Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Camy-Barrabás
Camy-Barrabás
Camy-Barrabás
Libro electrónico156 páginas2 horas

Camy-Barrabás

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Barrabás tenía todas las de ganar: una linda familia, amigos que le apreciaban y maestros que se preocupaban por él. Tenía un buen futuro asegurado tomando en cuenta lo desarrollado de su inteligencia. Pero sus arrebatos de orgullo y vanidad deshicieron todos sus buenos atributos, los que le hicieron perder todas las expectativas de un valioso porvenir, dejándose llevar hasta lo más hondo de la perversidad y maledicencia. Pero, así como nos sucede a todos, a él se le regaló la oportunidad de la salvación, la que le llegó, justo en el último momento de su vida. Esta es una novela que te apasionará hasta lo más hondo de tus sentidos.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 nov 2020
ISBN9781643346809
Camy-Barrabás

Relacionado con Camy-Barrabás

Libros electrónicos relacionados

Ficción religiosa para usted

Ver más

Artículos relacionados

Categorías relacionadas

Comentarios para Camy-Barrabás

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Camy-Barrabás - Ricardo Cristales-Magarin

    Uno

    Habían pasado trece largos años hasta que llegó el día tan esperado por todos en la familia de Agaba de Azoto, de la introducción a la hombría de Camy, el único hijo varón de la familia. Por tradición, costumbre o regla general, llámese como quiera, los hebreos celebran con una ceremonia muy especial, la transición de la niñez a la hombría de todos los varones que llegan a su mayoría de edad, la que es determinada a la edad de trece años, y la que se estima como el momento en el que se produce no solamente el cambio fisiológico en el desarrollo natural de los muchachos varones, sino que también se instaura en ellos una misión de responsabilidad en el hogar.

    Anán, el padre de Camy, había llegado desde Sicar a Azoto, ciudad ubicada al suroeste de Jerusalén, y que distaba a unos cuarenta kilómetros de esta, en búsqueda de mejor estabilidad tanto económica, como espiritual. Para Anán el pertenecer al linaje de Leví, le hacía responsable por la educación de sus dos hijas y de Camy, su único hijo varón.

    Él sabía de la responsabilidad de ser un buen sacerdote de su familia; y aunque no se doblegaba en nada por mantener a su familia lejos de toda impureza espiritual, en Azoto había encontrado serias dificultades para educar de una manera aceptable a su familia, especialmente la de su hijo, Camy.

    Como buen hebreo, Anán conocía las normas de introducción a la hombría de los hijos varones. Él había platicado con su hijo Camy en muchas ocasiones sobre el tema y también como un buen padre de familia, Anán había puesto en la mente de su hijo todas las responsabilidades y compromisos en los que incurriría después de la ceremonia de su mayoría de edad.

    Para Camy la experiencia sería única, pues siempre había escuchado a sus compañeros en la escuela de los rabinos, lo especial e importante que era el ser considerado como personas adultas, y tomar parte activa no solamente en los quehaceres del hogar, sino también en el mantenimiento cotidiano de los mismos. Y siendo que él era el único varón en la familia, lo ponía en una situación ventajosa: no había nadie con quien compartir este privilegio dentro de su hogar. De allí que la idea de poder llegar muy pronto a esa ceremonia tan especial se tornó en un hermoso y acariciado sueño para Camy.

    Los maestros de la escuela rabínica a la que pertenecía Camy, habían jugado un papel muy importante en la educación espiritual de este, como también en el asesoramiento y su conducción moral y física a través de los siete años que llevaba como alumno de la escuela de los rabinos. Aunque Camy no había mostrado un cambio notable en su comportamiento, el que aún conservaba desde su niñez, sus maestros nunca descartaban la posibilidad de poner sus malas costumbres en las manos de Aquel que tanto le amaba. Por naturaleza, los rabinos sentían gran responsabilidad de llevar y conducir a sus discípulos por los más encumbrados y difíciles caminos de la enseñanza práctica, sabiduría religiosa y educación moral, usando los métodos didácticos más sabios que se podían obtener, los que, obviamente, estaban basados en los escritos del Antiguo Testamento.

