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Breve historia del cine chileno: Desde sus orígenes hasta nuestros días
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Libro electrónico345 páginas4 horas

Breve historia del cine chileno: Desde sus orígenes hasta nuestros días

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La Breve historia del cine chileno es una crónica de los ciento doce años de vida de la cinematografía nacional, contados desde sus titubeantes pasos iniciales de fines del siglo diecinueve hasta nuestros días. El libro da cuenta en forma documentada y prolija de las alzas y caídas de una trayectoria que a lo largo del siglo veinte ha vivido notables períodos de auge y amargos paréntesis de desesperanzas y fracasos, alcanzando solo en los años más recientes –en particular la primera década del nuevo siglo– un desarrollo continuo y estable. Nuestro cine es hoy una realidad madura y prestigiosa: como nunca antes, la producción se apoya en directores y técnicos altamente calificados. Cuenta además con amplios planteles de sobresalientes actrices y actores, en tanto que películas chilenas adquieren reconocimiento nacional e internacional, posicionándose en forma destacada en importantes festivales de diferentes países. Escrito con un estilo accesible y ameno, el libro está dirigido a un amplio público de lectores, procurando cumplir una función informativa que satisfaga el interés por conocer, en el año del Bicentenario, los datos esenciales del desarrollo de un importante capítulo de nuestra historia cultural.
IdiomaEspañol
EditorialLOM Ediciones
Fecha de lanzamiento25 jun 2010
ISBN9789560001528
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    Breve historia del cine chileno - Jacqueline Mouesca; Carlos Orellana

    ilustraciones

    Agradecimientos

    A todos los autores cuya obra

    ha representado un aporte y acicate

    en la escritura de nuestro trabajo.

    A Eliana Jara, por su ejemplar devoción

    como investigadora del cine mudo nacional,

    dominio en el cual es hoy,

    en Chile, referencia obligatoria.

    A Ernesto Muñoz, incansable rastreador

    de viejos testimonios fotográficos de nuestro cine,

    parte de los cuales se reproducen en este libro

    gracias a su generosidad.

    A Sergio Salinas (+) que siempre nos alentó;

    a Ignacio Aliaga, Edgardo Viereck, Pedro Chaskel,

    Alfredo Barría, David Vera-Meiggs, Carmen Brito,

    José Román, Luis Alberto Mansilla, Antonella Estévez,

    Juan Andrés Piña, Luis Felipe Horta y Gabriel Cea,

    por su apoyo y amistad;

    y a Hernán Soto, por su sabio y constante estímulo.

    Nuestro homenaje, en fin, a la Cineteca Nacional,

    por su notable contribución al rescate, conservación

    y difusión de nuestro patrimonio fílmico, área de

    nuestra cultura nacional tanto tiempo desdeñada.

    Y a la renacida Cineteca de la Universidad

    de Chile, por su labor de recuperación de antiguas

    películas nacionales

    y una importante línea

    de proyectos en desarrollo.

    Presentación

    Esta es solo una Breve historia, una crónica de lo que han sido los ciento doce años de vida del cine chileno, contados desde sus titubeantes pasos iniciales de fines del siglo diecinueve hasta nuestros días, en que nuestra cinematografía procura otra vez, como lo ha intentado antes en varias ocasiones, convertirse en una industria continua y estable.

