De alma enamorada
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Patricia Villegas Aguilar
Patricia Villegas Aguilar nació en México, D.F. Estudió filosofía y letras modernas. Es profesora en la Universidad Iberoamericana donde enseña poesía mexicana y crítica literaria. Forma parte del Sistema Nacional de Investigadores. Entre sus libros se encuentra: El hombre: dinamismos fundamentales (1996), Silencio y poesía (2000), El otro lado del fragmento (2002), De alma enamorada (2004) y Poesía y memoria (2007).
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De alma enamorada - Patricia Villegas Aguilar
A María de los Ángeles,
mi madre
con entrañable amor.
Unas palabras a manera de introducción
La poesía de San Juan de la Cruz es un duelo de amor. O acaso la búsqueda que signa su obra es un canto de esperanza. El fuego es el símbolo que anima su obra. Para el poeta cada instante es la llama repetida en la metáfora, y el fuego interior que de ella emana puede ser también la luz que ilumina su búsqueda.
El poeta es un ser cuyo don lo integra como un todo, en condiciones normales como una totalidad, pero el místico vive fracturado: por un lado, la palabra poética quiere revelar su amor; por otro, carente de materialidad y vivo sólo en su corazón, trata de expresarlo a través de la oración y de una vida cuyo proyecto ético está sólo en Dios. Lo cotidiano deviene límite, sombra, nostalgia por lo que el místico intuye que debió haber sido y puede volver a ser. Platón nos habló de un momento mítico donde los hombres estaban unidos a su otra mitad ideal y que perdieron, por ello siempre está lanzado a la búsqueda de ese otro que vuelva a completarlo. Pero al místico la mitad perdida lo coloca en el límite de lo indecible, en el abismo frente a lo inefable que la nostalgia funda. Y la nostalgia deviene canto.
Es así que la vida y la poesía pueden argumentar y dar cuerpo al amor de San Juan de la Cruz. Su obra, que por reconocida no requiere de recomendación alguna, es la de esos poetas que marcan rumbos. Pero, para efecto de lo que ensayamos es una respuesta permanente, de ese amor, que sólo atisban algunos pocos privilegiados, y tal vez otros más, aunque de otro temple, que conocen de las desgarraduras que marcan el corazón cuando se anhela lo que más se ama. Paradójicamente para San Juan este anhelo es su tragedia y su gloria. Como bien lo sabe, está destinado para padecer y disfrutar a la vez una experiencia incomparable.
La experiencia de amor de San Juan no se expresa en un solo rango. La poesía es su privilegio, la teología empuja a otros con las mismas preocupaciones intelectuales, pero lo más importante es su vida como religioso volcada en el amor, y aunque ésta fue marcada por la tragedia del que ha sido perseguido, sus versos no se transmutan en una información de esa experiencia sino que, aun en su cautiverio, expresan sustancias más allá de lo real. San Juan vivió sus últimos momentos rodeado de un silencio de muerte, el que le impuso su propio claustro, y lo que podría haber sido pérdida de identidad, se llenó cuando puso en movimiento el verbo de lo imposible.
Octavio Paz ha afirmado que el poeta es el único que puede acercarse a la palabra religiosa sin traicionar su logos. No por casualidad, este autor se ha caracterizado por estudiar los rasgos que conforman la memoria colectiva de la poesía para mirar, de veras, la realidad (Poesía y fin…, p. 18). Por eso, las imágenes del poema se resuelven como dentro de una semiocultación. En semejante operación lo que importa no es revelar verdades, sino iluminarnos para mostrarnos las sombras de lo que somos, al mismo tiempo para develar las huellas borradas de lo que fuimos en un origen prístino. El poeta es el orador por excelencia (Sabines) y para Paz la poesía se mueve siempre con el impulso de una recuperación por la realidad perdida (Los trabajos…
, p. 112). Muchas son las vertientes en que estas afirmaciones podrían verificarse, a pesar de que la modernidad ha emprendido una guerra contra todo lo que parezca romántico. En este sentido, nuestro poeta también es un romántico, de la noche, de la sombra, de la nostalgia por un modo de ser. Este último, siempre que se expresa con autenticidad, se objetiva en muchas de las aspiraciones más altas de la humanidad, aunque el místico bien sabe que nunca se llegan a cumplir aquí. Así lo ha visto San Juan, Teresa de Ávila, no sabemos si Urquiza y otros: en el drama de que la vida no es tal sin Dios. Y que hoy como nunca se agudiza cuando lo hemos sustituido por otros dioses: el dinero, la funcionalidad, la economía, la racionalidad técnica y una serie de limitaciones autoimpuestas por la dependencia económica y política (Mardones, p. 8).
