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Cautivo Liberado
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Libro electrónico285 páginas3 horas

Cautivo Liberado

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¿Le han herido? ¿Está acosado por sentimientos turbulentos y pensamientos enredados? ¿Sabe usted que debe perdonar, pero no está seguro por dónde empezar? Cautivo Liberado es una luz en el camino de la sanación, que ofrece historias y ejemplos interesantes, explica cómo el perdón encaja en nuestro ADN espiritual y examina las mentalidades que hacen que perdonar sea más fácil o más difícil. En este libro, aprenderá cómo
・ tomar medidas concretas para perdonar;
・ asegurarse de que el perdón se ha apoderado de su corazón; y
・ proteger su espíritu de la amargura, tanto ahora como en el futuro.
Si está cansado de estar encarcelado por el dolor y la toxicidad y quiere entrar en la vida libre y abundante que Jesús ha planeado para Sus hijos, este libro es para usted.
=-=-=-=-=-=-=-=-=-=-=-=-=-=-=-=-=-=-=-=
Una obra poderosa y hermosa. Si existe otro libro tan transformacional como este, no me lo he cruzado. —Cathy Sakiyama | B.R.E., M. Ed., Terapeuta (PACCP)
Valerie escribe como el amigo de confianza con quien te tomas un café cuando el corazón está abatido y que te da ánimo con una Biblia abierta y un corazón igualmente abierto y vulnerable. —John Steadman | Director de Relaciones Externas, McMaster Divinity College
Un libro imprescindible en la biblioteca doméstica de todo cristiano. —Faith Crosby | Oradora de Mensajes Inspiradores para Mujeres
Cautivo Liberado es un recorrido saturado con las Escrituras...una lectura imprescindible para toda persona que trabaja en el plan de Dios por un mundo reconciliado y relaciones reconciliadas a través de Cristo. —Joel Gordon | Director de Asociación e Innovación del Ministerio, The Evangelical Fellowship of Canada

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 ago 2023
ISBN9781667461229
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    Cautivo Liberado - Valerie Limmer

    PARTE I

    DINÁMICAS DE RELACIÓN

    El perdón. Esa palabra tiene el poder de evocar una respuesta visceral inmediata en nosotros. Nuestras reacciones pueden ser diversas, dependiendo de nuestro estado de ánimo y de los eventos recientes en nuestras vidas.

    Cuando tenemos la culpa, el perdón parece un oasis en un desierto de malas acciones. Es una promesa de esperanza en un escenario de arrepentimiento.

    Cuando nos han hecho mal recientemente, el perdón puede sentirse amenazante. Preferiríamos ignorarlo y darnos el lujo de la autocompasión o de la indignación. Pero el perdón se avecina, con su dedo acusador, exigiendo acción.

    Cuando ha pasado algún tiempo, la idea cambia y pesa más sobre nosotros. Sabemos que debemos perdonar y ya no podemos posponerlo. Suspiramos profundamente y comenzamos a caminar por el sinuoso sendero a cuyo fin llegamos fatigados. Nos sentiremos aliviados cuando terminemos este fatigoso recorrido.

    Tal vez sus imágenes mentales y emociones difieran de las mías cuando escucha la palabra perdón, pero sospecho que una cosa es igual para todos: cuando lo recibimos, el perdón es un alivio; cuando tenemos que darlo, el perdón puede ser arduo. De hecho, perdonar es una de las cosas más difíciles de hacer en la tierra.

    1

    MANTENERSE SANTO EN UN CONFLICTO

    La desunión es una de las mayores estrategias de Satanás contra la iglesia.

    —Ajith Fernando, directora docente de Youth for Christ

    El conflicto es inevitable en la experiencia humana, y no es de extrañar. Soy una canadiense de la ciudad multicultural de Toronto. Como país, los canadienses nos enorgullecemos de nuestra habilidad para interactuar con personas de muchas nacionalidades y nuestra actitud de bienvenida hacia personas de diversos orígenes.

