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José, El Gran Siervo
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Libro electrónico254 páginas4 horas

José, El Gran Siervo

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Ésta es la historia de un príncipe, que tenía por nombre José. Era descendiente directo del Rey David, que, según la tradición de Israel, era del que surgiría el que sería llamado el MESÍAS, entendiendo por tal, un gran Rey, que vendría con tal poder que conseguiría que Israel fuera una Nación, la más poderosa, incluso mayor que cuando lo fue con el Rey David o Salomón, que fueron los Reyes más grandes que había tenido hasta entonces.
La historia que voy a contaros, empieza siendo José niño. Tenía la edad de cuatro años y era un muchacho normal que vivía cerca de un pueblo, en un palacio de campo, pues era príncipe de la casa real. Su padre tenía muchos criados, campos, casas y muchas personas para servirle.
IdiomaEspañol
EditorialTektime
Fecha de lanzamiento12 ene 2018
ISBN9788893980920
José, El Gran Siervo

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    Vista previa del libro

    José, El Gran Siervo - Juan Moisés De La Serna

    Índice de contenido

    CAPÍTULO I. NIÑEZ SOLITARIA

    CAPÍTULO II. LAS ABEJAS

    CAPÍTULO III. CONOCE A MARÍA

    CAPÍTULO IV. VE EL CAYADO POR PRIMERA VEZ

    CAPÍTULO V. CONOCE AL ERMITAÑO

    CAPÍTULO VI. CAÍDA Y CASTIGO

    CAPÍTULO VII. MAYORÍA DE EDAD

    CAPÍTULO VIII. EL PADRE LE CUENTA SU LLAMADA

    CAPÍTULO IX. EVITA UNA GUERRA

    CAPÍTULO X. CONOCE A MARÍA DE NIÑA

    CAPÍTULO XI. AYUDA AL REY

    CAPÍTULO XII. ENCUENTRO CON MARÍA

    CAPÍTULO XIII. BODA DE JOSÉ Y MARÍA

    CAPÍTULO XIV. ES PADRE, NACE JESÚS

    CAPÍTULO XV. MAESTRO DE JESÚS

    CAPÍTULO XVI. MUERTE DE JOSÉ

    José,

    el Gran

    Siervo

    Juan Moisés de la Serna

    Editorial Tektime

    2018

    José, el Gran Siervo

    Escrito por Juan Moisés de la Serna

    1ª edición: diciembre 2018

    © Juan Moisés de la Serna, 2018

    © Ediciones Tektime, 2018

    Todos los derechos reservados

    Distribuido por TekTime

    https://www.traduzionelibri.it

    ISBN: 9788893980920

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros medios, sin el permiso previo y por escrito del editor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra. Puede contactar con CEDRO a través de la web www.conlicencia.com o por el teléfono en el 91 702 19 70 / 93 272 04 47.

    Prólogo

    Ésta es la historia de un príncipe, que tenía por nombre José. Era descendiente directo del Rey David, que, según la tradición de Israel, era del que surgiría el que sería llamado el MESÍAS, entendiendo por tal, un gran Rey, que vendría con tal poder que conseguiría que Israel fuera una Nación, la más poderosa, incluso mayor que cuando lo fue con el Rey David o Salomón, que fueron los Reyes más grandes que había tenido hasta entonces.

    La historia que voy a contaros, empieza siendo José niño. Tenía la edad de cuatro años y era un muchacho normal que vivía cerca de un pueblo, en un palacio de campo, pues era príncipe de la casa real. Su padre tenía muchos criados, campos, casas y muchas personas para servirle.

    Dedicado a mis padres

    Índice de contenido

    CAPÍTULO I. NIÑEZ SOLITARIA

    CAPÍTULO II. LAS ABEJAS

    CAPÍTULO III. CONOCE A MARÍA

    CAPÍTULO IV. VE EL CAYADO POR PRIMERA VEZ

    CAPÍTULO V. CONOCE AL ERMITAÑO

    CAPÍTULO VI. CAÍDA Y CASTIGO

    CAPÍTULO VII. MAYORÍA DE EDAD

    CAPÍTULO VIII. EL PADRE LE CUENTA SU LLAMADA

    CAPÍTULO IX. EVITA UNA GUERRA

    CAPÍTULO X. CONOCE A MARÍA DE NIÑA

    CAPÍTULO XI. AYUDA AL REY

    CAPÍTULO XII. ENCUENTRO CON MARÍA

    CAPÍTULO XIII. BODA DE JOSÉ Y MARÍA

    CAPÍTULO XIV. ES PADRE, NACE JESÚS

    CAPÍTULO XV. MAESTRO DE JESÚS

    CAPÍTULO XVI. MUERTE DE JOSÉ

    CAPÍTULO I. NIÑEZ SOLITARIA

    Ésta es la historia de un príncipe, que tenía por nombre José. Era descendiente directo del Rey David, que, según la tradición de Israel, era del que surgiría el que sería llamado el MESÍAS, entendiendo por tal, un gran Rey, que vendría con tal poder que conseguiría que Israel fuera una Nación, la más poderosa, incluso mayor que cuando lo fue con el Rey David o Salomón, que fueron los Reyes más grandes que había tenido hasta entonces.