    Nuestro libro no es exactamente lo que podría llamarse una Historia, porque no aspira a ser exhaustiva ni pretende tampoco llegar hasta el fondo en el análisis de todos los aspectos que conforman la compleja malla de la cinematografía de un país. Es, dicho sin falsa modestia, una ambiciosa obra de difusión pensada para un público letrado amplio, ajena a todo afán de atraer a los especialistas o a los devotos de la academia. Ya vendrán otros libros y otros autores a cubrir la tarea de satisfacer esas apetencias. Mientras tanto, este volumen es de todas maneras, después de mucho tiempo, la primera tentativa de entregar un resumen histórico global de nuestra cinematografía. Han pasado casi cuarenta años desde que se publicara un libro con propósitos similares: la muy escueta Historia del cine chileno, escrita por Carlos Ossa Coo y publicada en la popular colección Nosotros los chilenos por la Editorial Quimantú en 1971. Su contenido, por lo lejano en el tiempo, no sirve sino de modo muy parcial el interés que puedan manifestar los lectores de hoy. Hay otro título que aunque se denomina también Historia del cine chileno, está muy lejos de serlo. Publicada por Mario Godoy Quezada en 1966, es en verdad sobre todo solo una recopilación de los artículos publicados por el autor durante sus años como colaborador de la revista Ecran. Son, por lo tanto, únicamente visiones dispersas de aspectos fragmentarios del tema. Carece de organicidad, y su mayor atractivo radica en el desordenado pero abundante y entretenido anecdotario. Aparte de estos dos títulos, hay numerosos otros libros de data más o menos reciente que abordan también el tema de nuestro cine; pero desde ángulos solo parciales, dedicados en general a autores, períodos específicos, géneros o movimientos.

    Nuestra Breve historia es, en estricto rigor, una síntesis de todo este material existente. Hemos aprovechado extensamente, por ejemplo, la información contenida en la obra de Eliana Jara Donoso, sobre todo su Cine mudo chileno, fundamental para conocer la producción cinematográfica del período. Películas chilenas, de Julio López Navarro, es esencial, a su vez, para reconstruir el itinerario del largometraje de ficción a partir del estreno de la primera película sonora nacional, en 1934. Particular interés tiene, por la dificultad de rastreo en otras fuentes, la ordenada y prolija información que contiene sobre la producción de las décadas del 40 y del 50. De utilidad ha sido también para nosotros, el reciente libro de Roberto Trejo, que analiza el crucial tema de la distribución y otros aspectos económicos de nuestra industria fílmica, cuestiones nunca abordadas antes por otros investigadores nacionales. Hemos aprovechado, además, los libros de Alicia Vega y los numerosos títulos y volúmenes monográficos dedicados al cine chileno más cercano, la mayoría de aparición bastante reciente. El tema de nuestra cinematografía, relativamente ausente durante un largo tiempo de la preocupación de críticos y estudiosos, fue surgiendo en forma paulatina en el período de la transición política a la democracia, conforme el cine nacional emergía como una realidad plausible, dando origen a la publicación de no pocos libros y a un explosivo aumento del número de trabajos de investigación preparados en las aulas universitarias.

    En esta obra hay también, como es de imaginar, una cuota no menor de investigación propia de sus autores, y por supuesto, un aprovechamiento más o menos extenso de los materiales contenidos en varios de los volúmenes publicados con anterioridad por la coautora del presente trabajo.

    La conmemoración del Bicentenario de la Independencia de Chile es un importante acicate para relevar de mil maneras todo lo relacionado con aquello que llamamos identidad nacional. La historia cultural de nuestro país aparece como capítulo fundamental en este empeño, y nuestro libro tiene la ambición de formar parte del privilegiado plantel que ilustre para el gran público una de sus ramas. El cine, como la literatura, la pintura, la música y otras disciplinas es, después de todo, componente y testimonio de nuestra creatividad, y recapitular su historia aparece como una necesidad no menor.

    Los autores

    Santiago, enero de 2010

    Capítulo I

    Los comienzos

    1

    El cine, que en sus comienzos no tenía una atracción mayor que la de otros espectáculos propios de las barracas de feria, es sin embargo uno de los grandes inventos del siglo XIX, aunque la magnitud de su impacto en la sociedad solo se logrará apreciar en la centuria siguiente.

