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A 180 años de la fotografía en México. Un recuento
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A 180 años de la fotografía en México. Un recuento
Libro electrónico629 páginas10 horas

A 180 años de la fotografía en México. Un recuento

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Dividido en 3 partes, el libro aborda los siguientes temas: Luces y sombras primigenias, que abarca los primeros años; Un momento para la historia, reflexiona sobre métodos de análisis y, De la fotoquímica a los memes, un análisis de casos actuales.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 feb 2023
ISBN9786074179590
A 180 años de la fotografía en México. Un recuento
Autor

Rebeca Monroy Nasr

Rebeca Monroy Nasr. Profesora investigadora de la Dirección de Estudios Históricos del INAH desde enero de 1992, es autora de diez libros, entre los que destacan Con el deseo en la piel. Un episodio de fotografía documental a fines del siglo XX (UAM-Xochimilco, 2017) y María Teresa de Landa: una miss que no vio el universo (INAH, 2016), además de coordinadora de los libros Nota roja: lo anormal y lo criminal en la historia de México (INAH, 2018, con Gabriela Pulido), La imagen cruenta. A cien años de la Decena Trágica (INAH, 2017, con Samuel Villela) y Caminar entre fotones. Formas y estilos de la mirada documental (INAH, 2013, con Alberto del Castillo). Ha escrito más de sesenta ensayos en libros y un centenar y medio de artículos en revistas nacionales e internacionales. Es cocoordinadora de los seminarios La Mirada Documental (2008 a la fecha) y El Sabor de la Imagen (2009 a la fecha), cotutora de la línea de investigación Historia Social e Imagen (2009 a la fecha) y directora de la revista historias del DEH-INAH (2014 a la fecha). Ha recibido los premios Biblos 2017, de la colonia Libanesa; Cuartoscuro / Cámara de plata 2017, de la Revista y Agencia Cuartoscuro, y Clementina Díaz y de Ovando 2019, por su trayectoria en Historia social, cultural y de género, del INEHRM. Valeria Sánchez Michel. Es doctora en Historia por El Colegio de México y académica investigadora del Departamento de Arte de la Universidad Iberoamericana, donde imparte los cursos de Estudios Culturales e Historia y Fotografía. Publicó un libro sobre la historia del Centro de Enseñanza para Extranjeros, donde analizó el desarrollo institucional de la dependencia y su relación tanto con la UNAM como con el contexto nacional. Tiene varias publicaciones sobre los procesos políticos y arquitectónicos detrás de la construcción de la Ciudad Universitaria. Tiene experiencia como profesora de Historia de México y de Historia de Europa en diversas universidades del país. Ha escrito libros de texto y es la coordinadora nacional de la Olimpiada Mexicana de la Historia que la Academia Mexicana de Ciencias organiza cada año para promover la Historia entre los jóvenes del país.

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    A 180 años de la fotografía en México. Un recuento - Rebeca Monroy Nasr

    Imagen de portada

    A 180 años de la fotografía en México.

    Un recuento

    A 180 años de la fotografía en México.

    Un recuento

    Rebeca Monroy Nasr y Valeria Sánchez Michel (coords.)

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA

    UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA CIUDAD DE MÉXICO

    BIBLIOTECA FRANCISCO XAVIER CLAVIGERO

    D.R. © 2023 Universidad Iberoamericana, A.C.

    Prol. Paseo de la Reforma 880

    Col. Lomas de Santa Fe

    Ciudad de México

    01219

    publica@ibero.mx

    Versión electrónica: enero 2023

    ISBN: 978-607-417-959-0

    Prohibida la reproducción total o parcial por cualquier medio sin la autorización escrita del titular de los derechos patrimoniales.

    Hecho en México.

    Digitalización: Proyecto451

    Índice de contenido

    Portada

    Portadilla

    Legales

    Introducción

    Rebeca Monroy Nasr y Valeria Sánchez Michel

    PARTE UNO

    LUCES Y SOMBRAS PRIMIGENIAS

    Recuerdos y perspectivas sobre la fotohistoriografía en México

    Aurelio de los Reyes García-Rojas

    Los aparatos técnicos y su uso pre y posfotográfico

    Rebeca Monroy Nasr

    Claude-Joseph-Désiré Charnay (1828-1915) Nuevas miradas a su trabajo fotográfico a través de la prensa francesa

    Arturo Aguilar Ochoa

    De la exterioridad representada a la interioridad de una mirada

    Patricia Massé Zendejas

    PARTE DOS

    UN MOMENTO PARA LA REFLEXIÓN

    ¿Documento histórico? Tres fotografías para reflexionar

    Rosa Casanova

    El foto-documento y la historia social

    Daniel Escorza Rodríguez

    La compulsiva relación de los revolucionarios con la fotografía

    Carlos Martínez Assad

    Las posibilidades de la foto-microhistoria

    Samuel L. Villela Flores

    Un recordatorio para la fotohistoria del siglo XX

    José Antonio Rodríguez Ramírez

    PARTE TRES

    DE LA FOTOQUÍMICA A LOS MEMES

    Jimmy Hare, un fotógrafo de guerra en Veracruz

    Claudia Negrete Álvarez

    Alguna vez atesoradas, alguna vez olvidadas, o de cómo Armida Loaiza regresó a contarme su historia

