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El modelo sistémico para la gestión de comunicación de gobierno
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El modelo sistémico para la gestión de comunicación de gobierno
Libro electrónico318 páginas4 horas

El modelo sistémico para la gestión de comunicación de gobierno

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La pandemia de la covid-19 ha puesto de manifiesto que las oficinas de comunicación de los gobiernos nacionales, regionales y locales tienen mucho por hacer. Para empezar, equiparar el para qué de la comunicación de gobierno con una oportunidad formidable para elevar el umbral de lo humano; con la articulación de un proyecto de sociedad, no de un proyecto de poder –personalista y, por lo general, cuatrienal– Y con tal horizonte como piso, dedicar entonces tiempo a la planeación y al diseño de estrategias; a la elaboración de planes meticulosos para el manejo de las crisis y para el manejo de la comunicación de riesgo. Abrir a la escucha y al debate de ideas el espacio protagónico merecido para que sea realmente creativa, potente y eficaz la búsqueda de soluciones a los problemas sociales, construyendo y manteniendo así la confianza ciudadana en las instituciones, primero, y en la humanidad y en el futuro como efecto. Abrir a la escucha y al debate de ideas el espacio protagónico merecido para que sea realmente creativa, potente y eficaz la búsqueda de soluciones a los problemas sociales, construyendo y manteniendo así la confianza ciudadana en las instituciones, primero, y en la humanidad y en el futuro como efecto.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 ene 2023
ISBN9789581205875
El modelo sistémico para la gestión de comunicación de gobierno
Autor

Varios autores

<p>Aleksandr Pávlovich Ivanov (1876-1940) fue asesor científico del Museo Ruso de San Petersburgo y profesor del Instituto Superior de Bellas Artes de la Universidad de esa misma ciudad. <em>El estereoscopio</em> (1909) es el único texto suyo que se conoce, pero es al mismo tiempo uno de los clásicos del género.</p> <p>Ignati Nikoláievich Potápenko (1856-1929) fue amigo de Chéjov y al parecer éste se inspiró en él y sus amores para el personaje de Trijorin de <em>La gaviota</em>. Fue un escritor muy prolífico, y ya muy famoso desde 1890, fecha de la publicación de su novela <em>El auténtico servicio</em>. <p>Aleksandr Aleksándrovich Bogdánov (1873-1928) fue médico y autor de dos novelas utópicas, <is>La estrella roja</is> (1910) y <is>El ingeniero Menni</is> (1912). Creía que por medio de sucesivas transfusiones de sangre el organismo podía rejuvenecerse gradualmente; tuvo ocasión de poner en práctica esta idea, con el visto bueno de Stalin, al frente del llamado Instituto de Supervivencia, fundado en Moscú en 1926.</p> <p>Vivian Azárievich Itin (1894-1938) fue, además de escritor, un decidido activista político de origen judío. Funcionario del gobierno revolucionario, fue finalmente fusilado por Stalin, acusado de espiar para los japoneses.</p> <p>Alekséi Matviéievich ( o Mijaíl Vasílievich) Vólkov (?-?): de él apenas se sabe que murió en el frente ruso, en la Segunda Guerra Mundial. Sus relatos se publicaron en revistas y recrean peripecias de ovnis y extraterrestres.</p>

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    El modelo sistémico para la gestión de comunicación de gobierno - Varios autores

    Introducción

    Juan Carlos Gómez Giraldo

    La comunicación de gobierno: ¿para qué?

    En un foro virtual realizado en el 2020, en el que participaron expertos en comunicación política con el fin de hablar sobre la comunicación de gobierno en tiempos de crisis, la profesora de la Universidad Complutense de Madrid, María José Canel, manifestó que esta es la primera vez (refiriéndose a la pandemia) que se exige a la comunicación de gobierno gestión para convencer a los ciudadanos de que cada uno de ellos es importante en el resultado de esta contingencia. En este sentido, de acuerdo con Canel, la comunicación de gobierno debe tener la capacidad de hacer alianzas, de sumar voluntades.

