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Mataron a Marta Una Delgada Línea entre el Arte y la Locura
Mataron a Marta Una Delgada Línea entre el Arte y la Locura
Mataron a Marta Una Delgada Línea entre el Arte y la Locura
Libro electrónico306 páginas4 horas

Mataron a Marta Una Delgada Línea entre el Arte y la Locura

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El tiempo fluye sin detenerse, y con él se va la vida. Como muchos, nuestro antihéroe, Matías, vive una rutina constante. Día tras día, se levantaba temprano para ir a trabajar en un banco y luego, regresar a casa agotado, sin energía ni inspiración para hacer otra cosa. Él paga el precio por tener segura una remuneración estable cada mes. Como la mayoría de nosotros que vendemos nuestro tiempo por estabilidad, él soñaba con ocuparlo en actividades más fascinantes. Si Matías tuviera la oportunidad de cambiar de vida, lo haría. Pero, la decisión no es fácil. La incertidumbre cada mes cambia las cosas. Hay que ser arriesgado para dedicarse a una actividad como el arte. Además, si se atreviera, lo acusarían de egoísta, de querer hacer su voluntad a costa del sacrificio de otros. Si pudiera hacerlo, incluso mentiría para lograrlo. Pero un día, todo cambió. Matías fue despedido de su trabajo y en lugar de sentirse triste y preocupado, sintió una extraña liberación. Decidió tomar el riesgo, sin importar lo que dirían, para seguir su verdadera pasión: La pintura. Dejó todo atrás, incluso a su pareja, y se dirigió al sur de Chile, donde el paisaje inspirador y tranquilidad le ayudarían a encontrar su camino como artista. Cuando alguien toma una decisión así, no piensa en los malos augurios, se ilusiona por lo nuevo que vendrá. A Matías le pasó; su carácter ingenuo y confiado lo hizo irse sin pensar en los cuidados que debía tener y al final, tuvo que pagar las consecuencias.
Allí, conoció a personas interesantes como un pintor y un poeta que compartían su amor por el arte. Pero fue la mujer que conoció en una de las incursiones, quién lo cautivó. Ella se convirtió en su musa, su modelo desnuda. Pero un día, la mujer desapareció en circunstancias misteriosas.
Matías se embarca en una búsqueda desesperada para recuperar la memoria que perdió esa nefasta noche, y en el proceso descubre secretos oscuros que lo llevan a cuestionar todo lo que sabe de sus amigos y de sí mismo. ¿Quién mató a la mujer que lo inspiró, y cómo cambiará la vida de Matías si el misterio se resuelve?

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento20 may 2023
ISBN9798215568835
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    Mataron a Marta Una Delgada Línea entre el Arte y la Locura - Claudio Anguita Gutiérrez

    Prólogo

    El tiempo fluye sin detenerse, y con él se va la vida. Como muchos, nuestro antihéroe, Matías, vive una rutina constante. Día tras día, se levantaba temprano para ir a trabajar en un banco y luego, regresar a casa agotado, sin energía ni inspiración para hacer otra cosa. Él paga el precio por tener segura una remuneración estable cada mes. Como la mayoría de nosotros que vendemos nuestro tiempo por estabilidad, él soñaba con ocuparlo en actividades más fascinantes. Si Matías tuviera la oportunidad de cambiar de vida, lo haría. Pero, la decisión no es fácil. La incertidumbre cada mes cambia las cosas. Hay que ser arriesgado para dedicarse a una actividad como el arte. Además, si se atreviera, lo acusarían de egoísta, de querer hacer su voluntad a costa del sacrificio de otros. Si pudiera hacerlo, incluso mentiría para lograrlo. Pero un día, todo cambió. Matías fue despedido de su trabajo y en lugar de sentirse triste y preocupado, sintió una extraña liberación. Decidió tomar el riesgo, sin importar lo que dirían, para seguir su verdadera pasión: La pintura. Dejó todo atrás, incluso a su pareja, y se dirigió al sur de Chile, donde el paisaje inspirador y tranquilidad le ayudarían a encontrar su camino como artista. Cuando alguien toma una decisión así, no piensa en los malos augurios, se ilusiona por lo nuevo que vendrá. A Matías le pasó; su carácter ingenuo y confiado lo hizo irse sin pensar en los cuidados que debía tener y al final, tuvo que pagar las consecuencias.

