Luz brillante
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Los seis relatos que conforman Luz brillante están conectados por el deseo; existe una grieta entre lo cotidiano y el anhelo de los personajes, cuya búsqueda de sentido los hace combustionarse en los misterios de su propia luz. Marxitania Ortega hilvana sus historias entre santeros y tambores cubanos, entre el agua caliente del samovar y los aromáticos dulces de pistache en una casa familiar de Teherán, entre hoteles y taxis de un Acapulco caliente. En la diversidad de escenarios, en las inquietudes distintas que atraviesan a los personajes, el deseo es atmósfera permanente. La luz es síntoma del fervor del espíritu, guía para sus caminos, pero también extravío: no puede existir sin su contraparte, la oscuridad. Lo que brilla en nosotros, pareciera sugerir Marxitania Ortega, no se distingue por su claridad o nitidez, sino por sus vibraciones, la sospecha de que hay algo más que abraza y contiene aquello que alcanzamos a vislumbrar. [DANIELA ARMIJO]
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Luz brillante - Marxitania Ortega
Los seis relatos que conforman Luz brillante están conectados por el deseo; existe una grieta entre lo cotidiano y el anhelo de los personajes, cuya búsqueda de sentido los hace combustionarse en los misterios de su propia luz. Marxitania Ortega hilvana sus historias entre santeros y tambores cubanos, entre el agua caliente del samovar y los aromáticos dulces de pistache en una casa familiar de Teherán, entre hoteles y taxis de un Acapulco caliente. En la diversidad de escenarios, en las inquietudes distintas que atraviesan a los personajes, el deseo es atmósfera permanente. La luz es síntoma del fervor del espíritu, guía para sus caminos, pero también extravío: no puede existir sin su contraparte, la oscuridad. Lo que brilla en nosotros, pareciera sugerir Marxitania Ortega, no se distingue por su claridad o nitidez, sino por sus vibraciones, la sospecha de que hay algo más que abraza y contiene aquello que alcanzamos a vislumbrar.
DANIELA ARMIJO
Índice
Portada
Sinopsis
Portadilla
Luz brillante
La casa de Shahrak-E Elahiyeh
Habla bien de Aca
Uva ursina
El método tradicional
Bienes terrenales
Marxitania Ortega
Créditos
LUZ BRILLANTE
MARXITANIA ORTEGA
Premio Internacional Bitácora de vuelos 2021
de Cuento
Colección Fuegos (Narrativa)
Bitácora de vuelos ediciones
Luz brillante, libro de Marxitania Ortega, mereció el Premio Internacional Bitácora de vuelos 2021, convocado por la editorial de mismo nombre. El jurado estuvo conformado por las escritoras Edna Montes, Maru San Martín; y el escritor Francisco Rapalo.
Para Viole y Jime, por nuestras noches de apagones habaneros y sus días luminosos.
LUZ BRILLANTE
A diferencia de la calma perfecta del rostro de Thich Quang Duc bajo las llamas, Ana Fidelia salió corriendo. La campeona de los 800 metros planos huía del fuego que la devoraba, de los segundos anteriores en que sus propias manos vaciaron sobre su pecho la botella de luzbrillante
y encendieron el fósforo. Ardiendo, la Tormenta del Caribe iluminaba las calles oscuras del Vedado. Se había convertido en La Antorcha de Cuba
.
Los vecinos, cuando la vieron, supieron qué hacer, eran expertos en apagar a una mujer ardiendo. En el hospital Hermanos Ameijeiras los médicos también eran expertos, pero en reconstruir la piel de las mujeres que ardieron. Fidel Castro fue a verla varias veces a su habitación en el piso 11. Sus visitas ejercieron la presión necesaria sobre el personal médico. La recuperación de la atleta, la reconstrucción de su piel, su regreso a las pistas, fueron una de esas causas justas e imposibles que al Comandante le gustaba abanderar. No sólo era una prueba para la medicina cubana, no sólo Ana Fidelia era una figura relevante para el deporte nacional, no sólo el deporte nacional era el pilar de la inestable moral del país, sino que además la corredora llevaba su nombre y eso provocaba en el líder una empatía paternal hacia ella.
Nadie le preguntó sus razones, pero todos las conocíamos. La Gacela indómita sólo sabía curar su furia corriendo, pero con treinta semanas de embarazo no podía llegar muy lejos. En la semana 20, Ana Fidelia ya tenía encima varios kilos más, y él, en cambio, —¡qué manera de saltar la de ese negro!— volaba 2.45 metros. Enfilaba con velocidad para tomar impulso, y luego en el salto, su cabeza pasaba sobre la valla con su tronco entero en un instante, seguido por sus piernas de ébano y una patada final evitaba el roce de sus pies. Javier Sotomayor, el mejor saltador de la historia, el negro maravilloso, suspendía su cuerpo en el aire. Lo que nunca pudo suspender fue el deseo.
Como Ana Fidelia, mi vecina Margarita también se dio candela. En el fuego, la carne humana se reduce como un plástico, el mentón se pega al pecho y rellena el espacio que alguna vez fue un cuello. Adherido, se inserta el rostro en el torso, como monstruo de bestiario medieval, Blemia acéfala, incluida, no obstante, por el mismísimo Obispo de Hipona, dentro del género humano. La quemada
llamábamos a Margarita todos los vecinos. Aun cuando la leche estaba racionada y era sólo para los niños, La quemada
venía los lunes en la mañana a nuestro departamento a vendernos dos litros de leche y un litro de jugo de naranja, que duplicó cuando yo me quemé. La leche era para mi hermana, el jugo era exclusivamente para mí, porque a decir de Margarita, una quemadura necesita mucha vitamina C para cicatrizar.
Margarita no fue a parar al hospital Ameijeiras cuando se quemó sino al Calixto García. Yo también fui a parar ahí. La baja temperatura, el azul de las paredes, el azul también del uniforme de los enfermeros que raspaban mi piel quemada, me hicieron pensar en un iglú. Ningún lugar en Cuba era tan frío como el Pabellón de los quemados. Rasparon mi mano con un cepillo de cerdas duras hasta quitar de todo el tejido blanco y muerto, debajo del cual esperaba la carne fresca, rosa encendido. También se veían, pálidos, los tendones. En mi mano dejaron un hoyo rosado que rellenaron con un antibiótico en crema. Me vendaron y me explicaron que necesitaba un injerto. El agujero no cicatrizaría, necesitaba un tejido que ayudara a su recuperación. En ese momento tuve miedo. La idea de que me tuvieran que quitar una parte de mi cuerpo para sanar otra nunca me había pasado por la cabeza. Creo que sólo hasta ese momento lloré. Las quemaduras