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Tratando De Olvidar
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Tratando De Olvidar

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Obra extremadamente introspectiva e intimista, en la cual los sentimientos juegan el rol
principal, desplazando a los personajes. Llevando en si el protagonismo total.
Lo que nos lleva a reflexionar sobre nuestros propios conceptos de Amistad, lealtad y
sinceridad...y el Amor. Ese con el que, algunos afortunados tropiezan, mientras que a otros
solo le conocen por relatos o an peor...por haberlo visto pasar acompaando a otra persona.
Este sentimiento a veces es fuerza motivadora para una metamorfosis total. Tras la
cual, no seramos capaces de reconocernos, nosotros mismos.
Seguramente luego de esta apasionado viaje literario, siguiendo las vicisitudes con que la
vida enfrenta a Rodrigo Blanes, para usted tampoco sera... FCIL OLVIDAR.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento6 sept 2012
ISBN9781463311131
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    Tratando De Olvidar - Maria Helena Aguilera Mizugay

    Capitulo I

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    Era el matrimonio de Charles Herman y Marian Parker, de esos pocos mortales, bendecidos por los Dioses: Jóvenes, afortunados y felices. Hijos de familias bien del oeste Americano, con nombres reconocidos e sociedad. Se casaron enamorados, algo inusual en su medio donde, los matrimonios son alianzas, para incrementar fortunas.

    Los padres de Marian, estaban dedicados a la crianza de ganado. Poseían un gran número de cabezas de varias razas y muchas hectáreas de terreno. Su familia estaba formada por 3 hijos varones y ella; que al ser la menor, se acostumbraron a mimar y proteger excesivamente. Por lo que había crecido en un mundo de despilfarro y no muchos valores morales. Pues más de una vez, se enteró de relaciones extramaritales de sus progenitores. Los que después de todo, quizá por afectos o intereses compartidos, jamás parecieron tener alguna desavenencia. Y así creció ella en un mundo ligero y permisivo. A pesar de todo, tuvo que estudiar hasta graduarse. Pues respecto a ese tema, sus padres si fueron muy rígidos.

    En tanto Charles, era hijo único de inmigrantes irlandeses de segunda generación. Una versión más, del sueño americano. Su abuelo había llegado ahí, como intrépido aventurero que probó fortuna en la bolsa y tuvo gran éxito. Por lo que a pesar de venir de una familia de buen nombre, social y económicamente estable, le habían inculcado preceptos y valores, que lo hicieron un hombre recto y respetable. Le enseñaron a amar y respetar sus raíces, sus semejantes y el valor del dinero; también a usar sabiamente, el poder e influencias; derivados de su importante posición. Y principalmente a no envanecerse de los logros económicos, que no eran suyos, sino heredados. Haciéndole ver que si quería aspirar a algo, tenía que luchar hasta conseguirlo; o sea: crear y consolidar, su fortuna personal.

    Se conocieron en la UCLA, estudiando comercio internacional. Y si, venían de crianzas diferentes, pero ya todos sabemos que cuando el amor aparece, lo demás pierde importancia. Hasta que el tiempo se encarga de hacernos ver lo relevante de esos detalles que la ilusión, hace parecer insignificantes.

    Tras 2 años de noviazgo, contrajeron matrimonio. Recién egresados, con un maletín de sueños bajo el brazo y hambre de comerse el mundo, se independizaron de sus familias. Fincando su residencia en la ciudad de San Diego, en la costa Californiana. Él ansiaba demostrar a sus padres que los años de educación y amorosa protección no habían sido vanos y sabría mantener, en alto el nombre de la familia. Rápidamente se establecieron y Charles decidió invertir la pequeña fortuna que le confiara su padre en acciones, era algo que conocía y podría vivir en la costa, ya que le gustaba el mar. Al poco tiempo y gracias al aumento de comercio hacia oriente, se incrementó su economía en gran medida. Y gracias a su empeño y vigilancia, llegó a convertir su propio nombre en uno… importante y destacado, en el mundo bursátil.

    Todo iba bien, pues Charles era muy dedicado al trabajo. Marian lo acompañaba feliz, en los frecuentes viajes que hacía. Luego de casi 5 años de lucha y felicidad, su unión se cimentó con el nacimiento de una heredera, a la que llamaron Guillen. La niña tenía atributos de ambos: Con grandes y hermosos ojos celestes como su madre, pero cabello color miel como el de Charles. También sus rasgos recordaban su familia paterna, pues tenía incluso, hoyuelos en las mejillas como la madre de Charles. Era sana, simpática y bella. Casi un pedacito de sol, como su padre amorosamente le llamaba.

    Por el nacimiento de su hija, Marian estuvo un tiempo en casa de su familia que la recibió feliz, pues seguían viendo en ella a la niñita querida y mimada de todos. Le gusto sentirse como antes, casi como si nunca, se hubiese ido. Acudieron a verle amistades de sus años jóvenes, y entre ellos pasó algunos meses. Luego por consejo paterno, más que por convicción, regresó a su hogar.

    Volvía a un matrimonio bien avenido, sin problemas y con una economía sólida; que Charles seguía incrementando, con trabajo y dedicación. Sin percibir que en Marian iba creciendo la apatía, por viajes y cuestiones monetarias. Sus padres siempre se encargaron de todo eso y, no le enseñaron el valor de adquirir y cuidar, lo que se obtiene con trabajo. Algo que a Charles, había aprendido muy bien.

    Él sentía ser, más que feliz. Quizá era, un poco anticuado y conservador, para su medio. Creía en los valores tradicionales que le inculcaran sus padres: como el amor, la unión familiar, el respeto por los demás y a sí mismo.

    Marian también quería a su familia y gustaba de estar a su lado; principalmente por los mimos y protección que le brindaban siempre.

    Tenía su apoyo incondicional 100%, aunque no lo necesitaba. Su marido era un tipo obligado y amoroso, que la veía perfecta. Podían tocar cualquier tema: amor, hogar, educación de su hijita y claro, negocios. Compartían todos sus intereses o al menos así parecía. La sociedad Californiana, ya se interesaba en el nombre Herman & Parker, que era el registro de su exitosa sociedad familiar y financiera.

    Guillen crecía feliz con los mimos y juegos de Marian, que apenas pasaba la veintena; por lo que, no había perdido su carácter locuaz y juguetón. Charles con treinta, era un poco más enérgico pero nada excesivo. Quería inculcarle, los valores que él mismo recibiera de sus padres; quienes le habían enseñado que lo material, puede perderse o ganarse en un golpe de suerte, no así el amor y los principios. Casi imperceptiblemente, iba sembrando en ella, esos legados paternos que a él también le enseñaran. Por lo que paulatinamente, la pequeña se le iba asemejando tanto emocional, como físicamente.

