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Con el invierno no se juega
Con el invierno no se juega
Con el invierno no se juega
Libro electrónico174 páginas2 horas

Con el invierno no se juega

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Una novela policíaca en la que cuatro personajes millonarios y corruptos se enfrentan en una competitiva partida de póker, dónde las altas apuestas llegan a millones de euros. La batalla mental, lúdica y muy seria que emprenden los personajes en varias ciudades de España y Francia, se vuelve aún más peligrosa y apasionante cuando aparece la Comisión del Juego, que vigila e investiga a los personajes a lo largo del juego. -
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento13 feb 2023
ISBN9788728374948
Con el invierno no se juega

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    Con el invierno no se juega - Fernando Maestro Díez

    Con el invierno no se juega

    Copyright © 2023 Fernando Maestro Díez and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788728374948

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

    Prólogo

    Para que se escriba un prólogo se elije a una persona de autoridad en la materia de que se trate. He de comenzar diciendo, sin atisbo de falsa modestia, que en el caso de esta novela de Fernando Maestro que prologo, no ha estado acertado en la elección. Toda aquella persona que se haya acercado a la literatura de Maestro, en todas sus vertientes, sabrá bien lo que quiero decir. Él es, como su apellido, un maestro con la pluma —literalmente porque escribe primero a mano—, ya se trate de teatro, poesía, letras de canciones y, ahora, novela. Dicho esto, trataré de estar a la altura.

    Con el invierno no se juega, es la primera novela de Fernando Maestro. Para ello ha elegido el género negro o policiaco. Trata de una partida de póker entre cuatro personajes que no se conocen entre ellos hasta el momento de enfrentarse y que tendrá lugar en distintas ciudades, tanto de España como de Francia. Son hombres, los cuatro, ricos, muy ricos, y corruptos, muy corruptos. De fondo, una Comisión del Juego vigila, más corrupta que los cuatro juntos. Hay mucho dinero en juego, millones de euros, depositados en esa comisión.

    Entre esos personajes, unos más perfilados que otros, los hay asesinos de guante blanco y en serie, cocainómanos, un expolicía y un promotor inmobiliario. Están rodeados de guadaespaldas y merodea una mujer, Lucía, que les emula en maldad. Otra mujer, Olga, exesposa de uno de ellos, corrupta también, y una chica, Petra, ajena a los sucios negocios de su protector (uno de los jugadores). Con estos elementos, es comprensible que se produzcan todo tipo de situaciones, a cual más peligrosa, en especial por el dinero que ronda la situación. El autor no esconde la catadura moral de los personajes, antes bien, y para que se comprenda la acción, los muestra desde el principio. Desde las primeras páginas se sabe quien es el asesino en serie, cocainómano, además. Se conoce que el expolicía era corrupto desde los tiempos en que ejercía su trabajo, en el cual se enriqueció. Muestra todos los vicios y degeneración de los personajes. Lo que el autor se guarda para el final es eso precisamente, el final de una partida de póker donde se mueven millones.

    La narración se presenta, a veces con frases cortas y contundentes y otras con una explosión narrativa de la que es imposible escapar. El magnífico poeta que es Fernando Maestro, se ve reflejado en algunas de estas explosiones, como la visión del mar grís coronado de alas rotas que bailaban sobre las olas. O Ese silencio virgen que no apagaba los gritos del tormento.

    Magnífica es la visión del invierno, concretamente de febrero, visto también con la misma poesía que caracteriza al autor: Febrero se asomó entre nubes de tormenta. Vino vestido de invierno, con sus brazos extendidos, con el hielo entre los dedos.... Podría pensarse que dentro de una novela dura, durísima, una narración por donde pululan todo tipo de mafiosos, no cabe la poesía. Sí cabe, y no son solamente desahogos, sino un contrapunto que se agradece ante la sordidez de los personajes. Por que ese frío que el autor refleja de manera tan poética y a la vez magistral, no sólo se refiere al frío físico, sino también al de las emociones, por ejemplo: La amortajó febrero con sábanas de lluvia. Fernando Maestro lanza un aviso que sólo llega a quién es susceptible de saber empatizar: El pueblo es muy manejable. Las redes sociales y la televisión son instrumentos muy eficaces para derivar los movimientos de las masas en beneficio de los que las utilizan.

    Esta novela, que al principio he adjetivado de policiaca o negra, es mucho más que eso. No voy a decir que sea moralizante, por que no me gusta moralizar y me consta que a Fernando tampoco, pero sí podría ser un a modo de advertencia, de mostrar unos comportamientos corruptos que a veces salen bien, para desgracia de la gente honesta, pero que también pueden acabar de manera desastrosa. ¿Cómo acaban en esta novela?, para eso es necesario leerla y disfrutarla, por que se disfruta.