    Allí, conoció a personas interesantes como un pintor y un poeta que compartían su amor por el arte. Pero fue la mujer que conoció en una de las incursiones, quién lo cautivó. Ella se convirtió en su musa, su modelo desnuda. Pero un día, la mujer desapareció en circunstancias misteriosas.

    Matías se embarca en una búsqueda desesperada para recuperar la memoria que perdió esa nefasta noche, y en el proceso descubre secretos oscuros que lo llevan a cuestionar todo lo que sabe de sus amigos y de sí mismo. ¿Quién mató a la mujer que lo inspiró, y cómo cambiará la vida de Matías si el misterio se resuelve?

    I (La detención)

    —Buenas tardes —dijo el hombre de traje negro —. Buscamos a Matías Maier. Supo de inmediato de qué se trataba y sintió que la sangre se helaba; la piel se erizaba mientras una ligera pérdida de equilibrio estuvo a punto de hacerlo caer. Pero, dio una inhalada profunda para recuperarse y se mantuvo de pie.

    —¿Quién lo busca? —preguntó fingiendo indiferencia mientras se aprestaba a salir. Dejó el bolso en el suelo y se quedó parado en el umbral de la puerta, expectante.

    —Somos de la brigada de homicidios de la DI —dijo el hombre—. Yo soy el Subcomisario Espinoza y mi compañero es el detective Morales —se presentaron mostrando sus placas—. ¿Sabe adónde lo podemos encontrar?

    Matías, resignado, pensó que había llegado el momento que tanto había temido.

    —Soy yo —respondió.

    —Don Matías, ¿sabe por qué estamos aquí?

    —Sí, supongo que sí —dijo, sintiendo en las venas el fuerte latir de su corazón. Trató de disimular la agitación, pero no lo pudo fingir.

    —¿Conocía usted a Marta Martinelli? —preguntó el subcomisario.

    —Sí, la conocí.

    —La fiscalía de Temuco lo busca para interrogarlo —le dice el subcomisario.

    Matías se atragantó antes de contestar. Todavía no sabía cómo demostrar su inocencia.

    —Sé que la encontraron en el río Cautín —respondió Matías—. ¿Ya saben quién lo hizo?

    —Estamos investigando —dijo el subcomisario.

    —Lo vi en las noticias —aclaró Matías.

    —Según nuestra información, usted es una de las últimas personas que la vio con vida. Como le dije, la fiscalía de Temuco requiere su presencia. Por favor, acompáñenos.

    —¿Estoy detenido? —preguntó angustiado.

    —No, señor, pero le aconsejaría que colaborara.

    —¿Adónde me llevan? —preguntó asustado tomando su bolso.

    —El Fiscal Lermanda necesita hacerle algunas preguntas. Por eso tiene que ir con nosotros.

    —¿En Temuco?

    — Primero vamos a la brigada del crimen de Castro —dice el subcomisario—. Ahí, esperaremos instrucciones del Fiscal. Lo más probable es que lo llevemos a Temuco.

    —En este momento me dirigía para allá —dijo Matías—. ¿Piensan que tengo algo que ver con su muerte? —preguntó tímido—. Yo no fui, no sé lo que pasó. Había dos personas más —continuó con voz trémula.

    —No lo estamos inculpando, don Matías. Nuestro trabajo es tomar contacto con usted para que el fiscal lo interrogue. Le sugiero que traiga algo para cambiarse. Como le dije, lo más probable es que lo llevemos a Temuco después de Castro. Pero, primero nos dirigiremos a la brigada.

