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Dos Relicarios
Dos Relicarios
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Libro electrónico240 páginas3 horas

Dos Relicarios

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Dos relicarios te lleva de la mano en cada pagina, es el relato que no puedes dejar para despues porque necesitas saber que pasara con sus personajes. Las mentiras, traiciones y crimenes que envuelven la trama en un velo de misterio y supersticion te mantendran en vilo hasta el ultimo momento. La amistad incondicional, la pureza del espiritu y el verdadero amor luchan paso a paso para vencer una antigua maldicion, descubrir culpables y desentranar misterios que solo si te atreves a llegar al final de esta historia, podras conocerlo, sintiendo que valio la pena si perdiste algunas horas de sueno para lograrlo.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento13 dic 2021
ISBN9781662491139
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    Dos Relicarios - Maria Magdalena

    cover.jpg

    Dos Relicarios

    Maria Magdalena

    Derechos de autor © 2021 María Magdalena

    Todos los derechos reservados

    Primera Edición

    PAGE PUBLISHING, INC.

    Conneaut Lake, PA

    Primera publicación original de Page Publishing 2021

    ISBN 978-1-6624-9106-1 (Versión Impresa)

    ISBN 978-1-6624-9113-9 (Versión electrónica)

    TXu 2-140-064

    Libro impreso en Los Estados Unidos de América

    Tabla de contenido

    Capítulo 1

    Historia de amor volcada en odio, pasiones alucinantes nacidas del frenesí y el deseo. Intrigas, mentes malévolas y amistad incondicional llevan estas páginas de todas las razones de vivir al camino del más puro sentimiento, el amor.

    El coche de alquiler se detuvo frente a la puerta principal de la imponente casona de los Linares de Acuña. Un jardín descuidado bordeaba el frente y un costado de la casa. La hiedra pegada a los escalones que daban acceso a la entrada principal denotaba el poco uso de los mismos. Abriéndose paso por la pared ya ocupaba buena parte de las tejas del techo. Un aspecto de abandono y misterio envolvía el lugar. Allí crecían rosas, claveles, nardos, violetas y jazmines de exquisita fragancia; en otro tiempo.

    Margarita se quedó sentada un poco más dentro del vehículo, un ligero temblor recorrió su cuerpo a la vista de tanto abandono. El chofer abrió la portezuela del coche ayudándola a bajar. La hermosa joven cargaba un niño pequeño en sus brazos, con un suspiro sacó fuerzas para sostenerlo mejor y poder aflojar la cinta del sombrero que comenzó a molestarle.

    El chofer se había marchado, nadie había salido a recibirla, al parecer no habían escuchado el ruido del coche al llegar o marcharse. Un poco asustada la joven tocó fuerte con el aldabón de bronce; sobre la puerta. Este ya no estaba reluciente como en otros tiempos, el león que lo adornaba apenas se hacía notar; de tan ennegrecido. Su mano resbaló suave sobre la pieza de metal bruñido tratando de volver al pasado con aquella caricia.

    El sol se había ocultado por un momento, una negra nube corría despacio acumulándose a otras que ya encapotaban el cielo presagiando lluvia cosa poco frecuente; en esta época del año. Margarita miró a su alrededor comenzando a impacientarse, había dado unos pasos para bajar los escalones cuando la puerta se abrió.

    —¡Margarita! —exclamó la asombrada mujer al verla. Una amplia sonrisa resaltó en un rostro lleno de alegría.

    —¡No puedo creer lo que veo!

    —Por todos los ángeles del cielo, si me lo dice Carmela no lo creo y mira que es medio bruja; que te apareces sin avisar.

    —La sorprendida María Celeste hija mayor de los Linares de Acuña no dejaba de hablar sin que la joven pudiera decir palabra. Al fin se dio cuenta, mirando el fatigado rostro de su amiga comprendió debía callar.

    —Cuando te apareces así, de grande traerás el problema; me imagino.

    —¡Calla! Ayúdame con el niño que no puedo más. Cierra la puerta, nadie fuera de la familia debe saber estoy aquí, es de extrema importancia para mí.