    Durante los siete años que había permanecido como alumno de la escuela de los rabinos, Camy había desarrollado una actitud déspota sobre la mayoría de sus compañeros. Sus maestros, así como todos aquellos con quienes se relacionaba veían con desagrado esta actitud tanto dominante como sarcástica del muchacho, lo que no compaginaba en lo absoluto con el intelecto que mostraba añadido a un conocimiento profundo en todas las materias y asignaciones escolares. Había adquirido un carisma subyugador que hacía que todos los que lo admiraban, también le temieran. Todos aquellos que llegaban a tener un contacto con él, quedaban asombrados no solamente de su sabiduría, astucia y conocimiento, sino que también les llamaba la atención su manera de hablar, la forma de conducirse con todos sus compañeros, así como el respeto profundo que él procuraba para sí mismo, en vez de mostrarlo a todos sus semejantes. En otras palabras, mostraba una intelectualidad profusa que no compaginaba con su comportamiento personal.

    Durante su estadía en la escuela de los rabinos, había estado atento a todas las enseñanzas que sus maestros compartían con él acerca de la bondad y misericordia mostrada por Dios con el pueblo de Israel durante su travesía por el desierto. En su estudio diario, había descubierto nuevos conocimientos sobre cómo el pueblo de Dios siempre se mantuvo a la vanguardia en el campo militar, comparada con las otras naciones de la época, diezmando el número de soldados guerreros de todos los ejércitos que se oponían al dominio militar que el pueblo santo desplegaba sobre ellos.

    Y era esta actitud guerrera y de batalla de los israelitas sobre las naciones enemigas, la que hacía palpitar de grande emoción los sentimientos de este muchacho de carácter aguerrido y combatiente. Cada vez que sus maestros se referían a las grandes campañas de guerras llevadas a cabo por el pueblo de Israel, Camy parecía volar en alas de su imaginación hasta el mismo lugar de dichas contiendas y sintiéndose parte de estas. Tales eran sus ansias de gran guerrero, que no podía siquiera ocultarlas delante de sus compañeros, maestros y las demás personas, pues siempre daba muestras de su duro carácter y su desastroso comportamiento en todo momento y en cualquier lugar.

    Asimismo, el estudio de la profecía de la llegada del nuevo Rey de Israel, el Libertador del yugo de los romanos, le proporcionaba una tremenda fascinación, pues a Camy, como a la mayoría de los judíos, siempre le desagradó la idea de vivir para siempre a merced del régimen romano. Para él, la llegada de un nuevo Rey, el que hacía ya diez años se había consumado con el nacimiento de Jesús, y un nuevo gobierno hebreo, le daba grandes esperanzas de establecerse, por lo menos algún día, como uno de los nuevos ministros del tan esperado nuevo gabinete israelita. Ese era su más grande y fascinante idea: formar parte de un gabinete político. Un poder que pudiera manejar los intereses del pueblo hebreo. Un poder político que pudiese mostrar fuerza para gobernar en beneficio pleno de los judíos, y mejor aún, si se trataba de llevarle la contraria al gobierno romano.

    Para Camy el oponerse ante el gobierno romano no era solamente un capricho tomado a la ligera, era algo que latía fuertemente dentro de sí; era lo que le hacía moverse y vivir. Para él, una de las razones de existir era, sobre todo, el deshacerse de todos los romanos que tomaban parte en la opresión a la que los hebreos habían estado sujetos en los últimos doscientos ochenta años. Él pensaba eliminar o cuando menos estimulaba esa idea, a los más altos gobernantes, los servidores de estos y aún hasta los que fuesen de origen romano. Soñaba con deshacerse de todos ellos. Lo sentía en su piel. Corría en su sangre.

    Toda esta enseñanza de supremacía tanto del pueblo israelita, como la tan esperada llegada del nuevo Rey de Israel, le venía muy bien, pues era lo que a Camy le agradaba: tener el poder sobre los demás, y demostrar que él era el mejor. «Nada más apropiado para llenar mis más grandes anhelos», pensaba para sí.

