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La tripa de Jorge - Alejandro Moreno Romero
La tripa de Jorge
Imagen en la portada: Shutterstock
Copyright © 2015, 2023 Alejandro Moreno Romero and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728392706
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
www.sagaegmont.com
Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Prólogo
EL FABULADOR ALEJANDRO MORENO
Cuando conocí a Alejandro Moreno supe que era un poeta. Enseguida lo supe. Esas cosas se saben a la primera de cambio, al primer guiño, con la primera imagen.
Como tal, compartí con el tertulias llenas de versos, amistad y esas conspiraciones propias de los poetas contra todo lo que se menea y que sin tener nada de poético desprecia cuanto ignora
escondiendo envidias de pasillo académico.
Ha pasado mucho tiempo y hay quien piensa que Moreno se ha convertido en cuentista ¡como si no fuese prácticamente lo mismo! Al menos en él es exactamente lo mismo.
No es este escritor hombre de traiciones como la tan habitual del poeta que se convierte en prosista porque en el fondo fue sólo un poeta de paso. No. Alejandro Moreno, que lleva ya muchos cuentos a sus espaldas, los escribe como el cumplido poeta que sigue siendo y que no puede ni quiere abandonar tan extraña condición.
En él se dan la mano austeridad y brillo, ingenio y cotidianeidad, concisión y sorpresa, humor y drama. Es un auténtico malabarista de las ideas, un fantástico urdidor de atmósferas con ingenio.
Recuerdo haber dicho muchas veces que eso que se ha dado en llamar realismo mágico
era patrimonio de los poetas desde los tiempos del viejo Homero, aunque algunos estudiosos, dados a encasillar y poco avispados, y a falta de criterio general, lo circunscriban a la prosa hispanoamericana de buena parte del siglo XX. Lo reconoció, sobre la marcha el extraordinario polímata venezolano Úslar Pietri: Lo que vino a predominar en el cuento y a marcar su huella de una manera perdurable fue la consideración del hombre como misterio en medio de datos realistas. Una adivinación poética o una negación poética de la realidad. Lo que a falta de otra palabra podrá llamarse un realismo mágico
.
En esta seguridad, veo a Alejandro Moreno como un realista mágico, o como un mágico realista si alguien lo prefiere así; un urdidor de historias mínimas repletas de la grandeza que cada momento contiene y que tantos prosistas pierden entre el amontonamiento de páginas de relleno. Como los cuentistas de mejor raza y sus primos hermanos los poetas –en este caso maridados en una sola voz–, se ciñe al hueso, a la médula, pierde el tiempo justo en los accesorios, elabora atmósferas en dos renglones y las resuelve en otros dos, no da más vueltas de las imprescindibles.
A pesar de esta austeridad, no deja de ofrecernos ocasiones rocambolescas: Como el Chato Ortega, cuando se mama no rige, hasta que no se meó en la puerta de la comisaría de Doce de Octubre, no paró
. También comparaciones de lujo: Su cara reluce como una gran tarta de chocolate recién hecha
o "El chirrido de los frenos [del metro] corta como una navaja barbera". Y hasta originalidades cum laude como esa beata erotizada por el vaivén del hisopo del agua bendita o los Piratas, S.L.
o ese que en cierta ocasión mira con cara de banderillero citando al quiebro
; incluso aquella esposa maltratada, chuleada y engañada a la que se le arrebuja toda la mala leche añeja y le da el punto
y se lía a cuchilladas justicieras.
A veces riza el rizo en agudas descripciones como esta:
Don Liberto Corripio tuvo aún más preocupada a su esposa cuando anduvo arrastrándole el ala a Dolorcitas, la del 2º izquierda. Él se creía que no se le notaba pero doña Rosenda, que otra cosa no tendrá pero gasta un olfato muy fino, le venteó el perfume de la Dolorcitas varias veces. Tampoco había que ser un sabueso porque la Dolorcitas usaba –y aún usa– un extracto de nardos capaz de marear a un buey
.
Una buena muestra del ingenio y la destreza de contar historias, a veces durísimas, adobadas con guiños de ironía para que penetren con más facilidad en el ánimo del lector, es la galería de nombres de sus protagonistas. Veremos, por ejemplo a Demetrio Raboso, Fabriciano Correa, Amelio Carrasquilla, Martina Zamarrón, Práxedes Franganillo, Trófimo Benjumea, Casildo Ribagorza, Eudoxia Parriego, Zósimo Regatillo, Ciriaco Membrilla, Teodomira Rapado, Isolino Trévelez o Liberto Corripio entre otros.
