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Dadles lo que quieren
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Libro electrónico186 páginas2 horas

Dadles lo que quieren

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Testimonios inspiradores, ejemplos bíblicos, y sugerencias prácticas que guían a los maestros a satisfacer ocho necesidades de sus alumnos: amistad, un sentido de propósito, diversión, un encuentro con Dios, aceptación, respuestas, un mejor modo de vida, y la verdad.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento26 jun 2018
ISBN9781607315384
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    Dadles lo que quieren - Michael Clarensau

    desarrollo.

    1

    Quieren

    amistades

    Las personas desean ser parte de una comunidad que se preocupe por ellas. Generalmente se sentirán mas atraídas por la calidez de las relaciones que por el brillo de la apologética.

    Rebecca Manley Pippert

    La sopa a penas se agito cuando Aarón introdujo un trozo de pan en el plato. Sin carne, solo unas pocas verduras deshidratadas, ni siquiera prometía una sabrosa comida. Pero era todo lo que tenían y, tal vez, todo lo que tendrían.

    Los otros hombres ocuparon su lugar acostumbrado alrededor de la fogata, en silencio devoraban la comida del día. No había necesidad de conversar. Con el paso de los años, toda triste historia ya había sido referida, ya todo pensamiento había sido compartido, toda desilusión descrita con lujo de detalles. Nadie hablaba del futuro, porque el futuro no prometía nada a ninguno de ellos — nada sino una sopa desabrida y un pedazo de pan duro.

    Aarón nunca se había imaginado como era la vida de un leproso. El segundo hijo de una de las familias más prominentes de la tribu de Manasés, el dedicaría su vida a los negocios junto con sus hermanos. En unos pocos años había demostrado sus habilidades, había ganado más dinero que su hermano mayor. Esos días ahora parecían tan lejanos.

    Aarón contemplo la extraña colección de individuos que rodeaban la fogata. Había aproximadamente doce. La vida pasada de cada uno nunca los habría unido — dos agricultores, un recaudador de impuestos, unos cuantos hombres de negocio, algunos de alta alcurnia, otros que lo único que sabían era mendigar, y un sacerdote. Ahora, estaban sentados frente a una débil fogata, unidos por la carne blanquecina y deteriorada que los había despedido del hogar.

    Hogar. Los recuerdos todavía dominaban el pensamiento de Aarón. La cara de su hermosa esposa y de su hijo estaban permanentemente labradas en su corazón. Los profundos ojos oscuros de Raquel lo habían atraído desde la primera vez que la vio. La belleza de ella lo había cautivado, y había hecho que todo lo demás en su vida perdiera brillo. ¡Cuanta esperanza tuvieron! ¡Como habían soñado! El nacimiento del primer hijo había sido el glorioso comienzo de la vida de ellos. ¡Como los extrañaba! Que ganas tenía de abrazarlos. Ahora podían abrazarse solo con la mirada. Esa barrera que su enfermedad había erigido los mantendría apartados para siempre.

    Obviamente, era una barrera que nadie podía penetrar. Los ojos de Aarón examinaron el grupo de hombres solitarios. También ellos habían tenido familia y amigos. Pero, ahora no. La soledad los había unido, y unidos habían sobrevivido. Pero aun la amistad entre ellos era vana. Eran intocables, aun uno al otro.

    Rubén, el anciano recaudador de impuestos, repentinamente se paró y miró al horizonte. ¿Que pasa, Rubén?, preguntó el sacerdote, rompiendo el silencio con la primera palabra de la mañana.

    Rubén no respondió, sino que comenzó a moverse hacia el grupo que había aparecido en la colina.

    ¡Es Jesús!, gritó uno de los pordioseros.

    ¡Jesús! El corazón de Aarón casi explotó. Todo leproso había escuchado hablar de Jesús. Las historias de las sanidades que por muchas semanas se habían visto en la frontera de Samaria con Galilea. También había sanado leprosos, según decía la gente.

    Aunque no podían correr, algo en ellos los impulsaba. Con dificultad caminaron entre las filosas piedras. ¡Jesús ten misericordia de nosotros! Aarón escucho su propia voz clamar a todo pulmón. Enseguida el aire se lleno con los gritos.

    Jesús se detuvo y el grupo que lo rodeaba se volvió para mirar a los leprosos. Los enfermos también se detuvieron, el instinto les indicó la distancia que la Ley exigía. Los grupos estaban parados y los separaba la distancia reglamentaria, entre ellos había algo más que piedras.

