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El Orden Lexicográfico
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Libro electrónico211 páginas2 horas

El Orden Lexicográfico

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Información de este libro electrónico

El autor Matemático devoto y humorista escéptico (un pesimista que ríe). Ha escrito "Invitación al estudio de la aritmética de curvas elípticas" (libro), "El gran giro" (pieza teatral en dos actos y un entreacto animado). Artículos múltiples por aquí y por allá.

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento19 sept 2022
ISBN9781685742140
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    El Orden Lexicográfico - Lúal Gosancas

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    EL ORDEN LEXICOGRÁFICO

    Lúal Gosancas

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos e imágenes fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable por los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku, LLC

    www.ibukku.com

    Diseño y maquetación: Índigo Estudio Gráfico

    Copyright © 2022 Lúal Gosancas

    ISBN Paperback: 978-1-68574-213-3

    ISBN eBook: 978-1-68574-214-0

    «Nuestras primeras preguntas sobre el valor de un libro,

    una persona o una música rezan así:

    «¿sabe andar?, o, mejor aún, ¿sabe bailar?»

    Friedrich Nietzsche

    La Gaya Ciencia

    ÍNDICE

    SUCINTA BIOGRAFÍA DE LÚAL PANERO MONTÁÑEZ, AUTOR DE EL ORDEN LEXICOGRÁFICO

    ABECEDARIO

    AMOR

    ATAÚD

    BOLERO

    BOTÁNICO

    BREVEDAD

    COBARDÍA

    COLOFÓN

    CUADRATURAS

    CHIRRIDO

    CHISPA

    CHOCOLATE

    DESAFUERO

    DIDÁCTICA

    DIOS

    ECOLOGÍA

    ELEGÍACO

    EXTRAÑO

    FABULADOR

    FARÁNDULA

    FINALIDAD

    GÁRRULA

    GASTRÓNOMO

    GENIO

    HIJO

    HUEVÓN

    HUMANIDAD

    ILUSIONISMO

    IMBECILIDAD

    INVISIBLE

    JUECES

    JUEGO

    JUERGA

    KALEIDOSCOPIO

    KILÓMETROS

    KIRIELEISÓN

    LABIOS

    LÁGRIMAS

    LIBERTAD

    LLAMARADA

    LLOVIZNA

    LLUVINA

    MAGNICIDIO

    MISTERIO

    MUERTE

    NAZI

    NEUROSIS

    NIÑO

    ÑOÑERÍAS

    ÑORSA

    ÑUBLENSE

    OJERIZA

    OLVIDO

    OTELO

    PERFECCIONISMO

    POBREZA

    PROSTITUCIÓN

    QUARK

    QUERENCIA

    QUIMERA

    REDENTOR

    RELIGIÓN

    RONQUIDOS

    SATANÁS

    SUEÑOS

    TEOLOGÍA

    TIEMPOS

    TINIEBLAS

    UNIFORME

    UNIÓN

    UNO

    VANIDAD

    VEJEZ

    VIVENCIA

    WAGNERIANA

    WALPURGISNACHT

    WHAT

    XENOFILIA

    XENOFOBIA

    XILÓFONO

    YACIMIENTOS

    YOÍSMO

    YUXTAPOSICIÓN

    ZAFIO

    ZAMBULLIDA

    ZARANDEO

    A modo de epílogo para quien quiera leerlo

    SUCINTA BIOGRAFÍA DE LÚAL PANERO MONTÁÑEZ, AUTOR DE EL ORDEN LEXICOGRÁFICO

    «Los muertos sí pueden hablar y yo sí quiero hablar después de muerto», me dijo una vez, en tambaleante estado de ebriedad, completamente borracho, mi querido amigo, finado por mano propia, Lúal Panero Montáñez.