    Gustaba de mimarla y jugar con ella, pero cuidaba con mucho celo, su educación. Y se encargó personalmente de seleccionar maestros, que complementaran su educación; pues por los viajes, la escuela normal era difícil de llevar. Consideraba fundamental, que la niña dominara el español, tanto como el inglés, pues en California, se convivía mucho con latino americano. Así Guillen fue aprendiendo el idioma que terminó por dominar con naturalidad y escaso acento. Sobre todo por la influencia de Rafael Sánchez, un fiel mayordomo hispano, que laboraba con ellos, casi desde que la pequeña naciera.

    El tiempo siguió su marcha y a su pesar, Charles advirtió que el interés de Marian por los negocios y por él…decrecía. Pero la quería tanto que, trató de ignorarlo. Guillén sin la vigilancia de su padre, gozaba de trato despreocupado y disfrutaba además de aventuras fuera de la ciudad y días de playa, con su madre y los amigos de ésta. Por su escasa malicia no advertía raras, las relaciones tan personales que ella mantenía con algunos de sus amigos.

    Al crecer y tener mas edad, tampoco le dio importancia imaginando que, como cualquier mujer, gustaba de la admiración masculina, pero que en realidad amaba a su padre.

    Y menos aun porque, al paso del tiempo, ya con 15 años, hizo amistades propias. Y perdió el interés en a salir con su madre, prefiriendo la compañía de otros adolescentes.

    Tal situación alegró a la inestable Marian, ya que al ir creciendo la niña aumentó también su belleza. Y rivalizaba fácilmente con la suya, lo que interiormente le molestaba, a más de evidenciar su edad. Pues en el fondo, aún seguía siendo la chica caprichosa de antaño: esa que se crece con el halago masculino. No le faltaba amor, tampoco dinero pero ese, algo de aventura y riesgo que tenía el actuar a espaldas de Charles, la predispuso al engaño. Pasando fácilmente de la acción a la obra, tuvo muchas aventuras. Pero a veces, la seguridad hace perder la cautela y cierta vez, se creyó enamorada de un tipo casado y con hijos; que terminó dejándola. Sintiéndose derrotada, por vez primera en su vida, acusó fuerte depresión, que simulaba ante su marido. Con su hija no hubo problema, pues le dijo había reñido con una amiga.

    Pasaron unos meses y un atardecer, al levantarse de la siesta, escuchó la voz alterada de sus padres. Ignoraba el porque, pero escuchó el llanto de Marian.

    Asustada salió al jardín, el día era cálido y estaba hermosamente bañado por los destellos dorados del sol en retirada; sin embargo sintió que un extraño frío, le recorría el cuerpo. Escuchó pasos aproximándose, era Rafael. Se sentía inquieta por le altercado que escuchara y temerosa le comentó al tenerlo cerca:

    —Algo sucede amigo, están disgustados.

    El hombre sonrió y tratando de tranquilizarla, adoptó un tono conciliador al decir:

    —A veces, hasta los mejores matrimonios tienen sus diferencias. No te preocupes, ya verás que pasará la tormenta y, todo seguirá bien.

    Luego le invitó a preparar la cena, para que olvidara el mal rato.

    Conversaban cuando vio que su padre salía, presuroso y con gesto serio. Fue hasta la recámara, en busca de su madre y la encontró a oscuras. Ella le pidió la dejara a solas, pues tenía jaqueca. Fue de nuevo con Rafael y, se refugió en su abrazo. Advertía que algo extraordinario ocurría, pero no sabía que.

    Inquieta fue hasta su cuarto, confiando en que todo pasaría, como dijera su amigo. Y entabló una de esas largas charlas telefónicas, que los chicos acostumbran. Al fin se durmió, cansada. Muy noche despertó y fue a la habitación de sus padres, al recordar lo ocurrido. Escuchó que de nuevo hablaban, pero ya no estaban alterados. Se sintió tranquila y regresó a dormir.

    Al día siguiente al despertar fue a verles, llamo tímidamente a la puerta y escuchó la voz de él, invitándole a pasar. Encontró la imagen acostumbrada, sus padres abrazados y sonrientes. Evidentemente habían salvado ya, las diferencias. Se acurrucó junto a ellos, feliz y notó sonrisas cómplices entre ellos. Les miró inquisitiva y su padre acariciándole la cabeza, como siempre hacía, le dijo:

    —Has crecido mucho y eres una señorita. Quiero decirte que, tal vez no lo esperabas ni yo tampoco, pero ya no serás mas la niñita de papá, pues tendrás una hermanita.

    Los miró incrédula. Tanto tiempo había soñado escuchar eso y ahora, de repente…se cumplía su anhelo. Era algo fabuloso e inesperado. Saltó feliz, abrazándolos lloraba y reía emocionada. Más aún, cuando supo que su padre no se iría más, lejos de casa. Los viajes habían terminado, su fortuna ya era sólida y podía tomarse, esa libertad.

    Salió en busca de Rafael y alborozada le dio la noticia. Él sonrió, ante la algarabía incontenible de la adolescente, que no advirtió su semblante algo preocupado. Como si percibiera que tras la calma…llegaría el vendaval.

    Los meses pasaron y en la primavera, pudo al fin abrazar a su hermana. Todos acudieron a conocerla. Los padres de Marian, enloquecieron de contento. Tenía los ojos de ese azul celeste tan singular y el cabello rubio platino, de los Parker. Los padres de Charles en cambio, no parecían muy contentos. Y en el ambiente se sentía algo de tensión entre ambas familias.

    Ella eligió el nombre y decidió llamarle Angie, como su artista preferida. Marian se veía feliz con su nueva hija y pronto la hizo también, objeto de mimos excesivos. Charles en cambio, se notaba nervioso y hasta un poco distante con la nena. Y pocas, muy pocas veces la tomaba en brazos. En cambio con Guillén, era más afectuoso que antes y mantenían largas charlas mientras la invitaba a caminar por la playa; la que era una de sus actividades preferidas y por ende, también de ella.

    Se notaba más atento y cariñoso con su esposa, como si quisiera resarcirla del tiempo perdido. Frecuentemente le obsequiaba con románticas veladas, asistían a reuniones sociales e incluso las hacían en su propia residencia. Debido a su importancia social, todo ello era comentado en las páginas de finanzas y sociales. Lo que no agradaba mucho a Charles pero lo toleraba, pues al parecer, eso hacía feliz a Marian.