    Aun a la distancia, Aarón pudo ver algo diferente, algo especial, en la mirada del que llamaban Jesús. Vayan, preséntense ante el sacerdote, las palabras de Jesús penetraron el tibio aire de la mañana.

    Aarón miro sus pies. La carne casi muerta todavía estaba adherida a su frágil estructura, pero él no vaciló. Los otros todavía clamaban sobre las rocas, en dirección a la ciudad. Aarón sabía que la misma ola de esperanza que lo había inundado, también había pasado sobre ellos.

    En ese momento se escucharon los gritos. ¡Miren! Rubén fue el primero que gritó. Los ojos del anciano estaban abiertos y brillaban de gozo, cuando se volvió y extendió los brazos para que todos lo vieran. La carne estaba limpia, tan perfecta como la de un recién nacido. Rubén cayo de bruces, los sollozos lo remecían. Los demás hombres miraron asombrados, sin darse cuenta en ese momento que todos habían experimentado la misma sanidad.

    El tormento por fin había acabado. Pronto entre las piedras prorrumpió una celebración mayor que la de un ejercito victorioso. Hombres que por años no habían podido tocarse, se abrasaban y danzaban.

    Aarón se inclino cerca de una roca, tenía los ojos llenos de la celebración de sus compañeros. ¡Sano! Las lágrimas dejaron huella en su rostro cubierto de polvo, mientras levantaba una pierna y después la otra. ¡Por fin había terminado! La pesadilla había llegado a su fin en forma de una lenta muerte, como siempre había imaginado.

    ¡Raquel! La familia ocupó el pensamiento de Aarón. Después de tanto tiempo… los abrazaría nuevamente. Antes de que acabara el día, tendría a su hijo en los brazos. Su corazón a penas podía contener la emoción y el entusiasmo.

    ¡Vamos!, era preciso que vieran al sacerdote. ¿Qué esperamos?, dijo con regocijo y emprendió una gozosa carrera hacia la ciudad. Todos lo seguían, repentinamente podían correr como niños entre las rocas.

    Aarón corría tras ellos, imaginaba el momento en que entraría a su casa y les contaría el milagro que Jesús había hecho en su vida. En ese momento detuvo la carrera. Jesús. Aarón miro a los demás que corrían y se perdían en el horizonte. Quería abrazar a su familia esa noche, pero primero había algo que debía hacer.

    Aarón dio media vuelta hacia las filosas piedras. Antes que el día acabara abrazaría a su familia, pero primero debía encontrar a Jesús. Gracias a Él, todo sueño que creía perdido, ahora era posible. Esa noche abrazaría a su familia, a sus seres queridos que por la lepra no había podido tocar. Esos sueños eran suyos nuevamente… gracias a Jesús.

    ¿Amigos, quién los necesita?

    La frustrada declaración de un adolescente que se siente rechazado puede ser apropiada en el momento de confusión, pero la respuesta resuena con mayor fuerza: ¡Todos los necesitamos!

    Nuestra cultura esta en guerra consigo misma. A pesar de nuestra naturaleza dependiente, anhelamos ser independientes. Aplaudimos las tecnologías que nos aíslan de los demás, pero soñamos con relaciones que nos satisfagan. Queremos autosuficiencia, pero no toleramos la soledad. La independencia que queremos y la dependencia que necesitamos se encuentran en polos opuestos, una fuera del alcance de la otra, una total paradoja para nosotros.

    Necesitamos amistades. El concepto de la familia unida le queda chico a nuestra sociedad, y también quedó chica la necesidad de tales familias. Ha pasado mucho tiempo desde que varias generaciones vivían bajo un mismo techo. Rara vez conversamos con los vecinos. En nuestro trabajo constantemente vemos caras nuevas, el resultado de la movilidad laboral. Los sistemas de entretenimiento en nuestro hogar nos invitan al aislamiento social, ya que podemos disfrutar el mundo desde la comodidad que nos ofrece nuestro sillón favorito. El avance de la tecnología nos permite estudiar, visitar ventas de garaje, y también ir a la iglesia sin movernos de nuestro escritorio.

    Podemos controlar los negocios sin salir de nuestro hogar y sólo por accionar el mouse, pero; ¿estamos realmente preparados para vivir de esta manera tan asocial? La mayoría no lo está. La soledad cunde por todas partes. Puesto que las fuentes tradicionales de compañía se desvanecen, el hambre de sustitutos permanentes emerge con más fuerza que nunca. Se desmoronan las expectativas de relaciones duraderas. Para llenar algunos vacíos surgen relaciones aberrantes y destructivas. Necesitamos lo que antes teníamos, pues las aves de rapiña de nuestro propio individualismo han devorado las migajas de pan que usamos para marcar el sendero de regreso.