    Fuimos amigos entrañables, hermanados en lo más hondo de las confidencias, mutuamente tolerantes de nuestros defectos y de nuestras ideas sobre la vida las cuales no eran siempre concordantes aunque jamás dejaron de estar prestas a la conciliación. Nos contábamos muchas cosas personales (secretos de risas y de llantos), algunas se remontaban a la más tierna infancia que pudiéramos recordar en nuestra naciente juventud, tiempos en que fuimos juntos a un burdel para iniciarnos en el sexo el mismo día, por mutuo acuerdo previo de grande curiosidad y expectativa bastantes días atrás. Se puede decir que nos conocíamos de verdad, plenamente, que si hubiésemos sido Lúal y yo los únicos habitantes del planeta, el misterio insondable que para todos anida en cada prójimo no habría existido para nosotros.

    El alocado proyecto literario imaginado por Lúal.

    Lúal escribió un libro en que expresó la inquietud intelectual y valorativa que sentía por el diccionario, o mejor dicho por las palabras, ante las cuales se maravillaba sin excepción, decía que todo vocablo le fascinaba, que las palabras tenían vida propia, que en general nacían y morían cual seres biológicos, que habían de toda suerte, unas de corta vida como mariposas o flores o la mayoría de canciones, otras de existencia prolongada como árboles impertérritos y desafiantes ante el paso del tiempo. Siempre repetía que las palabras son el mayor invento del género humano.

    Varios años de su adolescencia estuvo soñando Lúal con la loca ilusión de escribir un texto muy voluminoso en que desarrollaría algo en forma literaria sobre cada una de las palabras del DRAE. «Ya se me ocurrirá qué escribo para cada una, cuento, poema, aforismo, etc.», me decía con ciega confianza en sí mismo, con ingenuidad de imberbe yo diría hoy. Por aquellos tiempos, además de creer en la factibilidad del proyecto de mi amigo, yo también me sentía seguro de poder hacer algo por el estilo, aunque todavía no sabía con precisión qué. Sí, ahora veo que a los dos nos unía la ensoñación literaria.

    No llegó a cristalizar este descomunal propósito, más bien despropósito, digámoslo, por el volumen extenso y el exceso de trabajo que eso entrañaría para una sola individualidad. Al final se conformó con la idea de considerar sólo tres palabras por cada letra del alfabeto castellano, los dígrafos CH y LL incluidos, con lo cual se le presentaba el reto, bastante más fácil o menos difícil, de escribir ochenta y siete textos literarios. Pero Lúal, en su alucinado proyecto irrealizable encontró otra motivación, más fuerte y consciente, para su lexical cometido: devino fascinado por el orden en que las palabras aparecían en todos los diccionarios.

    Creo que ignorando que sofisticados conceptos en ciencia suelen ser elaboraciones intelectuales provenientes de cosas usuales en la vida diaria, estaba Lúal maravillado con el orden que seguían en su colocación las palabras en los diccionarios. Y la razón de su fascinación era que dicho ordenamiento encajaba perfectamente dentro de la noción matemática de (estructura de) orden. Calificaba de admirable y sorprendente que ese orden de los diccionarios, obedientes en su origen a la pura intuición natural, siendo como era, muy anterior en la historia del mundo de las ideas a la de orden en matemáticas, se amoldara con justeza cabal a una noción contemporánea establecida por tres axiomas definitorios abstractos, independientes de toda cosa concreta en el mundo físico. «En una palabra —me decía entusiasmado— el orden intuitivo del diccionario, ¡ES! —enfatizaba — un orden en el formal sentido matemático del término»

    Breve alusión al lenguaje incorporado de Lúal

    En su más temprana niñez, ya Lúal había tenido la idea de que todos, humanos y animales, nacemos con un lenguaje sin palabras, incorporado decía él. Lúal, cuatro o cinco años de edad, "sabía" que siendo un bebé sin conocimiento de ninguna palabra, había tenido noción clara y diferenciada de lo que es dulce y de lo que es salado y entre seis y siete años, pensaba que la realidad que expresan estos dos adjetivos, dulce y salado, sin palabra alguna de por medio, habían sido lo primero que aprendió junto con mamá, leche y pan (Lúal fue hijo de madre soltera y la palabra papá la aprendió en enésimo lugar).

