecer cuando se segrega demasiada o poca cantidad de cualquier hormona.

    Existen muchas hormonas diferentes en el cuerpo humano —se han identificado más de 80— y todas, en mayor o menor medida, cumplen funciones importantes. De manera natural, según se van cumpliendo años, los niveles de algunas se disparan, otros permanecen inalterados a lo largo de la vida y otros decaen, bien porque se van produciendo menos o porque los diferentes órganos se vuelven menos sensibles a la hormona que los controla. Estos son algunos de los momentos clave.

    👧 Adolescencia de la mujer

    La pubertad comienza entre los 8 y 13 años en las niñas, aproximadamente dos años antes que la de los niños, y suelen completarla a los 17 años.

    En esta etapa, sus ovarios comienzan a producir estrógenos y sus niveles van incrementándose gradualmente, ya que el cuerpo femenino necesita de una gran cantidad para la gran trasformación física que va a experimentar: desarrollo de los senos (el crecimiento del botón mamario es el primer signo de que ha comenzado la pubertad en las niñas), el estirón (trabajan conjuntamente los estrógenos, que estimulan el cartílago de los huesos, y la hormona del crecimiento), el ensanchamiento de las caderas o la menstruación.

    También aparece el acné, porque, aunque los chicos segregan más testosterona, las mujeres también tienen esta hormona que provoca que se estimule la producción de sebo.

    Antes de la pubertad, los niveles de andrógenos (las hormonas masculinas) son bajos tanto en las niñas como en los niños, pero se incrementan cuando comienza la adolescencia (aunque más en ellos) y esto hace que se estimule el crecimiento del vello o el despertar del interés sexual en las chicas.

    🔴 Menstruación

    El estrógeno también ayuda a controlar el ciclo menstrual. Los estrógenos varían a lo largo del mes, con los picos más altos en la mitad del ciclo mensual (durante la ovulación), ya que está estimulando el útero para una posible fecundación, y más bajos cuando llega el sangrado menstrual, momento en el que el organismo entiende que no ha habido embarazo y vuelven a caer a mínimos para dar comienzo a un nuevo ciclo. Pero este desequilibrio se puede definir como un desajuste ligero que no afectará a la salud.

    🤰 Embarazo

    Desde el mismo momento en el que se produce la implantación del embrión, los ovarios comienzan a secretar más estrógenos y progesterona, aunque hasta el cuarto mes del embarazo lo hace en cantidades solo ligeramente superiores a las que se producen en la segunda mitad del ciclo menstrual.

    Sin embargo, a partir del día 60 de gestación, la placenta empieza a secretar estas hormonas en cantidades progresivamente elevadas, alcanzando un máximo al final del embarazo. Los niveles de estrógenos maternos a lo largo del embarazo alcanzarán unas concentraciones 30 veces superiores a las que se encuentran en la fase lútea (periodo entre la ovulación y la menstruación).

    Los niveles de progesterona, que prepara el pecho para la producción de leche, también se elevan, haciendo subir la temperatura corporal de la futura madre y que su intestino funcione más lento (de ahí que las embarazadas padezcan estreñimiento). La progesterona va aumentando progresivamente a lo largo de los nueve meses, alcanzando unas concentraciones 10 veces superiores que las que se encuentran durante la fase lútea.

    Este aumento de estrógenos y progesterona también afecta a la serotonina, provocando cambios emocionales en algunas mujeres: una mezcla de tristeza, alegría o miedo ante el alumbramiento.

    También suben los andrógenos, las hormonas masculinas que también tienen las mujeres, y por ello suele aparecer algo de vello en cara, brazos, piernas y pezones (desaparece como tarde a los seis meses tras el parto). Estas mismas hormonas, unidas a la subida de los niveles de progesterona, hacen que la piel esté más grasa y haga que algunas embarazadas tengan granitos y en otras aporta un brillo y luminosidad especial.

    Poco después del parto la producción de estrógenos y progesterona se detiene, alcanzando valores comparables a los presentes en la mujer no embarazada.