    El siglo XIX es un período histórico que en la memoria colectiva aparece como el siglo de la expansión colonial, las conquistas y las guerras, los viajes y la exploración de los más recónditos rincones del planeta. Es también la era del gran salto en el progreso científico y tecnológico; y como consecuencia, de los inventos. Uno de éstos es la fotografía, inventada en las primeras décadas del siglo y que, hacia el final de éste, daría como culminación el nacimiento del cine. Como todos los otros productos del ingenio humano, el cine es el resultado de un encadenamiento de procesos que se remonta en sus orígenes a períodos lejanos, comenzando por la cámara oscura, que se desarrolla en el siglo XVI, y la linterna mágica del siglo siguiente, antepasados remotos de la fotografía, que da sus primeros pasos en 1827 con Niepce y el inglés Talbot en 1834, y culminan en una primera etapa con el daguerrotipo, creado por Louis Daguerre en 1839. Paralelamente, diversos científicos trabajan, por una parte, en el plano de la proyección de las imágenes, creando linternas mágicas cada vez más sofisticadas, y por otra, en aparatos que se apoyan en la persistencia retiniana, principio que explica que "la ilusión de movimiento en el cine se basa en la inercia de la visión, que hace que las imágenes proyectadas durante una fracción de segundo en la pantalla no se borren instantáneamente de la retina" (Roman Gubern, Historia del cine). Apoyados en este principio, surgen el Phenakistiscopio, ideado por Plateau (1833) y el Zoótropo, de Horner (1834), un cilindro giratorio que produce ilusión de movimiento en los dibujos que lleva dentro; y diferentes otros inventos que se perfeccionan con la proyección de imágenes móviles basadas en fotografías (Muybridge, 1881), o bandas transparentes pintadas a mano que relatan una historia: las célebres pantomimas luminosas, presentadas en 1892 por Reynaud, a partir del Praxinoscopio, inventado por él en 1877. Finalmente se logra, en 1895 y 1896, una síntesis entre esas tres instancias científicas: el invento y desarrollo de la fotografía, sus posibilidades de ser proyectada y el apoyo que la proyección consigue en la persistencia retiniana, gracias al Theatrograph, de Robert W. Paul, el Bioscopio, de los alemanes Max y Emil Skladanowski, el Vitascope, del norteamericano Tomas Alva Edison, y el Cinematógrafo, de Louis y Auguste Lumière. Todos operaban con películas, pero es el aparato de los franceses el que se lleva las palmas, porque es el único que resuelve el doble problema de la filmación de hechos y su proyección posterior al público. Esto último es lo que hacen los Lumière el 28 de diciembre de 1895 en el Salón Indio del Gran Café, Boulevard des Capucines Nº 14, en París, fecha y lugar citados como inaugurales desde entonces en infinidad de publicaciones. Se fijan allí las actas de nacimiento del cine, el arte que habría de revolucionar de manera demoledora los hábitos recreativos y el imaginario colectivo humanos en el siglo siguiente. Había llegado para ensanchar el horizonte visual del hombre, democratizando su cultura en este dominio, al crear "una civilización de la imagen para las masas" (Gubern).

    El éxito fue fulminante, y los hermanos Lumière se pasearon por el mundo conmoviendo a las multitudes dondequiera que mostraban sus películas. En un país tan lejano como el nuestro, menos de un año después, el día 26 de agosto, se realiza en Santiago la primera proyección pública del Cinematógrafo Lumière, mostrando las mismas películas exhibidas ocho meses antes en París: Salida de los obreros de la fábrica, Llegada del tren a La Ciotat, El regador regado, Demolición y reconstrucción de un muro, etcétera, provocando en el público el mismo asombro y la misma fascinación que vivieron los parisienses. Al día siguiente, el diario El Ferrocarril da cuenta del hecho en una crónica que por su memorable connotación, ha sido reproducida en no pocas ocasiones entre nosotros. Dice entre otras cosas lo siguiente: Ante un numeroso concurso de damas y caballeros se estrenó en la tarde de ayer en el salón lateral del Teatro Unión Central el sorprendente aparato conocido con el nombre de Cinematógrafo (…) A primera vista se diría que aquello es solo una pantalla en que se reproducen imágenes y personajes, pero no bien empieza a funcionar el Cinematógrafo cuando se apodera del espectador la más extraña sensación de movimiento, de luz y de vida que lo transporta como por arte de magia a las más rápidas, interesantes y variadas escenas de la vida real. En menos de una hora pasaron ante la vista del público (…) veinte escenas del más perfecto realismo en que solo faltaban el ruido y los matices del color para que la ilusión fuera completa. Más adelante, sin disimular su entusiasmo, el cronista reitera: La ilusión que produce el Cinematógrafo es perfecta, es en realidad la prolongación de la vida.