    Digamos algo del autor. Fernando es un hombre sencillo y trabajador, y también complejo, ya que de no serlo, no podría escribir lo que escribe y cómo lo hace. De sus años en Madrid, los mejores del ser humano, la juventud, le quedó, o se impregnó, de aquella capital de los ochenta, de la llamada movida, unos conocimientos de la bondad de algunas personas, la vida algo despistada de otras, y del peligro de ciertas experiencias. Se impregnó también de los variados nombres de licores, vinos, whiskis y cavas, que le sirven para que cada personaje tenga preferencias por unos u otros. Cuando la juventud daba paso a la madurez, volvió a Soria, a seguir trabajando y escribiendo siempre que sus obligaciones —que eran muchas— se lo permitían. A él no le importa nada decir que es ácrata, que los políticos sirven para muy poco y que del obrero, sino nos preocupamos los mismos obreros, no se ocupa nadie.

    Con ese bagaje, el autor de Con el invierno no se juega, escribe y da a conocer sus poemas a reventar de sensibilidad social, sus obras de teatro en el mismo sentido, y ahora esta novela que, como he dicho en otras ocasiones que he comentado su obra, merecerá mucha más difusión y reconocimiento de la que, posiblemente y ojalá me equivoque, va a recibir.

    Isabel Goig Soler

    Dedicado a mis hermanos y sus hermos@s compañer@s y familias.

    CON EL INVIERNO NO SE JUEGA

    Capítulo 1

    La partida había durado más de lo habitual. Sería la una de la madrugada.

    Renoir fue el primero en abandonar la casa. Dijo adiós. Nadie reparó en ello. El dueño de la casa se sirvió un nuevo whisky (Glenfiddich Rare Colection 1937. Un whisky muy caro (de 2000 € la botella) en el mismo vaso donde había estado bebiendo toda la noche, lleno de huellas usadas y hielo gastado. Los otros le imitaron. Nadie hablaba, tan solo se escuchaba el tintinear de los vasos al beber y chocar contra los dientes. Parecía que todos estaban pensando en las jugadas polémicas a lo largo de la noche.

    Una tregua en el trecho del descanso dedicado a la meditación embotada por el alcohol y el cansancio.

    Ramírez se incorporó de su asiento con esfuerzo, era un hombre corpulento, de mucho peso. Fue hasta el perchero, cogió su abrigo, y con un escueto hasta luego señores, abandonó el cuarto. La noche para Ramírez no había sido buena. Tres partidas perdidas de tres. Una cuarta por jugar. Un mes para el final del juego. Al igual que Renoir, los dos eran los más perjudicados.

    Los jueces de la Comisión también abandonaron la vivienda, felicitando a los dos jugadores restantes que quedaron en la casa por su buena racha en el juego. Ninguna partida perdida. Jordi un empresario de peso catalán, dueño de la casa, y Óscar, un comisario jubilado.

    Ramírez, mientras buscaba un taxi para regresar a su hotel, pensaba en las posibilidades que le quedaban. Una partida que debía de ganar. Tan solo una partida que le proporcionaría tiempo. Una especie de prólogo. Ahora estaba cansado y ligeramente ebrio. Mejor descansar y no pensar en nada, mañana debería de viajar a su ciudad y reanudar la vida cotidiana. Tiempo tenía para elaborar una nueva estrategia. ¿Un mes? Una oportunidad. O bien aumentarlas hasta sacar ventaja y derrotar a su principal contrincante: Renoir.

    El comisario jubilado y Jordy habían comenzado una partidilla, tan solo para entretenerse, jugándose unos pocos euros.

    —¿Usted cree qué el que pierda, cumplirá con la deuda? —preguntó Jordy a su acompañante.

    —¡Oh! Si. Somos hombres de honor.

    —Pero al final... ¿Quién sabe?

    —Todos firmamos el contrato. ¿Preocupado? —indagó suavemente Óscar, el viejo comisario jubilado

    —Nunca había participado en un juego similar —respondió lacónicamente Jordi.

    —Si sigue jugando como hasta hoy, no debería preocuparse. El próximo mes será definitivo. Si Ramírez y Renoir vuelven a perder... sabremos qué sucede ese mismo día. Si no, habrá que postergar la partida, y eso significaría que usted, o yo, o los dos, habríamos perdido una vez. Créame, ellos tienen más motivos que nosotros para preocuparse. ¿De verdad no lo cree usted así?