    👩 Menopausia

    Se produce con el cese de la función ovárica, que va a conducir a una disminución brusca de los niveles de estrógenos en sangre. Esta bajada es la responsable de la aparición de los síntomas que acompañan a la menopausia: sofocos, sudores nocturnos, sequedad vaginal, problemas de sueño…

    👦 Adolescencia en los hombres

    La testosterona, la principal hormona sexual masculina producida en los testículos, se encuentra por las nubes en esta etapa de la vida del hombre. Estimula la maduración de los órganos reproductores, el crecimiento muscular y óseo, la aparición de vello púbico y facial.

    Además, es la causante del desarrollo de las características sexuales secundarias, que son rasgos que estimulan el desarrollo masculino e incluyen características que no forman parte del sistema reproductor, como por ejemplo el cambio de voz, que se vuelve más grave.

    👨 Andropausia

    Por lo general, a partir de los 20 años empieza bajar la producción de testosterona. La velocidad de disminución de esta hormona varía mucho entre los hombres. A los 70 años, algunos pueden tener niveles similares a los de uno de 30. Otros varones jóvenes pueden presentar valores bajos y desarrollar ciertas características asociadas con el envejecimiento: pérdida de deseo, menor masa muscular, aumento de la grasa abdominal, pérdida de energía, osteoporosis, lentificación del pensamiento o anemia. Pero precisamente esta disminución gradual hace que estos síntomas sean mucho más leves que los de la menopausia femenina.

    Pero además de las hormonas relacionadas con la reproducción, existen otras muchas que cumplen funciones estructurales y vitales. La hormona del crecimiento, las tiroideas, la insulina, la melatonina, la serotonina y la oxitocina son algunas de las más importantes.

    ➡️ La hormona del crecimiento

    Es la hormona que estimula el crecimiento en la etapa infantil. En los adultos, las principales funciones están relacionadas con el mantenimiento de la masa ósea y muscular. Su deficiencia en la edad adulta ocasiona alteraciones de la composición corporal e influye en la calidad de vida, de manera que las personas con déficit de esta hormona suelen tener poca resistencia al esfuerzo físico, más adiposidad y menos densidad mineral ósea.

    La máxima secreción sucede sobre la semana 20-24 de vida fetal. Tras el nacimiento del bebé, la producción de la hormona es escasa hasta la etapa de la pubertad, en la que aumenta considerablemente. Entre los 20-30 años comienza a disminuir y en la vejez los niveles son nulos.

    ➡️ Tiroxina y triyodotironina, las hormonas de la tiroides

    Dos de las principales hormonas que libera la tiroides son la triyodotironina (T3) y la tiroxina (T4). Estas hormonas determinan, entre otras cosas, el peso de la persona (la velocidad a la que nuestro organismo quema calorías), los niveles de energía, la temperatura interna, la piel, el cabello y el crecimiento de las uñas.

    De manera natural, a lo largo de la vida los niveles de estas hormonas permanecen estables, pero sí que se pueden alterar debido a enfermedades como el hipertiroidismo (cuando la glándula tiroides produce más hormonas de las que el cuerpo necesita) e hipotiroidismo (cuando no produce las necesarias).

    ➡️ Insulina, el transporte del azúcar

    La insulina es la hormona que transporta la glucosa desde el torrente sanguíneo hasta los tejidos del organismo para que después se convierta en energía. Las personas con diabetes tipo 1 no pueden producirla y las personas con diabetes tipo 2 no pueden producir suficiente o producen demasiada, por ello el organismo no responde de manera correcta.

    Pero el azúcar en sangre también aumenta naturalmente con la edad. Exactamente el nivel promedio de glucosa en ayunas se eleva de 6 a 14 miligramos por decilitro cada 10 años después de cumplir los 50, ya que las células se vuelven menos sensibles a los efectos de la insulina. Cuando se alcanza el nivel 126 mg/dL se considera que una persona tiene diabetes, una enfermedad que afecta a un alto porcentaje de personas mayores de 65 años.

    ➡️ Melatonina

    También conocida como la hormona del sueño, ya que regula los ciclos de sueño y vigilia, la melatonina influye en nuestro reloj biológico y se ve afectada por la luz (los niveles aumentan por la noche y disminuyen por la mañana), pero también estimula la secreción de la hormona del crecimiento. Disminuye con la edad, pero también por factores externos, como el uso de algunos medicamentos.