    La historia que voy a contaros, empieza siendo José niño. Tenía la edad de cuatro años y era un muchacho normal que vivía cerca de un pueblo, en un palacio de campo, pues era príncipe de la casa real. Su padre tenía muchos criados, campos, casas y muchas personas para servirle.

    Un día José salió al patio y vio a otros niños que estaban jugando, eran los hijos de los criados, ese día había llovido, y estaban haciendo algo con el barro, lo mojaban y lo daban vueltas mientras lo modelaban lentamente, esto le entusiasmó y les pidió que le enseñasen, a lo que los muchachos contestaron que para qué, si él era un príncipe y de nada le serviría conocer la forma de hacer cacharros, pues únicamente con la práctica se podía conseguir algo que fuera de utilidad.

    Tanto insistió José que todos se pusieron a hacer un tazón de barro, y viendo cómo lo hacían los demás, aprendía, pero sucedió que el suyo fue el mejor de todos, y por tal motivo se empezaron a pelear, pues él decía que no era difícil hacer tal cosa, y los demás que sí, que únicamente le había salido bien por casualidad.

    Durante la pelea el tazón cayó y se rompió, y José empezó a llorar, y los criados que le escucharon llorar, salieron y viendo que el príncipe estaba llorando y los demás niños riendo, cogieron un palo y les dieron con este a todos.

    Después, cuando estaban todos llorando, preguntaron al príncipe sobre lo que había pasado, a lo que José les contestó que se le había caído un tazón de barro que había hecho, y se le había roto.

    Y así los niños recibieron unos palos sin tener culpa alguna, y sus familiares, los que se los habían dado, en lugar de decir que se habían equivocado, les dijeron,

    ―¡Os está bien empleado por jugar con el príncipe!

    De este modo los muchachos cuando veían venir al príncipe salían corriendo, y cuando José les preguntaba, según los veía marchar diciendo,

    ―¿Por qué no queréis que juguemos?, ¿qué os he hecho yo?

    ―Mi señor, nada nos habéis hecho, pero nuestros padres, sí nos lo hacen, si nos ven jugando todos juntos ―respondieron los niños.

    Y así de forma casual, se encontró con que no tenía amigos de su edad.

    CAPÍTULO II. LAS ABEJAS

    En otra ocasión, en que tenía diez años, marchó un día al monte, cerca de la casa, y encontró un panal de abejas, y se dijo así mismo me gustaría comer de este panal, pero en cuanto me acerque me picarán. Lo que tengo que hacer es dejar que le piquen a otro y cuando se hayan cansado, voy y como la miel.

    Y estando cavilando de esta manera, pasó por allí un hombre y José le dijo,

    ―Mira, soy el príncipe, ¿quieres cogerme ese panal?

    ―Mira, como eres principal pasa tú primero, y así lo coges tú y yo aprendo ―contestó el hombre y se marchó riendo.

    Viendo el muchacho que la treta no le había dado resultado, pensó con los hombres no consigo comer la miel, mejor lo haré con los animales.

    Y pensando esto vio allí cerca, a un pastor que tenía ovejas, y acercándose a él le dijo,

    ―¿Me dejas una que ahora te la devuelvo?

    El pastor viendo que era un niño, pensó que nada podía hacer al animal, y como conocía a José le contestó,

    ―Llévatela, pero me la tienes que devolver igual que está, y si no fuera así me la tienes que pagar.

    A lo que José le dio su conformidad. José se llevó al animal y lo puso debajo del panal, y desde lejos tiró piedras hasta conseguir que cayera, y lo hizo al lado de la oveja.

    Esta, viendo venir hacía ella tal cantidad de abejas, empezó a correr y detrás de ella marcharon todas las que podían volar. El animal corrió en dirección al rebaño y se llevó al enjambre entero detrás de ella.