    —No hables así, me pones nerviosa. Llamaré a Cirilito para que entre el equipaje.

    Celeste mantenía la frescura de la juventud en su rostro, a pesar de tantos sufrimientos familiares. Tomó de la mano al pequeño Ricardo Antonio que tenía solo dos añitos y como es de esperar la rechazó agarrándose a la saya de la madre. Celeste lo convenció.

    —¡Ven! Aquí hay un nene chiquito como tú para que juegues con él, ¡ven, ven rápido!

    Así se alejaron para llamar a Cirilito como todos le llaman al hijo de un antiguo peón de la finca ya fallecido y de igual nombre. Margarita quedó a solas, se acercó a la ventana de la enorme sala donde se encontraba en estos momentos y miró con ojos escrutadores el jardín lateral. Nada se movía allá afuera, una pegajosa llovizna comenzó a caer. El calor y la preocupación la hicieron pegarse más a la ventana; buscando aire fresco.

    La ventana comenzó a mojarse, la llovizna se tornó en aguacero extraña condición en esta tierra donde el verano es muy seco, pero en la parte más noroeste donde nos encontramos el clima es un poco húmedo lo que hace llueva algunas veces a pesar de ser verano. Unos pasos se sienten por el empedrado del patio, un joven con cara morena y sonriente se detiene para tomar aliento. Al ver a la joven parada en la ventana sabiendo ya nadie visita aquella casa; quedó sorprendido. El miedo que se reflejó en la hermosa mujer al verlo era evidente.

    —Perdone usted, no quise asustarla, es que la entrada queda lejos. —Las palabras se apagaron en los labios de Miguel al ver aumentar el pánico en ella.

    —¡Por favor!, ¿se siente usted bien?

    Un silencio hizo espacio entre la larga mirada de Margarita y sus palabras sorprendida de lo que creyó una aparición. Con un ligero movimiento de cabeza respondió afirmativamente y con un temblor inevitable en sus manos apartó la hoja de la antigua ventana para dejar pasar al joven a quien apenas recordaba de cuando era niño; mucho había cambiado.

    —¿Usted es la ahijada de mis abuelos?

    —Sí, soy yo. Tú debes ser Raúl, su nieto.

    El aludido respondió con desdén, era evidente no le agradaba la equivocación de la joven.

    —Soy Miguel, todavía me queda un año para recibirme y paso las vacaciones acá; como cada año. Hace mucho no te veo desde los funerales del abuelo, que en gloria esté.

    —Disculpa Miguel, te dejé de ver siendo un chavalillo y créeme no te imaginaba así.

    —No soy tan Viejo, tengo 19 años. Te recuerdo de cuando yo tenía diez años y como ahora pasaba las vacaciones aquí. Recuerdo, arrancaba todos los jazmines del jardín lo que me ganaba un buen regaño de mi abuela. Los dejaba sobre tu falda para luego salir corriendo asustado de cualquier palabra tuya —dijo esto sonriendo melancólico al parecer por evocar un recuerdo de su infancia.

    —¿No lo recuerda usted? Sentadas en el columpio bajo el olivo, aunque Celeste es mayor que usted, siempre estaban juntas; así las recuerdo.

    Quedó callada al oír hablar de aquel tiempo. Un horizonte lleno de recuerdos se mostró en su pensamiento. Un silencio llenó la habitación que rompió Miguel diciendo:

    —¿He dicho algo que la apena?

    Ella estaba seria, tenía los ojos húmedos y cuando quiso responder unos gritos infantiles llenaron la habitación. De pronto se encontró con el pequeño Ricardito en los brazos, huía de Luisito el hijo de Laura la hija mayor de Celeste. El joven sonrió al ver al chiquillo.

    —¡Hermoso chavalillo! Parece más mío que suyo.

    —Miguel por favor no me trates de usted te conozco de toda una vida, ¿por qué no parece mío?, en fin, ¿no me crees capaz?

    —No te quise ofender, lo digo por lo moreno que es el crío. Tú eres tan blanca como la espuma del mar que rompe en la barranca y ahora si me disculpas iré a quitarme esta ropa antes que agarre un resfriado, si mi tía ve como he dejado el piso tendré que correr.