    Gina Rodríguez Hernández

    Arquitectura y fotografía: una relación indisoluble en la Ciudad Universitaria de México al momento de su construcción

    Valeria Sánchez Michel

    Instrucciones para acercarse a la obra de Marco Antonio Cruz

    Alberto del Castillo Troncoso

    El retrato del poder en La Jornada. La mirada crítica de Elsa Medina hacia Carlos Salinas de Gortari y el destino de las imágenes fotoperiodísticas Marion Gautreau

    Las cicatrices del cuerpo. La fotografía analógica a diez años de la Declaración de Florencia

    Ariel Arnal

    Apuntes sobre la fotografía y los usos de la imagen en el siglo XXI

    Mayra Mendoza Avilés

    El meme o cómo revocar los muros del mundo virtual

    Sergio Raúl Arroyo

    Apuntes para una cronología de la fotografía en México, 1839-1997

    Rosa Casanova

    Sobre los autores

    Agradecimientos

    Las coordinadoras dedicamos el presente libro:

    a Nico y Dani

    a Juan y Camila

    por el amor con que nos sostienen.

    Introducción

    Rebeca Monroy Nasr

    Instituto Nacional de Antropología e Historia

    Valeria Sánchez Michel

    Universidad Iberoamericana Ciudad de México

    Han pasado 180 años del debut oficial de la fotografía en el mundo. El 19 de agosto de 1839 cambió de manera definitiva nuestra manera de mirar, registrar, observar, analizar, difundir y (res)guardar las imágenes. Louis-Jaques Mandé Daguerre perfeccionó las fórmulas que compartió y heredó de su colega Joseph Nicéphore Niépce, un investigador, químico y litógrafo que, desde 1822, creó una fórmula con betún de judea y sales de yodo que permitía aprehender y fijar la imagen formada en el interior de una cámara. En esos experimentos Niépce dejó toda su fortuna. Como se sabe, Daguerre, con su espíritu empresarial, dio a conocer su invento-descubrimiento en la Academia de las Ciencias en París, Francia, gracias a su amigo François Arago, diputado que pertenecía a la Academia, quien convenció a los demás miembros para que compraran la patente y le otorgaran al inventor una pensión vitalicia —que sólo disfrutó 12 años, hasta su muerte en 1851—, y además logró que se cediera la patente como un don universal, para que se pudiese usar y mejorar su calidad.(1)

    Sabemos que en el siglo XIX hubo otros que incursionaron con menor fortuna que Daguerre en la invención y descubrimiento de técnicas afines, pues carecieron del apoyo logístico, o bien de las condiciones objetivas para crearla y difundirla. Muchos de ellos han quedado en el olvido. Por ejemplo, es el caso del franco-brasileño Hercule Florence, quien logró hacer y fijar una primera fotografía en 1833, seis años antes que Daguerre, y cuya historia ha sido rescatada gracias a las investigaciones de Boris Kossoy.(2) Otro ejemplo es el investigador, científico, matemático y político inglés Henry Fox Talbot, quien es el verdadero padre de la fotografía multirreproducible. Talbot dio a conocer su talbotipo o calotipo en enero de 1840, pero no obtuvo la fama y la gloria de Daguerre por el celo y sumo cuidado que tuvo sobre su patente. Daguerre tiene, pues, un lugar destacado en la historia de la fotografía, pero no debemos dejar de reconocer los esfuerzos que otros realizaron: desde los alquimistas hasta los inventores, científicos, físicos, químicos, matemáticos e impresores que se preocuparon por obtener una imagen directa de la realidad a modo de espejo, como lo han señalado Rosa Casanova y Olivier Debroise.(3)

    Ese día de agosto de 1839 quedó sellado el encuentro del mundo occidental con la fotografía, aunque bien sabemos que no fueron años sino siglos los que tuvieron que pasar para encontrar la fórmula que presentara una imagen impresa sin que se deteriorara al momento; el proceso involucró diversas invenciones, desde la alquimia a la fotoquímica, para encontrar las emulsiones sensibles a la luz, con los reactivos químicos que permitiesen la estabilidad y la fijación de la imagen. También se necesitó el desarrollo de la óptica y las lentes adaptadas a las cámaras, junto con los aparatos con cientos de dispositivos diseñados para disparar primero en horas, luego en minutos, en segundos y finalmente en fracciones de segundo. Rebeca Monroy Nasr escribió en 1998 que tuvieron que transcurrir muchos siglos para el reencuentro de los elementos empíricos junto con los científicos para que se complementaran las condiciones objetivas y subjetivas que llevaran a la creación del objeto fotográfico, que hizo posible obtener imágenes dibujadas con luz.(4) Ahora que conmemoramos con este libro los 180 años de la fotografía no debemos perder esto de vista.

    Desde ese momento es innegable que la fotografía lo revolucionó todo: la forma de ver, captar, aprehender, analizar y preservar la imagen. Liberó a la pintura de las faenas engorrosas de imitar la realidad tangible y la llevó a un mundo de ensueño y abstracción de las formas. Llevó a diversas artes a cuestionarse su presencia y esencia. Llevó a la ciencia a profundidades inimaginables del mundo cósmico al microscópico. Ha colaborado con la industria, la publicidad, la educación, la política, la prensa y la vida cotidiana; en fin, no hay un ámbito en el que la fotografía no tenga presencia.