    Mientras José, con un palo cogió el panal y lo escondió en un árbol que había caído, de tal manera que no se viera, y habiendo terminado que hacer esto, llegó el pastor corriendo, enojado y con ganas de pegar al muchacho, pero viendo que a este no le pasaba nada, se paró en seco y le preguntó,

    ―Señor, ¿cómo es que la oveja que os había dejado ha llegado llena de abejas y a todos nos han picado?

    ―¿Te digo la verdad?, estaba lejos de ella, cuando empezó a correr y detrás iban un montón de abejas, y luego la perdí de vista, y estaba preocupado, pues temía que se hubiera extraviado, pero ya veo que has recobrado lo tuyo, y ahora dime, buen hombre, y cuéntame ¿qué ha pasado? ―preguntó el muchacho.

    Pero éste que estaba lleno de picaduras le dijo,

    ―Mejor señor lo dejo para otro día, pues tengo que recoger el ganado que se me ha esparcido ―Y marchó dando grandes gritos por lo que le había pasado.

    Desde luego si se entera de que el niño tenía la culpa, de una buena zurra no se salva ni por ser príncipe.

    José, viendo que el pastor se había marchado, se acercó al panal que aún tenía algunas abejas, y se dijo si lo cojo las pocas que quedan me picarán. Tendré que llevármelo lejos, y con humo sacar la miel, pues había visto en otras ocasiones cómo se hacía, y cogiendo un palo largo, pinchó el panal por un extremo y por el otro se lo cargó en el hombro, y así estando lejos no le picaron.

    Llegó a la casa donde vivía, y llamó a su madre y está viendo el panal con abejas, se asustó y preguntó,

    ―¿Cómo has cogido eso?

    ―Mira madre, cuando iba a venir a casa, con este palo atravesé el panal, y poniéndomelo al hombro he venido aquí con él, para poder comer la rica miel, y además las abejas que había en él, se marcharon y nada más sé de ellas ―respondió el muchacho.

    Todos comentaron lo que había sucedido como algo extraordinario, y todo fue bien, hasta que unos días después, apareció por allí reclamando el pastor, y contó lo que había hecho el muchacho, y a todos les causó una gran risa, a todos menos al pastor que quería sacudir al chico por la faena, pues aún tenía picaduras de las abejas en la cara y manos, pero como la madre le protegió nada le pasó a José.

    CAPÍTULO III. CONOCE A MARÍA

    Ahora voy a contar lo que ocurrió en otra ocasión, tenía entonces la edad de trece años.

    Estaba un día en el patio de la casa y llegó un carro con una familia, y con ella venía una muchacha, y viéndola José se enamoró locamente de ella, pues la chiquilla era muy hermosa.

    No sabiendo cómo hablarle José se acercó al carro y preguntó si vendían algo, la muchacha que también había recibido un impacto al ver al joven, se puso colorada y nada dijo, y él viendo esto, se creció delante de ella, y poniéndose muy estirado la dijo:

    ―¡Mira joven!―. Y ponía ademanes de hombre de gran mundo, y se pavoneaba de tal manera que a la joven se le salían los ojos al ver a un chico tan guapo dirigiéndole la palabra.

    Y ella queriendo contestar se aturdió más, y él volviéndose a acercar la dijo,

    ―¡Mira hermosa!―. Y tenía trece años solamente.

    Y en estos momentos salió de detrás del carro un hombre viejo, que no oía bien y preguntó,

    ―¿Me dices algo?

    Y José se llevó tal susto y se quedó tan cortado, que ahora fue la joven la que estaba riendo y José avergonzado se retiró.

    Desde lejos y a distancia seguía mirando a la joven, y ésta, dándose cuenta, y siendo más decidida que el muchacho se acercó a donde estaba medio escondido y le dijo,

    ―¿Te gusto?

    Y él se puso colorado como un tomate, y se echó hacia atrás, y ella rio de buena gana, y la risa de la niña le entusiasmó y la contestó,

    ―¡Sí, me gustas!, pero dime, ¿qué venís a hacer aquí?

    ―Mira ―le contestó la niña―. Venimos de paso y traemos cosas del pueblo que nos han encargado que os dejemos, pero mira, ¡que no me como a nadie!, y no quiero que me tengas miedo ―Y le tendió la mano.

    El muchacho con más vergüenza que otra cosa se la cogió, y cuando sintió la mano de la niña entre las suyas, en su interior sintió un calor tremendo que le invadía el cuerpo, pero pensó ¡Tengo que ser un hombre! y la dijo,

    ―¿Quieres que te enseñe la casa mientras esperas a los tuyos?