    La pertinencia de su afirmación, en el propósito de introducir al lector a los temas tratados en este libro, obedece tanto al hecho de que el mundo batalla aún contra la covid-19, sus mutaciones y coletazos como al diagnóstico según el cual el tiempo que corre es un mar de contingencias: crisis migratorias y aumento del número de desplazados por violencia; colapso climático; emergencia social, ambiental, económica y sanitaria; desigualdad creciente y pobreza en alza; y crisis de las democracias o del sistema o modo de vida conocido. Todas estas tragedias que reclaman civismo, hermanamiento y participación ciudadana para ser resueltas, así como la puesta en circulación de la corresponsabilidad y la cooperación en cuanto activos humanos reales y de efectivo valor/poder que hagan posible la vida, en general, al igual que alcanzar la felicidad —en el sentido político referido por Jefferson—, de modo que florezca el sentimiento colectivo positivo que fortalece la vida en comunidad. Además, la comunicación de gobierno cuenta con las herramientas, la capacidad y el itinerario para propiciar el ecosistema en el que se naturalicen, consoliden y expandan las posibilidades de lo universal consensuado —armonía con miras a la convivencia, la prosperidad, la justicia, la paz, la afectividad y el equilibrio— en pos de ese objetivo superlativo.

    Una constatación antroposófica antiquísima propagada casi como una albricia en el hiperdigitalizado 2020 es la de que nuestra especie no puede existir sin la presencia del otro. Ese otro —y bien vale subrayar lo que a esa constatación le otorga cariz de patrimonio de la comprensión humana— tomado en cuenta en términos relacionales y vinculantes que hacen del compromiso el valor axial, y no de meras conexiones o encuentros virtuales que son de fácil acceso y salida (Bauman, 2008), además de que suscitan, por tanto, desconexión, descompromiso, indiferencia y esa prevalencia de divisionismos que observamos actualmente en buena parte del mundo.

    Así, por ejemplo, La Real Academia Gallega eligió nós (nosotros) como la palabra destacada de ese año. Un conveniente reposicionamiento de la primera persona del plural para una era en la que los nuevos modelos de gobernanza exigen la participación de todos en la resolución creativa de problemas complejos, al tiempo que emplazan al gobernante al pleno despliegue de su condición empática con miras a articular los intereses de los individuos con los del grupo, de forma que como tomador de decisiones, además de posibilitar y garantizar el equilibrio social, contribuya a modelar la vida en común con más reflexión, consideración (urbanidad, respeto, de acuerdo con la tercera acepción de la RAE, s. f.) y acierto.

    Quien se dedica a la política sin este atributo [la empatía] no la honrará, estará cada vez más lejos de la humanidad de sus representados, más propenso a desentenderse de sus dolores y necesidades verdaderas y a hacer de esos gobernados meros factores funcionales a sus intereses privados. (Sinay, 14 de diciembre de 2012)

    Amén de los dramas humanos enunciados, en la sociedad digital de hoy existe ese otro tipo de amenazas que igualmente hace tambalear a las democracias, aun a las catalogadas como fuertes, seguras y —¿otrora?— modélicas. Una de ellas es el empoderamiento y los alcances de la posverdad, un malabarismo que disfraza a la mentira para encubrir la actitud manipuladora con la que se arrojan a la esfera pública afirmaciones categóricas y sin sustento que campean en el cerebro humano en contra de las evidencias fácticas, en razón a que la emotividad está desplazando a la razón. Es este uno de los resortes de la confusión reinante y del caos desinformativo que ha dado origen al vocablo infodemia, neologismo base de los acontecimientos políticos de impacto mundial protagonizados por los Estados Unidos y Gran Bretaña, y que en el orden nacional —también en el 2016— sacudió (y divide aún) a los colombianos. Otro asedio, casi gemelo de lo posfactual, es la onmivoracidad de las redes sociales que causan daño a la opinión pública, una amarra clave para el funcionamiento de la democracia.