    Todos venimos de diferentes culturas personales, seamos o no de un país extranjero. A veces nos engañamos pensando que, si somos de la misma nación y sociedad que otra persona, debemos tener una base sólida para comprender. Sin embargo, el país y la ciudad donde crecimos son solo dos de los factores para determinar nuestra cultura personal. Las diferentes culturas pueden provenir de vocabularios contrastantes y diccionarios internos que influyen en las cosas que decimos y escuchamos, en las motivaciones y ambiciones individuales, en las dinámicas familiares de la infancia y en los distintos antecedentes emocionales.

    Mi esposo, Peter, y yo somos ejemplos de culturas divergentes. Ambos provenimos de familias de clase media y crecimos en ciudades vecinas. Nuestros padres son cristianos. Pero las culturas que trajimos a nuestro matrimonio eran polos opuestos. Peter hereda su cultura de Japón e Inglaterra. Yo heredo mi cultura predominantemente de Europa del Este. La familia de Peter es callada; la mía es ruidosa. La familia de Peter entiende el espacio personal y las pertenencias; la mía no tiene esa comprensión. La familia de Peter valora la música y la resolución de problemas; la mía tiende a ser lingüística y matemática. La familia de Peter está principalmente involucrada en el ministerio cristiano o en el servicio al gobierno; la mía está llena de profesionales. Estas diferencias resultaron en ciertas fricciones inesperadas al principio de nuestro matrimonio, a medida que aprendimos a navegar nuestra nueva relación y las expectativas que ambos traíamos.

    Las variaciones personales también afectan a nuestros lugares de trabajo y amistades. Aunque usted y yo estemos emocionalmente sanos, no todas las personas con las que entablemos una amistad lo estarán. Tal vez alguien ha sido herido recientemente. Quizá esta persona sea sensible o combativa cuando se tocan sus golpes emocionales. Algunas personas pueden estar sanas en un área y disfuncionales en otra.

    A la terapeuta y consultora de reconciliación Marion Goertz le gusta decir que la ira actúa como el hermano mayor protector de las emociones más fundamentales de la tristeza, el miedo, el abandono y la traición. ¹ Los conflictos pueden provenir de necesidades no satisfechas o de personas que se protegen de ser vulnerables. Los viejos recursos (el hambre, la fatiga y el estrés) son ingredientes de la irritabilidad. Aquellos que hacen dieta o tratan de dejar de fumar, ambos de las cuales incluyen el hambre y el estrés, pueden tender a ser más irritables.

    Teniendo en cuenta todas estas diferencias, junto con nuestra suposición, a veces errónea, de que entendemos a quienes nos rodean, ¿es de extrañar que sea inevitable el alboroto? Dada la complejidad de una sola relación, no es de extrañar que haya conflicto. Es una sorpresa que no haya más conflicto.

    Muchas relaciones mundanas se desvían hacia la discordia, la agresión y el chisme. Tristemente, las relaciones cristianas a menudo van en la misma dirección.

    Una persona japonesa me dijo una vez que en su cultura las acciones importan más que las palabras. Al observar siempre a quienes los rodean, los japoneses aprenden quiénes son las personas. Dicen que aquellos que demuestran coherencia entre sus palabras y acciones tienen corazones verdaderos o corazones de honestidad.

    Nuestros amigos, familias, vecinos y colegas que no son cristianos a menudo son igual de observadores. Mientras trabajaba como ingeniera en Canadá, uno de mis compañeros de trabajo me llamó la atención por haber dicho "¡oh, God!" [oh, por Dios] en una conversación. Él sabía que los cristianos tienden a evitar esa frase porque usar el nombre de Dios de manera tan casual deshonra al Dios que amamos. Me sorprendió tanto escrutinio.

    Afortunadamente, esa frase no está en mi vocabulario activo, por lo que no había posibilidad de que hubiera salido de mis labios. Pude asegurarle que había dicho: "¡oh, gosh! [caray], aunque la sh" de gosh resultó ser más silenciosa de lo que fue mi intención enunciar. (Deberé tener cuidado con eso, pensé.)