    La cantidad de melatonina no es constante a lo largo de la vida. La producción se inicia a los tres o cuatro meses de edad y sus niveles se van incrementando a lo largo de la infancia, hasta alcanzar el máximo entre los 8 y los 10 años. Pasados los 40-45 años comienza a disminuir de forma paulatina y, en mayores de 70, los niveles no superan el 10 % de los que teníamos antes de la pubertad.

    ➡️ Serotonina

    La serotonina es la hormona que levanta el ánimo y lo estabiliza, controla los procesos de aprendizaje y memoria y regula el apetito, causando sensación de saciedad y es necesaria para la producción de la melatonina. El organismo de los hombres genera hasta un 50 % más de serotonina que el de las mujeres.

    ➡️ Oxitocina

    Otra hormona relacionada con la mente es la oxitocina, también llamada la hormona del amor, ya que sus niveles aumentan cuando tenemos contacto físico con otra persona, generando bienestar, relajación, satisfacción y autoestima. Activa los centros de recompensa y está relacionada con el placer (se produce durante los orgasmos).

    Durante el parto, se liberan grandes cantidades que hace que las fibras musculares del útero se contraigan, produciendo las contracciones que permiten el nacimiento de los bebés, además de ayudar en la secreción de leche durante la lactancia.

    Todavía nos lo parecen, pero ya no son unos niños, aunque tampoco unos adolescentes en toda regla, y menos jóvenes, por supuesto. En torno a los 8 años, las niñas, y un año después, los niños, nuestros hijos se adentran en una etapa apasionante y llena de cambios que poco a poco les llevará a la adultez. Vivirán la pubertad, la puerta de la adolescencia. La pubertad es el periodo vital en el que los cuerpos de niños y niñas comienzan a transformarse para convertirse en los de un adulto. Como definición perfecta: es la fase final de su crecimiento. En este proceso biológico se producen varios cambios físicos y hormonales: se desarrollan los caracteres sexuales secundarios (crecimiento de vello axilar, por ejemplo), maduran por completo las gónadas (testículos y ovarios) y las glándulas suprarrenales (fabricantes de múltiples hormonas, como las que participan en el desarrollo y el crecimiento) y se adquiere la masa ósea, grasa y muscular de su talla adulta.

    No todos los menores entran en la pubertad al mismo tiempo. En su inicio tienen mucho que ver factores genéticos, pero también ambientales: alimentación, raza, disruptores endocrinos ambientales (por ejemplo, pesticidas), ritmo circadiano, lugar geográfico, estímulos psíquicos y sociales… ¿A qué edad comienza? Aparece en las niñas en torno a los 8-13 años de edad con la telarquia (presencia del botón mamario, un bultito bajo el pezón y la areola), mientras que en los niños ocurre entre los 9 y 14 años con el aumento del tamaño testicular. Sin embargo, en los últimos tiempos, asistimos a un fenómeno que ya hemos abordado con anterioridad: la pubertad precoz .

    La pubertad forma parte de la adolescencia; es decir, la adolescencia empieza con la pubertad, donde los cambios que experimentan los menores son principalmente orgánicos. En cambio, en este tránsito entre la infancia y la edad adulta que constituye la adolescencia se da una transformación física, psicológica, emocional y social en nuestros hijos. Se completa su crecimiento y se alcanza la madurez psicosocial. En la adolescencia se gana el 25 % de la talla que tendrán de adultos y el 40 % del peso de adultos; los principales órganos doblan su tamaño.

    Así como en la pubertad el arco de su inicio es amplio y duración variable (entre los dos y cinco años), en el caso de la adolescencia hay que fijarse en el final. No está delimitado. La Organización Mundial de la Salud (OMS) considera que se da entre los 10 y 19 años, mientras que la Sociedad Americana de Salud y Medicina de la Adolescencia la sitúa entre los 10 y los 21 años. Y es que los cambios físicos y hormonales no se viven a la vez en todos los adolescentes, y en una misma persona van a distinto ritmo. De hecho, puede que esté muy desarrollada físicamente, pero la madurez psicológica con su desarrollo moral o el control de los impulsos, por ejemplo, no ha ido acompasada.

