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Estancos del Chiado
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Libro electrónico178 páginas2 horas

Estancos del Chiado

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"Estancos del Chiado" es un libro tan singular como promete su título. La recolección de los primeros cuentos de Fernando Clemot en este volumen –multipremiado a pesar de haber aparecido en una pequeña editorial– fue la gran presentación en sociedad de un autor interesado en explorar las vueltas de la memoria, capaz como pocos de imprimirle un estilo inconfundible a cada relato.El libro cuenta con tres secciones: "Mitologías", "El jardín de la memoria" y "Ocasos". Por ellas se filtran los recuerdos de infancia, las andanzas de escritores y actores de cine, los giros del deseo, la sombra de muerte, las ciudades europeas y las cosas que no tienen nombre: todo en una fusión de lo dulce con lo terrible.-
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento25 feb 2022
ISBN9788728013540

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    Estancos del Chiado - Fernando Clemot

    Estancos del Chiado

    Copyright © 2009, 2022 Fernando Clemot and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788728013540

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga Egmont - a part of Egmont, www.egmont.com

    Prólogo

    He de confesar que soy amigo de Fernando Clemot desde hace más de quince años, por lo que me resulta muy fácil elogiar su prosa y, más concretamente, la maestría que demuestra en su narrativa corta. Sin embargo, me gustaría destacar que la ingente cantidad de premios conseguidos por los relatos que aquí presentamos (reseñados en las ultimas páginas del volumen) avalan suficientemente la trayectoria de Fernando como escritor de calidad; máxime teniendo en cuenta que su carácter de desconocido para el gran público desecha, más allá de cualquier duda razonable, la sospecha de amiguismo con el jurado u oportunidad en el galardón.

    Los relatos que aquí presentamos, aunque muy diferentes entre sí, están atravesados por un vector fácilmente distinguible: el singular estilo del autor; un estilo que refleja una clara evolución desde el primer relato (cronológicamente hablando) hasta los últimos, pero que obedece a una poética omnipresente que tiene la calidad literaria como principio irrenunciable. Sin embargo, para dar una suerte de unidad argumental al volumen lo hemos dividido en tres bloques temáticos que obedecen a tres formas diferentes de narrar (cada una con sus características propias): Mitologías, en la que se recrean, como protagonistas, personajes históricos más o menos célebres (Salazar en Orgullosamente apasionado, Eça de Queiroz y Cesário Verde en Una Dame Sans Merci, Totó en El príncipe del Vómero) o actitudes históricas (en Cazadores de ganado); El jardín de la memoria, relatos en los que el yo narrativo se sumerge en sus recuerdos para tratar de dar sentido al presente; y Ocasos, narraciones que desvelan el naufragio de la ancianidad a través de situaciones y personajes cuyo pasado constituye un pesado lastre para su vida actual (dentro de su ‘realidad’ temporal intradiegética, claro).

    Mitologías agrupa los relatos más ‘narrativos’ del volumen, aquellos en los que la anécdota adquiere mayor importancia y que tienen una estructura más lineal (que no simple), a la manera del relato tradicional. Gozan estos relatos de un ritmo narrativo firme, tenso, al servicio de una única acción que se erige como principal protagonista del relato y que despliega un argumento o un final sorprendente. El estilo, como deseaba el decorum horaciano, se pone al servicio de la anécdota, aunque es siempre elevado y preciso, y huye de la cotidianeidad de la palabra, sobre todo de la tentación, tan en boga en nuestros tiempos, de utilizar el lenguaje de la calle, el lenguaje ‘sucio’ (por analogía con el realismo ‘sucio’). Una poética que no abandonará Fernando Clemot en ninguna de sus obras posteriores. Protagonismo de la anécdota, pulso narrativo, estilo pertinente y lenguaje elegante (casi se podría decir con un regusto decimonónico), son las características que marcan, pues, este bloque de relatos, que cronológicamente obedecerían a los primeros (entre los del presente volumen) que el autor escribió.

    En El jardín de la memoria -bloque al que pertenecen cronológicamente algunos de los últimos relatos escritos por el autor- Fernando cambia de registro para sumergirse en el cenagoso fangal de los recuerdos (individuales, como en Estancos del Chiado, o familiares, como en Árbol de familia) con el fin de encontrar en ellos las claves del presente. Su yo narrativo se interioriza, se vuelve especularmente hacia sí mismo y halla su material literario en la imagen devuelta. La acción se ralentiza y el tempo narrativo se vuelve moroso, dado a digresiones. La anécdota se diluye en múltiples ramificaciones introspectivas que nos ofrecen finalmente una imagen global (no lineal) del relato. El estilo se libera de los corsés del decorum y el lenguaje se emancipa de las férreas servidumbres comunicativas impuestas por la anécdota para devenir más lírico y más personal, con múltiples connotaciones. Podríamos decir que Fernando con algunos de estos relatos, como Bautizos de primaveras pasadas o El verano del cortapichas (que bucea en su propia niñez de chico de barrio sin anteojeras, en una visión demoledora del paraíso de la infancia), inaugura los derroteros que ha seguido su narrativa posterior (sobre todo su novela El golfo de los poetas).