    Los viajes de negocios habían disminuido, pero aún sucedían ocasionalmente. Entonces Guillen acompañaba a su padre, pues Marian ya no quería hacerlo. Y se quedaba en casa, pretextando el cuidado de su hija menor. En esos días de convivencia, la joven creía advertir cierta tristeza en la mirada paterna. Le interrogó muchas veces, pero él siempre negó que sucediera algo. La abrazaba y la tranquilizaba, mientras le trasmitía más, sobre sus ideas diciéndole:

    —La vida puede ser amiga o enemiga, tú decides…Si obras bien tendrás siempre un amigo y al final, será positivo tu balance. De lo contrario, te arrepentirás hasta el último minuto. Recuerda: el final puede ser un día nublado…o un arco iris.

    Ella se dedicaba a escucharle atenta, aunque no lo entendía del todo. Pero igual, iba guardando esos conceptos en su mente. Y es que de a poco Charles iba logrando su objetivo: ella maduraba y crecía con buenos principios. Y él se sentía orgulloso y feliz, de su obra. Su unión les permitía un lazo de confianza y cariño, entrañable. A pesar de todo, Guillen advertía que su actitud, no era igual con Angie. Lo que la intrigaba, pero también la llenaba de malsano júbilo. Más aún cuando un día él le comentó:

    —Será que me había acostumbrado a tener solo una hija y…no sé.

    Pero teniéndote a ti, soy el más feliz del mundo. No puedo mentirte: jamás llegaré a amarle igual.

    Eso le llenó de júbilo y amor; aunque su alegría se vio opacada por los remordimientos, cuando al volver a casa, Angie corrió a su encuentro, feliz de verla de nuevo. Algo apenada y tratando de acallar sus sentimientos, daba a su hermanita mas atención y cariño. Haciéndolo a veces, tan excesivamente como la misma Marian.

    Una vez llegó molesta y llorosa, pasando directo a su cuarto. Saludó apenas a Charles, que estaba leyendo el diario. Intrigado por su inusual actitud, fue tras ella; llamó a la puerta y solo tuvo como respuesta el llanto adolescente. Entró a la habitación, se sentó a su lado y le abrazó en silencio. Se sorprendió cuando ella se refugió en su pecho, en un apretado y casi infantil abrazo. Entre sollozos comentó que había peleado con sus amigos, aunque no el motivo. Él, comprensivo y conciliador como siempre le dijo:

    —Mi niña…ahora puede parecerte grave, pero verás que al tiempo te mofarás de sus tonterías. Además si te lastimaron, quizás no son tus amigos, como creías y no valen tus lágrimas.

    Continuó llorando abrazada a su almohada y se fue adormeciendo, mientras su padre jugueteaba su cabello y, le contaba una historia alusiva a la situación que vivía. Como siempre, desde que era pequeña.

    Tras unos días, ya más tranquila, volvió al colegio. Decidida a no ver siquiera, a quienes la ofendieron. Habían sembrado dudas en su ánimo, sobre la conducta de su madre, pero todo parecía normal como siempre. Charles al despedirse le besó, diciendo debía viajar de nuevo, pero no la llevaría, pues su ausencia, sería muy breve.

    Por la tarde, Marian salió encargándole a Angie, lo que era común.

    A pesar de todo, tuvo una extraña inquietud y salió tras ella a despedirla.

    Llevaba de la mano a la pequeña de 3 años, que hablaba incesantemente. Le besaron y se quedaron en el portal viéndola alejarse en su deportivo. Mientras recordaba los comentarios hirientes que, sobre ella le hicieran en el colegio. Se tranquilizó al recordar que su padre decía: A veces, la felicidad, es motivo para que algunos hablen de más.

    Así que, sintiéndose integrante de una familia bien avenida; olvidó los problemas y se dedicó a jugar con su hermanita. Las horas pasaron sin sentirlas. La niña se durmió, ante el televisor. Y ella terminó por dormir también, aunque algo inquieta. Pues generalmente alguno de sus padres, le acompañaban hasta la cama, para desearles un buen descanso.

    Capitulo II

    SKU-000482276_TEXT.pdf

    Ya había amanecido, cuando escuchó que abrían la puerta y vio a sus abuelos. Estos con gesto grave se sentaron al pie de la cama.

    El padre de Charles se notaba deshecho, aunque no más que los otros. Era extraño verlos así.

    Sally la madre de Marian, le abrazó diciendo:

    —Hijita, ha sucedido una verdadera desgracia.

    Se negaba a aceptar, el terrible pensamiento que se iba filtrando en su mente pero…era evidente. Algo muy malo había sucedido a sus padres, por eso estaban todos ahí. Vio que entraban en esos momentos dos hermanos de Marian, con muestras de llanto y semblantes desencajados. Empezó a gritar y llorar, negando insistente, mientras el dolor se apoderaba de ella.

    —No, no, a mis papitos no les pasó nada, no. No es cierto, me quieren asustar. Mamá salió con sus amigos y papá anda de viaje. Pronto volverán.

    El obstinado silencio, el llanto y el dolor que campeaban en torno, le confirmaron que algo ocurría. Pero aún así, se negaba a creerlo y salió corriendo del cuarto. En la sala se topó con su tío William, el hermano mayor de su madre, que le abrazó en silencio. Y sin poder hablar, rompió a llorar ruidosamente, sacudido por hondos sollozos. Y supo que ellos, las habían abandonado. No podía seguirlo ignorando y abrazada a él, lloró desconsoladamente.

    No tuvo entereza para averiguar detalles, solo sabía que se había quedado sola con su hermanita. Angie no reparaba en la situación e incluso corría y jugaba con sus familiares, protegida por la poca edad y su inocencia. Además de enfrentar el duelo, se sorprendió al enterarse que Alexandra su abuela paterna, se negaba a que los cuerpos de sus padres, reposaran juntos, e insistía en trasladarlo a la cripta familiar de los Herman.

    Terminó la discusión, cuando ella intervino con entereza y sin lugar a réplicas; diciéndoles que serían sepultados juntos.

    Ya casi para finalizar el acto, miraba entre lágrimas por encima del cristal, el rostro de su padre; reiterándole con voz entrecortada todo el amor y el dolor que le embargaba. Repentinamente Alexandra, su abuela paterna llegó a su lado y aferrada fuertemente al féretro; conmocionada y temblorosa por el llanto, gritó con la voz quebrada por el llanto:

    —¡Maldita seas Marian Parker! ¡Mil veces maldita, donde quiera que estés! ¡Nunca mereciste el amor que mi Charles te dio!