    Quedó como fiera al acecho pensando «Nunca me había fijado en él hasta hoy. En el tiempo que lo dejé de ver era un adolescente, pero el parecido es increíble», no pudo seguir pensando, el niño se desprendió de sus brazos y salió corriendo detrás del nieto de Celeste.

    Margarita suspiró, caminó por el corredor tan conocido desde su infancia; allí todo parecía sin vida. Las ventanas permanecían con las cortinas corridas, dando una oscuridad fantasmal en aquella hora de la tarde cuando la luz comienza a languidecer. Sintió pasos, era Miguel que regresaba preparado para limpiar el piso más por seguir hablando a la joven que por tener que hacerlo. Vestía una suave camisa blanca que contrastaba con su piel morena, su pelo un poco largo caía en grenchas sobre la frente realzando el encanto de sus ojos verdes tan legendarios como su estirpe. Margarita lo miraba escrutadora y de pronto preguntó:

    —¿Cómo haces para tener tan buena memoria?

    —La tengo —respondió irónico:

    —No como tú, me confundiste con Raúl a quién no me parezco en nada.

    La joven quedó en una pieza, parecía le molestaba más la comparación que el mismo olvido. Con gesto de contrariedad apretó la bayeta entre sus fuertes manos para sacar el agua y salió sin decir palabra solo un ademán de despedida con la mano al pasar junto a ella. Celeste regresó con un vaso de jugo en una pequeña fuentecita de porcelana, pertenecía a una fina vajilla que solo en momentos especiales se servía en ella.

    —Gracias por el honor.

    —Tonta, mereces eso y más mi pequeña. Recuerdo ya tenía a Laurita y seguía mimándote como mi niña chiquita.

    En verdad como una hija siempre la quiso el difunto don Luis su padrino y Bernardina que aún vive. Margarita la miró con ternura y dio gracias una vez más por lo que Celeste cambiando el rumbo de la conversación tomó la palabra:

    —Veo te encontraste con Miguel, lo vi en el corredor llevaba una cara de molestia que ni me vio. ¿No sé qué pasa con ese muchacho? Desde que mi finada hermana no está, vive alejado de todo y de todos; ellos eran muy unidos. Siempre anda por ahí montando a caballo, cosa que heredó de sus finados padres que eran muy buenos jinetes o se va a la barranca a la orilla del mar donde pasa horas olvidado de todo —la joven levantó la mirada haciendo un gesto de asombro.

    —Ahora entiendo algo que dijo hace un rato.

    —¿Qué?

    —Que soy tan blanca como la espuma del mar, eso creo fue lo que dijo; no entendí bien.

    —Miguel es un soñador, pinta cuadros que valen una fortuna y los regala al mejor postor. Él no tiene amor a nada tan diferente a su hermano Raúl, siempre interesado en los negocios de la familia, decidido a recuperar el lugar que nos corresponde que de no ser por la cabra negra de su madre todavía tuviéramos. Margarita bajo la vista apenada por la forma de Celeste referirse a su difunta hermana. Por un momento quedó pensando en el extraño suceso de la muerte de la madre de Miguel y Raúl y como toda la fortuna fue a parar a manos de los acreedores, saliendo a la luz todo lo que venía haciendo y la relación que mantenía con un hombre casado deshonrando a los suyos y dejándolos en la miseria. Celeste cambiando la conversación agregó:

    —Cuando veas a Raúl te va a encantar, tan guapo y diferente. No es que Miguelito sea una pécora, ¡ni tanto!, pero Raúl es especial —dijo esto a boca llena dejando ver para quién eran sus preferencias. Ella continuaba en silencio y Celeste comprendió debía callar y preguntar a la joven por sus asuntos.

    —Que tonta hablando de mí y no te pregunto de tus asuntos. ¿Qué pasó con Hortelio y el divorcio? Supe te pide una fortuna.

    —Sí, se puede llevar todo; menos mi hijo.