    En el bloque que cierra el libro, Ocasos, la mirada se transforma en una visión del pasado desde un lejano futuro -remoto aún para Fernando- que lo juzga como carga (Levante), como tiempo irrecuperable (Terrazas de otoño), o como período de opresión (Un cuarenta y cinco largo); con el denominador común de la certeza de la finitud de un tiempo que, para bien o para mal, no ha de regresar. La idea de la vida como viaje sin retorno, esclavizada por la memoria, marca el ritmo de los relatos, con frecuentes saltos entre el presente y un pasado que se manifiesta sin pudor, surgiendo de pronto en la narración como algo vívido, las más de las veces sin transiciones; o bien se revela a través de la elipsis, simplemente sugerido por las actitudes de unos personajes que se vengan de él simbólicamente. Con un estilo que recuerda más al del segundo bloque, El jardín de la memoria que al primero, Mitologías, la estructura de los cuentos de Ocasos deviene más compleja como resultado de los vaivenes temporales que la obligan a una precisión milimétrica para poder alternar segmentos temporales diferentes sin confundir al lector, pero también sin perder la ambigüedad que aporta valor a la obra literaria.

    Desengaño e ironía se dan la mano en todos los relatos de Estancos del Chiado, en una visión nada idílica del tiempo que fue, en un viaje a la memoria insobornable que se niega a edulcorar o borrar sus recuerdos traumáticos, conocedora, a mi ver, de que la verdadera grandeza está en la caída si esta supone un autoconsciente punto de partida para comenzar de nuevo.

    Y hasta aquí esta pequeña reflexión sobre los relatos que componen Estancos del Chiado, que no pasa de ser una lectura personal, acaso harto diferente de la que cada uno de sus lectores pueda hacer. Porque este es un libro que no se agota en una sola lectura, sino que admite una multiplicidad de planos y perspectivas que permiten volver a disfrutarlo como el primer día cada vez que nos acerquemos a él. No obstante, y a modo de juego cómplice con el lector, le invito a hacer una primera relectura cronológica de los relatos: Orgullosamente apasionado (2002), El príncipe del Vómero (2002), Una dame sans merci (2002), Árbol de familia (2002), Un cuarenta y cinco largo (2002), Levante (2003), Bautizos de primaveras pasadas (2004), Terrazas de otoño (2004), El verano del cortapichas (2004), Cazadores de ganado (2005), y Estancos del Chiado (2005); con el fin de que pueda valorar por sí mismo la progresiva evolución del autor hacia una literatura más compleja e introspectiva, convencido de que es esta una experiencia que no ha de defraudarle.

    Jordi Gol

    Mitologías

    El príncipe del Vómero

    "...Puoi darmi una risposta? Puoi darmi qualque speranza?

    Puoi incominciare a darmi la felicità?..."

    Carta de Liliana Castagnolo, 1930

    I

    Al hombre del paraguas negro le incomodaba el aire de improvisación con el que se desarrollaba el oficio.

    El sacerdote fusiló una despedida y dejó acabar su cometido a dos empleados que en un instante calzaron las cuerdas a la base del féretro. Junto a él sólo media docena de allegados aguantaban aquella lluvia implacable sobre el cementerio del Pianto. Se perdió la mirada del viejo entre las altas hileras de nichos, allí rebosaban los albañales tableteando luego el agua en el enlosado. Se escurría aquella lluvia entre sus pies para luego perderse en una maltrecha regata abierta a buen seguro con la misma azada con que removían las fosas.

    Triste despedida para Cassie, pensó para sí el viejo del paraguas oscuro, se merecía que hubiera allí más gente, tal vez también un cura más diligente. Poco importa al difunto quién le llore pero había sido aquella una de las ceremonias más agrias a las que había asistido. Todavía repicó el ataúd en el fondo encharcado de la fosa y uno de los familiares apremió al enterrador para que tuviera más cuidado. El viejo desconocido del paraguas susurró una oración en silencio antes de buscar la puerta del cementerio. Mientras se alejaba para siempre de Cassie todavía escuchó las primeras paletadas sellando con fango el sepulcro.

    Ya en el taxi que tenía que llevarlo a la estación siguió dando vueltas a la idea de que sólo quedaba él como portador del secreto. Con la muerte de Carlo Casiero, el anciano y solitario "Cassie", quedaba él como depositario único de aquella tarde de abril, bella y terrible... ¿Le dejo aquí?, le interrumpió el taxista su recuerdo al doblar en la piazza Piedigrota. El viejo sólo tuvo ánimo para confirmarle con la cabeza que allí estaba bien. Al bajar se dio cuenta que le quedaban todavía trescientos metros hasta la estación Mergellina. Diluviaba sobre Nápoles y el golfo al fondo sólo era un borrón oscuro de bruma, como aquella maldita noche de hacía treinta y cinco años.