    Las murmuraciones y enojo por parte de los Parker, no se hicieron esperar. Pero el padre de Charles trató de acallarlos, disculpándola en su dolor. También estaban por ahí, muchos socios y la prensa, cubriendo el triste suceso, que finalmente concluyó.

    Retornaron todos a la casa familiar y, en tensa convivencia pasaban los días, en espera de que se leyera el testamento y saber las decisiones a tomar, respecto a las chicas.

    Luego de amargos días y ya un poco más tranquila, Guillen advirtió que Alexandra, evitaba ostentosamente a los familiares de su madre. Lo que le pareció extraño, pues ella era una dama educada y respetuosa. Pero evidentemente, estaba muy molesta. Al quedar a solas, poco antes de la cena, se atrevió a preguntar a su abuela, el porque de su actitud y ésta simplemente respondió:

    —¡Era una maldita zorra! Si tan solo mi Charles, no la hubiese amado tanto. Todos los días de mi vida al levantarme, lo primero que haré será mal decir su nombre, para que no encuentre reposo su alma.

    Su abuelo estaba a la mesa, leyendo el diario y le dijo con voz tranquila y mesurada:

    —Alexandra, calla por favor. No tiene objeto envenenar su corazón, apenas es una chica. Además, también era su madre.

    La aludida hizo un gesto apenado, limpió sus lágrimas y calló. El hombre, tratando de que olvidasen el mal rato, las abrazó e invitó a comer un pastelillo. Y salieron a la cocina, conversando; aunque para Guillen, era evidente el odio que su abuela sentía, por su difunta madre.

    Tras la cena fueron a descansar y, desde la ventana de su balcón, entre las sombras del jardín, vio la figura de su abuelo que fumaba, solitario y taciturno. Se encaminó hasta allá, y se sentó a su lado en silencio. Este la abrazó y con voz casi quebrada le dijo:

    —¡Cariño! Ahora eres tú, lo único que nos queda de nuestro querido hijo. Nunca más lo veré, ni podré estrecharlo entre mis brazos.

    Ella acurrucándose en su abrazo preguntó, inocentemente:

    —También está Angie, ¿o no?—

    El desconsolado hombre negando con la cabeza, murmuró al tiempo que la abrazaba:

    —Ay, esa niña… no creo poder quererla nunca.

    Con voz queda, casi como súplica, ella pidió:

    —Abuelo…si tengo que saber algo, dímelo, por favor. Antes de que empiece a odiar, sin saber porque. Papá siempre dijo que, no había nada tan importante como para permitir, que el odio desaloje el amor, de tu corazón. Dime abuelo: ¿Que sucedió en realidad?

    Él enjugando las lágrimas que resbalaban por su rostro, respondió:

    —Hija…es tan duro. Todo esto ha sido tan difícil. Quién hubiera imaginado nada, cuando los veía juntos y felices. Tan solo de vez en cuando, nos limitábamos a comentar algo, pero sin intervenir en sus decisiones. A diario leíamos las crónicas sociales, donde los veíamos bien avenidos. Nos conformaba saber que, él…era feliz y lo demás no importaba.

    Con un gesto impaciente, se volvió a verle y le preguntó, directamente:

    —Deja la palabrería y dime… ¿Por qué esta, tan molesta la abuela?

    Obstinadamente se siguió negando a comentar nada, diciéndole tan solo:

    —No, mi niña, no tiene caso. Charles…se ha ido y nada lo regresará a nuestro lado. Solo tienes que saber que él la amaba y por eso…la perdonó. No hagas caso a los comentarios de tu abuela, esta muy alterada y es natural. Era, nuestro único hijo. Rafael nos llamó y…aún lo encontramos con vida. Alexandra alcanzó a besarlo y a despedirse de él…antes de que se fuera.

    Calló unos minutos, tratando de contener el llanto, que le quebraba la voz. Luego continuó:

    —Solo recuerda que, te amó y abstente de juzgarlo. Piensa que…Solo otro corazón que ha amado, podría entenderlo y el tuyo es muy joven, todavía.

    Guillen le miró, sintiéndose más confusa todavía y dijo extrañada:

    —No entiendo que quieres decir.

    El hombre estrechó más el abrazo y comentó:

    —Nos pidió fervorosamente que…Te dijéramos que Marian fue buena madre. Y eso es lo único que debes saber. Siempre trató de protegerla. Me pidió que te ayudara a, enfrentar esta triste situación, pero…no puedo, ¡Perdóname! pero, no sé como hacerlo.

    Calló embargado por el llanto, sin poder controlarse más. Luego de unos minutos, casi avergonzado por su debilidad, enjugó sus lágrimas, advirtiendo que Guillen también era sacudida por sollozos incontrolables.

    Y sin imaginar que sus palabras, calaban hondo en el alma juvenil; con voz quebrada sentenció:

    —Dicen que, un amor tan grande como ese que él sintió, es peligroso pues, hasta la vida te envidia. Tal vez sea verdad y por eso se lo llevó.

    El hombre hablaba, sintiéndose abatido por la pena. Repentinamente calló y acunando el rostro entre sus manos, rompió llorar. La chica lloraba también, compartiendo su pena y pensando, que no importaba como había sucedido todo, solo que… los había perdido. ¿En quien podía buscar refugio o amor, si los corazones de sus abuelos estaban, tan llenos de dolor?

    Solo quedaba Rafael, que callado y siempre atento, trataba de confortarle y apoyarla, dentro de su inmensa pena.

    Al cabo de unos momentos, ya un poco más tranquila, se levantó sin decir más y fue hasta el cuarto de Angie. Le abrazó llorando desolada, sintiendo toda la vulnerabilidad de su trágica orfandad. La niña le preguntaba incansable el motivo de su llanto, y advirtiendo que; el bienestar y la felicidad de su hermanita ahora, serían su responsabilidad, optó por simular que nada sucedía y, terminó durmiéndose a su lado.

    Afortunadamente la casa era grande y podían estar Herman y Parker, sin mirarse unos con otros y más aún, si evitaban hacerlo. Era media mañana, cuando Angie la despertó al jugar con su cabello. Sonrió confortada por la inocente y límpida mirada infantil. Y salió a buscar algo de comer, seguida por la niña. Tomó un poco de los platos que encontró, dispuestos para la comida.

    Había pasado tan poco tiempo y, sin embargo todo era tan diferente.