    En unos cuantos años —considerando otras manifestaciones plásticas— la fotografía ha tenido un desarrollo técnico, formal, temático, ideológico e icónico-discursivo muy veloz y particular. Actualmente, las cámaras digitales han permitido que las fotos tengan nuevos ámbitos, formas de creación, resolución y una velocidad en su circulación antes inimaginable.

    La fotohistoria: historia gráfica, historia de la mirada

    La historia de la fotografía en México tiene cada vez más presencia en los trabajos de estudiantes de licenciatura y posgrado, así como de investigadores de las humanidades y ciencias sociales.

    Los estudios sobre el tema se tardaron en iniciar de manera sistemática, pues habíamos dependido de las historias eurocentristas y estadounidenses para conocer su desarrollo. Nuestro querido maestro Carlos Jurado —quien ha dejado un enorme espacio con su ausencia— nos mostró con su trabajo pionero en 1974 un recuento maravilloso en el que recordaba la presencia de los griegos, los árabes y sus experimentos con Avicena y Adhojur —alter ego del mismo Jurado—; de los unicornios como elemento mágico-mítico indispensable en la aprehensión de las imágenes y las cámaras oscuras. Al mismo tiempo, nos señaló la necesidad de hacer la historia de la fotografía en tierra mexicana, para analizar y destacar que hemos tenido un desarrollo propio en estilos y formas de fotografiar, a pesar de la dependencia tecnológica que aún no hemos logrado superar.(5)

    La necesidad de recuperar nuestra historia de la fotografía comenzó a ser palpable con la aparición de diversos ensayos y ar­tículos pioneros como los publicados en la revista Artes Visuales (en su número 12 del año 1972), donde autores como Emma Cecilia García Krinsky, Keith McElroy y otros mostraron que la gran historia de la fotografía nos aguardaba para vernos y sabernos dentro de nuestros límites geográficos, históricos, plásticos y estilísticos, en comparación con aquello realizado muy fuera de nuestra cortina de nopal. Un punto focal ocurre en 1976 con la exposición y catálogo Imagen histórica de la fotografía en México (coordinado por Eugenia Meyer y un gran equipo de trabajo);(6) gracias a este esfuerzo pudimos advertir la importancia que tenían los acervos nacionales.

    La historia de la fotografía mexicana requería además adoptar un método particular de análisis, pues si bien podíamos partir de herramientas de la historia del arte, era importante analizar las fotos con una mirada propia que entendiera lo que habíamos generado y aportado en nuestro territorio, así como asomarnos a ver nuestras limitaciones, vínculos o desprendimientos visuales con respecto al resto del mundo. Los diversos estudios y enfoques que se han generado desde mediados del siglo XX hasta nuestros días han dado grandes frutos en materia de fotohistoria, historia gráfica, historia de la visualidad e historia de la mirada. Estos enfoques han convergido y se han enriquecido desde las perspectivas de la historia cultural, la historia de género, la historia de las mentalidades, la historia social y la historia de la vida cotidiana, entre muchas otras ramas que han hecho de la fotografía una fuente documental de primera mano.

    Al echar un vistazo a las más de 150 tesis realizadas en estos últimos años,(7) además de los grandes y puntuales estudios de los especialistas en la imagen, podemos notar que hemos encontrado macrotemas y microhistorias, desarrollado historias regionales, de vida, de generaciones estilísticas, de vanguardia y notables aportaciones en diferentes etapas del desarrollo de nuestra fotografía. Las fotos hechas en suelo mexicano han encontrado sus propios medios, discursos, lenguajes y gramáticas visuales puntuales. Eso sin contar la gran cantidad de libros de fotohistoria, historias gráficas, teoría fotográfica y aproximaciones por autor, obras, temas y géneros que se han desarrollado en los últimos años y que nos han enriquecido de manera clara. Hemos dado al mundo grandes libros, atractivos por sus contenidos e historias, muchas de ellas inéditas, y por los profesionales de la cámara que hemos logrado rescatar del polvo de la plata sobre gelatina para hacerlos visibles con un revelado de contextos, personajes, técnicas, géneros y generaciones.

    Después de todos estos estudios, seminarios, conferencias y textos, a 180 años de su creación, podemos decir con seguridad que la fotografía mexicana ha abrevado claramente de elementos que surgían de una realidad tangible, lo que redundó en una plástica y una estética particular, muchas veces compartida en formas y estilos con otros fotógrafos, y otras veces con un desarrollo particular y muy local, dadas las condiciones sociales, políticas, económicas y culturales de nuestro país. Por ejemplo, a diferencia de otras naciones latinoamericanas, México sostuvo durante una década una contienda armada, que incluso influyó en la forma en que se registraban las fotos en aquel momento e impactó en el desarrollo de nuestro fotoperiodismo.(8) Otro caso en el que se muestra el peso del contexto sobre las imágenes es el hecho de que, cuando los otros países de América Latina pasaron por férreas dictaduras, en México vivíamos la llamada dictablanda, lo cual implicó una manera totalmente diferente de contener los esfuerzos y castigar las afrentas, así como de buscar alternancias para el poder.(9) A partir de este entendimiento revisamos la trayectoria histórica de la fotografía en México.