    —¿Qué pasa con el crío? —puso el vaso que aún sostenía sobre la bandeja, como un testigo mudo de aquella conversación. La joven con voz velada por los malos recuerdos y la rabia que ardía en su pecho respondió a su amiga:

    —Es mío, ni él ni nadie me lo puede quitar.

    —Claro es tuyo y de él también y tienen los mismos derechos.

    —¡Calla! —gritó la joven perdiendo el control caminando de donde estaba para ir frente a Celeste y decirle más bajo con temor de ser escuchada.

    —Ricardo Antonio no es hijo de Hortelio.

    —Margarita ¿cómo fuiste capaz? Con la cabra negra de Angelina basta, ¡de ti no lo puedo creer! —comprendió por dónde venía la mal intencionada mujer que continuaba destilando veneno de su propia familia nada mejor esperaba para ella. Mucho cambió aquella mujer en el tiempo que no se habían visto y se apresuró a decir:

    —Te juro por la memoria de mis finados padres nada indecoroso hay en mis asuntos en su momento te contaré y me compadecerás más que ofenderme como lo haces. Es un secreto mío y de Hortelio y ni ustedes que son mi familia podían saberlo, eso en parte es el motivo de mi viaje.

    Sintió calor y se movió en la habitación sintiendo la mirada de Celeste como un puñal en su espalda. Como una fiera acorralada supo allí no estaba segura tampoco. Caminó hasta la ventana que abrió de par en par. No llovía, el aire fresco junto al suave olor de los jazmines la reconfortó por un momento. No queriendo pensar en sus asuntos le dijo a la mujer que esperaba a su espalda:

    —Vives en un hermoso lugar, tu finca tiene por nombre Tierra Seca tan cerca del mar. La mía en cambio tan alejada de él se conoce por Mar del Rizo que capricho de invertir la realidad. Aquí se respira olor a mar por todos lados, motivo para que Miguel este tan moreno.

    —No es de eso de lo que quieres hablar.

    Ella no respondió, continuó mirando por la ventana un punto lejano. La había escuchado, pero no diría nada más. Las sombras danzaban en el jardín presagiando una noche oscura y húmeda. Unos pasos por el corredor llamarón su atención, era Berna como cariñosamente todos llaman a la anciana. La anciana quedó viuda años antes y eso unido a los tantos sufrimientos familiares encanecieron su negro cabello de otrora. Al morir su esposo quedó inmensamente rica, don Luis era el dueño de muchos negocios de pescado por el litoral noroeste de la isla.

    Contaba entre sus propiedades con varios navíos de pesca y muchos botes de menor tamaño, aunque estos dejaban ganancias la mayor razón de tenerlos era que muchos pescadores de la barranca mantenían a su familia gracias a eso. Don Luis Linares de Acuña era muy apreciado por su carácter afable y gran generosidad. Cuando la finada Angelina murió a los Linares solo le quedó de su gran patrimonio la finca y algunos comercios no muy importantes. Los pasos cansados de la anciana hicieron a Margarita ir a su encuentro, un cálido abrazo hizo devolver una dulce sonrisa de bienvenida.

    —¡Cuánto tiempo sin verte hijita!

    —¿Tu esposo y el crío están bien?

    —Sí, está aquí, llegamos hace poco, pero dormías y no quise molestarte, sabemos lo que aprecias ese descanso. Aún recuerdo los regaños que nos ganábamos de niña, si te despertaba nuestros juegos —pensó había desviado la pregunta de la anciana, pero ella prosiguió.

    —¿Hortelio vino contigo?

    Las dos mujeres se miraron y fue Celeste quién salió al paso.

    —Mamá, Margarita y Hortelio se están divorciando y ella no desea hablar de eso ahora —la anciana quedó pensativa. Margarita vio una sombra alargarse en la pared del corredor viniendo hacia ellos y sonrió con ternura. Ella sabía quién era esa sombra que no hacía ruido. Solo ella podía caminar como un felino; era Carmela.

    —Así llegas a la finca y me entero porque veo a tu hijito corriendo por la cocina.

    —No tengo, perdón, tata.