    Antes, su familia se reunía a la hora de la mesa y hablaban sobre los sucesos del día. Una agradable costumbre que hoy, se convertía en amargo recuerdo, al estar sola y sin ellos. Simulando su malestar, calentó un poco los alimentos y los consumieron, aunque la inquieta Angie, no cesaba con su parloteo sin fin. Trató de interesarse en su charla sin sentido y, olvidó un poco su tristeza. Sonriendo incluso, ante las incongruencias de su infantil plática.

    Pero no siempre lograba palear su dolor. A veces se derrumbaba llorando inconsolable, en el compasivo abrazo de Rafael, que le acompañaba silente y fiel; conmovido por su situación. Sabía que él no tenía ningún derecho, para pedir a los abuelos que dejaran la casa, pero de buena gana lo habría hecho. Pues con sus riñas y actitudes acres, llenaban de confusión y desconcierto el corazón adolescente.

    Los había escuchado murmurar, acerca de la tutela de las chicas y sabía, se avecinaba otra gran tormenta en la que presentía, Guillen saldría lastimada.

    Sentía gran pena, pero nada podía hacer. A pesar que sus extintos patrones le habían tratado, con deferencia familiar y del afecto que por ella tenía; era solo un empleado. Y sí, claro que sabía el porque de esas confrontaciones, no en vano había vivido al lado de esa familia, muchos años. Pero protegiendo a la joven, guardaba suma discreción al respecto, además no tenía porque desvelar, secretos ajenos.

    Pero sus buenas intenciones de nada valieron. Guillen terminó por saber la verdad, ya que sus abuelas se encargaron, de decírsela a gritos.

    Una tarde desde el jardín escuchó voces alteradas, en la cocina. Rafael, temiendo por Guillen, se aproximó y observó a Alexandra, madre de Charles; diciendo indignada a Sally, su consuegra:

    —Ella…solo fue una zorra estúpida. Su liviandad y falta principios, ocasionaron esto. ¡Maldita prostituta!

    Su consuegra sonriendo irónica replicó:

    —Pues si ella era prostituta, tu hijo era…un cornudo feliz.

    Con gesto de inaudita incredulidad y, más irritada aún, preguntó:

    —¿Que dices, cínica malhablada?

    Sally sin perder la calma y, riéndose en su cara aseguró:

    —Si, la obstinación y estupidez de tu hijo era enorme. Sabía que ella ya no lo amaba y, se empeño en seguir jugando a la familia feliz.

    Alexandra tuvo que aceptar, pues más de una vez le insinuó a su hijo la conducta de Marian, y éste restándole importancia solo sonreía y le decía que ella era su motivo de vivir. Incluso recordó que una vez, había discutido agriamente con su marido, pues quería mostrarle las fotos que un diario publicara, donde se veía a Marian embriagada y abrazada de un sujeto, que le acariciaba un poco más abajo de la cintura. Y dijo titubeante:

    —No niego que fue, bastante tonta la forma en que la amó. Pero la desvergonzada de tu hija, no supo corresponder. Ni aun después de…aquello que él le perdono.

    Sally supo que había ganado la partida, pues cuanto decía era verdad. Marian se lo había dicho. Y con voz airada reclamó:

    Aquello se llama Angie, no se te olvide. Y aunque te duela, lleva tú apellido, pues tu hijo se lo dio.

    Alexandra sintió una oleada mayor de ira, que le coloreó el rostro. Y tratando de herirla afirmó:

    —Era un hombre noble. Pensó que ella iba, a valorar el gesto. Pero como…si no era más que… ¡UNA ZORRA CON CLASE!

    Y Sally, lejos de indignarse agregó con aire triunfal y mofándose:

    —Pues entonces, tu hijo solo era: ¡UN IDIOTA CON CLASE! Quiso que ella se sintiera agradecida y no lo dejara. Marian dijo que rogaba jurándole amor, para que no lo abandonara.

    Sin tener más que agregar, dio la vuelta y salió de escena, riendo a grandes voces. Mofándose de su adolorida consuegra.

    Guillen había escuchado suficiente. Ahora sabía la verdad. Recordó los comentarios que le hicieran en el colegio, acerca de su madre y sus deslices, durante las ausencias paternas.

    Una chica malvada incluso, le había mostrado el diario que también Alexandra viera, cuando discutió con su marido. Ahora comprendía el porque de sus constantes negativas a, acompañar a Charles en los viajes.Todo estaba tan claro y no lo había visto. Llorando incontrolable gritó, desde la puerta del comedor:

    —¡Ya, por favor! ¡CALLENSE! No quiero escuchar más. Yo los amaba a los dos. No me importa de quien fue la culpa, si… ya no están.

    Alexandra indignada, abandonó la escena, saliendo al jardín. Y la joven se derrumbó en la mesa, a dar rienda suelta a su dolor. En tanto Sally estupefacta, iba a agregar algo, pero su hijo mayor, le indicó con severo gesto, que callara y saliera del comedor.

    Hasta entonces, Rafael se acercó abrazándola con cariño y en silencio. Ella refugió en él su dolor, mientras preguntaba:

    —¿Por que se fueron? ¿Porque me dejaron? ¡Me hacen, tanta falta!

    Él no supo que decir y, se limitó a permanecer a su lado, comprensivo.

    Así en medio de rumores y especulaciones, acerca del deceso del matrimonio, pasaron unas semanas. Se procedió a la leer el testamento. Ambas familias escucharon con sorpresa que Charles delegaba, en manos de su primogénita todas las obligaciones y derechos que de su vida y gran fortuna se derivaban. Confiaba mantendría el buen juicio, y respetaría el nombre que le diera. Los abuelos apenas lo creían, pues pensaban tener derecho sobre su potestad.

    Perplejos, hubieron de acatar su voluntad expresa y regresaron a sus casas. No sin antes hacer, mil recomendaciones a Guillen, aunque sabían eran innecesarias. En esos días habían advertido que tenía carácter y temple; como Charles. Seguro haría bien las cosas.

    La sociedad en tanto especulaba, sí la nueva heredera se dedicaría, a pasarla bien y dilapidar su fortuna o, mantendría la cabeza en su sitio.

    Las habladurías aumentaron cuando de los inconformes Parker se filtró una cláusula testamentaria. La cual indicaba que, Guillen era la única heredera.

    Y que la fortuna no podía ser dividida, ni legada, sino hasta el momento de su propia muerte. Tan solo daría lo que considerara justo, a otros familiares cercanos…Incluida su hermana menor.

    Tal como Charles pensara, su hija a pesar de sus 18 años supo enfrentar los compromisos, obligaciones e inconvenientes que fueron saliendo al paso. Verificaba el ajetreo de la flota, en los continuos viajes a lo largo del Pacífico. Esos cargueros representaban el 80% de su sólida fortuna. Así contando con el consejo de expertos, en el manejo de mercadería naval, además del apoyo emocional que significaba Rafael, logró integrarse y desenvolverse, con éxito en el mundo adulto; al que tan trágicamente ingresara.