    Al andar se hace camino: entre bromuros y pixeles

    El libro que tiene el lector en sus manos surge del deseo que han mostrado los alumnos de diferentes especialidades por saber sobre las metodologías, los conceptos y las formas de historiar que hemos recibido a lo largo de doce años en el Seminario de la Mirada Documental.(10) Los capítulos que hemos reunido nos permiten cubrir los siglos XIX y XX, reflexionar sobre el desarrollo de la fotohistoria, comprender los inicios de la fotografía, reconocer cómo ha ido transformándose la técnica y conocer algunas metodologías de investigación a partir de temas específicos. Así, hemos dividido el libro en tres partes. En la primera, Luces y sombras primigenias, se aborda un estado de la cuestión sobre cómo se ha desarrollado la investigación en torno a la fotografía y trabajos que tienen al centro sus primeros momentos. Un momento para la reflexión es la segunda parte del libro; en ella se analizan las posibilidades de estudio desde y con la fotografía; finalmente, la última parte, De la fotoquímica a los memes, está integrada por trabajos que presentan un panorama sobre temas y formas de investigación para comprender el devenir de la foto desde finales del siglo pasado hasta nuestros días.

    Este volumen quiere abrevar y presentar a algunos de los investigadores y estudiosos pioneros en diversas materias. Comenzamos la primera parte con un texto del doctor Aurelio de los Reyes titulado Recuerdos y perspectivas sobre la fotohistoriografía en México, en el que contextualiza los estudios de historia de la fotografía que se han emprendido en el país. Su análisis es fundamental porque él vivió y propuso este tipo de estudios desde antes de que se diera la fiebre actual, así que apenas es justo que abra el presente libro uno de los pioneros en proponer, orientar e impulsar a sus tesistas para profundizar en la fotohistoria nacional, desde el Instituto de Investigaciones Estéticas de la UNAM, así como al logro de publicar esas tesis con una gran calidad editorial. Su revisión es importante porque coloca cada estudio y generación de estudiosos en un lugar claro de la historiografía mexicana, de manera clara y sistemática, en medio de una narración personalizada que nos regala también diversos momentos de su vida.

    En ese mismo apartado, Rebeca Monroy Nasr indaga qué pasaba antes de la era de la fotografía y cómo se nutrió de otros aspectos técnicos desarrollados en esos años de inventos y experimentaciones varias, además de redescubrir cómo llegó a alojarse la imagen fija y a crearse la móvil en el camino, en el contexto de otras manifestaciones técnicas. En este capítulo el lector podrá asomarse a los aparatos técnicos usados en la era prefotográfica y precinematográfica, y notar sus advocaciones y presencias en la era de los contagios, es decir, cómo se trasminaba el conocimiento en vasos comunicantes para llegar al cine, la fotografía, el video y otras manifestaciones hasta la era digital.

    Para comprender mejor la foto del siglo XIX y cómo su circulación masiva aporta a su lectura incluimos el texto de Arturo Aguilar, quien revisita de manera muy grata al fotógrafo francés Désiré Charnay, pero ahora desde la perspectiva de cómo se presentó en la prensa gala su trabajo fotográfico realizado en suelo mexicano. Con este tipo de ensayos podemos constatar que un personaje, un tiempo, una época, pueden ser analizados desde diferentes perspectivas, lo cual enriquece de manera clara las labores realizadas. La multirreferencialidad enriquece los estudios y nos permite abrevarlos desde los más variados ángulos de análisis, pues nunca terminamos de revisitarlos.

    Enseguida la obra de Patricia Massé nos coloca frente a la metodología que siguió para llevar a cabo el abordaje de un personaje singular del siglo XIX. Es el caso de Antonio Azurmendi, un fotógrafo aficionado que trabajaba con un equipo muy profesional. La autora refiere las peripecias del archivo de Azurmendi, su contenido y la manera de abordarlo para lograr una profunda investigación que derivó en el análisis desde la perspectiva de la masonería y la historia de las mentalidades en el contexto social y cultural de esa época. La suya es una de las expresiones más claras de los caminos diversos que pueden tomar las imágenes si las sabemos cuestionar, observar y analizar.

    En la segunda parte del libro se abre un momento para la reflexión. Los estudios de Rosa Casanova, Daniel Escorza, Carlos Martínez Assad, Samuel Villela y José Antonio Rodríguez nos permiten acercarnos de manera más precisa a la fotohistoria para repensarla y analizarla desde diferentes perspectivas, a partir de y con la imagen misma.

    Rosa Casanova es una de las pioneras en los estudios de fotografía en México, pues desde muy joven elaboró propuestas que ahora son fundamentales para encontrar respuestas visuales en el pasado. De su mano revisaremos tres fotografías que nos hacen cuestionar el origen, el uso social y la información contenida en una imagen. Ella analiza el primer daguerrotipo de guerra que se conoce hasta ahora en México, tomado en 1847, y presenta de manera puntual los diferentes estados, momentos y formas historiográficas de su uso. Después, se detiene en el retrato del general Felipe Berriozábal, en el momento de ser galardonado in situ. En este caso, la técnica del ambrotipo es complementada por los retratos carte-de-visite que se mandó hacer el general y se encuentran en el mismo archivo, en un ejercicio para encontrar el contexto, origen y usos sociales de la imagen, tal vez en el sitio de Puebla de 1862. Finalmente, analiza también una imagen de Francisco I. Madero cuando descendió del Castillo de Chapultepec y cabalgó hacia el Zócalo capitalino en plena Decena Trágica, sin advertir los terribles acontecimientos que seguirían. Con estas imágenes, refiere la autora, se dan indicios de una memoria visual colectiva en nuestro país.