    En la pubertad, las glándulas endocrinas liberan hormonas sexuales al torrente sanguíneo: andrógenos, como la testosterona sobre todo en el varón, y estrógenos (estradiol) y progesterona en la mujer. Ellas son las culpables de que nuestros hijos sufran una serie de cambios biológicos en sus cuerpos, algo distintos según el sexo y que se resumen en aceleración y desaceleración del crecimiento, cambios de la composición corporal y desarrollo de órganos y maduración sexual.

    De niña a mujer

    Aparece el botón mamario. En las niñas, la primera señal de que ha empezado la pubertad es el desarrollo del pecho. Aparece el botón mamario, un bulto algo molesto debajo del pezón y asimétrico, ya que puede notarse primero en un seno y luego en el otro, o a la vez. En los meses siguientes va aumentando de tamaño y se van produciendo cambios en el pezón y la areola, hasta que alcanza el volumen definitivo.

    Crecimiento de vello. Algunas chicas notan que antes puede haberles crecido vello en el pubis, aunque lo más común es que suceda tras la telarquia. Poco a poco se irá haciendo más oscuro y grueso. Por supuesto, también va apareciendo vello en el resto del cuerpo, sobre todo en las axilas.

    Incremento de talla. Les aumenta el pecho, pero también el abdomen y las caderas. Y eso es debido a que se les ensancha la pelvis y acumulan más grasa en caderas y muslos que los chicos. Pero esto no significa que estén engordando. De hecho, el resto del cuerpo, como el de los varones, también crece durante la pubertad femenina: primero lo harán las piernas (antes los pies), después el tronco, brazos y cabeza. El pico de máxima velocidad de crecimiento sucede entre los 12 y 13 años.

    Primera regla. El crecimiento de talla en las niñas es variable tras la menarquia, la primera menstruación, pues está entre los siete centímetros de media, aunque su aparición anuncia que pronto se dejará de crecer en la mayoría de los casos. La primera regla se presenta unos dos años después de que comience la telarquia y, a veces, viene precedida de un aumento en el flujo vaginal. Al principio, puede que las chicas tengan reglas irregulares (varias al mes o una cada varios meses), pero irán haciéndose más regulares.

    Aumento de sebo. Las hormonas harán que las glándulas sebáceas originen más cantidad de sebo. ¿Y esto que significa? Además de que en la cara les empezarán a salir granos (acné), el pelo tendrá más grasa y el cuerpo más olor y sudor en exceso.

    En ocasiones, el comienzo de la pubertad acontece mucho antes de lo deseado. Por lo general, el inicio puberal se origina entre los 8 y 13 años en las niñas y entre 9 y 14 años en los niños. Cada vez es más frecuente que esto ocurra entre los 8 y los 9 años en las pequeñas y entre los 9 y los 10 en los varones. Es la pubertad adelantada. Pero también pasa antes. Entonces estaríamos ante una pubertad precoz con consecuencias físicas y psicológicas, que podrían ser graves. La pubertad precoz es una «enfermedad rara>>. En ellas es más frecuente, en concreto diez veces superior que en los niños. La pubertad precoz femenina se da antes de los 8 años. Aparece el botón mamario y registran un desarrollo progresivo de las mamas. La edad ósea no se corresponde con la cronológica y pueden crecer hasta más de 6 centímetros al año (el conocido estirón). El vello púbico y axilar también puede surgir. Pero la primera menstruación no llegará hasta dos años después. En los chicos, además del crecimiento de la talla ósea, la pubertad precoz se caracteriza por el incremento del volumen de los testículos (mayor a 4 ml) antes de los 9 años. Le sigue el desarrollo de vello pubiano y axilar; en el resto del cuerpo y en la cara (sobre todo en el labio superior), vendrá más tarde, como también su estirón, que lo vivirán en torno a un año después, puntualiza la especialista.

    Las causas por las que se alteran las hormonas sexuales son desconocidas (de ellas un 30 % tiene componente familiar). Esto sobre todo ocurre en el caso de las niñas. De hecho, un estudio en Estados Unidos publicado American Journal of Epidemiology revela que las hijas de madres con sobrepeso en el embarazo tienen más probabilidades de tener una pubertad temprana. Mientras, en los chicos se asocian con frecuencia a procesos orgánicos. Las causas orgánicas más comunes son: tumores hipotalámicos (hamartoma); alteraciones del sistema nervioso central (neurofibromatosis, hidrocefalia, mielomenigocele…), irradiación craneal (tratamiento de diferentes tumores), determinados síndromes (Beuren-Williams…) y proceder de una adopción internacional, «donde la frecuencia de pubertad precoz central es claramente superior a la del resto de la población».

