Una loca muy cuerda. Con la misma que quise matarme, me hice un columpio
Por Macarena Muñiz
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Marcada por la toxicidad de patrones familiares y repetidos hostigamientos de su entorno, la autora nos revela sus padecimientos y el fragor de sus luchas cotidianas. Sin embargo, lejos de representar una victimización simplista, nos revela las oportunidades de cambio que habitan en las profundidades de uno mismo. Pese a una infancia difícil y una adolescencia signada por carencias de amor y demandas de aceptación, Macarena logra sobreponerse a todos sus fantasmas y trascender sus propias barreras emocionales.
Una loca muy cuerda…, más allá de un relato biográfico, expone un profundo testimonio sobre el poder de la aceptación, el perdón y la transformación. En síntesis, se trata de un cálido impulso de vida ante los paralizantes ensayos de la muerte.
Macarena Muñiz (Utrera,1994), mujer apasionada de la vida, mamá, cantante y escritora.
Desde muy pequeña, en el seno de una familia conflictiva, aprendió a desarrollar un sexto sentido que la llevaría a atravesar un largo camino de aprendizaje y superación. Desde sus primeros pasos, una profunda intuición y firmeza le permitieron aventurarse en un mundo personal colmado de dificultades, patrones destructivos y constantes desafíos. Asimismo, su acercamiento al canto y su profesión de asistente para personas con discapacidad contribuyeron a forjar su personalidad pragmática, sensible, generosa y, especialmente, tenaz.
Hoy, tras varias mudanzas, acordes desafinados, instantes felices, punzantes desamores, una precoz maternidad y una intensa búsqueda interior, la autora nos revela sus más aguerridas batallas en las páginas de su primera obra, Una loca muy cuerda... En pocas palabras, nos confía el itinerario de su viaje de transformación, nos alienta a creer en uno mismo y en los sueños de libertad.
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Una loca muy cuerda. Con la misma que quise matarme, me hice un columpio - Macarena Muñiz
Una loca muy cuerda
Con la misma que quise matarme, me hice un columpio
Con todo el amor que me envuelve dedico este libro a las dos familias que me acompañan, la de sangre y la elegida.
Al personal de la Editorial Europa Ediciones. A Cristina que, tras una llamada, iluminó mi camino. A Eliih, mi editora, que me ha acompañado desde el principio en esta locura y cuya profesionalidad ha sido indispensable para la creación de este libro. ¡Ya formas parte de mí!
A mis ángeles y, por último, pero no por ello menos importante, a mi hijo, quien sin saberlo fue la causa del cambio radical que conseguí hacer en mi vida. ¡Tenías que ser tú, mi divinidad, mi todo!
Eternamente, tu mamá.
A mi madre por ser y por haberme hecho una auténtica todoterreno, estoy orgullosa de ti. ¡Eres una guerrera! A mi padre, que es mi ángel y me enseñó mucho.
A mi familia paterna, en especial a Juan y Fernanda.
A mi familia materna, en especial a mis tíos Juani,
Curro, Juan y Marisol.
A mis hermanos, los grandes luchadores, Jesús y
David. También, a sus mujeres Raquel e Irene.
A mi hermana paterna por habernos elegido.
A mis hermanos Mariángeles y Paco, por ser el impulso de mis alas y el motor de mi vuelo.
A mi familia elegida, mis hermanxs de otras madres.
A mi queridísimo Ismael, por seguir confiando en mí.
A la familia de Jorge, en especial a su madre y a él.
A Williams, por ser el padre de mi hijo y por enseñarme a amarme tanto y a toda su familia.
A mi padrino, madre y padre espiritual.
A todos y cada uno de los que formáis parte de mi loca y maravillosa vida. ¡Os amo con el alma!
¡Gracias, Gracias y Gracias!
"Cuando alguien se ama, acepta su soledad y en ella disfruta y se respeta, dándose el placer de oír lo que le pide su alma. Cuando alguien se ama en su soledad, también sabe compartir su bienestar, amando y respetando las almas de los demás".
Macarena Muñiz
@desnudemonoselalma
PRÓLOGO Por Eliana Spinetta
A través de estas páginas, recorrerás los pasajes de una vida colmada de itinerarios sinuosos, charcos profundos, desiertos extensos y oasis esquivos. No obstante, pese a la diversidad de caídas y espejismos, la belleza radica en la persistencia de avanzar y no rendirse ante nada ni nadie.
Entre la prisión de mandatos, el castigo de patrones heredados, la aridez de la soledad y los dolores del alma, Macarena Muñiz nos permite explorar la intensidad y la profundidad de sus deseos, sus luchas y sus conquistas. Lejos de sumergirnos en una espiral de derrotas, la joven autora nos ofrece un testimonio crudo, pero no necesariamente amargo. Más allá de sus oscuras decepciones y sus abruptos declives, nos regala la suave brisa del equilibrio y el dulce sabor de la transformación.
Entre relatos, risas, asombros y prisas; tuve la grata oportunidad de conocer a Macarena. Su alegría, su energía y su autenticidad contagian, se expanden y flotan en cada centímetro de aire y de papel.
En pocas palabras, una loca bien cuerda que superó sus límites y aprendió a volar desde los más alto de un columpio…
¿Te subes y la acompañas?
CAPÍTULO UNO Elegir para crearse
Desde mis primeros latidos, el mundo comenzó a prepararse para recibirme. Yo, con mi itinerario bajo el brazo, acepté gustosamente los desafíos venideros.