    Daniel Escorza cuestiona en su ensayo el término fotografía documental. Al hacerlo, pone en tela de juicio si no toda la fotografía es histórica, o bien, si no toda la fotografía es documental, pues brinda un nivel de información sea cual sea su origen y uso social primigenio. Encuentra ejemplos claros de imágenes del Archivo Casasola en donde sobresalen algunas líneas de investigación y de análisis que nos permiten adentrarnos con suma precisión en las profundidades visuales. Su capítulo es un atento llamado a la reflexión desde la consistencia del trabajo cotidiano con los archivos, los materiales hemerográficos, la historia dura y la historia gráfica que complementa de manera afortunada el investigador de la Fototeca Nacional.

    El texto del investigador de la imagen fija y móvil Carlos Martínez Assad es sustancial para comprender de qué manera se entrelazan el cine y la fotografía en los años revolucionarios y los que siguieron. En una imagen panorámica, exaltando eventos y hechos determinantes en nuestra vida nacional, el autor se concentra en la manera en que los fotógrafos se dedicaron a captar ciertas imágenes y los cinefotógrafos orientaron sus cámaras al pleno vuelo para la filmación. Para unos y otros no era tarea fácil; de ello nos damos cuenta en las filmaciones que los muestran corriendo entre las patas de los caballos cuando entraron Villa y Zapata a la Ciudad de México, imágenes relatadas en el texto que cuestionan la geografía de su identidad, no cuestionada por diversos autores que las han usado como documentos históricos del evento. Así, con las fotografías fijas, los stills de películas y las escenas móviles, el análisis nos dará grandes haces de luz sobre las formas en que fueron captadas las escenas. Posadas o no, arregladas o espontáneas, todas ellas corresponden al uso claro de la imagen donde se forjaron los jefes, héroes y caudillos —como los llamara Flora Lara Klahr—, las cuales el investigador de larga experiencia en las ciencias sociales cuestiona a fondo.

    Samuel Villela, quien ha trabajado la microhistoria de manera contundente y clara, sobre todo en el estado de Guerrero, ha rescatado fotógrafos destacadísimos como la familia Salmerón o Sara Castrejón, fotógrafa de la Revolución. El autor ha documentado los diversos estudios de la microhistoria, la historia matria, la historia regional o la historia de los sentimientos de la nación evocada a partir de la fotografía. Con esta sólida visión presenta de manera sistemática los diversos estudios de la historia regional que ha encontrado en su camino de la investigación hasta fechas muy recientes. El suyo es el enfoque de un antropólogo convertido en historiador de la fotografía, y en ello radica su gran valor.

    Finalmente, esta segunda parte la cierra un texto de José Antonio Rodríguez, una emotiva crónica de aquel primigenio coloquio de fotografía realizado en el Museo de Antropología en el año de 1991 bajo el nombre de Reflexión sobre la imagen. Encuentro para el análisis de la investigación sobre la fotografía en México. Leerlo es marcar una pausa en el camino, recordar los personajes que se asomaban a la palestra de la historia de la fotografía y de la relación entre historia y fotografía: figuras sustanciales de este andamiaje como Claudia Canales, Aurelio de los Reyes, Carlos Martínez Assad, John Mraz, Ricardo Pérez Montfort, Antonio Saborit, Alejandro Castellanos, Eleazar López Zamora, Octavio Hernández y Samuel Villela. Ahí estamos también todos aquellos que asomábamos la nariz para ver los caminos que se tomaban en ese momento en pos de reconstruir nuestra fotohistoria. En ese encuentro estuvo uno de los pioneros de la crítica fotográfica, don Antonio Rodríguez, el portugués, quien con su sombrero café de fieltro a cuestas, su elegante traje y zapatos bien boleados a la usanza de los caballeros de los años cincuenta comentaba sobre aquella magna exposición en Bellas Artes en 1947, Palpitaciones de la vida nacional. El recuento de José Antonio bien vale la pena porque muestra cómo empezamos, qué hicimos, qué deseábamos trazar y cómo más de uno ha persistido en el camino; por ejemplo, en este libro. Ahora, ante su lamentable ausencia, este texto cobra mayor importancia.

    En la tercera y última parte De la fotoquímica a los memes, los trabajos nos permiten adentrarnos en distintas formas de abordar la foto, de analizar las imágenes por su papel tanto en el ámbito familiar como en lo documental y en la prensa.