    —Es todo lo que tengo —dijo tomando el bolso— ¿Puedo hacer una llamada telefónica antes?

    —Hágala —dijo el subcomisario—. Solo lo tenemos que acompañar para que comparezca a la Fiscalía, eso es todo.

    Marcó el móvil de Caros Donaire, pero el teléfono anunciaba que estaba apagado o estaba fuera del área de cobertura. Entonces, llamó a Carmen Gloria Frada que tampoco respondió, pero apareció el mensaje de voz.

    —Carmen Gloria, te llamo para decirte que, ahora, estoy con la policía y me llevan a Temuco para interrogarme. Por favor, avísale a Carlos Donaire por si no me puedo contactar con él. Trataré de llamarte después. Un beso —grabó en el mensaje de voz.

    Cerró la casa y subió al vehículo blanco con la sigla de la Policía de Investigaciones en los costados.

    —¿Tienen algún sospechoso? —preguntó Matías mientras se marchaban.

    —Hay varios —dijo el subcomisario sentado en el lado del copiloto.

    II (Una oportunidad esperada)

    —Don Sergio te necesita — dice la secretaria de Sergio Montoya asomándose por la puerta entreabierta.

    Él le respondió que bajaba en seguida, colgó el teléfono y dejó pendiente los emails por responder. Se puso la chaqueta y bajó los cuatro pisos del edificio por la escalera. Él intuyó el motivo de la llamada así es que, mientras bajaba, se preparó mentalmente para responder las preguntas de su jefe.

    —¿Está adentro? —le preguntó a la secretaria.

    Ella tomó el anexo y, un segundo después, lo invitó a pasar. Matías, después de que su jefe le indicara tomar asiento, se sentó en una de las sillas que rodeaban la mesa redonda de reuniones.

    Sergio Montoya estaba sentado frente al computador, y lo saludó cortés y breve sin quitar la vista de la pantalla.

    —Ya termino —dijo el jefe, sin dejar de escribir y moviendo los dedos con moderada lentitud sobre el teclado. Matías, aunque, muchas veces había estado ahí, se entretuvo observando el inmenso escritorio de caoba, el sillón de cuero de respaldo alto y las pinturas colgadas en las paredes. Le gustaba la reproducción de los Lirios de Van Gogh que colgaba en el muro junto a la puerta, y se fijó en los tres marcos de madera con las fotos de su mujer y sus tres hijos en un perfecto orden sobre del escritorio.

    Su jefe tomó una hoja sobre un montón de documentos para despacho, se acercó, se sentó al lado opuesto de Matías y dejó el papel frente a él.

    —¿Te sirves un café? —Matías aceptó.

    Fabiola entró con una bandeja, puso una taza frente a cada uno, sirvió el café y salió de la oficina.

    Sergio lo miró fijamente, hizo una pausa y Matías vio una mueca que le incomodó.

    —Las cosas se complicaron más de lo que imaginé —dijo Sergio Montoya.

    Matías lo vio complicado y se preparó para recibir una reprimenda por los atrasos del proyecto hipotecario. Tomó la mejor postura que pudo en la silla, miró los papeles del proyecto que había dejado sobre la mesa y se dispuso a escuchar lo que su jefe le iba a decir. Para salir de duda, le preguntó:

    —Si es por el atraso del hipotecario, te puedo explicar —se adelantó.

    —No, no es eso. Lo siento, Matías; la decisión viene de arriba.

    —le pasó la hoja con membrete del banco que había puesto sobre la mesa.

    —¡Me estás despidiendo!

    «Es por el hipotecario», se dijo en silencio.

    —No tiene nada que ver con el proyecto —dijo su jefe, adivinando lo que Matías pensaba. Se echó hacia atrás apoyándose en el respaldo, como preparándose para una mala reacción—. La nueva estructura organizacional requiere que la gerencia fusione varios cargos. Uno de ellos es el tuyo.