    Al igual que en Chile, ese año se realizan proyecciones en México, Argentina, Uruguay y en la mayoría de los otros países latinoamericanos, y repitiendo la experiencia que se vivirá en algunos de ellos, surgen los pioneros que intentan seguir las aguas de los Lumière realizando las primeras cintas documentales, que siguen todas, en general, el mismo patrón, repitiendo el esquema de las salidas y las llegadas y de otros temas similares a los de los inventores franceses. Durante un largo tiempo, se ha sostenido que en Chile la primera muestra de cine nacional, era la que se conoció en una exhibición realizada el 26 de mayo de 1902 en el Teatro Odeón de Valparaíso. Se proyectó entonces una película de poco más de dos minutos de duración, Ejercicio general de bombas, que comprendía varias vistas: Desfiles de las compañías por la Plaza Aníbal Pinto, Competencia de los grifos, Ejercicios de escalera. La pirámide y Bautizo de la 11ª Compañía, según informó el diario El Mercurio, citado por Alicia Vega en su libro Itinerario del cine documental chileno. La realización de la cinta estuvo a cargo de la empresa Pont & Trías, propietaria de la American Biograph, y el operador de cámara fue el ingeniero Eduardo Howley, según precisa Eliana Jara en su artículo ¿Cien años de cine chileno? (Revista Patrimonio Cultural, Año VII. Nº 25, Dibam, Santiago, 2002). En rigor, dos años antes, el 19 de agosto de 1900, según pudo la misma investigadora establecerlo revisando una crónica del diario La Ley, de Santiago, se había exhibido en el Teatro Olimpo de la capital Carreras en Viña del Mar, cinta de la que no hay ninguna otra noticia. El hecho es, en todo caso, que en nuevas investigaciones realizadas por Jara, recapituladas en el artículo señalado y ampliadas en su ensayo inédito En las huellas de Oddó y los pioneros del cine mudo chileno, ella puntualiza que la verdadera partida de nacimiento de nuestra historia cinematográfica data en rigor de 1897. En el mes de mayo de aquel año, en el Salón de la Filarmónica de Iquique, situado en la calle Tarapacá de la ciudad, se exhibió una serie de cintas: El desfile en honor del Brasil, Una cueca en Cavancha y La llegada de un tren de pasajeros a la estación de Iquique, seguida en los días siguientes de otras vistas, como Bomba Tarapacá Nº 7 y Grupos de gananciosos en la partida de Football entre caballeros de Iquique y de la Pampa. Su autor era el fotógrafo Luis Oddó Osorio, quien con un hermano se había instalado en el puerto nortino el año anterior, realizando en su salón diversas exhibiciones, "utilizando fotografías denominadas vistas disolventes".

    No es para sorprenderse excesivamente el que en Chile se haya producido ese fenómeno en aquel tiempo. El cine de producción local llegó por las mismas fechas virtualmente a todos los países de Latinoamérica. En varios de ellos, directamente de la mano de los franceses C.J. von Bernard y Gabriel Veyre, empleados de los hermanos Lumière, quienes se encargaron de llevar con sus proyectoras la buena nueva a México, Cuba, Colombia, Panamá y Venezuela. Llevaban también sus cámaras, porque su misión consistía además en filmar imágenes de diversos aspectos de la vida de los países que visitaban. El hecho es que todo conducía a alimentar en los años siguientes la curiosidad y el interés por el recién nacido invento, despertando inevitablemente los impulsos y las vocaciones de los nacionales, particularmente los fotógrafos, por aprender la nueva técnica y hacer su obra propia. 1897 y 1898 son fechas inequívocas según dejan constancia diversos investigadores. En México, el primer realizador es Ignacio Aguirre, que filma en 1897 Riña de hombres en el Zócalo y Rurales mexicanos al galope. En Cuba Simulacro de un incendio data de aquel mismo año. Y también en 1897, en Buenos Aires, Eugenio Py da la partida al cine rioplatense con La bandera argentina. En Brasil hay que esperar al año siguiente: el 19 de junio de 1898 Alfonso Segreto filma desde la cubierta de un barco francés escenas de la bahía de Guanabara. Algo más tarde, el 23 de abril de 1899, se proyectan en la capital peruana las primeras imágenes nacionales, filmadas por un operador cuyo nombre se ignora: La Catedral de Lima, Camino a La Oroya y Chanchamayo, entre una veintena de vistas más. En suma, el caso de Chile con la temprana iniciativa pionera del iquiqueño Luis Oddó, se inscribe claramente en el interior de un fenómeno global, un despertar en países donde la cinematografía mostraba en forma sincrónica sus primeras manifestaciones de vida.