    Ya adolescente, cuando con feliz, ingenua y errada convicción se decía "ahí está la regla del juego para los que elaboran los idiomas: nombrar las cosas y los hechos de la vida y cada palabra no es sino una convención colectiva entre determinadas personas", ya adolescente, repito, tuvo la inquietud de averiguar cómo se decían las palabras dulce y salado del Español en los otros idiomas existentes lo que le condujo a una tabla singular y robusta de vocablos donde figuraban, por ejemplo, amai y shiokarai del Japonés e incluso dolĉa y saleta tomados del Esperanto.

    (A Lúal le gustaba rememorar «el error», decía él, que estuvo a punto de cometer sobre la antigua Sumeria a propósito de su inusual recopilación en relación con los vocablos dulce y salado. Había averiguado que en la mitología primigenia de los sumerios, el agua dulce y el agua salada estaban mezcladas en los comienzos caóticos del mundo pero que el dios del agua había intervenido para separarlas, lo que sucedió no sin dar origen a monstruos terribles. Fue necesaria la acción del dios del cielo quien ordenó al señor de los vientos y tormentas y a la diosa de la fertilidad que arreglasen las cosas. Toda esta gesta mítica determinó a su fin el modo como las ciudades deberían gobernarse: con un gran dios protector y un rey humano, intermediario entre los dioses y los hombres, figura ésta de gobierno que se dio en diversas culturas después, gobiernos teocráticos, no sé si por influencia de los sumerios. Lúal había quedado muy impresionado por la fonética de las palabras con que los sumerios llamaban a los dioses y elementos (enlil, innana, apsu, ea, utu) pero a la vez que le encantaban estos sonidos extraños, no tardó en darse cuenta de que el agua dulce que figuraba como tal en los documentos a que tuvo acceso durante su búsqueda, era en verdad el agua potable que es insabora por lo que mal podría ser dulce en el sentido que a él le interesaba. «No es, sin embargo, que yo haya trabajado por gusto en esto —se decía—, digamos que ha sido un fracaso placentero para mí»).

    No, mi primera palabra no fue "mamá —me dijo una vez—, mi primera palabra fue aaaaaaa". Lo que yo aprendí en primer lugar a pronunciar fue la primera vocal del alfabeto castellano y eso nadie me lo enseñó; cuando la señorita Cadenas me lo quiso enseñar en su casa donde daba clases de preparatoria, yo ya lo sabía.

    Siempre introspectivo y especulativo, se dijo en otra ocasión (de adolescente ya) que algo de ese lenguaje incorporado en el nacimiento quizás regrese a los humanos a la hora de morir y consideró que una conceptualización sin palabras de las cosas del mundo, sería la única manera de poder discernir con justeza en lo inefable del adiós a la existencia. «De suceder algo así sería lo más digno que existe», concluyó.

    Siendo ya apuesto joven, lujurioso efebo intoxicado sanamente por la testosterona, terminando la secundaria, acercándose a la frontera civil entre la minoría y la mayoría de edad —dieciocho años en su país—, se dijo que ese lenguaje innato que él calificaba de incorporado subsiste en los animales durante todo su ciclo vital pero que desaparece por completo en los humanos debido al aprendizaje de sus idiomas nativos; que una parte de dicho lenguaje parecería manifestarse en algunos miembros de las tribus amazónicas de las que él había oído hablar y que ciertos poetas y filósofos deben sentir en ocasiones la necesidad de un tal lenguaje. También en esa etapa de su vida se maravilló Lúal del impresionante trabajo del cerebro humano al grabar en algún lugar escondido de su anatomía tantas ecuaciones palabra = significado que tenía su idioma natal, el Español, y de la rapidez instantánea con que se comprendían los pensamientos expresados en todos los idiomas. Como suele decirse, Lúal poseía un espíritu científico, siempre animado por los cómo y por los por qué. Desde temprano estuvo prevenido ante los para qué: en algún momento le pareció darse cuenta de que ello era un camino seguro hacia un letal escepticismo.

    Un problema difícil en la infancia de Lúal.

    La señorita Marina Albinagorta, maestra de tercero

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