    Un diagnóstico adecuado podrá dar con el tratamiento más adecuado para detener la pubertad precoz y sus consecuencias. Una de las más inquietantes es la posible pérdida de talla adulta; al principio parecen altos, pero sus huesos se detienen antes. No menos preocupantes son los riesgos sociales: estrés, incomprensión, tristeza, rechazo social, baja autoestima, excesiva preocupación por la imagen corporal, dificultad de adaptación, tendencia al aislamiento… También puede afectar a la esfera sexual, esta vez en los chicos, con un aumento de la líbido y hasta con desarrollo de conductas masturbatorias o sexuales inadecuadas. Por supuesto, está un mayor índice de masa corporal, con incremento de grasa abdominal, mayores cifras de tensión arterial, así como un peor perfil lipídico. «Todos estos factores sugieren que estas mujeres tendrían un mayor riesgo cardiovascular».

    ¿Cómo saber si es pubertad precoz? Una radiografía de mano-muñeca izquierda para valorar la edad ósea y un estudio hormonal que verifique la presencia de niveles elevados de esteroides sexuales (estradiol o testosterona) demostraría las sospechas. La ecografía abdómico-pélvica descarta tumoraciones, pero también valora el tamaño ovárico y uterino. Y una resonancia magnética, por su parte, sirve para evaluar la anatomía de la región hipotálamo-hipofisaria y desechar una patología orgánica.

    Para acertar con el diagnóstico, en cuanto los padres detecten cambios físicos, deberán hacérselo saber a su pediatra. Si es necesario, él derivará la historia al endocrinólogo infantil. En caso de causa orgánica, se atajaría con su tratamiento médico o quirúrgico correspondiente. Pero si no, se usará tratamiento hormonal inyectable para impedir que la pubertad continúe adelantándose y el niño siga siendo, por ahora, niño.

    «La madurez física que sufren estos niños y niñas se produce cuando aún psicológicamente les falta mucho por adquirir». No están acostumbrados a los cambios hormonales y del estado de ánimo propios de la preadolescencia y carecen de recursos personales para gestionarlos. Si los sentimientos de tristeza o rabia por el rechazo social se prolongan, la psicóloga advierte que pueden llevar a «episodios graves de depresión o conductas antisociales como mentir, robar o desafiar a la autoridad, como manera de encajar en otros grupos sociales con niños de mayor edad con los que sí comparten estos cambios». De ahí que, como padres, debamos estar alerta ante conductas de aislamiento social recurrente (no salir con amigos), cambios bruscos en su comportamiento (no querer hacer actividades que antes le gustaban) o bajo rendimiento escolar que se mantengan varios meses. Los psicólogos ayudan en estos casos a normalizar los sentimientos y les dotan de habilidades sociales para así fomentar su autoestima y autoeficacia personal. Además, trabajan por intentar que esto no derive en trastornos de la conducta alimentaria o adicciones a sustancias. La labor de los progenitores consistirá en transmitir normalidad y apoyar al hijo y reafirmar su autoestima reforzándole positivamente como persona. «Es imprescindible que los padres se comuniquen de manera fluida, calmada y abierta con su hijo y le proporcionen espacios seguros en el día a día para que pueda abrirse y contarles cómo está».

    De niño a hombre

    Aumento de testículos y pene. El primer signo de la pubertad en los niños es el aumento del volumen testicular. Las bolsas donde están los testículos (escroto) enrojecen, crecen y se hacen más rugosas.

    Después, será el pene el que crezca. Su tamaño definitivo deberá esperar hasta como muy tarde los 18 años, pero varía en cada hombre, como pasa con la talla o el peso. En la pubertad, el pene ya produce esperma, por lo que los chicos experimentan sus primeras eyaculaciones de forma involuntaria mientras están dormidos. Son las conocidas como poluciones nocturnas o sueños húmedos. Pero como el cuerpo produce más hormonas, pueden darse también erecciones espontáneas.