    Abre este apartado un texto de Claudia Negrete, quien presenta una mirada diferente ante la invasión norteamericana a Veracruz en el año de 1914, bajo la lente del fotógrafo estadounidense Jimmy Hare y las imágenes que captó mientras estuvieron los marinos en el puerto jarocho. La investigadora trae a cuenta fotografías que revelan la alteración en la vida cotidiana que se libró durante días en el lugar y sus secuelas visuales, que se difundieron incluso en la prensa internacional. Un singular momento en el que la labor del fotógrafo se destaca no sólo por su experiencia en eventos bélicos anteriores, sino por su manera de acercarse a los sujetos y captar a soldados de ambos bandos. Aunado a ello, se analiza desde el marco de la historia gráfica la puesta en página en los diarios publicados del otro lado del Río Bravo.

    Seguimos con el ensayo de la investigadora Gina Rodríguez, quien nos mueve a conocer la manera de acercarse a un fondo totalmente nuevo: el archivo familiar de Armida Loaiza, en donde contaba con las imágenes, pero también con muy pocos datos y metadatos, y con referencias diluidas y perdidas en el tiempo y espacio. La investigadora nos muestra la capacidad de repensar las imágenes y trabajar con escasa información. Así, su texto nos permite penetrar en el ámbito familiar y cultural de una época, gracias a la fotografía y el enlace con múltiples fuentes de información que fueron dándole pistas para reencontrar nombres, fechas, personajes y situaciones que dieron salida al material visual que la fortuna le puso enfrente.

    Para la investigadora Valeria Sánchez Michel la arquitectura y la fotografía mantienen una relación indisoluble, pues considera que la arquitectura de la innovadora Ciudad Universitaria en la Ciudad de México logró mayor presencia y difusión gracias al registro fotográfico realizado para publicaciones oficiales, periódicos y publicidad. La autora analiza en qué medida la fotografía contribuyó a crear una manera de ver la arquitectura. Para ello examina el proyecto y las distintas etapas constructivas del espacio universitario en los años cincuenta, con todo y los conflictos internos entre constructores y arquitectos, y se concentra en entender la mirada del proyecto y brindar un análisis sobre la importancia que tuvo la fotografía en la construcción de la obra y como parte del registro arquitectónico, así como en su divulgación e institucionalización, a la vez que considera su importancia en el proceso de configuración de la identidad y la memoria en torno a esa zona.

    Por su parte, Alberto del Castillo nos permite encontrarnos con uno de los exponentes más claros del fotoperiodismo mexicano: Marco Antonio Cruz, con quien ha trabajado asiduamente en la reconstrucción de su obra y sus andares gráficos y fotográficos. Estas instrucciones para comprender su obra colocan a Cruz como parte de una generación constructora del nuevo fotoperiodismo mexicano, una segunda generación de fotógrafos transformadores de la imagen periodística en el país. En este ensayo podemos acceder a temas como el armado de la imagen desde la perspectiva de quien ha sido uno de los más estimados fotoperiodistas y documentalistas del siglo XX, en un análisis diacrónico y sincrónico. El investigador aborda su formación y educación universitaria en las lides de la plástica artística, lo que le permitió incidir en diversos ámbitos como la caricatura, el diseño y la edición, terrenos que formaron parte fundamental de su educación visual que incidirían en su trabajo fotográfico. El texto muestra cómo en el último tercio del siglo XX los reporteros de la lente realizaron una importante aportación al periodismo nacional e internacional, pero también al ámbito en el que trabajaban los grandes exponentes de la fotografía, con un alto grado de esteticismo y un documentalismo sin igual.

    Marion Gautreau presenta una reflexión en torno a lo que significan los conceptos de fotografía documental, fotografía de prensa, fotoensayo y fotorreportaje, y realiza comparaciones de estos ámbitos con el mundo europeo, en particular el galo. El ejercicio permite buscar definiciones propias de nuestra historia nacional, no sustraídas sino acotadas a la propia realidad de un México que vivió una revolución y un sistema de acuerdos fotográficos en la era posterior. La autora parte del análisis de la obra de Elsa Medina para reencontrarnos con el significado del nuevo fotoperiodismo mexicano, término acuñado por John Mraz que vino a definir un nuevo rumbo en la fotografía de prensa en nuestro país. En el trabajo de Medina se observa el significado profundo del quehacer fotodocumental, de las formas y sentidos, del no uso de la doble cámara sino de una sola que buscaba satisfacer los intereses de un diario de izquierda y conjugar los propios desde la tribuna de la honestidad profesional de la fotógrafa, ante una línea periodística que procuraba no atacar de frente ni cuestionar demasiado la figura del presidente. En ejemplos de trabajos fotográficos sobre Carlos Salinas de Gortari encuentra Marion Gautreau claves para mostrar lo que ocurre cuando el fotoperiodismo y el fotodocumentalismo se encuentran y distancian, dependiendo de los tiempos, los usos sociales y los intereses de la fotógrafa y de los editores y redactores del diario en la época del priismo más preclaro.

