Veinte cosas que usted puede hacer para arruinar la vida de su hijo: Reflexiones sobre educación familiar
Por Silvia Prost
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Veinte cosas que usted puede hacer para arruinar la vida de su hijo - Silvia Prost
Bibliografía
A modo de introducción
Educar tal vez sea la tarea más difícil que nos toca como padres, madres y/o tutores. Si alguna vez Freud (2007) se atrevió a decir que la educación en sí misma es una tarea imposible, aquí podemos afirmar que cuando hablamos de educación paterna comenzamos a transitar casi una quimera. Queremos ser buenos padres, deseamos tener buenos hijos, ansiamos que estén orgullosos de como los hemos educado; pero esto no siempre resulta así.
El mundo está lleno de progenitores que no se sienten felices con la tarea realizada. ¿Quién califica? ¿Quién dice qué es lo que está bien y qué es lo que está mal? Nadie. ¿Dónde aprendimos a ser madres y padres? ¿Dónde titulamos para ejercer este rol? En ningún lado. Abundan los padres instantáneos, sin embargo, eso no alcanza para sentirse mejor. Hay mucho disgusto latente, considerable desazón por no saber qué hacer. Y en otros casos, abundante queja.
Hallar dónde radica la dificultad de esta tarea que el género humano ha llevado a cabo desde el origen no parece sencillo, pero podemos intentarlo. Si lo pensamos con atención, es probable que el problema tenga que ver con la inconformidad permanente de quien educa. Se trata de una empresa tan inmensa como interminable. Hablamos de una tarea que de ordinario deja un resto de insatisfacción, una insuficiencia, una pregunta acerca de si se pudo haber hecho mejor. La praxis educativa parece ser una acción que produce una falta y un malestar; y, por si fuera poco, con los datos del día después, es desagradable tener que aceptar que no se hicieron tan bien las cosas.
Cuando de docentes se trata, hablamos de una actividad acotada en un tiempo y lugar delimitado. Maestro y alumno suelen compartir entre cuatro y siete horas por día, dependiendo del sistema, el nivel y el país; en un lugar que está estructurado para tal fin. Sin entrar en discusiones acerca de las peculiaridades escolares y/o sus beneficios, que son materia de otro texto; asumimos a la escuela como institución tipo de la docencia. Sin embargo, la realidad de los padres, madres o tutores es muy distinta. Ellos educan de forma permanente a sus hijos, las veinticuatro horas del día y en todos los sitios.
Conscientes o inconscientes, felices o desdichados, sanos o enfermos, equilibrados o desequilibrados, santos o pecadores, despiertos o dormidos, seguros o dudosos, acicalados o desarreglados; los padres y las madres nunca pueden correrse de ese lugar de educadores de los hijos. Ningún minuto consiguen desentenderse del rol formativo que les compete, y esto durante todos los días de sus vidas. Educar en este caso, más que una tarea de tiempo completo y de espacio total, es de vida completa. Y es un hecho probado que los hijos e hijas algún día nos juzgarán, aunque estemos convencidos de que no lo hicimos tan mal.
Sobre lo dicho hay que agregar que ser padre y madre en el mundo de hoy puede ser una empresa mucho más riesgosa e insegura que hace algunas décadas. Los tiempos actuales traen consigo dificultades novedosas en la crianza de los hijos. Al menos así lo perciben los adultos, que han visto introducirse en sus hogares peligros que antes se evitaban cerrando la puerta de casa con llave. Hablo de las nuevas modalidades de la comunicación y el universo virtual que acercan celulares, tablets y computadoras. Lo digital ya forma parte de la familia sin que tengamos mucha injerencia en ello, ni siquiera el voto para el control de su uso. Por si esto fuera poco, muchos progenitores portan grandes dificultades para adaptarse a un mundo al que ingresaron como inmigrantes (Prensky, 2001) y en el cual necesitan tiempo para realizar el propio proceso de adaptación.
Es así como se vive sumido con los demás en un exceso de tentaciones, donde los niños y jóvenes que están al cuidado de los adultos son hiper estimulados hacia el consumo de productos cada vez más variados y novedosos. Simultáneamente, se convive con peligros cercanos como la ausencia de modelos positivos, la exposición temprana a la exacerbación del erotismo y la genitalidad, los diferentes tipos de violencia y abuso, el acceso temprano a las adicciones; entre otros males.