    Pero no hemos perdido toda esperanza. De hecho, su iglesia existe para saciar la sed de amistad.

    Pida a los alumnos que compartan razones del porque asisten a la escuela dominical, es probable que la respuesta que ocupará el primer lugar en la lista tendrá que ver con la amistad. En la tarea de investigar la razón que trajo a alguien por primera vez a la iglesia, será difícil encontrar una encuesta donde la repuesta que ocupe el primer lugar no sea la invitación de un amigo o la necesidad de amistades.

    Los Evangelios están llenos de historias de gente solitaria y sufrida que hallaron aceptación a los ojos de Cristo. Era obvia la necesidad física de estas personas, pero fue la sanidad de la soledad la que los hacía convertirse en discípulos. Él les ofrecía aceptación y el amor de Dios. ¡Esta es una relación con la que puedes contar!

    Así debe suceder en su caso. Cada semana cuando su clase o su grupo se reúne, los alumnos se benefician del contenido de su enseñanza. Ellos están atentos al crecimiento espiritual que se hace evidente en pensamientos y actitudes. También disfrutan las meriendas. Pero es tal vez la relación que han hallado la que los hacen participar. Después de todo, nuestra necesidad de Dios y de los demás es la raíz de nuestro anhelo más profundo.

    Este anhelo es común a todos los seres humanos. Queremos amistad.

    TRABAJEMOS PARA QUE ASÍ SEA

    Una rápida encuesta en nuestra clase de escuela dominical o pequeño grupo revelará que la razón de que sus alumnos asisten es la amistad que han hallado en el grupo. ¿Y por qué no? Los beneficios del compañerismo son de gran importancia en el cuerpo de Cristo. Nos apoyamos uno en el otro, nos ministramos uno al otro, y alimentamos vidas que están entretejidas con la vida de otros creyentes. Ciertamente, relaciones profundas como estas son el intento clave de nuestro Dios de edificar su Iglesia.

    ¿Pero cómo concreta? Más importante aun, ¿cómo puede asegurar que concreta efectivamente entre los alumnos? Con frecuencia describimos las iglesias en términos de hospitalarias o poco hospitalarias. Aunque estos títulos no siempre se aplican con precisión, dicen mucho del potencial de hallar amistades en tal lugar.

    HAGA FRENTE A LA NECESIDAD

    Antes de abordar los aspectos prácticos de crear en su clase un ambiente que propicia amistades, comencemos con el maestro. Se ha establecido que los estudiantes desean y necesitan amigos. ¿Está el maestro preparado para facilitar tal relación? Muchos de los pasos que permiten que las relaciones se entablen dependen de la actitud del maestro y del enfoque que de a la clase.

    1. ¿Satisface su salón de clase las necesidades de los alumnos?

    Por décadas el modelo de aprendizaje tradicional en nuestra cultura se ha descrito como uno centrado en el maestro. El discurso ha sido el método principal. Los alumnos se sientan en hileras, de frente al podio. La destreza del maestro en exponer el material determina el que haya aprendizaje o no.

    La metodología ha cambiado y hoy se centra mayormente en el alumno, el buen éxito en la enseñanza se define por lo que el alumno aprende más que por lo que el maestro dice. En un ambiente como este, en vez de las preferencias del maestro, son las necesidades de los alumnos las que orientan la clase. Aunque este punto se comentará con más detalle en los párrafos que siguen, si quiere facilitar relaciones, es esencial que el maestro determine centrar la clase en el alumno.

    2. ¿Es usted un modelo de amistad?

    La clase que fomenta las buenas relaciones es un lugar donde el maestro también encuentra buenas relaciones. Si usted no encuentra amigos en la clase, es probable que sus alumnos tampoco los encuentren. Aun si enseña niños varias décadas menor que usted, puede darles ejemplo de amistad por ser un amigo.

    3. ¿Ha hecho usted un compromiso a largo plazo?

    Hay una poderosa conexión entre el potencial de desarrollo de relaciones de una clase y la estabilidad del maestro en su posición. Los alumnos necesitan estabilidad para ajustarse y comenzar a abrirse a otra persona. Si no tienen seguridad de su compromiso, ellos no estarán muy dispuestos a comprometerse con la clase y con los demás alumnos.

    PREPARE EL AMBIENTE

    Una vez que se ha comprometido a trabajar para que haya resultados en su clase, hay algunos asuntos relacionados con el ambiente

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