De la intimidad: Emociones privadas y experiencias públicas en la poesía mexicana
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De la intimidad - Luis Vicente de Aguinaga
SECCIÓN DE OBRAS DE LENGUA Y ESTUDIOS LITERARIOS
DE INTIMIDAD
LUIS VICENTE DE AGUINAGA
De la intimidad
EMOCIONES PRIVADAS Y EXPERIENCIAS PÚBLICAS
EN LA POESÍA MEXICANA
Primera edición, 2016
Primera edición electrónica, 2016
Diseño de portada: Paola Álvarez Baldit
Imagen de portada: La tentación de san Antonio (1878),
de Félicien Rops. Lápiz de color, 73.8 × 54.3 cm,
Bibliothèque Royale Albert I, Bélgica
D. R. © 2016, Fondo de Cultura Económica
Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F.
Empresa certificada ISO 9001:2008
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ISBN 978-607-16-4229-5 (ePub)
Hecho en México - Made in Mexico
Índice
INGRESO
Elogio de la intimidad
PRIMERA ESTANCIA
Paraíso en ruinas
SEGUNDA ESTANCIA
Entre la tierra natal y la utopía
TERCERA ESTANCIA
La saña del escorpión
CUARTA ESTANCIA
Las dos rebeliones
QUINTA ESTANCIA
La cabeza entre las manos
EGRESO
Elogio de la obstinación
Bibliografía
A Teresa,
que significa la palabra todo,
que significa la palabra siempre
INGRESO
Elogio de la intimidad
ES DE lo más normal que la vida íntima y la vida cívica se imbriquen y hasta se confundan. Todo el tiempo, en el contexto que sea, la memoria, el gusto y los rasgos anímicos del individuo lo condicionan de frente a su comunidad y, al mismo tiempo, van haciendo de la comunidad ese continuo del que forma parte. Pero que la representación y el cuestionamiento de la intimidad, con sus placeres y dolores, con sus miedos y secretos, acaben por expresar las inclinaciones e intereses políticos de un individuo cualquiera ya parece menos frecuente, y sin embargo es un recurso típico de gran parte de la poesía mexicana moderna (y acaso de toda la poesía nacida de la lírica italianizante del Renacimiento europeo).
Escribir un poema, en el sentido moderno de la palabra, es construirse una identidad. Poco importa si esa construcción se corresponde o no con la biografía del poeta. Poco importa si el discurso en que toma forma la identidad poética es coherente o incoherente. Puede incluso afirmarse que la poesía construye identidades más allá del discurso. En ese más allá está lo real, o sea la materialidad sensible (más que inteligible) de las cosas del mundo: materialidad que se deja oír, oler y palpar antes de ser entendida. La identidad que se construye al escribir un poema no es, por lo tanto, la del poeta que lo escribe ni tampoco la de su lector, aunque uno y otro, lector y poeta, se puedan refugiar en última instancia en ese hueco trabajado por el ritmo verbal, por la energía instintiva de ciertas frases, por el deseo del sentido más que por la certeza del significado.
Así las cosas, la subjetividad —como ha dicho Jenaro Talens— es un espacio, un lugar desde donde la palabra es emitida o en donde la palabra es escuchada. Ese lugar vacío, construido por el enfrentamiento entre [un] objeto y [su] lector
, para insistir en los términos de Talens, es capaz de acoger al individuo siempre y cuando éste sea concebido como entidad verbal. Dicha o contenida, sonora o silenciosa, la palabra da testimonio (es, en verdad, el único testimonio concreto) del sitio donde la identidad, tan vacía como una caja de resonancia, se ha definido. El sujeto no se dota de realidad a sí mismo ni se construye por impulso propio: es, antes bien, el tejido innumerable de las respuestas, reflejos y reacciones con que va ratificando su sitio en el mundo. Dicha ratificación, por lo demás, empieza a ocurrir cuando no puede tenerse conciencia todavía de que un sitio en el mundo y una subjetividad propia son una sola cosa. Tal vez el placer estético no sea más que la satisfacción de reconocerse fuera de sí, en una obra o acontecimiento exterior a la conciencia, pero también, y al mismo tiempo, dentro de sí, en un punto específico de la persona que responde a esa pulsación en particular y resuena con ella.