Es un dato de la realidad que la sociedad ha cambiado y con ella sus pautas de comportamiento y el valor moral de las mismas. Somos conscientes de que ya no podemos educar a nuestros hijos como nos educaron nuestros padres. Sospechamos que no se trata de repetir prácticas, sino de buscar una guía, incluso recurriendo a vivencias de épocas pasadas. Porque si bien los tiempos cambiaron, hay valores que podemos afirmar que permanecen, como la defensa de la vida y el cuidado de la salud. Del mismo modo nos sentimos seguros respecto a que, así como el mal siempre será el mal, el ejercicio del bien con seguridad simplifica la vida.
En esta época líquida
¹ la relatividad moral tiene amplia adhesión y con frecuencia pensamos que lo que hace la mayoría es lo mejor. Pero la historia tiene una extensa lista de ejemplos que demuestran lo contrario. Pensemos que desde la Edad Media y hasta el S. XIX los cuerpos de los bebés recién nacidos eran fajados herméticamente con el fin de que quedasen inmovilizados, se creía que esto aseguraba un crecimiento recto y bien proporcionado. El ejemplo sirve para mostrar que imitar lo que hace la mayoría no siempre es criterioso, tampoco hacer lo que se viene haciendo por inercia, sin reflexionar demasiado, es una buena posibilidad.
¿Dónde hallar algunas ideas novedosas? Si existen saberes transmisibles en el oficio de ser padres, podemos buscar algo de inventiva en las experiencias de otros que nos antecedieron en la tarea. Historias públicas y/o privadas, respecto a las cuales podemos conocer su desenlace con solo hacer un clic. También es posible acuñar sabiduría a partir de lo vivido, e incluso extraer contenidos positivos de aquello que consideramos que no hicimos bien. El análisis y la reflexión sobre lo realizado son fuentes vastas de conocimiento si se saben aprovechar.
Por otra parte, expertos de distintas disciplinas pueden darnos algunas pistas de cuán cerca o lejos nos hallamos de lo deseable. Psicólogos, sociólogos, pedagogos y hasta filósofos, entre otros especialistas, han desarrollado temáticas que pueden servirnos de insumo cuando de educación materna/paterna se trata. En fin, los recursos están y las posibilidades de recurrir a ellos son múltiples, de manera que solo se necesita tener la voluntad de interiorizarse de qué va esto de educar como padres y madres. Sería ideal hacerlo antes de tener hijos. Aunque como otros oficios, el de ser buenos padres, puede aprenderse a medida que se desempeña el rol.
Como hemos dicho, el contexto que nos convoca no es siempre claro. Más bien se muestra dinámico, discutible y relativo; y en su labilidad nos toca el difícil rol de educar y de elegir en cada momento qué hacer y qué decir. Los adultos de hoy sienten que tienen más dudas que certezas, y a pesar de los objetivos propuestos, en ocasiones las prácticas de crianza vacilan más de lo esperable. Pero además la realidad plantea constantes disyuntivas entre lo malo y lo bueno, entre el valor y el disvalor. Con frecuencia cuando se solicita ayuda o consejo se obtiene una justificación de la relatividad moral.
Lo mismo ocurre respecto a las exigencias: qué se debe y qué no es aconsejable reclamar a nuestros hijos/as, cuándo es conveniente reprender y cuándo es mejor callar, qué hacer con la puesta de límites y la sanción. Cuáles deben ser esos límites, en un tiempo en el cual los adultos nos sorprendemos muchas veces deliberando acerca de nuestros propios límites. Tal vez sea aconsejable evitar caer en represiones simplistas, y abocarse con la mayor seriedad a formar seres humanos felices y comprometidos con el mundo que habitamos.
No es la intención de este libro aconsejar, sino servir de reflexión en base a la recuperación de saberes de otras personas. Experiencias de épocas pasadas que ayudaron a ser padres a otras generaciones. Es cierto que la sociedad cambió, sin embargo, hay valores en los cuales la mayoría de los adultos podríamos estar de acuerdo y de eso se trata. La idea es enfrentar el problema con inteligencia. Generar discusión y reflexión, poniendo sobre el tapete algunas prácticas habituales aceptadas hoy, pero que no tienen buen final cuando de crianza de niños y niñas se trata.
Veinte cosas que usted puede hacer para arruinar la vida de su hijo
son comportamientos que se suelen repetir sin pensar demasiado, que no pretenden abarcar la totalidad existente, sino iniciar un proceso de toma de conciencia generacional. El objetivo de su tratamiento no es tanto indicar qué debe hacerse en cada caso, como motivar a un autoanálisis más profundo en aquellos padres/madres y/o cuidadores conscientes, que quieren hacer lo mejor para que la vida de sus hijos resulte una buena vida.