    Incremento del vello. El vello corporal del niño también crece en zonas donde hasta ahora apenas hacía acto de presencia, o ni siquiera había. Y lo hace en cantidad, densidad y longitud. Aparece el vello pubiano (pubarquia), en las axilas, en la cara… en todo el cuerpo.

    Aumento de talla. Los chicos también crecen. Su pico de máxima velocidad acontece en torno a los 14-15 años. El crecimiento es óseo y muscular y se nota, sobre todo, en los hombros y en que ganan fuerza. El estirón es más evidente en su segundo año: crece de 5,8 a 13, centímetros, cuando en chicas no pasa de los 11,2 centímetros. También puede que durante el desarrollo puberal aumenten sus glándulas mamarias (ginecomastia) entre los 13 y 14 años, pero en dos años suele resolverse.

    Cambios en la voz. Y otra de las diferencias con respecto a las niñas es que durante la pubertad masculina les crece la laringe, lo que provoca que en la parte anterior del cuello se aprecie un bultito conocido como nuez. Debido a esto, les cambia la voz: se hace más profunda y grave.

    Aumento del sebo. Como les ocurre a las chicas, las hormonas hacen de las suyas con el olor corporal y el sudor en exceso. Por supuesto, también aparece el acné en cara y espalda.

    En la pubertad los cambios físicos son los más destacados, pero también comienzan a verse algunos más emocionales que en plena adolescencia sobresaldrán más. No olvidemos que la pubertad supone el inicio de la adolescencia. Es aquí donde el concepto preadolescente adquiere más sentido y donde las nuevas hormonas que intervienen en esta etapa del desarrollo humano se perciben detrás de muchos de esos nuevos comportamientos que de niños no tenían.

    Preocupaciones. La transformación biológica que viven los menores hace que en muchos chicos y chicas las preocupaciones por su imagen y su aspecto surjan. Incluso les podría generar ansiedad que otros estén más desarrollados que ellos o al revés, por ejemplo. Sentimientos como miedo a hacer el ridículo, el sentido del pudor o la vergüenza, que aparecen ya en esta etapa, están muy relacionados. Son más conscientes del futuro y de que sus acciones tienen consecuencias.

    Relaciones con los demás. Buscarán tiempo para estar solos, con sus amigos… una mayor intimidad e independencia. Son más egocéntricos. Las relaciones con sus padres y madres van cambiando en favor de su grupo de amistades, que será su centro de referencia. Se va forjando su personalidad. El descubrimiento de la sexualidad también entra dentro de esta nueva forma de relacionarse.

    Labilidad emocional. Todo es muy intenso en la pubertad. Los cambios de humor son constantes y extremos en chicos y chicas: pasan de la alegría a la tristeza en poco tiempo. Discusiones, conflictos, rechazo a la autoridad… van abriéndose paso.

    Conocer todos estos síntomas de la pubertad puede ayudar a los padres y madres a entender los problemas que pueden surgir con sus hijos y saber gestionarlos. De todas formas, se pueden dar los siguientes consejos generales a los progenitores:

    Transmitir cariño y seguridad a los hijos.

    Hablar con ellos de sus sentimientos.

    Preguntarles con frecuencia y escucharles.

    No dar lo que pidan de forma inmediata.

    Reforzar su optimismo.

    Ponerse en su lugar, comprenderle y decir que le ayudaremos.

    ¿Recuerda la cara que se le quedó cuando su hija le preguntó por primera vez de dónde venían los niños? ¿Fue usted capaz de disimular su nerviosismo y ofrecer una respuesta que la pequeña puediera comprender? Hablar de sexo con los niños es una de las asignaturas pendientes de los progenitores, preparados para explicarles qué es Internet pero incapaces de charlar con ellos sobre cuestiones tan fundamentales para el desarrollo personal como el sexo. Los expertos apuestan por resolver las dudas desde la infancia y con naturalidad, pues está demostrado que los niños que más saben, cometen menos imprudencias en sus relaciones y valoran más la afectividad. Muchos padres están convencidos de que dar demasiada información a los niños puede suponer lanzarles a sus primeras experiencias sexuales. Sin embargo, diversos estudios parecen confirmar justamente lo contrario: aquellos chicos que poseen más información toman mejores decisiones y no se sienten presionados para mantener relaciones sexuales. El problema llega cuando un adolescente no ha mantenido el suficiente grado de comunicación con sus padres y le oculta estas experiencias, puesto que no estará preparado para afrontar las consecuencias, como posibles embarazos o contagio de enfermedades de transmisión sexual. Entonces los padres se sorprenderán al descubrir que su hijo no es como pensaban.