    —¿No es posible que me reasignen a otro puesto? —dijo desconcertado y vulnerado en su dignidad. Era como un balde de agua fría que le caía. Después de todo lo dedicado que había sido en su trabajo y las metas cumplidas que había logrado, se sintió traicionado y menoscabado.

    —Sé que me estás despidiendo por ese proyecto, Sergio. Pero, cuando me lo asignaste, ya estaba atrasado y con un montón de problemas. Tú sabes que no soy responsable por ese fracaso. Me entregaste un muerto y ahora me responsabilizas a mí. No es justo. Además, no me diste la oportunidad de rechazarlo; me lo impusiste sin apelación.

    —Como te digo, Matías, esto no tiene nada que ver con ese proyecto. Simplemente, se debe a una reestructuración. De verdad lo siento. La decisión está tomada. Por favor, necesito que firmes esto y que luego te presentes en Recursos Humanos para el trámite del desahucio. Te agradezco todo tu profesionalismo y tu disposición; y cualquier cosa, llámame. Si necesitas una recomendación no hay problemas, te la daré.

    Matías, ofuscado, pero sin perder el control, notó que las manos le sudaban y la comisura del labio temblaba. Fijó la mirada en el documento, respiró profundo y se calmó. La sentencia ya se había dicho y no había nada que hacer. Repentinamente, ya no le importó. Pensó que podría ser el momento que había esperado durante mucho tiempo, y decidió transformar el despido en la oportunidad que por años esperó. De pronto, la voz de Sergio desaparecido. En la mente de Matías los colores de la pintura que realizaba ocuparon toda su atención. Se abstrajo a tal punto que no escuchaba lo que su jefe le decía. La boca de Sergio Montoya se movía, el sonido de sus palabras reverberaba en la oficina, pero, en la mente de Matías se proyectaba el amarillo limón con una pizca de cerúleo para las hojas más cercanas, y una pinta de alizarín para el cielo. Eso es, se dijo en silencio. Volvió a tener conciencia de donde estaba, y a tener sentido las palabras que en tono suave y pausado le decía su jefe. En resumen, le deseaba mucha suerte y, además, que de seguro no tendría problemas en encontrar un nuevo trabajo; sobre todo una persona con sus capacidades.

    Matías asintió con la cabeza, se dieron la mano y se despidieron.

    Salió de la oficina de Sergio Montoya, aparentemente, tranquilo. Iba ajeno al despido debido a que en su mente se cuajaba la idea de cambiar de vida; de no volver a trabajar en una oficina por un largo tiempo, ojalá para siempre. Quería intentar forjarse un nombre como artista y vivir de la pintura como tantas veces había soñado. Ahora, que Sergio lo había despedido, tenía la oportunidad de dejar de ser pusilánime y decidir su propio destino. «Aunque conlleve sacrificios y carencias», se dijo. «La vida no vale la pena si la tengo que vivir sin ganas ni perspectiva. Antes de hacerme viejo, de amarrarme más y de morir, voy a liberarme y dejaré atrás mi propia cobardía. Me iré de esta horrible ciudad y partiré al sur a pintar, donde los paisajes son verdes, los cielos son azules y las aguas cristalinas. Me internaré en los bosques tupidos, los que queden, y pintaré los arroyos con riberas pedregosas, de sauces, coihues, ulmos y arrayanes. Sí, eso haré a pesar de la incertidumbre y de Laura, me voy al sur», se dijo.

    Llegó a su puesto, se sentó, echó un vistazo a su alrededor, fijó la vista en el computador sobre el escritorio, al armario con carpetas y archivadores. Ahí estaban los proyectos, las evaluaciones, las propuestas, los manuales y algunos libros de administración de proyectos. Cada cosa en la oficina simbolizaba el trabajo de años en el banco. «Aprovecharé esta oportunidad. Claro que lo haré», se dio ánimo. Suspiró profundo, miró a través de la ventana del piso veinticinco y, por primera vez en los cuatro años que llevaba ahí, sintió vértigo de mirar hacia abajo. Nada en la calle parecía diferente a los días anteriores, sin embargo, al mirar el ajetreo de afuera, no parecía igual. La cordillera de los Andes velada por la contaminación contrastaba imponente al trajín urbano más allá de la ventana, y su rostro, que se reflejaba opaco, le mostró lo cobarde que había sido consigo mismo tanto tiempo: con el trabajo, con la pintura y con su mujer. Eran años de insatisfacción y él no había hecho nada para cambiarlo.