    Aunque ese pensamiento lo mantenía absorto constantemente, no podía quitar de su mente el grande acontecimiento por el cual estaba a punto de pasar: su ceremonia de la hombría. Él contaba los días que pasaban y contaba los que todavía estaban por delante.

    Faltaban solamente seis días para la tan ansiada y esperada ceremonia, los que para Camy parecían largos meses, cuando sorpresivamente cayó postrado en cama con una terrible y extraña enfermedad, la que, de alguna forma, cambiaría el rumbo en la vida de este carismático, lisonjero y muy a menudo odiado y no tan bien apreciado muchacho.

    Repentinamente en su cuerpo se formaron pequeñas pero molestas e incómodas erupciones, las que le provocaban no solamente hinchazón en su cuerpo, sino que una desesperante y angustiosa comezón, las que, a su vez, al paso de los días, iban tomando un aspecto desagradable, al mismo tiempo que despedían un fuerte olor nauseabundo, lo que obligaba a la mayoría de sus familiares y amigos, a mantenerse lo más lejos posible de él. Ante tan desagradable situación, Anán, su padre optó por recluirlo en una pequeña choza un tanto alejada de la casa en donde vivía el resto de la familia. Toda esta actitud, obviamente incomodaba a Camy, quien se vio forzado a pasar las largas horas de cada día en completa soledad, sin tener siquiera la visita de alguno de sus amados, sus amigos, sus maestros rabinos o de sus condiscípulos.

    Con el correr de los días sus erupciones se volvían cada vez más numerosas con lo que aumentaron sus molestias: la desesperante picazón, la dolorosa inflamación y el terrible olor que ni él mismo podía soportar. A todas estas molestias se le sumaron el colectivo abandono de los suyos; abandono que, en este crucial momento, le hacía sentir como el ser más desdichado de la tierra.

    Por un momento, Camy empezó a reflexionar sobre tan nefasta situación, y llegó a la conclusión que todo aquello era debido a que él no había mostrado bondad y simpatía hacia los demás, y pensando que su comportamiento no había sido el mejor, él creía que todo eso lo había conseguido como directo castigo del Señor, a lo cual, decía él, se lo merecía como persona, como amigo y como alumno. Y al inculparse él mismo de provocar esta situación, creyó que dentro de todo esto, él ya no tenía ni valor ni significado alguno para nadie. Se sentía no solamente en una triste y abrumadora soledad, sino que también fue presa de una terrible depresión causada por las bromas y burlas groseras que algunos de sus conocidos le propinaban, cuando estos pasaban de largo por la choza en donde se encontraba recluido, usando como blanco la angustiosa y desesperante situación en la que Camy se encontraba, la que no solamente lo mantenía postrado en un camastro, sino que también lo alejaba de todas las personas a quienes hacía apenas unos pocos días atrás, él había tenido la oportunidad de convivir con todos ellos. Se sentía desilusionado. Nada tenía ya valor en la vida para él.

    A su mente llegaron sucesos en su vida en la que fue el precursor de bromas y burlas groseras en contra de sus compañeros de escuela, haciendo mofa de los defectos físicos, aún frente a los padres de estos. Pero, aun así, creía que sus allegados tenían el compromiso moral de estar con él y aceptarle, así como él era, y más aún, en esta situación en la que hoy se encontraba.

    Pasaron los días, y para Camy parecía que no había cura alguna. Ningún médico quería verle. Aquellos que conocían medios curativos naturales, se negaban siquiera a entrar a su casa para hacerle algún tratamiento. Parecía que su situación estaba peor que la de un leproso.

    —¿Leproso? —replicó para sí.

    Un fuerte escalofrió recorrió todo su cuerpo, pues a su mente llegó el recuerdo de los leprosos de las grutas de Mizpa a donde sus maestros rabinos los habían llevado como parte del estudio de las consecuencias del mal. Recordó todo lo que sus maestros decían de esta terrible y mal oliente enfermedad. Escuchó decir de cómo estos, que estaban destinados a morir, eran abandonados a su propia suerte en los más míseros lugares sin asistencia de nadie, ni apoyo de ninguna clase.

    A él le estaba sucediendo lo mismo que

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1