    Los japoneses y las personas que no son cristianas parecen haber entendido una verdad importante que los cristianos occidentales a veces pasan por alto. En un mundo pecaminoso, la coherencia entre nuestras palabras y nuestras obras es de suma importancia. Si decimos que creemos en algo, pero nuestras acciones no lo confirman, tal vez deberíamos reexaminar nuestras creencias.

    La Biblia nos dice que la mejor manera de medir las convicciones de una persona es examinar su comportamiento. Si aceptamos esto como axiomático, lo que descubrimos puede sorprendernos. George Barna, fundador del Grupo Barna, ha llevado a cabo cientos de estudios sociológicos sobre la interacción de la fe, la cultura y el comportamiento en los Estados Unidos. Según una encuesta, estadísticamente no hay diferencia entre los cristianos occidentales y los no cristianos ² en cuanto a las tasas de divorcio, el nivel de participación de la comunidad, la incidencia de presentar demandas y de hacer donaciones a (o de ser voluntario en) organizaciones sin fines de lucro. Aunque los cristianos parecen animar más a la gente y ver menos películas violentas o sexualmente explícitas, quienes no son cristianos dan más a los pobres y a las personas sin hogar. ³

    Según Barna, para la mayoría de los comportamientos, no hay diferencia estadísticamente significativa entre los cristianos y el resto del mundo. Aquellos que dicen seguir a Cristo tratan de mantener un poco más la pureza de sus mentes, pero se preocupan menos por los pobres de manera práctica. ¿Le recuerda esto a alguien en la Biblia?

    Durante su vida en la tierra, Jesús dijo: Tengan cuidado de los maestros de la ley. Les gusta pasearse con ropas ostentosas y que los saluden en las plazas, ocupar los primeros asientos en las sinagogas y los lugares de honor en los banquetes. Se apoderan de los bienes de las viudas y a la vez hacen largas plegarias para impresionar a los demás. Estos recibirán peor castigo (Marcos 12:38–40).

    A los escribas les gustaba fingir que eran puros y santos, pero sus acciones hacia los pobres revelaban el verdadero estado de sus corazones. Si nos preocupamos solo por nuestra pureza percibida y no por nuestro comportamiento real, estamos actuando como los escribas. Si hubiésemos vivido en los tiempos de Jesús, Él también nos hubiera condenado.

    Esto plantea la siguiente pregunta: si la conducta de los cristianos no difiere de la del mundo en tantas áreas mensurables, ¿cómo actuaremos cuando se trata del perdón?

    Nuestra cultura occidental premia el individualismo y la verdad. Por otro lado, las culturas orientales valoran la unidad con los grupos a los que uno pertenece, incluso a expensas de la verdad. Decir algo falso ni siquiera cae en el continuo de la verdad y la mentira a menos que perjudique a alguien. En cambio, la dignidad de cada persona es el objetivo más elevado, y se espera que los individuos trabajen juntos con el grupo para el bien mayor.

    En Japón, son abundantes los grandes ciempiés negros, rojos y naranjas, llamados mukade. Algunas personas piensan en el ciempiés como un símbolo de la sociedad japonesa. Una pata, una parte de la entidad comunal, aunque no es autosuficiente, simboliza a cada persona trabajando junto con las otras patas para conducir el insecto hacia su destino. Las conversaciones en japonés tienden a ser mucho más largas que en inglés porque los participantes trabajan en desarrollar las relaciones en cada punto de contacto. Ninguna fecha límite, por urgente que sea, es más importante que la red de relaciones incrustadas en la vida de cada persona.

    En Occidente, a veces identificamos erróneamente lo que es la unidad. La ausencia de conflicto no es unidad, así como la ausencia de enfermedad no es salud. A veces, los lazos más unificados son lazos que enfrentan conflictos, pero que también trabajan para lograr una resolución amorosa. Podemos tener un sentido de confianza que quizás no esté presente en las relaciones que nunca han enfrentado estas cosas. Tal confianza nace de un reconocimiento de que no tenemos que evitar el conflicto o estar de acuerdo en todo. Puede haber desacuerdos, a veces incluso desagradables, pero en la base, siempre habrá respeto y amor.