    «Voy a cambiar de vida», se repitió en voz alta.

    Se volvió hacia el computador y le dio doble click al Outlook para revisar los correos por última vez. Le interesaba mantener el contacto de algunos compañeros y quiso reenviarlos a su cuenta personal, pero, repentinamente, al tratar de acceder a su cuenta el mensaje «Su cuenta ha sido bloqueada, contáctese con el administrador» emergió reiterando su condición de despedido.

    Un guardia golpeó la puerta.

    —Don Matías, discúlpeme, pero tengo órdenes de acompañarlo —se quedó parado en el umbral de la puerta esperando que Matías Maier arreglara sus cosas personales y saliera.

    —Espéreme un momento —respondió un poco irritado—. Termino con mis cosas y salgo, le dijo.

    Llenó una caja de cartón con algunos libros de su propiedad y otras pocas cosas que tenía. Luego, le pidió a la secretaria que las guardara, que otro día pasaría por ellas, si no le molestaba. Ella contestó que no, que se las dejara no más y se despidieron. Matías cerró la oficina y le dijo al guardia que por favor lo dejara un momento, porque quería despedirse de algunos compañeros y que por favor no lo siguiera, pues, saldría en seguida.

    —No se preocupe, don Matías —respondió el guardia entendiendo el desagradable momento que pasaba al tener que salir del banco escoltado—. Tómese su tiempo, don Matías, pero lo tengo que esperar; es el reglamento.

    Discretamente acompañado de su escolta, Matías recorrió varias oficinas para decir adiós. Sus amigos, sorprendidos por el anuncio, lo rodearon y lo bombardearon con preguntas y expresiones de afecto.

    Salió del banco sin ver a nadie más. Se fue directo al cibercafé de la salida norte, por Matías Cousiño, y se sentó en el lugar más alejado de la entrada. Pidió un café bien cargado y buscó en la página de ferrocarriles el itinerario de trenes. Su idea ya estaba consolidada. Había fantaseado con esa idea muchas veces y ahora era una realidad.

    Después de revisar el itinerario y consultar por el valor de los pasajes, salió del cibercafé y se fue por la calle Estado a despejarse y a pensar cómo se lo diría a Laura. El día estaba más hermoso y soleado que en los días anteriores; como si fuera un presagio de la buena suerte. Se ilusionó con hacerse conocido y famoso, y vender sus pinturas como lo hacen los consagrados.

    Caminó sin prisa por la calle Estado hacia la Plaza de Armas. En el Odeón de la plaza había mucha gente conglomerada alrededor de las mesas con tableros de ajedrez. Estaba lleno de gente. Las mesas cuadriculadas con relojes y las piezas negras y blancas concentraban las miradas de los jugadores y de los mirones que, en voz baja, opinaban las movidas.

    A los cofrades no les importaba la diferencia social. Era usual ver a jugadores dispares enfrentarse. Había algunos con elegante traje que, sin desprecio, se enfrentaban a otros casi zarrapastrosos, barbudos y, más de uno, al borde del mal olor. Matías, habitualmente, en la caminata después del almuerzo, solía mezclarse entre ellos para mirar. Ahora, era diferente. Ya no tenía la necesidad de volver y recorrió varias mesas sin apuro.