    Arrastraba los pasos; entró el hombre del paraguas calado en la estación y como un autómata consultó el herrumbroso panel de horarios. El semidirecto de Roma no saldría hasta las dieciocho treinta y cinco. Con lentitud de mantis se acomodó en el único banco que quedaba libre, entre dos viejos de su misma edad. Repicaba la lluvia sobre el tejado de chapa, como aquella tarde, lo recordaba como si hubiese pasado anoche, como si la lluvia que le había mojado en la puerta de la estación fuera la misma de aquella noche de abril. El viejo que había a su izquierda tenía cara de buena persona. Quizá apreciara su historia.

    ...Había entrado en Il Mattino meses antes, quizá hacia Navidad. Me había llegado aquel trabajo de ayudante de redacción como una bendición, como la tabla a la que poder amarrarme tras meses como camarero en los cafés de la Vía Toledo o limpiando alguno de los ferry que iban a las islas. Al principio sólo me encargaban trabajos muy breves, retales inmundos de la crónica local en Leopardi o Torre Anunzziata, artículos de mala muerte que no podían abarcar los redactores fijos en plantilla y que casi tenía que mendigar en la oficina del redactor jefe, Aquile Bixio. Por eso me sorprendió tanto reconocer aquella voz ronca al otro lado del auricular en mitad de la noche. Miré el despertador de la mesita; las dos de la mañana, aullaba como el diablo el jefe, le urgía que acudiera a toda prisa a la redacción. De camino allí ya imaginé que recurría a mí porque no habría encontrado a nadie a aquellas horas, debía ser un asunto importante ya que Bixio era de los que cumplía estrictamente la máxima de dejar para mañana lo que se pudiera hacer hoy.

    Cuando llegué Bixio me estaba esperando en la puerta. Tenía mal aspecto, creí intuir que también estaba de mal humor mientras le seguía a través de aquellos vetustos cuartuchos que alquilaba el diario en la Vía Mezzocanone. Todo estaba a oscuras y destacaba sólo la claridad de su oficina. Ya sentado frente a él observé su rostro a la luz de la lámpara de peana. Se le perdían los ojos entre unas profundas ojeras que revelaban que había pasado mala noche. Los restos de la cena reposaban también allí, sobre dos gruesos volúmenes de papeles retorcidos de años. Estaba la oficina en el último piso del inmueble y tableteaba la lluvia sincrónica, como ahora en el tejado de la estación Mergellina.

    –Te preguntarás por qué te he hecho venir a estas horas -dijo muy ronco Bixio. Me limité a asentir, mi relación con él se había enturbiado desde que me descartó un artículo sobre Gustavo de Marco por rebuscado-. He tratado de encontrar a Giulio Parente, a Fermi, pero no sé dónde pueden parar esos desgraciados... ¡No sé para qué dejan los teléfonos si no hay manera de que los cojan!

    Estrujó con ira el enésimo cigarrillo en un cuenco de barro con forma de bacante que hacía servir como cenicero. Tenía los ojos hinchados, insomne perpetuo con alguna copa de más.

    –He pensado en ti, bueno en realidad eras el último que me quedaba por llamar... Es una oportunidad importante...

    Volví a asentir sin saber si debía tomármelo como un halago o una ofensa directa. Opté por callar y acomodar mi cuerpo a la silla. Parecía incómodo el viejo con aquel acelerado remover de papeles, como si no se atreviese a soltar lo que guardaba. De uno de los cajones apareció al fin un sobre arrugado.

    –Hemos recibido una información importantísima esta noche, se trata de una persona muy allegada a él... -tomó aire antes de concretar- Se está muriendo Totò en su casa de Roma. Algo de corazón, eran demasiados cigarrillos, cafés... Es un asunto serio y más aquí en Nápoles. Parece que por ahora no está muy movida la noticia entre la prensa de allí y podemos soltar nosotros la bomba... Sería una primera página y centrales, de las que se hacen pocas en un año. ¿Tienes aquí el coche?

    Yo aseveré como pude mientras Bixio dejaba el sobre en medio de la mesa, en tierra de nadie. Intenté repetir mentalmente la noticia para asimilarla pero notaba ya que me ahogaba un nudo grueso en la garganta, como si hubiera tragado una bola de sal. Temblaba cuando alargué la mano para coger el sobre.

    –Ahí tienes cuarenta mil liras, la dirección de su casa en Roma y hasta el teléfono... Si hace falta algo más de dinero lo adelantas y luego se te abonará. Quiero que esta misma mañana ya me pases un avance por teléfono, habla con los familiares, molesta, haz lo que sea. Si tienes algo serio incluso puede que saquemos un suplemento con la noticia a media tarde...

    Cuando iba a atrapar el sobre Bixio lo volvió a aferrar con fuerza y se me quedó mirando muy

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