    Los sexólogos coinciden en aportar una serie de consejos para los progenitores en lo que no se debe hacer:

    Reñir a los niños por tocarse. Sobre todo en los primeros años, el niño está descubriendo su cuerpo y tiene deseos de tocarse y saber cómo es realmente su anatomía. Si se le riñe, verá la sexualidad como algo malo y se sentirá culpable.

    Recurrir a mitos. Si se enseña al niño que los bebés los trae la cigüeña o que vienen de París, por ejemplo, se sentirá confundido cuando vea cómo a su mamá le crece la barriga. La verdad es siempre mucho más interesante y evita confusiones al niño, capaz de crear fantasías tremendas, apunta Victoria del Barrio.

    Creer que el niño ya lo sabe todo. Informar acerca de la sexualidad es responsabilidad de los padres y no de la televisión, los amigos o los profesores. No se deben temer las charlas con los hijos sobre sexo y, mucho menos, delegar responsabilidades en otros.

    Evitar expresiones de cariño delante de los hijos. Las carantoñas y los besos son una manera de demostrarles el significado de una relación afectiva entre adultos, algo que les ayudará a mantener el equilibrio emocional.

    No educar en la igualdad de sexos. Debemos aprender desde bien pequeños que no existen tareas propias de hombres o de mujeres, de manera que tampoco existen ventajas o desventajas de un sexo respecto al contrario.

    Evitar hablar de sexo hasta la pubertad. Para la mayoría de los adolescentes, hablar por primera vez de sexo con los padres cuando llegan a la pubertad es demasiado tarde. A esa edad, muchos rechazan este tipo de conversaciones y sienten vergüenza de compartir sus secretos con los padres.

    Los padres deben encargarse de la educación de sus hijos a todos los niveles. Una tarea que supone dedicar a los pequeños buena parte del tiempo libre y que implica, sobre todo en los primeros años, resolver dudas a menudo comprometidas. Si hay un momento que evitan los progenitores, es aquél en el que deben explicar ‘de dónde vienen los niños’. No hay que hablar a los niños de sexo en una determinada fecha, sino desde siempre y con naturalidad, ya que de lo contrario escucharán comentarios y es posible que se hagan una idea que no se corresponde con la realidad. No se debe asaltar a los niños con información acerca del sexo en cualquier momento, sino cuando ellos se interesen y en los mismos términos en los que lo hagan. Así, hasta los dos años, por ejemplo, el bebé va descubriendo su cuerpo y disfruta tocándose, por lo que no se le debe reñir obligándole a sentirse culpable.

    A partir de los tres años, es consciente de la diferencia entre hombres y mujeres y se interesa por verificarlo. Es en esta etapa cuando el niño juega a médicos con sus amigos y comienza a preguntar sobre la procreación y la gestación. A los cinco años es frecuente que desarrolle un sentimiento de rechazo al sexo opuesto y que desee pasar todo el tiempo con otros niños de su mismo sexo.

    En lo que respecta a la preadolescencia, a partir de los ocho años, los padres deben transmitir la información necesaria acerca de la menstruación o sueños húmedos y ayudar a sus hijos a entender los cambios que experimentará su cuerpo. Sobre el mejor momento para explicarles en qué consisten las relaciones sexuales y sus consecuencias, no hay una edad concreta, aunque es conveniente, en la mayoría de los casos, charlar con los hijos alrededor de los doce años.

    La curiosidad varía según la edad y el grado de madurez del pequeño. A medida que el niño crece, empieza a interesarse por más detalles y a preguntar a los padres acerca de todo lo que le preocupa. Es importante, por ello, que los mayores respondan a sus dudas creando un ambiente positivo, en el que unos y otros se atrevan a hablar sin tapujos de una cuestión tan relevante. "Según el acceso a la información que tengan, los niños empiezan a preguntar alrededor de los tres años, cuando les

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