    En nuestro país, tal como en el resto del continente, el cine era en todo caso solo una manifestación menor en comparación con las otras expresiones de la vida cultural, en particular lo relacionado con los espectáculos de masas. Transcurriría todavía un largo período en que la novel entretención no lograría superar la etapa del cine feriante, según definición acuñada por el historiador peruano Ricardo Bedoya. Las entretenciones dominantes en Chile eran la ópera, el teatro, la zarzuela y los circos, según ha documentado detalladamente Bernardo Subercaseaux (Historia de las ideas y de la cultura en Chile, tomo II). La ópera era un área reservada a las familias de la aristocracia y de las clases más ricas. La aristocracia chilena, presente en el país desde los tiempos de la Colonia, asume hacia fines de siglo un carácter plutocrático, caracterizado por su cosmopolitismo y su opulencia, y por su predominancia en un sistema político adecuado a los intereses del conjunto de la oligarquía (terratenientes, mineros, banqueros, grandes empresarios) , lo cual, por supuesto, se acentúa tras la Guerra Civil de 1891 con el suicidio de Balmaceda y el reemplazo de su régimen presidencial por el parlamentarismo. Las funciones de ópera tenían un alcance que iba más allá del interés cultural de los espectadores; tenían sobre todo el carácter de un evento social de elite, un punto de encuentro propicio para la ostentación del esplendor de las clases adineradas. No es de extrañar, por eso, que en 1892, derrotado el gobierno liberal y recuperado el poder por las capas plutocráticas de la población, la ópera viviera un revigorizamiento casi inmediato. En 1892, la temporada oficial se reinició en el Teatro Municipal con la presentación de 38 óperas. Entre ese año y 1900, más de una veintena de compañías de ópera visitaron Chile, algunas de categoría internacional. En ese mismo período se constata además una actividad importante en la escena teatral, que formaba parte también de las entretenciones que concitaban el interés de la plutocracia. Al país llegaban todos los años dos o tres compañías dramáticas extranjeras –españolas e italianas–, que montaban en Santiago y Valparaíso obras de los más variados autores internacionales, desde Shakespeare hasta José Echegaray, pasando por Alejandro Dumas y Victoriano Sardou.

    Ajenas a este círculo cultural, las capas medias y populares se apoyaban en géneros menores, particularmente la zarzuela, que vivió una época de oro en la década de 1890 a 1900, período en que mostró como espectáculo la cuota mayor de incremento de espectadores. Se citan varios ejemplos de su gran difusión: en febrero de 1893, en quince días, una compañía española montó en Valparaíso 26 zarzuelas diferentes, y el año anterior, la zarzuela El rey que rabió se dio cincuenta veces en la temporada, varias de ellas en el teatro abierto Cerro Santa Lucía, que tenía una capacidad para dos mil espectadores. Formó parte también del circuito cultural de masas, el llamado género chico: los sainetes y los llamados juguetes-cómicos, que podían tener también, a pesar de su denominación, alcance dramático. Algunas de estas obras se montaban en los circos, la única diversión sana al alcance de las clases populares. Fue el caso de un drama histórico y popular que se presentó con gran éxito en el Circo Océano en mayo de 1896. Titulado Manuel Rodríguez, era una especie de espectáculo patriótico que concluía con el himno nacional cantado de pie por toda la compañía y con la participación activa y entusiasta de los espectadores. En los circos se solían intercalar también proyecciones de cine. La primera vez ocurrió en 1897, en Valparaíso. Se trataba más bien de cuadros cinematográficos: Llegada de un tren expreso, Escena en un jardín y El beso, por ejemplo.