    Pero ella sentía que su mayor obligación era con Angie, a la cual queriendo suplir de la irreparable pérdida, fue criando complacientemente sin reparar, en el mal que estaba haciendo. Rafael lo advirtió pero, no quería inquietarla, luego de lo que había enfrentado. Le restó importancia pensando que, no pasaría nada serio. Sin imaginar lo trascendental que esto, sería en sus vidas; pues Charles la había educado para ser honesta y responsable…no para ser madre.

    Un par de años después, le notaba más desenvuelta y segura. Por lo que a él, no se le hizo difícil decirle adiós. Ya que, el drama familiar que viviera tan de cerca, le recordó sus propios padres, ya viejos y delicados de salud y regresó a España. Sintió tristeza al partir pero, quería disfrutarlos y convivir con ellos, ahora que aún los tenía.

    Eran tiempos confusos, con el país dividido por el conflicto de Vietnam; y gran parte de la juventud manifestándose y negándose a alistarse en el Ejército. Guillen en tanto, se mantenía a distancia observando. Imperando en su ánimo, la filosofía conservadora de Charles.

    Quizá un poco por ello y otro porque tenía, nítidamente marcado el drama en que perdiera a sus padres, no se interesaba realmente en el amor, como a cualquier joven de su edad. Sabía que era el causante de su orfandad y, por ello evitaba reflexionar en las emociones y solo disfrutaba aventuras casuales. Lo que era común en los años 60’s pues, los valores cambiaban y campeaban por doquier aires de libertad. Así como la informalidad en la ropa, la liberación sexual, el feminismo y el pelo largo. Formando parte de la revolución pacífica de los hippies; simbolizada en las flores y en el uso de alucinógenos variados Hagamos el amor y no la guerra era la nueva consigna.

    Por ello, si advertía que una relación se iba tornando seria…huía. Temiendo tropezar con el amor y sufrir. Como no acostumbraba dar explicaciones a los desdeñados galanes, fue ganándose fama de fría y ególatra.

    Además del recelo natural, producto de sus heridas, muchas veces tropezó con gente falsa e interesada, que aumentaron su desconfianza. Así que, inadvertidamente iba fortificando las murallas donde escondía su alma; a resguardo del mundo exterior y su maldad. Y también fue acostumbrándose a simular, su emotiva y sensible forma de ser.

    En cambio Angie, gracias a su protección desmedida, iba creciendo voluntariosa y engreída. Pensando que el mundo giraba a su antojo. Era hermosa, inteligente y amaba los múltiples beneficios, que derivaban de los apellidos que llevaba.

    Solo Guillen podía reprenderla por sus desplantes y actitudes groseras, y lo hacía con fuerza. Por lo que pronto, aprendió a simular su verdadera forma de ser, ante ella y sus abuelos paternos. La niña era suspicaz e inteligente y advertía, la indiferencia mal simulada, por parte de Alexandra. Aunque lo compensaba, el interés que recibía de su abuelo. Apoyada en ello, un día se animó a preguntarle, sobre la antipatía manifiesta de esta y él como siempre conciliador le dijo:

    —Sabes bien que ellos murieron en un accidente. Marian manejaba y tu abuela, la culpó de eso y…TE PARECES TANTO A ELLA.

    La explicación le pareció lógica y suficiente, después de todo, Alexandra y su cariño no eran tan importantes, como para quitarte el sueño.

    Además, tenía a sus abuelos maternos que literalmente la idolatraban. Ahí con ellos, gustaba de pasar días en su granja familiar. Siempre la mimaban quizá también…por el enorme parecido con Marian.

    A veces surgían riñas con sus primos, pero nunca la corrigieron y le daban la razón, sin contradecirla. Temían lastimarla y que la voluntariosa chica, no quisiera volver más.

    Los años pasaban y Angie seguía creciendo alegre, despreocupada e inconscientemente malcriada por su hermana. Y una mañana, se encontraban discutiendo sobre, lo conveniente que era que continuara sus estudios, en un exclusivo colegio Inglés, al cual asistían chicas de edades y posiciones afines. Nunca había asistido al colegio normal. Guillen había llevado a los maestros hasta ella; con el fin de vigilar su educación, decía; pero en realidad temía que, le hablaran acerca del trágico desenlace de sus padres, del porque o como había ocurrido. Ella siempre se lo ocultó. Además, aún recordaba lo que ella misma sintiera, cuando en el colegio se burlaron de ella, por la conducta ligera de su madre.

    Así que en South Hampton, tan lejos de su hogar… difícilmente habría conocidos. No le parecía tan descabellada la idea y terminó por ceder; como siempre.

    La chica saltó y gritó alborozada, pues estaría en un colegio normal. Y sobre todo… estaría libre de su excesivo cuidado. Lo que solo ocurría cuando iba a visitar a sus abuelos maternos, en Los Ángeles, California. Donde sin importar sus pocos años, desde adolescente disfrutaba de la vida nocturna, ante su complacencia.

    Precisamente ahí, una noche de verano había tenido su primera experiencia sexual. Fue un momento cualquiera al que llegó, empujada por la vanidad. El joven era su admirador, pero ella no albergaba ningún sentimiento, luego de eso, lo ignoro. Sin importarle que él, la buscara de nuevo. Tenía 15 años y, se sabía bella. Así que… volvió a San Diego, sin despedirse siquiera.

    Llegó el día… al fin estaba en Inglaterra. Con sus 18 años y su posición, sería muy fácil y divertido estar lejos de casa. Desde su llegada dio muestras de su voluble carácter y su agilidad, para escabullirse de las tareas y muros escolares. Sobornó al propio rector, usando sus tarjetas ilimitadas, que le diera su hermana. Inicialmente sus escapadas solo fueron a discotecas, tan de moda en los años 70’s. También acudía a sanas reuniones juveniles. Pero pronto conoció más gente afín, a quien solo interesaba divertirse también. Frecuentemente hizo víctimas de bromas pesadas a los maestros, y era enviada a la rectoría, donde apenas le reprendían, por la generosidad con que agradecía el buen trato.

    Su carácter travieso, rebelde y amistoso la acercó a Carol, una chica que la seguía celebrándole e incluso, ayudándola en la preparación de las trampas y la elección de la victima. Varias veces fueron detenidas, por conducir ebrias a altas horas de la noche; además de haber usado diverso estupefacientes…Para divertirse. Como declararon ante las autoridades.