    Cuando huimos del conflicto, nos robamos la capacidad de experimentar la verdadera unidad, sanación y confianza en nuestras relaciones espirituales. También le robamos a Dios la oportunidad de demostrar Su poder y exhibir Su amor, perdón y gracia, tanto a través de nosotros como hacia nosotros. Como fundador de iglesias, Aaron Loy escribió, algunas de las mejores obras de Dios ocurren en el desorden.

    En mi tiempo como misionera en Japón, he estado aprendiendo mucho sobre lo que significa vivir en armonía. La preservación de la wa —un sentido de unidad social— es crucial en la cultura japonesa. En comparación, en la cultura occidental nos parece cada vez más dura, impaciente y rígida. A veces me pregunto si perdemos algo invaluable cuando descartamos la importancia de la armonía en favor de otros objetivos, a menudo opuestos.

    Al igual que con tantas otras cosas, las actitudes generales de la sociedad se han abierto camino en las iglesias norteamericanas. La Biblia a menudo menciona la unidad como una meta dentro del cuerpo de Cristo. En América del Norte, tratamos la unidad como un subproducto, pero no como un objetivo. Citamos versículos como ¡Cuán bueno y cuán agradable es que los hermanos convivan en armonía! (Salmos 133:1), ignorando las implicaciones de las Escrituras que nos instan a llegar a la unidad de la fe (Efesios 4:13).

    Llegar a la unidad de la fe. Esto suena como una meta para mí. El apóstol Pablo habla de la necesidad de esforzarnos por mantener la unidad del Espíritu (Efesios 4:3). La unidad no surge por arte de magia. Se nos dice que la busquemos y la protejamos diligentemente. En América del Norte nos hemos quedado muy lejos de este elevado objetivo.

    Peter y yo habíamos sido cristianos por más de treinta años cuando nos dimos cuenta de que habíamos saltado algunas lecciones profundas en las enseñanzas del apóstol Pablo.

    Ruego a Evodia y también a Síntique que se pongan de acuerdo en el Señor. Y a ti, mi fiel compañero, te pido que ayudes a estas mujeres que han luchado a mi lado en la obra del evangelio, junto con Clemente y los demás colaboradores míos, cuyos nombres están en el libro de la vida.

    Alégrense siempre en el Señor. Insisto: ¡Alégrense! Que su amabilidad sea evidente a todos. El Señor está cerca. No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús.

    Por último, hermanos, consideren bien todo lo verdadero, todo lo respetable, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo digno de admiración, en fin, todo lo que sea excelente o merezca elogio. Pongan en práctica lo que de mí han aprendido, recibido y oído, y lo que han visto en mí, y el Dios de paz estará con ustedes.

    FILIPENSES 4:2–9

    Al comienzo del pasaje anterior, mi Biblia tiene un subtítulo que dice Piensa en la Excelencia. El subtítulo en la Biblia de Peter dice: Exhortación, aliento y oración. Estos encabezados por tema fueron añadidos más tarde por los editores, no por los traductores. No sé si tales adiciones nos cegaron a entender este pasaje, pero no pueden haber ayudado. 

    Estos encabezados, y cada sermón que habíamos escuchado sobre este texto, hacían parecer que Pablo estuviera discutiendo varios temas. Sin embargo, tal vez este pasaje no estaba tan desarticulado después de todo. Tal vez todo se trataba de lo mismo. En lugar de dar un breve ejemplo a dos mujeres en conflicto seguido de exhortaciones generales a la iglesia, tal vez Pablo todavía estaba hablando sobre el conflicto después del primer párrafo. ¿Podría ser que toda esta sección fuera una lista de instrucciones sobre la mentalidad que Evodia y Síntique deberían adoptar para evitar pecar en medio de su enfrentamiento?

    Ahora creo que Filipenses 4:2–9 es un manual sobre cómo vivir vidas santas incluso en la presencia de conflictos. Siguiendo estas pautas, podemos hacer que el perdón, la restauración y la unidad sean más simples para nosotros mismos. Echemos un vistazo más de

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