Cartas de un abuelo para el Niño Dios en Navidad
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Cartas de un abuelo para el Niño Dios en Navidad - Fernando Enciso Hernández
CARTAS DE UN ABUELO PARA EL NIÑO DIOS EN NAVIDAD
Comienza sus cartas así el abuelo: Dios se le apareció por primera vez en sueños a Salomón y dijo: pídeme lo que quieras que Yo te lo concederé (…).
Este abuelo no es el rey Salomón pero, por conducto de su hijo, el Niño Dios, cuánto me gustaría que, a este abuelo, Él se le apareciera en sueños y le dijera: abuelo, pídeme lo que quieras, que Yo te lo concederé.
Este abuelo, guardando en el corazón la promesa, cada año le escribe su carta al Niño Dios, esperando que Él sea quien le traiga estos regalos tan deseados.
El abuelo se levanta cada 24 de diciembre antes de la media noche, lee su carta y la esconde debajo de la almohada. Sus hijos y nietos, sin conocer lo que hace su padre-abuelo, le dicen: papá, abuelo, es hora de que vayas a la cama y duermas. El abuelo vuelve a la cama a conciliar el sueño, feliz, pensando en despertar y al lado de su cama encontrar tan soñado regalo.
Llega el día de destapar los regalos. Descubre de nuevo que muchos niños en el mundo reciben regalos, pero a los abuelos les vuelve a aparecer la carta debajo de la almohada. Miran al lado de la cama, observan que este espacio para los regalos está vacío.
Se asoma a la ventana, los niños ríen, gozan con sus regalos; los papás les dicen: hijo, estos regalos son el premio del Niño Dios por lo bien que te comportas.
Yo, el abuelo, me pregunto en silencio: ¿Me he portado mal?, veo a los abuelos con sus nietos, cuidando que no les suceda ningún daño, a ellos y a sus nuevos regalos.
Esos abuelos tampoco han recibido regalos del Niño Dios en esta Navidad. Me pregunto: ¿ellos tampoco se han portado bien? Así pasa cada Navidad; me asomo por la ventana, miro al lado de mi cama, imagino que estos abuelos también lo hacen, pero encuentran el espacio vacío, me pregunto una y otra vez: ¿Será que los abuelos nos portamos mal este año, por eso el Niño Dios no se llevó nuestra carta?
Hoy dedico mis cartas al Niño Dios en estas navidades, esperando que un día nuestros hijos, nuestros nietos, conozcan qué pide un abuelo de regalo de Navidad al Niño Dios.
Este abuelo sigue escribiendo sus cartas al Niño Dios, confiado de que al otro día encontraría su regalo pero, como siempre, encuentra debajo de la almohada su carta, mira el espacio para regalos: otra vez vacío.
El abuelo continúa escribiendo sus cartas, escribe, sin saberlo, que esta sería su última carta al Niño Dios.
Como siempre, el 24 de diciembre, día de Navidad, se acercan a él sus hijos y sus nietos. Le dicen: vaya a dormir, abuelo, y se va a descansar. Nadie imaginó que sería su última Navidad, su última carta al Niño Dios.
Al otro día, como siempre, los niños, muy alegres, destapan sus regalos, felices juegan con ellos. Ese día el abuelo no se asoma por la ventana; cuando sus nietos lo llaman para mostrarle los regalos, no contesta a sus llamados, nadie abre la puerta. Cuando lo encuentran, descansa en el sueño eterno de la vida, el sueño del más allá.
Sus nietos y sus hijos se acercan, lo ven sonriendo, como si musitara: ¡Por fin el Niño Dios se llevó mi carta! Sus nietos, curiosos, levantan la almohada, ¡no hay nada! Levantan sus cobijas, lo encuentran sosteniendo en sus manos un sobre que dice: Cartas de un abuelo para el Niño Dios en Navidad. Al abrirlo ven que está vacío, miran el lugar de los regalos y encuentran la carta, se miran perplejos. Se preguntan: ¿cómo llegó esta carta allí? Al abrirla ven un papel en blanco. Se siguen preguntando: ¿qué le trajo el Niño Dios al abuelo?