    La exhibición de los films de Lumière en 1896 produjo un fervor cuyos ecos fueron más allá de los lindes de la capital. El empresario Julio Prá, dueño del material exhibido en el Teatro Unión Central, lo llevó a Valparaíso con idénticos resultados entre los espectadores. El Cinematógrafo –informa El Ferrocarril del 13 de septiembre de 1896, citado por Eliana Jara–, este agradable entretenimiento que tanto ha llamado la atención del público, despierta igual interés entre los visitantes del sur y norte de la República que acuden a Santiago en los días de las Festividades Patrias. Pero este clima de euforia dura solo unos pocos meses. El material que se exhibe no se renueva o se renueva muy poco, lo que produce a la larga el cansancio del público, y no hay, que se sepa, un flujo suficiente de vistas de relevo que pudieran haber aportado autores nacionales. El cine no puede competir todavía, entre nosotros, con los espectáculos tradicionales, situación que solo comenzará a cambiar cuando llegue la nueva centuria.

    Termina así el siglo donde el cine ha sido una de las manifestaciones, entre tantas otras, del enorme salto experimentado por el mundo gracias a los progresos de la ciencia y de la tecnología. Con él nació lo que se ha denominado no sin razón la fábrica de sueños, y se cierra un ciclo en la historia de la cultura, cobrando vida (en palabras de Gubern) un mito universal que anidaba en los repliegues del subconsciente humano, testimoniado por los veinticinco mil años de esfuerzos de artistas y magos, primero, y de sabios después, tratando de atrapar los fugaces e inestables contornos de la realidad.

    2

    La exhibición en mayo de 1902 de Ejercicio general de bombas no es un hecho aislado. No se sabe si el operador que registró estas vistas es el mismo que meses después filmó con sus cámaras la llegada a Valparaíso del barco San Martín, que traía una delegación oficial del gobierno argentino, y cuya visita dio origen a varios testimonios fílmicos. Según Mario Godoy Quezada (Historia del cine chileno), el empresario Alfredo Ansaldo estrena en octubre, en días sucesivos, en el Biógrafo Variedades, alrededor de veinte vistas nacionales, entre ellas Desfile de los veteranos del 79 frente a la Delegación Argentina, Apertura del Congreso, El ‘San Martín’ en aguas chilenas, El Te-Deum del Dieciocho, El torneo militar del día 23 en el Club Hípico, Cuecas en el Parque Cousiño, Paseos de huasos a caballo, Parada militar del 19 en el Parque Cousiño. El diario Las Últimas Noticias informa que el éxito obtenido por esta exhibición ha sido enorme. La sala de este simpático teatrito se ha visto noche a noche llena de espectadores pertenecientes a nuestra mejor sociedad, deseosos de ver aparecer a sus amigos y amigas sobre la blanca tela en que se reflejan las vistas.

    Poco a poco se amplía el abanico de salas donde se da cabida a la proyección de películas. En abril de 1900 se había inaugurado el Teatro Apolo y luego el Olimpo, donde ya se ha dicho, se proyecta Carreras en Viña del mar. En 1902 surgen los primeros biógrafos, cuyo número seguirá en aumento en los años siguientes y en 1904 se abre la primera sala destinada exclusivamente a la proyección de películas. La palabra biógrafo proviene, como es fácil de imaginar, de la denominación de origen de las proyectoras del primer tiempo, Edison Biograph, American Biograph, y otras más. Los empresarios la incorporaron a los nombres de sus salas (Biógrafo Variedades, Biógrafo Kinora, etcétera) y paulatinamente pasó por extensión a ser aplicada a todos los locales dedicados al cine. Fue luego más lejos, y se hablaba también de biógrafo en el lenguaje coloquial para aludir al cine como género. El vocablo mostró su vitalidad durante varias décadas; su uso finalmente se extinguió en los años cuarenta.