    Después de un rato, se cansó de mirar y se retiró del Odeón. Se sentó en un banco, a veinte metros de los ajedrecistas, de frente a la fachada de la Catedral y a los pintores que venden sus cuadros con permiso municipal. Escuchó al orador de todos los días que, biblia en mano, gritaba alabanzas y proclamas de terribles castigos a los que osan no seguir el camino del señor. Una bandada de palomas alcanzó el suelo intempestivamente, picoteando las migas que una mujer tiraba en el otro extremo de la banca. Se sintió extraño al ser testigo ocioso del traqueteo de la plaza. Pero, ahí estaba, sin hacer nada más que mirar y planificar su nuevo futuro y en pensar en cómo se lo iba a decir a su mujer. A medida que afinaba su plan, más fuerte se hacía el deseo de partir.

    III (Desilusión, ruptura y despedida)

    El reloj marcaba las 8 de la noche cuando Matías llegó al departamento. Laura estaba en la cocina cuando él entró. Cerró la puerta, dejó las llaves en la mesita a un costado de la entrada, la saludó con un beso y le ofreció algo para beber.

    —Hola, mi amor, ¿qué celebramos? —preguntó ella mientras pelaba tomates para acompañar el bistec.

    Matías abrió la botella de Whisky, sacó del congelador el hielo que puso en dos vasos y sirvió dos tragos. Le pasó uno a Laura y, después de esperar unos segundos, le dio la mala noticia a Laura que lo miró apenada; dejó su vaso sobre la mesa de la cocina y lo abrazó.

    —Después me dirás lo que ocurrió —dijo ella—. No te preocupes, pronto encontrarás algo mejor.

    Tomaron sus vasos y se fueron a sentar en el sofá del living. Él, brevemente, relató lo que Sergio le había dicho.

    —Bueno —dijo ella, relajadamente—, el motivo de tu despido no es para preocuparse. Me voy a poner en campaña. Envíame por email tu currículum y voy a ver en mi oficina si alguien sabe de ofertas de trabajo.

    —No —dijo él—. Espera. Lo estuve pensando y quiero hacer otra cosa. Me voy a tomar un tiempo antes de volver a trabajar.

    —¿Y qué vas a hacer mientras tanto? —dijo, apretando los labios de preocupación.

    —Voy a pintar —dijo Matías.

    —Lo haces siempre —respondió ella, conteniéndose.

    —Quiero hacer, por primera vez en mi vida, lo que siempre he querido. Voy a preparar una exposición con lo que alcance a pintar en el lapso de un año —aclaró él.

    —¿Un año? —saltó ella—. ¿Me vas a decir que no vas a trabajar en un año? ¿Piensas acaso vivir de mi sueldo? —gritó Laura. Luego, muy molesta, dejó el vaso sobre la mesa y se paró—. Una cosa es que te guste pintar, no tengo problemas con eso, pero otra cosa muy distinta es que, por tus excentricidades, yo te tenga que mantener. Eso, Matías, ni lo pienses.

    —No espero que me mantengas —respondió el, calmadamente. Sabía que ella no lo iba a tomar muy bien y explicó—. Tengo mi desahucio y con eso me las voy a arreglar. No necesito que me mantengas.

    —No nos va a alcanzar para un año. ¿Piensas que yo sola voy a poder con todos los gastos? ¿Se te olvida que compartimos las cuentas? —gritó ella encolerizada.

    —No escuchaste lo que dije. Te acabo de decir que me iré al sur a pintar, nada más. Y no es para siempre.

    Hubo un silencio. Ella lo miró fijo, como buscando una expresión que delatase su broma, pero se dio cuenta de que no era así.

    —¿Y por qué te tienes que ir al sur, no puedes hacerlo aquí? —dijo, bajando el tono.

    —Es por un tiempo, solamente. No me voy para siempre —repitió—. Quiero volver con muchos paisajes. Buscaré una galería para exponer mis cuadros. Con una muestra decente, mi tiene que ir bien.

    —Y a todo esto, ¿yo me quedo sola mientras tú te vas al sur. No es lo que tengo en mente para nosotros, sabes, de verdad, creo que es una excusa para separarte de mí. ¿Te vas con alguien? ¡Dime! —gritó ella, y su rostro enrojeció—. ¿Piensas que te voy a creer que te vas a pintar solo?