    En ese espacio inestable e inseguro, que se dificulten los consensos es inevitable, de manera que los gobiernos de un presente a contracorriente se ven impelidos a comunicar para todos los ciudadanos. No se trata entonces de comunicar para las mayorías o a algunos grupos, es necesario ganar la anuencia, el favor y el apoyo de todos, dado que la finalidad de la comunicación de gobierno tiene que ver con salvar vidas. No es esta una afirmación desmesurada: el 2020 y la severidad de los desafíos planetarios indican claramente que no. La profesora Canel, en la Comunicación de las instituciones públicas (2007, p. 19), acude a Garnett para transmitir de forma exacta ese mensaje:

    […] la comunicación es importante porque afecta a la calidad de vida de las personas y, algunas veces, incluso a la posibilidad de que éstas sigan viviendo. La comunicación afecta a la confianza de los ciudadanos en el gobierno, así como al control que éstos [sic] tienen sobre el mismo. Influye en la moral de los que trabajan y en la productividad; la comunicación permea todas las facetas del gobierno.

    La pandemia ha puesto de manifiesto que las oficinas de comunicación de los gobiernos nacionales, regionales y locales tienen mucho por hacer. Para empezar, equiparar el para qué de la comunicación de gobierno con una oportunidad formidable de elevar el umbral de lo humano; luego, con la articulación de un proyecto de sociedad, no un proyecto de poder personalista y, por lo general, cuatrienal, con tal horizonte como piso, dedicar, entonces, tiempo a la planeación y al diseño de estrategias, así como a la elaboración de planes meticulosos dirigidos al manejo de las crisis y de la comunicación de riesgo. Por último, abrir a la escucha y al debate de ideas el espacio protagónico para que sea realmente creativa, potente y eficaz la búsqueda de soluciones a los problemas sociales, de modo que se construya y mantenga así la confianza ciudadana en las instituciones, primero, y en la humanidad y en el futuro como efecto.

    Ha sido esa síntesis última la motivación de los autores de este libro. Pero antes de dar paso al cuerpo teórico, conviene partir de una definición que, después de objetivar diferentes aportes, nos explique el concepto de comunicación de gobierno.

    ¿Qué es la comunicación de gobierno?

    Génesis y evolución del concepto

    La comunicación de gobierno como se conoce hoy es una invención de los romanos, más precisamente de Julio César, quien al entronizarse ordenó de inmediato que fuera llevado un registro diario de todos los actos del Gobierno y del Senado y que se publicara una relación de estos en el Acta Diurna Populi Romani (De Masi, 2006), periódico que se fijaba en los muros de la ciudad.

    Más que una verdad concluyente, se proponen las líneas anteriores como introducción al resumen de la génesis y la evolución de la comunicación de los gobiernos. Así, pues, dejando a un lado el imperĭum nos movemos hacia la fuerza aglutinadora del ágora en la Antigüedad Clásica, escenario al que los ciudadanos griegos acudían en asamblea (ekklesia) para escuchar los planteamientos de sus pares (kleros, boule y heliastai) (Manin, 1998), encargados de ejercer el gobierno y quienes exponían sus argumentos en un enfrentamiento agónico de ideas, en una interacción cara a cara que permitía un asertivo proceso de comunicación de doble vía en una cultura signada por el poder de la palabra hablada.

    En el Medioevo los gobernantes entendieron que era preciso reforzar ese discurso con imágenes para que llegara a todos los súbditos, en gran medida analfabetos. Esculpidas en piedra o labradas en madera y bronce, las imágenes representaron la magnificencia del poder, lo que además de dar origen a la iconografía terminó por convertirse en un sistema de comunicación bastante eficaz. La gente aprendía de ellas todo lo que era necesario saber: la historia del mundo, los dogmas, las virtudes, las ciencias, las artes y los oficios; elementos que se enseñaban a través de los vitrales de las iglesias o de las estatuas ubicadas en los pórticos de entrada a las ciudades, en las plazas centrales o en las de mercado (Briggs y Burke, 2002).