    El irresponsable mentor, pagaba la multa y prometía vigilarlas más, lo que nunca hacía; aconsejándoles solo, que tuvieran más cuidado. Las chica agradecían generosas y… todo seguía en paz. Continuaban divirtiéndose, a buen resguardo y él aumentando números a su cuenta bancaria.

    La protección se extendía hasta la familia y, Guillen solo sabía que su hermana era un poco loca y altanera pero nada más. Y es que Angie representaba tan bien su papel de niña buena, cuando la tenía enfrente.

    Sin importarle que o quien pudiera interponerse a sus deseos. Ni siquiera pensaba en las mil recomendaciones que le hiciera Guillen, respecto a la libertad sexual, temiendo que pudiera adquirir alguna enfermedad. Todo eso era un freno a sus caprichos, y a ella…le gustaba vivir cada día como si fuera el último.

    Con el tiempo y aventuras compartidas la relación entre Angie y Carol se fue estrechando, sin limitaciones. No había rivalidad alguna, ambas eran hermosas, adineradas y, muchos jóvenes se acercaban atraídos por su belleza.

    Parecían semejantes, pero en el fondo eran bien diferentes. Angie era altanera y ególatra, se sentía orgullosa de sus apellidos y la envidiable posición económica, que ostentaba. Su recia personalidad, pasaba desapercibida, opacada por su carácter juguetón y despreocupado.

    Carol en cambio, era tierna y detallista. Quizá por que su padre, no era el más cariñoso del mundo…había crecido hambrienta de afectos verdaderos y, generalmente terminaba ese tipo de relaciones, hastiada del tonto jugueteo sexual o de interés económico. Sabía que eso, no se relacionaba con los sentimientos, y no era lo que quería. Soñaba que pudiera existir algo más como el Amor…El verdadero Amor.

    Angie en tanto decía que éste, era algo divertido, natural y libre que no causaba problemas. Que lo demás era cosa de tontos que les daba por dramatizar. Y si a algún chico se le ocurría ponerse exigente y pedir más, terminaba con él y ya. Generalmente sus relaciones solo duraban, lo suficiente para pasar ratos agradables. Y Carol más por distracción que por convicción, le seguía el tono. Solo para no sentirse sola, pero interiormente, poco tenía ella de superficial.

    Cierta vez el grupo salió a un elegante pub de moda, pues una de ellas había descubierto a un mesero que estaba súper. Cuando el joven apareció, le llamaron e hicieron intencionados comentarios acerca de su agraciado físico. El sonrió educado y tomó la orden. Angie le observó detenidamente, hasta que sus miradas se cruzaron. Y le sonrió encantadora y maliciosa, pero él no dejo su actitud distante, turbando su seguridad. Se veía que era un tipo con una autoestima muy alta, que le permitía mantener la ecuanimidad ante su flirteo.

    Más tarde al acercarle su copa, Angie le tomó la mano haciendo que vertiera el contenido, y le miró insinuante; sin embargo él se limitó a limpiar, se disculpó y se retiró sin más. Provocando que aumentara el interés femenino. Pues generalmente le bastaba una simple insinuación, para que los tipos cayeran. Y en cambio él se retiró, sin volverse a mirarla siquiera.

    Las chicas permanecieron largo rato, departiendo ruidosamente y haciéndole francas insinuaciones, al tipo en cuestión; pero él permanecía serio, sin hacer caso al alboroto femenino. A pesar que lo llamaron varias veces, pretextando necesitar algo; e incluso apostaron entre ellas a ver quien conseguía su atención primero.

    Angie se limitaba a observarle, segura de sí misma y sonriendo levemente mientras estudiaba la presa. Se levanto al baño y Carol pensó iba en su busca, pero para su sorpresa, efectivamente la vio encaminarse rumbo al tocador. Por lo que su atención, volvió a la charla con las demás y no advirtió, cuando un poco después ella iba hasta la oficina del encargado. Poniendo un billete grande en su escritorio, indagó sobre el joven, su nombre y hora de salida. Agradeciendo generosamente, la ayuda y discreción.

    Al pasar por en medio del local, dirigió una última mirada al joven. Y sonriéndole, arregló coquetamente su rubia cabellera y volvió a su mesa.

    Capitulo III

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    Ya en el colegio Angie y Carol, se encaminaron a sus elegantes habitaciones al fondo del jardín; junto a la cerca que daba a una típica callecita inglesa, con vetustos e imponentes construcciones y decorativos faroles. Era poco transitada, lo que les brindaba más privacidad. No en vano sus apellidos eran de los más importantes del plantel. Aún bromearon un poco, y se fueron a dormir.

    Dos horas más tarde, Angie salió de nuevo con sumo sigilo y abordó su auto pensando:

    —No debo dejar escapar ese tipo interesante. ¡Ay, esa boca preciosa!, Mmhh…Ya imagino como besara. Y su forma de hablar con ese acento raro, seguro extranjero.

    Se situó en la ruta de salida de los empleados. Decidida a entablar más que una charla con él. Verificó la hora y levantó el cofre sustrayendo un par de piezas, que guardo en la guantera. Luego esperó paciente, hasta que entre la niebla y la pálida luz de las luminarias, le vio acercarse.

    Simulando enojo, bajó azotando la portezuela con fuerza, diciendo improperios, al tiempo que molesta, mesaba su rubia cabellera y hacía un pequeño mohín de disgusto. Advirtió satisfecha, que había captado la atención del joven, que se aproximó solícito a ofrecer su ayuda.

    Ella fingió preocupación y le dijo:

    —Le agradecería tanto, el auto se apagó y ya es tarde.

    Él levanto la tapa, movió los cables de las bujías, los del acumulador, el alternador y trató de encenderlo sin éxito.

    Demostrando algo de pena, le dijo:

    —Conozco algo de motores, pero sin herramienta temo que… no podré ayudarle.

    Desanimada dijo:

    —¿Que voy a hacer?

    Galantemente se ofreció al decirle:

    —Si desea, puedo acompañarle a donde vaya, para que no siga sola.

    Ella agregó, mientras se echaba a andar:

    —Gracias. Acompáñeme, no falta tanto ya.

    Él hizo un gesto de asentimiento, esbozando una ligera sonrisa que a ella le encantó. Luego sacó un cigarrillo y con una media sonrisa, le ofreció uno. Al acercarle el fuego la reconoció. La había visto antes en el bar. Era hermosa y despedía una sutil y hermosa fragancia. Sonriendo pensó para sí:

    —¿Qué tal si se quedo a esperarme? Tonterías, por su auto se ve que es bastante adinerada, no creo que necesite trucos, para conseguirlo que quiere".