    —No, Laura. No es lo que piensas. Si quieres, nos podemos ir los dos. Ven conmigo —dijo sin convencimiento. Ambos sabían que eso no era posible.

    —No quiero hablar más de esto, Matías —concluyó ella, cortando la conversación con determinación—. ¡No sigas, por favor! Ahora, tengo mucho en qué pensar —terminó diciendo y se encerró en el dormitorio.

    Lo que siguió fue lo que uno se imagina en estos casos. Él, pasaba ratos en el pasillo tratando de dialogar, le pedía a través de la puerta del dormitorio que lo dejara entrar, y le decía que debían conversar para no terminar peleados. Le decía que la quería, que no tenía ninguna intención de dejarla y que esto tenía que ver solo con sus ganas de pintar, no de alejarse de ella.

    Ella no dio su brazo a torcer y finalmente dijo:

    —No estoy terminando nada. Eres tú el que está terminando con todo. Déjame tranquila ahora. Mañana si quieres conversamos. Ahora estoy cansada —gritó.

    Matías no insistió más y dejó de rogar.

    —Empieza a acostumbrarte a dormir solo. Yo voy a dormir sola. Tú, duerme en la otra pieza. Déjame sola —terminó diciendo ella.

    Al día siguiente, trasnochado, Matías esperó en la entrada del dormitorio mientras Laura estaba en el baño. Repentinamente, salió del baño y con el mismo denuedo anterior y cubierta solo con una toalla, lo encaró.

    —Tenemos mucho de qué hablar, pero ahora no tengo tiempo, Matías. Hablemos a la hora de almuerzo. Juntémonos en el RedHut de Tobalaba. Durante la mañana te voy a llamar pare decirte a qué hora puedo —dijo, autoritaria, y pidió permiso para cerrar la puerta del dormitorio que cerró tras de sí.

    Se juntaron pasado la una y media de la tarde en el RedHat. Matías llegó antes y aprovechó de pedir una cerveza mientras esperaba. Quince minutos después, apareció Laura. Seria, con aparente dominio de sí misma y fría; con indiferencia se sentó.

    —¿Pediste? —dijo sin saludar.

    —No, te estaba esperando —dijo Matías, pasándole la carta.

    —El menú está bien —dijo ella, seria y sin ganas de mirarlo a la cara—. No tengo mucho tiempo. Además, no es mucho lo que tenemos que hablar. Ya todo lo dijiste ayer. Por tu culpa casi no dormí anoche, pensando en lo que debemos hacer. Me dolió que no me tomaras en cuenta. Tú podrías haberme dicho lo que estabas pensando hacer. Sabes, te habría apoyado. ¿No pensaste en eso? ¿Tan poco valgo para ti? Yo pensé que me conocías. Pero, eres tan egoísta que decidiste dejarme fuera. Ayer me di cuenta de que yo no encajo en tu vida y, la verdad, no estoy dispuesta a perder mi tiempo contigo. Yo también tengo mis proyectos y ambiciones. Igual que tú. Pero, tú solo piensas en ti.

    —Laura, no es para tanto. Estás exagerando, no es para que te enojes de esa manera.

    —¿Qué no me enoje, dices? Pero ¡qué cara dura eres! ¿Crees que es un pequeño detalle que, de la noche a la mañana, me digas que te echaron de la pega y que me vas a dejar sola durante un año? ¿Cree que soy tonta? ¿Por qué no me dices la verdad?

    —¿Qué es lo que te imaginas, Laura?

    —Dímelo tú, Matías. Sé hombre y dime lo que me tienes que decir.

    —No tengo nada más que decir. Es lo que te dije, no hay nada más.

    —Tú te vas a ir con otra mujer, eso es lo que pasa. Inventaste ese cuento de irte al sur a pintar para separarte me mí —refunfuñó ella controlando la voz para no gritar.

    —Vamos, cálmate. Ven conmigo, acompáñame.

    —Lo dices porque sabes que

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