    Una vez comprobada la eficiencia comunicativa en lo que a la atención del ciudadano se refiere, los príncipes dieron un nuevo y definitivo paso hacia otro componente clave: la memoria. Acudieron entonces a los rituales como estrategia de comunicación que ofreció y ofrece aún extraordinarios dividendos a la hora de instalar en los mensajes la característica de amplia recordación: Lo que no se podía registrar necesitaba ser recordado, y lo que necesitaba ser recordado tenía que ser presentado de un modo memorable (Briggs y Burke, 2002, p. 20).

    Instaurada esta primera aleación audiovisual se pasó gradualmente a la escritura, introducida por reyes y clérigos para fines prácticos mientras se lograba cierta confianza en los caracteres, una actividad realizada en círculos muy cerrados que actuó como preámbulo a la aparición de la imprenta en 1450, invento adjudicado a Johann Gutenberg en Occidente y que significó el albor de un largo proceso de cambios sociales y políticos que condujeron al desmonte de lo establecido. Para algunos, […] la imprenta promovió una definición de la inteligencia que otorgó prioridad al uso objetivo y racional de la mente y al mismo tiempo a formas de discurso público de contenido serio, lógicamente ordenado (Postman, 2001, p. 56). Para otros fue un generador de malestar: ¡Oh, imprenta! ¡Cuánto has perturbado la paz de la humanidad! (Andrew Marvell, s. f., como se cita en Briggs y Burke, 2002, p. 30). Aunque el gobernante la consideró una herramienta para comunicar con provecho, no es sino hasta la aparición de los medios electrónicos que se aproxima con contundencia a sus gobernados y se deshace de la limitante de la presencia física.

    El telégrafo, la radio, la televisión, internet, las redes sociales y su actual convergencia son el espacio público transformado y potenciado para que los príncipes y reyes modernos comparezcan ante sus públicos y obtengan aclamación, logren consenso y alcancen gobernabilidad. De cada una de estas tecnologías la historia señala paradigmas, desde el efímero reinado del cable, que indicó el camino y la dimensión de lo que en materia de comunicación de los gobiernos podían representar las nuevas tecnologías electrónicas: el telégrafo (1837) acabó sin duda con la tiranía de la distancia (Briggs y Burke, 2002, p. 155) y el teléfono llevó a la Scientific American a afirmar en 1880, que como invento, inauguraría una especie de nuevo orden, por cuanto […] cualquier individuo, por retirado que se encuentre, podrá hablar con cualquier otro individuo de la comunidad sin tener que interrumpir sus actividades sociales o laborales y sin inútiles idas y venidas (Briggs y Burke, 2002, p. 165).

    Luego la radio (1880), cuyo apogeo para la comunicación gubernamental está enmarcado por las famosas Charlas junto al fuego del presidente Roosevelt en Estados Unidos (Maarek, 2009, p. 31) y el intenso uso que le dieron Churchill y Hitler en Inglaterra y Alemania, respectivamente.

    Luego, ¡eureka: la imagen! Primero a través de la fotografía, luego en las salas de cine y, por último, en el mismísimo lar por medio de plataformas de streaming. Los gobernantes comprendieron en un santiamén su impacto y de la mano de pioneros como J. F. Kennedy el discurso se movió sin restricciones hasta la intimidad de los hogares; se trata de mensajes directos que recuperaron, por lo menos de manera virtual, el contacto directo, la mirada de frente y la interacción cara a cara (Thompson, 2005).