Todos ellos por cierto –siempre insiste el autor– nombres que figuran en el santoral, que no es necesario mentir para que la espuma de la magia y el buen humor se mantenga en todo lo alto.
Pero dejando el humor a un lado y volviendo a la condición de poeta que tiene el autor de este libro de cuentos, permíteme lector que reproduzca ahora un poema suyo:
HAY NOCHES QUE SE RAJAN
como un vencido buque
y el silencio las traga como una mar hambrienta.
Hay mañanas que llevan
una daga de viento en las entrañas,
una esquila de niebla prendida entre los pechos.
Hay largas tardes sepultadas vivas
bajo un manto de oscura hiedra ingrávida.
Días llegan,
también hay que decirlo,
en que danzan las nubes y el viento se despliega
como una recia túnica
que nos libra del miedo y del hastío.
Entonces vibra el aire
y la luz canta, y te siento llegar,
a través de los pálidos cristales,
con un haz de palabras recién hechas
en tus manos
cansadas de fabricar sonrisas.
Como se ve, una forma distinta, pero igual en el fondo, de entender la literatura, el oficio del escribir, el asombro y la invención del mundo a través de las palabras.
Porque Alejandro Moreno es un escritor –eso lo supe cuando le conocí y lo confirmo ahora con estos intensos relatos–, un creador de historias, un fabulador de la realidad más allá de cualquier otra condición; y sus versos –tanto monta, monta tanto– tienen la fluidez de la buena prosa como su prosa tiene la magia de la mejor poesía.
Enrique Gracia Trinidad
Como la tripa de Jorge
que se estira y se encoge
(Dicho popular)
Advertencia
Es fama que la tripa de Jorge se estira y se encoge. Eso es precisamente el objetivo de este puñado de relatos: que a quienes lo lean, a veces se les alegren las tripas y en cambio, a veces, se les encojan, por lo menos un poco.
Quizá no debiera advertirlo y dejar que la sorpresa fuera la constante de esta relación, pero prefiero dejar las cosas claras desde el principio para que la gente sepa de qué va el asunto y no resulte que la sorpresa sobresalte o, lo que es peor, desoriente.
AQUELLA NOCHE
Aquella noche podíamos haberlo pasado divinamente si no llega a ser por el Chato Ortega, que siempre la anda liando. Mira que le dijimos: Anda, Chato, estate tranquilo y no la líes, que todavía es temprano y para qué queremos problemas
. Pero como el Chato Ortega cuando se mama no rige, hasta que no se meó en la puerta de la comisaría de Doce de Octubre, no paró. Al principio creímos que con salir corriendo lo íbamos a remediar, como otras veces, pero aquella noche tuvimos la mala suerte de que venía de frente una lechera de la pasma y nos cortaron el paso.
Cada uno tiró para un lado pero ellos eran cuatro y, como se saben el barrio de memoria, los jodíos, nos fueron encarrilando como ganado hasta que nos dieron el alto contra las rejas del Retiro, que no se pueden saltar.
Total, que al Chato Ortega se lo llevaron entre dos, el cabo Briones y el agente Galindo, que lo habían visto mear donde no debía. El Chato iba muy manso y hacía bien porque con Galindo, que es como una nevera, no valen coñas.
De Galindo no se sabe que le haya tocado la cara a nadie, y menos a pringaos como nosotros, que mira que es raro, pero es que si te agarra por el cogote y te zamarrea, te cruje hasta el DNI y desde luego, se te quitan las ganas de cachondeo para un mes.
El inspector Larrea dijo: De estos dos me encargo yo
. Mandó al agente Ramírez a por el coche y se nos quedó mirando al Zacarías y a mí como si nos fuese a tirar a la papelera.
—Y vosotros dos, ¿qué? ¿También os gusta mear en la pared? Porque os aseguro que os vais a mear los tres. ¡Hombre, joder, ni que fuerais críos! ¡Que ya tenéis una edad, digo yo!
Al Zacarías, que ya debe de andar flojo de muelles, se conoce que con el sobresalto, se le escapó un pedo, un pedo largo y quejumbroso, como la sirena de un petrolero. Y yo, cuando lo vi al Zacarías, tan mierdecilla y tirándose aquel cacho de pedo, la verdad, que no lo pude remediar y me entró la risa tonta. El inspector Larrea no tiene mucha