    Mientras hablaba mostró su juego, escalera de color frente a póquer de ases de Jordi. Una jugada que no se daba casi nunca, una jugada que tenía ínfimas probabilidades en el juego del póquer.

    Se miraron con dureza durante unos segundos.

    —Mejor vayamos a descansar. ¿Puede llamarme un taxi? —preguntó Óscar, a la par que recogía los euros de la mesa, unos doscientos, doblándolos con cuidado y guardándolos en su cartera— No me gusta andar a estas horas por la calle.

    —Desde luego que si Óscar.

    —La próxima partida es en Francia en casa de Renoir.

    —Si, en Toulouse, dentro de un mes exactamente.

    —Bueno, pues gracias por su hospitalidad Jordi. Tiene un chalet muy agradable, decorado con muy buen gusto. Muy buenos cuadros en las paredes. Me gusta ese de Muro. ¿Cómo se titula?

    —Sonata de Otoño. Lo compre en una exposición colectiva con otros pintores en la Galería El Quatre. Me llamó mucho la atención, por la sensualidad de la imagen y la paz que respira al mismo tiempo.

    —Impresionante. Precioso. También me entusiasma aquel de Riaño. Se ve que es usted un hombre exigente con la calidad y el buen gusto. El whisky que nos ha ofrecido esta noche, es realmente sensacional.

    —Gracias Óscar, pretendo estar a la altura de mis invitados.

    —Iré a dormir, y me quedaré un día más por su ciudad. Total, ya no me espera nadie en el trabajo.

    —¿Vive usted solo?

    —No exactamente. Enviudé ahora hace dos años. Aunque ya llevaba un tiempo separado. Conmigo vive una muchacha a la que pretendo adoptar. Pero supongo que le gustará estar alejada unos días de mi persona —sonrió con amargura.

    —Los jóvenes ya se sabe —comentó con dejadez Jordi.

    Después de despedirse, el taxi estaba esperando ya fuera. Dio la dirección del hotel y se hundió en los pensamientos de las últimas frases.

    La memoria se le iluminó claramente, como un cristal limpio atravesado por los rayos del sol. Para Óscar, recordar esa situación era molesto, pero no mortificante. La había revivido tantas veces, que recordaba todos los detalles. El día, la hora, la habitación donde sucedió, como vestía ella, cada adorno que llevaba sobre su ropa o sobre su cuerpo, como estaba él y ella colocados en ese momento. Era como una película que había visualizado infinitas veces.

    Ya en la habitación del hotel, seguía martilleando, lento, pero insistentemente el recuerdo de la primera separación. No contento con eso llegó a recordar los días en que ella estuvo ausente. Diez exactamente. Pasaron diez días sin que ella diera señales de vida. Diez días de ausencia. Óscar sabía dónde estaba, pero no hizo nada por localizarla. Por aquella época él todavía estaba en activo. Podría haber usado su mando de comisario para traerla a casa. Pero renunció a ello. Asumió por primera vez en su vida la culpa. La melancolía le inundó. Pidió permiso a sus superiores y se aisló en su casa. Fueron diez días. Diez días en suspensión.

    Diez días sin minutos, sin tiempo. Diez días sin recuerdos. Diez días sumido en el letargo de la tristeza.

    Cuando ella apareció por la puerta, no hicieron falta las palabras. Óscar se asemejaba más a una planta que a un ser humano. El rastro del dolor, como las cenizas en un fuego apagado, era palpable. Los huesos hundidos en el rostro. Cadavérico, transparente como una hoja de papel de cebolla.

    Tumbado sobre la alfombra de pelo azul, extremadamente delgado, los ojos apagados por un velo triste y gris, los cabellos y la barba cana desordenados sobre su rostro hundido. Así lo encontró Olga cuando abrió la puerta y divisó todo desde el zaguán.

    El desorden no la inquietó. Las cortinas colgaban arrancadas de sus anillas, todas las luces estaban encendidas, botellas de diversos licores vacías esparcidas por el salón, junto a platos sucios amontonados por todos los sitios, en muebles, en el suelo, encima de la mesa, Estuvo quieta unos minutos valorando la situación. No estaba asustada. Quizá, de ante mano, ya esperaba una escena similar a la que estaba presenciando.

    Óscar la vio reflejada en el espejo que yacía tumbado en oblicuo sobre el sofá. Se volvió hacia ella sin ningún gesto. Estiró el brazo indicando su posición, su rostro no desvelaba nada. Continuó con el brazo extendido en la misma postura. Olga se acercó a él, sorteando los objetos esparcidos por el suelo, con cuidado para no tropezar con ellos. Se inclinó y cogió su mano. Óscar se tumbó y apoyó el codo en el suelo. Olga

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