    También ella hacía una apreciación más real acerca de él. Advirtiendo que aparte de ser tan atractivo, era afable y amistoso.

    Luego, rompió el silencio al preguntar:

    —No imagina, cuanto agradezco su gesto.

    Le miró sonriente al decir:

    —No tiene importancia. Dígame, ¿A dónde vamos?

    Con aire resuelto, ella respondió:

    —A University of Southampton. ¿Sabe donde ésta?

    —Si, paso por ahí con frecuencia desde que llegue. —Mientras pensaba: y como no, si es la escuela más prestigiosa en el lugar.

    Se detuvo un poco para volver a guardar los cigarrillos en el bolsillo interior de su saco. Y le ofreció una goma de mascar, que ella aceptó rápidamente, pues era una forma excelente de tocarlo. Así que, aprovechó para poner sus manos sobre las suyas. Casi sin dejar de mirarlo y sonrió prometedoramente. Él no hizo caso y correspondió a su sonrisa simplemente

    Ella vivamente interesada comentó:

    —Su acento lo delata como extranjero. ¿De donde viene?

    Guardo silencio unos momentos. Ya ella le observaba ansiosa, al decir:

    —Soy argentino, de Buenos Aires.

    Haciendo un gesto divertido de asentimiento, ella comentó:

    —Vaya latino. Yo soy Angie Herman Parker y usted… ¿Cómo se llama?

    Se detuvo súbitamente y le tendió la mano, atentamente diciendo:

    —Rodrigo, Rodrigo Blanes. Usted es inglesa, supongo.

    Ella rió sin advertir que con su risa genuina, captaba más su atención y negando respondió:

    —No, también soy americana, de California en la costa Oeste. Estoy aquí, estudiando. ¿Y usted que hace tan lejos y en esta ciudad tan diferente?

    Ella esperaba impaciente su respuesta, mientras él aspiraba con deleite, el humo de su tabaco; quizá pensando su respuesta. Exhaló y finalmente diciendo:

    —Creo que…tengo alma aventurera. Solo fue que un día, decidí conocer el otro lado del Atlántico. Me gusta el mar y estar cerca de él, así que en el día ando por el puerto, y en las noches trabajo en un bar.

    Asombrada acotó:

    —Tiene muy buena dicción inglesa.

    Él protestó, sonriendo:

    —No se burle, además, no pierdo el acento, como usted dijo.

    Mientras sonreía, pareciéndole más hermosa aún comentó:

    —Al saber que era extranjero, imagine algo más romántico.

    Y le preguntó divertido:

    —¿Como que?

    Como al descuido, comentó:

    —Tal vez que había conocido un amor, que le hizo atravesar fronteras.

    Él se encogió de hombros al decir:

    —Siento desilusionarla. No seguí a nadie. La verdad es que, un día perdía mi madre. Y no quise quedarme ahí, atado a los recuerdos.

    —Y…ya que hablamos del amor, ¿Qué me dice de este?

    Mirándole y, vivamente interesada en su respuesta, le escuchó decir:

    —Que es un sentimiento invisible, intangible, tierno pero a la vez muy poderoso y capaz de mover el mundo, de…

    Un poco desanimada comentó:

    —¡Uff! Al oírle se advierte que está muy enamorado.

    Sonriendo divertido, la contradijo al decir:

    —Nuevamente se equivoca.

    Ahora fue ella quien se detuvo y mirándole a los ojos preguntó:

    —¿Entonces, me va a decir que nadie le ha inspirado amor en su vida?

    —Creo que no, pero se asombra como si pensara que soy un…Casanova latino.

    Ella dijo con toda intención, y buscando saber más:

    —Es que usted es atractivo y pienso que, se han cruzado muchas mujeres en su vida.

    Advirtió que ni siquiera ese comentario, lo sacaba de su actitud tranquila. Y casi molesta pensó: ¿Pero de que ésta hecho este tipo, que ni se inmuta con lo que digo?

    Con tranquila sencillez, respondió:

    —Agradezco el cumplido. He tenido aventuras sí, pero enamorarme…no sé.

    Casi con sorna comentó:

    —Como buen latino…tal vez sea tradicionalista y conservador.

    Le pareció que confirmaba su concepto cuando él dijo:

    —Antes… creía en amores de ocasión, pero ya no. Guardo bellos recuerdos del primer romance y esas cosas pero, siento que no me he topado, aún con el amor. Hemos llegado Angie.

    Dijo deteniendo su andar y ambos se miraron con franco interés, por unos momentos. Finalmente ella le tendió la mano y, al despedirse le dijo:

    —Espero no sea la última vez que nos vemos. Incluso… quería preguntar si… ¿Podría verlo mañana?

    Y atento él respondió:

    —Perfecto. Hasta mañana, entonces.

    Ella detuvo su mano entre las suyas nuevamente, al despedirlo y asombrada notó, que él ni se turbaba. Simplemente le sonrió pareciéndole una actitud, casi prometedora. Aunque no le hizo sentirse muy segura. Luego se encaminó al interior del colegio, agitando su mano en despedida. Y él permaneció ahí, hasta que la perdió entre las sombras del jardín.

    Al otro día en un cafetín de acera, muy concurrido por estudiantes. Angie comentaba a un grupo de alborotadas chicas:

    —Mmh, en serio que es un cromo, el latincito. A la luz de la luna, luce fabuloso y tiene unos labios, preciosos -dijo entrecerrando los ojos soñadora- Me encantaría besarlos. Quedamos de vernos hoy de nuevo, pero no lo haré.

    —¿Y desperdiciaras la oportunidad?-pregunto Ingrid sorprendida.

    —No, solo que así me extrañara y pensará en mí. Lo buscaré hasta dentro de unos días.

    —Y… ¿Cuándo lo pruebas? —Insistió Ingrid.

    —Creo que tendré que esperar. Parece algo anticuado no se vaya a asustar. Dejaré que piense que es él, quien maneja éste asunto y sin que se dé cuenta… dominaré al Latino.

    Un coro de alborotada risas celebró su comentario y ella agregó:

    —Fíjense que dijo que no conocía el amor. Pobre, tal vez hasta sea virgen. Aunque en realidad eso sería, un incentivo más.

    Pasaron las horas insensibles y ya más noche, terminaron metiéndose a una discoteca, donde tuvieron problemas por hacer escándalo y dañar el inmueble. Pues con los ánimos exaltados por las bebidas de más, al discutieron con otras chicas. El problema como

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