    En 1902 se produce también la primera ocasión en que surge la censura. El alcalde de Santiago prohibe la exhibición de cintas que considera inmorales. Chile se rige por las estrictas normas de comportamiento impuestas por las elites, que tras la derrota de Balmaceda en 1891 están atentas a impedir las manifestaciones culturales que, en su opinión, puedan corromper a la sociedad. El cine debe limitarse, según los criterios dominantes, al registro de eventos sociales como inauguración de monumentos, desfiles, festejos públicos, ceremonias oficiales, ritos religiosos, o a mostrar paisajes, vistas de las ciudades y de viajes. Las actualidades extranjeras se ajustan bastante bien a este tipo de exigencias. En 1901, según cuenta Alfonso Calderón en su libro 1900, un modelo de repertorio invita a ver: un paseo en Liverpool, una carga de caballería y un incendio en Londres, en primera sección; un viaje por el Nilo, compuesto de dos partes, y los baños de Diana en Milán, en segunda; y en tercera, vistas del Niágara, un ataque a una fortaleza y un zafarrancho de combate a bordo de un buque inglés. La aristocracia no oculta desde luego su predilección por todo lo que constituye, según palabras de Antonio Costa (Saber ver cine) el escenario del poder: noticiarios que muestran los eventos de las monarquías europeas, El jubileo de Su Majestad la Reina Victoria, El zar y la zarina entrando a la iglesia de la Asunción, El rey de Italia y el príncipe Víctor pasando revistas a las tropas reales, y suma y sigue. No rehúsa tampoco verse a sí misma retratada en la pantalla, en la que se registrarán no pocas veces escenas relacionadas con sus actividades familiares: vistas de los salones aristocráticos, sus tertulias, los bailes de gala, las fiestas de cumpleaños, los paseos campestres.

    Antes de 1910, la actividad en torno al film de actualidades se mantendrá sin interrupción. Ese año el cine chileno intenta por primera vez asomarse a la ficción, rompiendo su línea de trabajo habitual, pero será una golondrina que no hará verano, porque con los festejos del Centenario de la Independencia, la filmaciòn de noticiarios cobrará una suerte de auge, tendiendo a consolidar el género. La fascinación del hecho real, del acontecer cotidiano de que habla Costa, acaparará el interés del espectador nacional. Ese apogeo está asociado a dos nombres, Julio Cheveney y Arturo Larraín Lecaros, que sacaron provecho de las novedades que trajeron aparejadas los diversos acontecimientos asociados al Centenario de la Independencia. El más citado de éstos es el documental que filmó Larraín mostrando los diferentes aspectos de la llegada y sepultación del cuerpo del Presidente de la República Pedro Montt, quien falleció en Bremen, Alemania, mientras visitaba aquel país. Hay una secuencia que se conserva en el film Recordando, de Edmundo Urrutia –en proceso de restauración en 2009– recapitulada por Godoy Quezada en su libro: Muestra la partida del tren desde el puerto hacia la capital. A continuación, la cámara, montada en el último vagón, capta el paisaje que se aleja, a medida que el convoy avanza, dejando pueblos y más pueblos. Esta secuencia, a pesar de durar casi un minuto, se siente corta; conmueve ver esos campesinos que salen a la vía, en cada villorrio, a agitar el pañuelo en señal de despedida a su Presidente, que se aleja en el tren dentro de una caja mortuoria. Larraín filmaba con esta escena, por supuesto sin saberlo, el primer travelling de la historia del cine nacional, impensable como recurso en la era de las filmaciones con cámara fija.

    En ese año, según el ya citado Godoy Quezada, las cintas de actualidades formaron un verdadero alud. Cita algunas entre las muchas que según los diarios de la época ofrecen diversas salas santiaguinas: Inauguración del Ferrocarril Transandino chileno-argentino, Salida de misa del templo de la Merced, Llegada del Colegio Militar argentino a la Estación Central, Interesantes vistas de las salitreras, Revista naval en Valparaíso, Llegada del Presidente de Argentina, Excmo. Señor José Figueroa Alcorta, Inauguración del Palacio de Bellas Artes, entre muchas otras.

    El aire de fiesta que vive

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