    Hoy asistimos a una manera de comunicación interactiva caracterizada por la capacidad técnica de enviar, en tiempo real, múltiples mensajes que combinan todas las formas de interacción (interpersonal, mediática, cuasimediática y asistida por ordenadores) a través de internet, de modo que se configura lo que Manuel Castells denomina autocomunicación de masas:

    En la auto-comunicación de masas, ejemplificada por internet y las redes móviles, el sistema de mensajes es múltiple, de muchos a muchos, multimodal, con la posibilidad de continua referencia a un repositorio hipertextual de contenidos, en tiempo libremente escogido y con interactividad como norma: los sujetos pueden construir sus propias redes de comunicación, es decir: auto-comunicar. La difusión de la auto-comunicación de masas en el conjunto de toda la sociedad ha creado la plataforma para la construcción de la autonomía comunicativa de las personas. Y la autonomía comunicativa es la base de la autonomía organizativa, cultural y política con respecto a las instituciones dominantes de la sociedad. (Castells, 2011, p. 12)

    La comunicación de gobierno, una parcela en un campo de estudio emergente

    Pese a que la comunicación de gobierno es una actividad tan antigua como antigua es la necesidad de los príncipes de dar a conocer a sus súbditos decisiones y acciones de gobierno, no ha existido un interés sistemático y organizado por su estudio: […] la comunicación del sector público ha sido en gran medida ignorada por los investigadores (Graber, 1992, p. 8). En tanto la atención de los especialistas se centra en la comunicación electoral, el marketing político o los escándalos, se cuenta en realidad con pocas referencias que compendien el estudio de la comunicación que llevan a cabo los gobiernos (Canel y Sanders, 2010).

    José Luis Dader, en busca de la sustancia que configura la dimensión comunicativa de la política y el nuevo entramado de las luchas por el poder, manifiesta que con el respaldo de la ciencia política, la sociología y la psicología sociales, así como de los estudios de opinión pública y los de teoría y sociología de la comunicación interpersonal y de masas, se ha creado un nuevo campo de análisis reflexivo y de investigación que se denomina comunicación política, dentro de ese campo, […] ha irrumpido la nueva parcela de la comunicación gubernamental y de las instituciones públicas (Dader, 2008). De esta manera, se asume que la comunicación gubernamental y de las instituciones públicas es comunicación política, y que de ella recibe genéticamente su fundamentación teórica, su objeto de estudio y sus escenarios de actuación. Asimismo, que la comunicación política, en extenso, es la madre de la comunicación electoral, la cual, con su hermana la comunicación gubernamental, en cuanto parcelas de ese campo del conocimiento, actúa en tiempos y objetivos diferentes pero complementarios: una se asegura de alcanzar el poder y la otra de mantenerlo.

    Grosso modo, estos argumentos permiten pensar que la comunicación de gobierno es una actividad pública que apenas emerge como objeto de investigación, pese a la referida longevidad del fenómeno, porque hoy, más que nunca, es preciso entender las acciones que los gobiernos emprenden desde diversos niveles para dar a conocer lo que hacen. Ahora, aunque su estudio esté en ciernes no deja de ser trascendental por su aporte a la sociedad.

    De la comunicación política a la comunicación de gobierno

    El objeto de estudio que nos ocupa, considerado hasta hace poco […] un banal espectáculo o de incompatibilidad con lo veraz (Canel, 2008, p. 79), despierta interés más por la fascinación que ejerce la comunicación que por las vicisitudes de la política o de las actuaciones del poder.

    En la actualidad se observan dos tendencias derivadas de la saturación de mensajes de carácter político transmitidos por los medios y las redes sociales. Una tiene que ver con la tentación a hablar de crisis, desde la que todo se torna negativo y oscuro: hay desencanto con la democracia, decepción con los gobernantes, malestar por la corrupción en entidades públicas y privadas. La otra está asociada a un éxtasis por el desarrollo de los medios digitales que han hecho de este planeta una aldea global: existe una especie de idolatría generalizada hacia la comunicación.

    Los que forman parte del primer grupo culpan a los medios de narcotizar a los ciudadanos, quienes participan cada vez menos en los temas públicos: […] la mayoría de las noticias que recibimos diariamente son inertes, consisten en información que nos proporciona algo de lo que hablar pero que no nos conduce a ninguna acción significativa (Postman, 2001, p. 73). Los del segundo manifiestan, por el contrario, que nunca como hoy su incidencia en los ciudadanos había sido tan positiva en lo que atañe a movilización política y social (Graber, 1992).

