El evangelio Del Espíritu Santo

Por HORACIO BONAR

No es una mera influencia, sino una personalidad viva; y hay una gran diferencia entre estas dos cosas. Una influencia no puede amarnos, y nosotros no podemos amar una influencia. Para que haya amor, debe haber personalidad; y, en este caso, debe ser la personalidad del amor. El aliento fresco de la primavera es una influencia, pero no una personalidad. No puede amarnos ni llamarnos a amarlo. La voz de lo que llamamos "naturaleza" es una influencia, pero no una personalidad. No puede haber amor mutuo entre ella y nosotros. Pero un ser con alma es una personalidad, no una influencia; y el amor del hombre o de la mujer es algo personal, un afecto verdadero y real: un ojo que mira a otro, y un corazón que toca a su semejante. Lo mismo sucede con el amor del Espíritu. Hay una personalidad en Él que sobrepasa todas las personalidades de la tierra, que sobrepasa todas las personalidades de los hombres o de los ángeles. Y es esta personalidad divina la que hace que Su amor sea tan precioso y tan adecuado, así como tan verdadero y real. No existe una realidad de amor como la del Espíritu. No tiene nada en común con la frialdad o la distancia de una mera influencia. Llega de cerca a un corazón humano, porque es el amor de Aquel que formó el corazón, y que busca hacer de él su morada para siempre.

• Idioma: Español
• Editorial: FELIPE CHAVARRO POLANÍA INC
• Fecha de lanzamiento: 6 jun 2022
• ISBN: 9798201283513

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Contenido

1. El Espíritu es Amor

2. Manifestaciones del amor del Espíritu

3. Peligro de no apreciar su amor

4. Necesidad de la Doctrina del Espíritu

5. La obra del Espíritu en la Iglesia

6. Conclusión

Recursos de la Biblioteca de la Capilla

1. El Espíritu es Amor

¿Nos ama el Espíritu Santo? Sólo puede haber una respuesta a esta pregunta. Sí, nos ama.

Tan verdaderamente como el Padre nos ama, tan verdaderamente como el Hijo nos ama, tan verdaderamente nos ama el Espíritu. La gracia o el amor gratuito que el pecador necesita, y que se nos ha revelado y sellado por medio de la Semilla de la mujer, el Verbo... hecho carne (Juan 1:14), pertenece por igual al Padre, al Hijo y al Espíritu. Ese amor que creemos que hay en Dios debe ser el mismo en cada persona de la Divinidad, pues de lo contrario la Divinidad estaría dividida: una persona en desacuerdo con las otras o, al menos, menos amorosa que las demás, lo cual es imposible.

Dos veces está escrito: Dios es amor (1 Juan 4:8, 16); y esto se aplica a cada persona de la Divinidad. El Padre es amor; el Hijo es amor; el Espíritu es amor. La Trinidad es una Trinidad de amor.

Cuando se dice que Dios es un Espíritu (Juan 4:24), las palabras se refieren a cada persona. Si perdemos de vista el amor de uno, perderemos de vista el amor de todos. Lo que es la gloria del Señor es la gloria de cada una de las tres personas. Guardémonos de tergiversar la Trinidad creyendo en un amor desigual, un amor que no es igualmente grande y libre en cada uno.

Cuando se dice que Dios es luz (1 Jn 1,5), sabemos que estas palabras se refieren a las tres personas en su conjunto, no sólo al Padre o al Hijo. El Padre es luz; el Hijo es luz; el Espíritu es luz. Así como es la luz, también es el amor; y quien quiera dudar de que el Espíritu es amor, tiene que dudar también de que el Espíritu es luz. Lo que está escrito de Dios, está escrito