Al abuelo se le recuerda por su última sonrisa, como si musitara: ¡Por fin el niño Dios se llevó mi carta!
La habitación se llena de olor a yerbabuena, ruda, eucalipto, naranjo, papayuelo y mezcla de otras yerbas. Al salir de la habitación, un nieto encuentra en el suelo un papel arrugado en forma de bola, como si alguien lo hubiera arrojado; en su interior escrito, casi garrapateado dice: Dios se le apareció en sueños por segunda vez al rey Salomón, le dijo: Construya…
Pasan los días y en la habitación todavía emanan estos olores a yerbas. Cada Navidad los nietos abren el sobre de su última carta, sacan la hoja en blanco, se miran entre sí y uno de ellos dice en voz alta: el contenido de la carta, el abuelo la escribió en su corazón. La vuelven a meter entre el sobre, respetando sus deseos, respetando su memoria: Cartas de un abuelo para el Niño Dios en Navidad.
Esa noche de Navidad sucede algo inesperado; de la iglesia se oyen doce campanadas, la pólvora suena como si fueran cañonazos, la alegría embarga los hogares, las familias se abrazan, se besan, al unísono se desean la feliz Navidad.
Llega el momento de repartir los regalos, el árbol de Navidad se prende con destellos multicolores, también brilla el pesebre con sus hermosas luces intermitentes. Por fin todos reciben los regalos. Todo queda en silencio. En el pesebre queda un regalo sin entregar. Un nieto se acerca, lo toma, no había destinatario. Lo abren. De la caja vacía sale un olor que inunda la casa; ese olor a yerbabuena fresca, ruda, eucalipto, naranjo, papayuelo y mezcla de otras yerbas, como si esa Navidad el abuelo dijera: ¡familia! ¡Feliz Navidad!
El sacerdote párroco de la iglesia dice que las campanas no fueron tocadas esa noche. Ahora los nietos dicen: nos dimos cuenta de que los abuelos, además de taparnos nuestras faltas, nos tienen como sus preferidos, siempre, aunque se vayan al sueño eterno de la vida, el sueño del más allá. No hay dudas; hasta allá y más allá nos siguen amando. Ahora somos sus nietos los que escribimos por él las Cartas de un abuelo para el Niño Dios en Navidad, pero hay algo que tocó nuestros corazones: papá y mamá también escriben cada 24 de diciembre con el mismo encabezamiento; es como si todos nos hubiésemos puesto de acuerdo, ¡el mismo encabezamiento!: Cartas de un abuelo para el Niño Dios en Navidad. Para sorpresa nuestra, al otro día, cuando abrimos el cuarto del abuelo para honrar su recuerdo, al lado del lugar de los regalos encontramos cajas bellamente envueltas en papel muy fino, nos sorprendemos, mentalmente nos decimos: ¿cómo llegaron estos regalos allí? ¿Fue papá? ¿Fue mamá?, acercamos a nuestro corazón el papel apretado en forma de bola que encontramos aquel día sobre el piso, con letras garrapateadas, que decía: «Dios se le apareció en sueños por segunda vez al rey Salomón y le dijo: construya…».
Abuelos y padres del mundo: ¡feliz Navidad! Nietos y Nietas que un día serán abuelos y abuelas: ¡Feliz Navidad!
PADRE NUESTRO SIGLO XXI
UNA ORACIÓN DE COMPROMISO
Caminaba desprevenidamente por una calle de Bogotá, Colombia. Llovía con fuerza, caía granizo; mi deseo era escampar, buscaba dónde hacerlo. Corrí, sentí un empujón, un empujón fuerte, por poco caigo al suelo. Reaccioné buscando al granuja que me había empujado, pero a mi alrededor no había nadie. Me encontré solo, sorprendido.
Tomé aire de nuevo para continuar mi camino, pero algo me sorprendió aún más; me encontraba ante una multitud de personas con las manos levantadas y los ojos cerrados, expresaban palabras que no me