    Este particular comportamiento ha sido objeto de investigación de sociólogos, economistas, politólogos, comunicólogos y psicólogos que usan múltiples indicadores para medir estas explosiones de malestar (videomalaise) o de júbilo (virtuous circle) y proponen un discurso compatible con el de la denominada sociedad de la exposición: Todo está vuelto hacia afuera, descubierto, despojado, desvestido y expuesto (Han, 2013, p. 29).

    Los drásticos cambios en los estilos de socialización de la gente a los que conduce una inédita forma de vida en la que el trabajo, la escuela, el espacio público, las relaciones personales y sociales se diseñan para actuar a distancia desembocan en una pregunta inevitable: ¿cómo podrían las relaciones de los gobernantes con sus gobernados, las relaciones políticas, escapar a estas transformaciones? (Gerstlé, 2005, p. 10). Desde la aparición de los talk shows en programas radiales africanos hasta el spin doctoring o gestión de la información por parte de las autoridades políticas (Ingham, 2003, y Price, 2005, como se citan en Dader, 2008), y de la infotainment adoptada por los medios occidentales, pasando por el cable y el satélite que permiten la transnacionalización de lo político, se multiplican las tecnologías y las nuevas prácticas, de modo que los contenidos se ven naturalmente afectados; en este sentido, la radio, la televisión y las redes sociales […] transforman cualquier tema relacionado con el gobierno en un ‘relato’, y es la ‘forma’ y el valor como entretenimiento de ese relato lo que cuenta, más que su contenido factual (Damasio, 2019, p. 291). Esta transformación concierne a todos los actores potenciales del juego político: los ciudadanos y los profesionales de la política, de la comunicación y de la información (Gerstlé, 2005). Pero la mutación de los procesos no debe empañar el verdadero sentido de comunicar que es algo más que informar:

    […] no es un puro decir, sino un decir algo a alguien, un tener en común lo dicho. Comunicar es dialogar, dar una información a alguien que la recibe y la acepta como suya, y que responde. Se trata de un acto de relación interpersonal dialogada en el que se comparte algo. (Yepes, 1996, p. 385)

    Este campo de trabajo académico fue inaugurado por algunos investigadores provenientes de la ciencia política con la publicación del libro Political Behavior en 1956 (Eulau, Elderlveld y Janowitz), quienes […] empezaron a subrayar los aspectos representacionales de la acción política (Dader, 2008). En los años siguientes fue poco lo que la investigación en ciencias sociales aportó para aclarar el fenómeno creciente que emparentaba la comunicación con la política o viceversa.

    Hacia 1981 los norteamericanos Dan Nimmo y Keith Sanders compusieron su legado para el desarrollo teórico de la disciplina, aporte que no logró avances diferenciadores porque la comunicación política seguía sin una estructuración adecuada que la sacara de su estado de dependencia de otras más desarrolladas, como, por ejemplo, la sociología: […] la comunicación política se considerará por las grandes especialidades de las ciencias sociales como un objeto de estudio ilegítimo o inexistente (Dader, 2008). Algunos académicos, sin embargo, se rebelaron contra esta adjetivación y dedicaron sus esfuerzos a dotar a la comunicación política de una fundamentación epistemológica que le concediera identidad. Hoy es diferente la situación y, si bien no alcanza un reconocimiento universal, al menos se puede aseverar que se encuentra en la etapa tardo-adolescente de su evolución, además de que cuenta con objeto de estudio y postulados teóricos diversos que buscan acercamientos a una definición fundacional. Verbigracia, José Luis Dader expone la suya y esgrime a la vez su objeto de estudio: "[…] la producción, difusión e intercambio de símbolos y representaciones cognitivas acerca de la política, con la consiguiente generación de percepciones y reacciones

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