    —No importa niña, me da gusto este aquí y ver a su hijito me recuerda mucho al niño Miguel cuando era un crío son muy parecidos.

    —¡Estás atarantada! Parecido entre Miguel y el chaval, ¿dime cuándo está la cena? Me muero de hambre.

    A Margarita no le gustó el trato que Celeste le dio a Carmela, tan buena con todos. La buena mujer estaba en la finca desde antes de nacer Angelina.

    —Comida, comida es eso en lo único que usted piensa, ni que fuera maga. Recuerdo cuando era niña se levantaba a escondidas de la doña para comer dulces, su madre que está aquí sabe no miento, tenía que estar todo escondido para que usted no tragara y tragara. Solo son las cinco, hasta las seis no llega el niño Raúl ¿Va a comer sin él? —Era sabido la preferencia de la tía por aquel sobrino.

    —¡Por supuesto que no! Pensé era más tarde, con la lluvia se ha oscurecido el día.

    Carmela miró a Margarita y haciendo un mohín con su boca que quería decir muchas cosas se retiró a la cocina. La joven madre viendo a Berna dormitar y preocupada por su hijo siguió los pasos de Carmela.

    —Hablaremos después.

    Cuando Carmela llegó a la finca, tenía 14 años que parecían menos y traía un bebé en brazos, parecía estar muy enfermo dado que no dejaba de llorar. La chavalilla de apariencia gitana llegó pidiendo trabajo y algo de comer para ambos. Tocó la suerte fuera el mismo don Luis quien la recibiera. De inmediato mandó por el doctor al sentir el desgarrador llanto del bebé.

    Estaba casado por esta época y su esposa Bernardina esperaba su segundo hijo. Tenía embarazo y parto difícil esta señora por lo que habían esperado diez años para tener otro hijo. El buen hombre pensó de inmediato dejar a la gitana en la casa para que ayudara a su esposa, también quería salvar al crío si estaba enfermito. Cuando el doctor llegó, notó al instante la gitana no era la madre del bebé. Sus pechos no habían terminado de desarrollar. Habló a don Luis haciéndole saber la verdad, el niño no estaba enfermo, eran cólicos de hambre que lo hacían llorar, también comentó pudiera haberlo robado en fin es una gitana e injustamente no se hablaba bien de ellos. Don Luis regañó a la joven que asustada confesó la verdad.

    —No es mío, me lo dio una gitana en su lecho de muerte, ella era mi amiga y me hizo jurar lo protegería su hombre no regresó a tiempo si es que pensaba hacerlo, usted no conoce las leyes gitanas no era bueno para nosotros quedarnos cuando la Sibila murió tomé la cabra, el crío y me marche.

    La joven parecía decir la verdad, el doctor la miró con pena.

    —El bebé es muy parecido a ella es un gitano también.

    —¿Qué podemos hacer?

    —Si no es su hijo hay que darlo a las autoridades —la gitana rompió en llanto, le tenía miedo a la guardia civil, de niña se llevaron a los padres de ella y no los volvió a ver.

    —¡Calla, calla! Lo llevaremos al convento, las monjas cuidarán de él. No debes decir a mi mujer ella está de encargo en su estado las mujeres son muy sensibles. Mi esposa querrá lo dejes aquí y no es tuyo, si su padre regresa lo buscará en ese lugar; te lo aseguro.

    —Entiendo, si va a estar vivo como le prometí a la Sibila me alegro por él, su madre me encargó mucho no le quitara esto de su cuello es lo único que tiene para saber quién es si su padre viene por él; dígale a las monjas.

    Diciendo esto se desprendió del bebé. En brazos del doctor este pudo ver el relicario que pendía del cuello de la criatura, en él había dos letras BN, solo eso. Carmela nunca habló de familiares o amigos, razón por lo que nunca tuvo que mentir por este incidente. Han pasado los años y Carmela sigue aquí, no olvida lo bueno que fue don Luis con ella, pagándole con creces con su lealtad y honradez al servicio de todos en esta casa. Cuidó de sus hijas nietos y bisnieto a lo largo de muchos años, viviendo y sufriendo cada uno de los conflictos que

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