Si bien a toda política le resulta indispensable una plaza pública para existir, la política de la poesía tiene lugar en una plaza íntima. Incluso cuando el poema se refiere a sucesos, personajes o conflictos del espacio público, la función del poema estriba en asociarlos con emociones inseparables del sujeto y de su más estricta privacidad sensorial y sentimental. El fervor o el distanciamiento, la ternura o la indignación reducen el enorme aparato de los fenómenos del mundo al no, al sí o al quizás del individuo, y el poema es el territorio donde semejante reducción suele operarse con mayor nitidez.
En la memoria de todo lector de Ramón López Velarde figura dos veces, por lo menos, el concepto de intimidad. Me refiero, desde luego, a la íntima tristeza reaccionaria
con que termina El retorno maléfico
y a la evocación del íntimo decoro
con que inicia La suave Patria
. Pero no hace falta rebuscar en páginas olvidadas para encontrarse con otras incidencias del mismo vocabulario: en Mi corazón se amerita...
, López Velarde compara su corazón con una lengua de fuego / que se saca de un íntimo purgatorio a la luz
, y en la que sin duda es la más leída de sus prosas, Novedad de la Patria, reivindica una patria, no histórica ni política, sino íntima
.
Hoy diríamos (gracias, entre otros, al propio López Velarde) que la patria íntima no tiene por qué oponerse a la patria pública. Una y otra, por mucho que parezcan adversarias, confluyen y se complementan, por ejemplo, en el Cuauhtémoc de La suave Patria
, y su alianza tiene acentos de rebelión y de victoria póstuma. El joven abuelo
no sólo es un resistente paradigmático: también es, en última instancia, un seductor irresistible a cuyos pies acaba rindiéndose la cultura enemiga, ese idioma del blanco
que, imantado por la juventud, la dignidad y la belleza del héroe, le profesa una ferviente devoción.
Así pues, el derrotado en vida triunfa en la posteridad. Ello puede interpretarse como un triste consuelo, incluso como un signo de conformidad con la tragedia, pero también como una inversión de los valores propios del relato histórico convencional, no tanto por ensalzar los méritos de un héroe vencido (procedimiento bastante común de toda mitología) sino por enfatizar que la derrota supone un recogimiento, un silencio y una soledad que la vuelven, si cabe, preferible al triunfo. Es en esa soledad, ese silencio y ese recogimiento donde se forma el universo íntimo de cierta poesía, que no tarda en acceder al goce a través de un erotismo ambiguo, ensombrecido por el pecado, y por la vía de una individualidad capaz de celebrarse hasta en sus pequeñas debilidades, como aquella costumbre / heroicamente insana de hablar solo
.
La patria íntima de López Velarde —y, con ella, la tesitura política de un importantísimo sector de la poesía mexicana moderna— resulta, por así decirlo, de la exposición de sus tejidos internos hacia el exterior. Cuando el poeta se dirige a su novia de antaño, que ha padecido un desdén inexplicable de su parte, le ruega que no lo condene. Al hacerlo, adapta el noli me condemnare (Job, 10:2) del Antiguo Testamento: ¡Perdón, María! Novia triste, no me condenes
. Pero ni el poeta se toma por Job ni su amada es Yahvé. La perfidia del joven provinciano, que se aleja de la sencilla y preciosa María sin otro motivo que la estridencia de los trenes que pitan junto a su casa, nada tiene que ver con la tolerancia y abnegación del hombre castigado repetidamente por el destino. Al incorporar las palabras de Job a su propio discurso, López Velarde subraya, más que una semejanza, una diferencia radical entre su experiencia, por un lado, y la experiencia de los justos, héroes y prohombres de la memoria humana, por el otro.
La distancia que guarda López Velarde respecto a un libro tan grave, tremendo y respetable como el de Job se llama, por supuesto, ironía. Pero se trata de una ironía bastante peculiar, que no destaca por sus efectos humorísticos y sí, en cambio, por su compasiva serenidad. El poeta se percibe a sí mismo como un amante frívolo, capaz de repudiar a su amada sin verdaderos motivos, y al mismo tiempo sabe restaurado su prestigio gracias a los ojos inusitados
con que