Hace veintisiete años, elegí nacer en una familia de Utrera (Sevilla). Soy la tercera, después de dos hermanos varones, David y Jesús. Me llamaron Esperanza Macarena en cumplimiento de una promesa. Varios años antes, mi padre había estado en la cárcel. Por entonces, mi madre se había consagrado a la virgen de los presos de Sevilla, le había rogado por la liberación de su esposo y le había jurado que, en caso que tuviera una hija, llevaría su nombre.
Indudablemente, mi misión en este plano terrenal ha sido un enorme reto desde sus orígenes y no ha dejado de manifestar su carácter difícil a través de los años. Fui concebida en medio de las llamas de una fogosa reconciliación de mis padres, María Josefa y Manuel. La relación entre ellos era esencialmente conflictiva y con frecuentes vaivenes. Al momento de mi llegada, las cosas no mejoraron demasiado. Después de un tiempo de separación entre ambos, mi nacimiento no parecía acortar las distancias y lograr una sanación definitiva. Por el contrario, la condición enferma del vínculo se agravaba y contaminaba cada rincón del hogar. Mis hermanos y yo respirábamos sus palabras provocadoras, sus golpes contra los muebles y sus agravios físicos. Sin
dimensionar el dolor y los malos ejemplos que nos estaban transmitiendo, de forma cotidiana, se embarcaban en un viaje furioso que no parecía tener retorno. Generalmente, una mirada apagada, un objeto puesto en el lugar equivocado, una comida sosa, una camisa escotada o una respuesta con desgano eran los motivos suficientes para que mi padre descargara su espiral de insultos sobre mi madre y tirara objetos por el aire con una potente furia.
Muchas veces, como resultado de su total sometimiento, ella le dejaba preparada la mesa a modo de un eficiente servicio de un restaurante. El plato, los cubiertos, el vaso y el botellín de cerveza abierto para que él no se tomara la molestia de moverse. Pese a su servidumbre, él no estaba conforme e iba en la búsqueda de cualquier excusa para propiciar su humillación. En ocasiones, como si de un sabueso se tratase, él comenzaba a dar vueltas por la casa y a olfatear los aromas del ambiente. Sin razón alguna, con fuertes chillidos, repetía que había un fuerte olor a perfume masculino y a acusarla de que había estado con un hombre. Ella, en principio, trataba de no continuar la contienda, miraba a su alrededor como evaluando la atmósfera, negaba su imputación con la cabeza y se limitaba a responderle algunas palabras suavemente. No obstante, mi padre no se quedaba satisfecho. Casi de manera habitual, abría su whisky favorito, empinaba algunos sorbos y volvía a la carga. Ante tal presión, mi madre bajaba su bandera blanca e iniciaba su contraofensiva. El rechazo y la violencia entre ellos eran tan explícito y frecuente que, pese a mi corta edad, solía preguntarme por qué yo siempre tenía que escuchar gritos y palabrotas mientras que en las casas del barrio sólo se percibían risas de niños, canciones de la radio o voces a un volumen normal.
Yo siempre permanecía alerta, como esperando reaccionar eficazmente ante la peor desgracia del mundo. Más allá de mi acostumbramiento a las amenazas, los quejidos y los choques, en mi interior, un presentimiento terrible me asaltaba. En algunas circunstancias, aunque aún no entendía que era la muerte, me asustaba la idea de no poder ver a mi madre nunca más.
Un sexto sentido me guiaba y me indicaba que debía estar atenta. Normalmente, yo era una niña silenciosa que todo lo veía y todo lo callaba. A veces, aquellas escenas de paranoia se desencadenaban directamente frente a mis ojos, pero otras, sólo llegaban a través de las paredes de mi habitación. En esas situaciones, los reproches en voz alta me advertían de la normalidad
y llamaban mi atención de forma súbita. Por entonces, aún recuerdo que tomaba una pequeña muñeca entre mis manos y cantaba con todas mis fuerzas para evitar las heridas en mis oídos. Otras veces, no había tiempo para la defensa y, casi como un movimiento reflejo, buscaba algún hueco o alguna puerta para poder infiltrarme y convertirme en testigo. En el fondo, sentía mucho miedo y angustia. Cada día de locura entre ellos, era un día más de soledad en mi vida.
Mis hermanos, mucho mayores que yo, no eran ajenos a estas contiendas, pero ya habían logrado sobrellevarlo de una manera menos dolorosa. Como preadolescentes, eran más independientes, no pasaban tanto tiempo en el ámbito nocivo de la casa y no se veían demasiado amedrentados por las agresiones de mis padres. Asimismo, si estaban presentes durante aquellos enfrentamientos, rápidamente corrían a mi rescate. Su estrategia era hacerme elegir una canción e interpretarla juntos con muchos instrumentos ruidosos. De esa forma, creábamos un paraíso en medio del infierno.
Mi padre, esencialmente, era un hombre muy trabajador, violento, egoísta en algunos aspectos, pero también generoso con la gente de la calle. Si bien su labor profesional se caracterizaba por una larga jornada, su vida personal sólo giraba en torno a su propio disfrute. Por entonces, pasaba muchas horas fuera de casa y, luego, se dedicaba a satisfacer sus necesidades compulsivas. En su lista de prioridades, sólo contaban