    Ante las nuevas formas y mediaciones de comunicación con las que hoy convivimos, el historiador Ariel Arnal nos pone ante el dilema de detectar, analizar, registrar y trabajar con estas nuevas manifestaciones generadas ya al declinar el siglo XX; planteando la necesidad de pensar y repensar la fotografía como práctica y discurso visual. Para ello analiza los planteamientos de la Declaración de Florencia, que vino a desmontar las figuras tradicionales y a proponer nuevos modos de abordaje para dar un sitio especial en la agenda mundial a la cultura. Su análisis puntual consigna los cambios necesarios entre las distintas manifestaciones tecnológicas de la cultura visual, desde la fotografía tradicional con todas las clases de soportes y formatos creados a lo largo de los siglos XIX y XX, hasta el uso de la fotografía digital, que se convierte, según el autor, en otra materia diferente de estudio. Es así, que nos da líneas claras para comprender, analizar y valorar las millones de imágenes creadas actualmente de manera cotidiana. Arnal nos sumerge en la semántica y los principios ontológicos de la fotografía con la Declaración de Florencia. Son ahora diferentes las formas con resultados semejantes y, sin embargo, disímbolos. Es aquí donde se propone un nuevo modo de ver, como diría John Berger, de observar y analizar las diversas y muy nuevas fuentes visuales. Para el investigador, encontramos una fosa, un cementerio visual debido a la no aureática creación y simulación de imágenes.

    Gracias a este puente funcional semiótico discursivo y visual, el ensayo de Mayra Mendoza cobra vida entre los granos de plata y la era digital. La investigadora tiene una gran experiencia en archivos argénticos y, por ello, es una de las personas más documentadas al respecto; pero además tiene una gran habilidad con las redes y las usa de manera clara y constante, lo que le permite encontrar una serie de elementos conceptuales y analíticos. Argumenta de manera clara y contundente las diferentes vetas por donde se han insertado las imágenes a partir de las redes sociales; señala sus usos, consecuencias, profundidades y superficialidades al acercarse a diversos autores que trabajan las formas digitales, enmarcando el fotoperiodismo frente al fotodocumentalismo con linderos diversos en sus orígenes de uso y concepción. Así también nos sumerge en el mundo de las selfies, los temas trabajados por los instagrameros y la invasora inmediatez cotidiana de todas estas fuentes. La pregunta final que plantea refleja el deseo de una continuidad, de la descendencia visual a la que todos estamos acostumbrados y que tal vez aún merecemos.

    El antropólogo Sergio Raúl Arroyo cierra el volumen con un ensayo reflexivo, punzante y sólido. Él mismo lo define como […] un breve trabajo que aspira a encontrar continuidad y controversia –como puede serlo en general este libro, ya que no es el deseo hacer una expresión totalitaria ni absoluta, sino que tan sólo se desea aproximarse a las respuestas que otros han identificado–, y nos deja ver su larga experiencia en el mundo de las imágenes y los conceptos. Al profundizar sobre la existencia del meme en nuestra vida cotidiana y no tan cotidiana, se acerca a su carga de estímulos, preferencias, conexiones, orígenes y desarrollo. Su reflexión representa una visión fuera de serie, pues pocos estudiosos han tomado tan en cuenta sus posibilidades y consecuencias, analizándolo en cuanto discurso disruptivo o alineado, y desde la lectura sarcástica que permite la fractura de las imágenes. Encontrar las aristas y posibilidades del meme para esta generación y las futuras, es el aliento que parece entronar este discurso marcadamente profundo, brutal en sus concepciones, en sus premuras por la rapidez e inmediatez del medio, en sus profundidades marinas que parecen arrancar la conciencia misma del que lo vive, lo lee, lo disfruta, lo alerta o aletarga. Es un texto disfrutable y erudito, con el que pone el dedo en la llaga con su emplazamiento a la postura de lo que el futuro y las nuevas tecnologías nos deparan, y en donde la fotografía sigue, por lo pronto, siendo una actriz principal en el reparto de la escena.

    El libro se cierra con los apuntes para una cronología de la fotografía en México preparados por Rosa Casanova, que permiten que cualquier interesado en incursionar en la fotohistoria tenga un referente del cual partir. Casanova ha trabajado por largos años esta cronología y ahora permite acceder a su recolección afanosa y puntual que parte desde el momento en que llegó la fotografía a suelo mexicano en diciembre de 1839 hasta 1997, cuando surge la primera revista publicada por el INAH en materia fotográfica: Alquimia. Revista del Sistema Nacional de Fototecas. El texto es ahora un referente obligado para los estudiosos que deseen conocer más a fondo la historia de la fotografía en nuestro país.

    A 180 años de la llegada de la fotografía a México, hay hoy diversas veredas trabajadas por investigadores, especialistas y estudiosos de las imágenes que dan cuenta de una gran variedad de universos fotográficos, a partir de las cuales se abrirán nuevos recorridos y caminos por andar. Lo que leemos en estas páginas es sólo un pequeño cosmos de los que veremos en años venideros. Hasta ahora son sólo 180 años, y faltan muchos más por venir, con otras diversas y cambiantes formas de hacer y estudiar la fotografía.

    Tenemos hoy la convicción de que los estudiosos mexicanos han aportado grandes notas a la historia de la fotografía, la historia gráfica, la historia visual, la historia de las mentalidades, de género, de la mujer, de la vida cotidiana y de muchos otros rubros que son parte de la historia social, política y cultural de este país lleno de mosaicos ricos en imágenes. Estos estudiosos y muchos otros más han alimentado, profundizado y generado nuevas visiones con viejas y novísimas imágenes. Además, contamos ya con una nueva generación de estudiosos cargados de ideas, metodologías y conceptos renovados para sus estudios. Para ellos va dedicado este trabajo de aproximación y festejo por la presencia de la fotografía en nuestras vidas.