El místico vive un doble exilio, el que le impone su condición de religioso, y en el caso de San Juan, su condición de poeta. El siglo de San Juan, que se caracterizó por la producción de un buen número de místicos de enorme talla (Sáinz, pp. 93-103), nos ha dejado un saldo poético de indudable valor. Las innumerables voces que han cantado su poesía y la han seguido es sólo una pequeña muestra de ello. El espíritu que las impulsa es el amor. Hemos aprendido más sobre él por su Noche oscura
que por sus argumentaciones teológicas (al menos a los no conocedores). San Juan es un itinerante conminatorio; su largo recorrido espiritual es el método eficaz con que se acerca al corazón del hombre de nuestro tiempo. Como el exiliado es un itinerante porque busca el camino de retorno a la Morada. La fuerza que lo conduce no es tal porque tenga la respuesta, sino porque volver a Dios, parece ser el reto de su paso por la vida. Sus versos claramente bíblicos piden a las claras el acompañamiento de Dios, pues él es de esos que pertenecen a esa estirpe de hombre y poeta en los que vida y creación son un solo momento y que en el sentido más noble del término, ponen el alma en sintonía con su Amado. Es esta voz la que da cuerpo a sus versos y que en esta etapa, por la que atravesamos los seres humanos de hoy, puede erigirse en la esperanza; porque San Juan no le teme a la muerte, aun en las más difíciles condiciones de su cárcel y de los sótanos que lo aislaron, en varios momentos de su vida él sabía lo que buscaba, y por eso ofreció su poesía.
Ese encierro hizo que su poética adquiriera dimensiones definitivas y que conectara al teólogo, al poeta y al religioso. Vivió una ruptura mística con un modo de decir que lleva al asombrado lector por formas diversas de la subjetividad humana, que a veces tocan la melancolía o la frustración por el deseo insatisfecho del Amado, pero también con esa forma de hablar sublime que es la poesía mística.
El ensayo que pretendemos se basa principalmente en la Noche oscura
(Jaén, 1578), queremos recuperar el amor que habita en el corazón y en la memoria de San Juan. Queremos transfigurar el espacio de su celda, penetrarlo y conocer más de él. Además, acceder a ese reino de imágenes que lo llevaron a la búsqueda del Amado. Su amor, su poesía y su deseo por Él configurarán el trinomio que darán cuerpo a nuestras reflexiones y que nosotros expresamos en una poética de alma enamorada.
Queremos saber de sus certezas y de sus dudas, lo que para él configuró lo conocido y lo desconocido, en una palabra entrar en el abismo de su yo lírico. Por razones de esta intención, ensayamos sobre el amor, porque el mundo de San Juan se basa, precisamente en ese estado que embriaga y que toca los sustratos más íntimos del ser humano, y en su búsqueda se sabe exiliado, lo que figura nuevos presupuestos que van desde lo que llamamos la realidad de San Juan: su prisión y su amor y las calidades de amor que ello genera.
Si el hombre, en este caso el poeta, que es San Juan de la Cruz, vive del deseo del encuentro con el Amado, lo cantado en su poética será ante todo comparable con ese anhelo. Esa es la estructura originaria de la que partimos, pero deseamos indagar sobre el recorrer continuo de su amor, que es ese unitario y coherente que en