1 El sociólogo y filósofo Zygmunt Bauman en su libro Modernidad líquida (1999), expresa que nos hallamos en un momento de disolución del sentido de pertenencia social, donde el individuo no confía en los demás porque su integridad no depende ya de lo comunitario. El Estado ha dejado de ser benefactor y ha desaparecido como garante de seguridad, de libertad y certezas. El ser humano se siente más seguro solo que en sociedad. Crece lo que se denomina individualismo colectivo donde no se está con los otros, sino al lado de ellos simplemente. Como conclusión, el individuo solo puede confiar en sí mismo y en su pertenencia a la sociedad capitalista-consumista que finalmente guía su rumbo y lo hace seguir a la masa.
Primera parte
De qué hablamos
La educación familiar y la buena vida
Fernando Savater, en su libro Ética para Amador (1991), escrito con la finalidad de instruir a su joven hijo acerca de los vericuetos de una ética para vivir, dice que esta disciplina es un esfuerzo intelectual para averiguar cuál es la manera de vivir mejor. Todos los seres humanos anhelamos enterarnos de qué va esa buena vida de hombre que deseamos. Se trata de un saber de interés universal, porque en esto coincide la humanidad: todos queremos procurarnos una buena vida.
Lo importante es saber exactamente en qué consiste esa buena vida y cómo la conseguimos para nosotros y para nuestros hijos. En este punto el filósofo español da un dato interesante, dice que la vida humana se caracteriza en esencia por sostener relaciones con otros seres humanos. La buena vida humana es buena vida entre seres humanos o de lo contrario puede ser vida, pero no será ni buena ni humana
(Savater, 1991, P.26). Las cosas nos son útiles, hasta cierto punto son necesarias y hasta atractivas, pero no son las cosas y su materialidad lo que nos hace felices. Lo que hace que nuestra vida sea más o menos humana y más o menos buena, es lo que hacemos con las demás personas.
Esto es así porque queremos ser tratados como humanos y no como animales o cosas. Es decir que tengamos las cosas que tengamos, lo importante para nosotros es que nos quieran y nos consideren humanos, y aquí radica el sentido de la vida. Estar con otras personas, hablar y que nos oigan con atención, escuchar a otro que nos habla, ese es el trato humanitario. Que me vean como otro tú
y los vea como otros yo
, porque la humanidad es una cuestión compartida. Nos tratan y nos prestan atención como humanos mientras simultáneamente tratamos y escuchamos a los otros del mismo modo. Se trata de una consideración mutua, o, mejor dicho, de una humanización recíproca.
Ahora bien, en este diálogo con el otro, el prójimo necesita ser tratado como persona y no como cosa. El trato con las cosas se llama manipulación y consiste en que movemos, modificamos, cambiamos, compramos y vendemos cosas, porque nosotros decidimos sobre ellas y les asignamos el valor conforme nos sirven o no. En cambio, a las personas no corresponde manipularlas. El interactuar humano supone como premisa que el otro es una identidad personal y toma sus propias decisiones. Es decir, su valor no es relativo ni depende de nuestra opinión particular. La persona del otro tiene algo que se llama dignidad que nos obliga a ponernos frente a él con una actitud de respeto y de escucha. Esta es la forma de trato personal que nos hace dignos, nos identifica como humanos y nos permite tener una buena vida como tal.
Como sabemos, todos los aprendizajes para la vida se realizan en la familia, a través de los otros significativos que mediatizan nuestro mundo, nos proveen seguridad y cubren nuestras necesidades cuando aún somos criaturas desvalidas. (Berger y Luckmann, 1968)² Si en esa dinámica inicial se nos trata con respeto y se nos escucha, aprendemos que así es como se trata a las personas. Comprendemos que no corresponde utilizar la manipulación ni la violencia con los seres humanos. Escuchar a un niño, atender sus necesidades, estar próximo a sus manifestaciones, es prepararlo para una buena vida donde podrá dar y recibir trato humano, es decir, podrá convivir en forma pacífica y agradable con sus semejantes.
Como explican los autores, el niño y la niña forman su identidad en base a cómo son tratados en su núcleo familiar y como los consideran. De esto se deduce que un/a niño/a tratado como persona construirá una identidad que le permitirá relacionarse con los demás de manera