    Es importante señalar la ausencia en este volumen de las letras cuidadosas de Claudia Canales, Miguel Ángel Berumen, Laura Castañeda, Carlos Córdova, Deborah Dorotinsky, Laura González, Arturo Guevara, Francisco Montellano, John Mraz, Alfonso Morales, Ricardo Pérez Montfort, Ernesto Peñaloza o Iván Ruiz, entre otros, quienes pertenecen a la primera y segunda generación de estudiosos del tema que nos ocupa. Las (sin)razones por las que no participaron fueron absolutamente lejanas a nuestras posibilidades o las de ellos mismos: a veces por las sobrecargas de trabajo o ausencias, incluso por las limitaciones organizacionales. Eso no implica que no se extrañen sus pergeños entre nosotros; ya saldaremos la deuda en otra ocasión. También extrañamos el trabajo de algunos otros colegas más jóvenes que merecen su propio espacio como Gustavo Amézaga, Yanira Álvarez, Manuel Armenta Muñoz, Arturo Ávila Cano, Nidia Balcázar Gómez, Raquel Castillo Navarro, Ángel Chávez Mancilla, David Fajardo Tapia, Patricia García Banda, Oralia García Cárdenas, Mauricio García Arévalo, Sayil Ibarra Templos, Grecia Jurado Azuara, Brenda Ledesma, Mariana Mejía Villagarcia, Acacia Maldonado, Kenny Molina, Mónica Morales Flores, Lilian Nava Diosdado, Isaura Oseguera Pizaña, Raúl Pérez Alvarado, Claudia Pretelin Ríos, Susana Rodríguez Aguilar o Mayra Uribe Eguiluz, entre muchos otros que ya están en curso su tesis o ya se han graduado bajo nuestras tutorías y que han desarrollado temas profundos de fotohistoria, así como de otros jóvenes alumnos, quienes realizan sus labores de investigación y que espero nos disculpen por no poder mencionarlos, y a los que les hemos dedicado los seminarios profesionales y algunos otros espacios editoriales.(11)

    Por lo pronto, nos adherimos a lo que señala Laura González: Hoy la fotografía existe —más que nunca—, pero transformada en sus procesos, sus prácticas y sus funciones. El tránsito entre una fotografía (la analógica) [fotoquímica o argéntica] y otra fotografía (la imagen digital y electrónica) ha sido tan rápido que apenas comprendemos la lógica de su transformación.(12)

    La fotografía convive con la posibilidad de apropiación, o bien de partir de una realidad compartida, a modo de espejo o presencia sublime creada a imagen y semejanza de la realidad circundante, que puede ser falsa, inadecuada, militante, poética, fáctica, semántica, o sencillamente imagen de una realidad compuesta por el hombre con la máquina, el aparato, la cámara análoga o digital, el celular, la tableta o cualquier otro aparato que aparezca y se use con la mano y el ojo de su creador. Es cierto: todos somos creadores de imágenes; pero no todos somos fotógrafos. La fotografía es una profesión dura, inclemente, que requiere esfuerzo, aprendizaje y creatividad. No podemos demeritar la tarea de nuestros colegas que tantos años ha llevado enmarcar, delimitar y valorar. No todo el que usa una pluma, una máquina de escribir o una computadora es poeta; todos podemos escribir, y de hecho lo hacemos sin ser literatos, historiadores o novelistas, aunque sí podemos ser simplemente muy buenos escribanos. En forma similar, contamos con imágenes creadas por los aficionados con grandes herramientas tecnológicas y digitales, los diletantes, los suertudos, los que cazan imágenes, los que están en el momento y el lugar correcto. Pero no debemos dejar de valorar a los profesionales entrenados, esos trabajadores de la lente que saben previsualizar, prevenir, colocarse, elegir el ángulo y la composición, y saben cuándo, cómo y dónde disparar. Porque, aunque sea a través de un sencillo celular, ahí está el ojo entrenado y educado del autor profesional, es ese ojo insomne que nunca duerme, como lo señala Cardoza y Aragón; el que es capaz de mirar lo mirado, como afirmaba Octavio Paz.

    Sea, pues, a las puertas de una nueva década, justo con los renovados años veinte del siglo XXI, que trabajemos en pos de continuar la investigación, sustentando las certezas, acotados por otras fuentes visuales, escritas y orales -todas las necesarias-, armados con nuevas y viejas herramientas que permitan continuar la fotohistoria, la cual ahora se enlaza con un mundo aparatoso de imágenes. En ello también está el esfuerzo del historiador de la fotografía: en delimitar, concretar y considerar su grupo documental en estudio, como toda investigación histórica que puede convertirse en avasalladora.

    Así, este libro debe considerarse un esfuerzo por repensar lo que ha pasado con la fotografía que se ha producido bajo el cielo mexicano con cámaras y miradas propias y ajenas, por ponerlo en la balanza de la historia y la fotohistoria. Aquí buscamos recuperar diversos planteamientos, metodologías y formas de análisis que se han ido concretando con los años. El lector encontrará historias que se escriben con luz, pero también descubrirá que hay sombras, incertidumbres y muchas vetas que faltan por trabajar. Con este libro queremos poner un granito de plata sobre gelatina, un píxel más, que dé luz, mucha más luz, para comprender estos 180

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