    Y a la muchacha le pareció bien. Cogidos de la mano, le enseñó la casa, el patio y los campos cercanos, y ninguno de los dos hacía nada por separar las manos, y la llevó a la cocina y les dieron a los dos de comer, y de repente la llamaron, y se enteró de que se llamaba María, y éste no era un nombre corriente, y la muchacha marchó corriendo.

    José se quedó pensando en ver la manera de conseguir, dónde y cuándo volvería a verla en otra ocasión, y mirar que tardó mucho tiempo en hacerlo, pero cuando lo hizo, aún tenía la imagen de aquella muchacha, sus ojos y su risa, grabadas en el corazón de niño.

    CAPÍTULO IV. VE EL CAYADO POR PRIMERA VEZ

    Cuando ocurrió lo que voy a contar tenía ya dieciséis años, con esta edad salía con su padre a cazar, y así se le enseñaba el manejo de las armas, que en aquel tiempo había, sabía tirar bien con la honda y también con el arco además usaba un poco el látigo y la espada, y sobre todo era un experto en recibir palos cuando se trataba de aprender a defenderse con el cayado. Le daban tal cantidad de palos, que según decía su padre, cuando le mandaba a entrenar con el cayado, empezaba ya a quejarse, pero también sucedía que era una de las armas que en aquel entonces más se usaba.

    Un día, estando de caza, y llevando el arco con él, le pareció ver un conejo, cogió el arco, apuntó y cuando la flecha salía, apenas tuvo tiempo de desviarla, pues vio que era su propio padre que estaba durmiendo detrás de un matorral.

    El padre ni se enteró, pues no llegó a darle, pero él pasó tanto miedo en esos momentos, que desde entonces cuando salía a cazar, quería tener a toda la gente detrás de él y los compañeros protestaban y le decían,

    ―¡Claro, así se puede cazar bien!, si vas el primero, así siempre consigues más caza que nadie.

    Pero volviendo al relato, cuando su padre despertó, se encontró al hijo muy nervioso, y encima le estaba metiendo una bronca tremenda, y el padre no sabía por qué, mientras José le decía,

    ―¡Pero hombre!, ¿cómo se os ocurre poneros a dormir al amparo de un arbusto?, ¿no veis que cualquiera que pase por aquí podría confundiros con un conejo y haberos matado o hecho daño?

    Y así sin saber nada, el padre tuvo que aguantar la bronca del hijo y encima dar las gracias por su interés.

    Cuando pasó algún tiempo, el muchacho le contó lo sucedido, y el por qué no quería que nadie estuviera delante de él cuando salieran de caza, y el padre se echó a reír, pues decía,

    ―Mira, encima que casi me matas, me echas una bronca, y voy y te doy las gracias ―Y luego le dijo―. Me parece bien la medida como prudencia, pero que en ese caso tienes que dejar que los demás disparasen alguna vez primero, pues sino parecerá que te estás aprovechando de las circunstancias.

    Estos son pequeños detalles de la vida de un muchacho de provincia, como se podría decir ahora, sin embargo, a continuación, veréis algo que verdaderamente le causó una gran impresión, y le marcó para el resto de su vida.

    Fue durante un viaje que hizo a la Capital, ya que él vivía en un pueblo cercano, marchaba a caballo con otros que también como él eran jóvenes, iban ellos delante, y en medio de camino encontraron a un pobre anciano, que apenas podía andar, y que marchaba cargado con un atado de leña, para venderla en el mercado.

    Cuando pasaron con los caballos, el anciano cayó al suelo, los compañeros de José, en lugar de bajarse a ayudarle o ver si le había pasado algo, se empezaron a mofar de él, y así el hombre asustado y entre las patas de los caballos apenas sí podía gritar.

    Y tuvo tan mala fortuna que uno de los caballos le pisó una pierna, y al punto quedó rota. El viejo gritó tan fuerte, que los de arriba se callaron y dándose cuenta de lo que habían hecho se marcharon corriendo.

    José todo lo había visto desde atrás, y aunque también se había reído, no había intervenido. Se quedó y bajó del caballo y trató de ayudar al viejo, y éste lleno de furia le dio con el cayado que llevaba en la cabeza, pero José le dijo,

    ―Mira lo que me has dado me lo merezco por haberme reído en lugar de defenderte, por lo que estamos en paz, ¡déjame que te ayude!, y dime ¿dónde te puedo llevar?, pues no puedes caminar.

    ―Tengo que llevar a la ciudad para vender la leña, pues es el único medio que tengo para vivir ―contestó el viejo después de calmarse un poco.

    ―¡Por eso no te preocupes! ―le dijo José―. Te la compro, y ahora dime, ¿dónde te puedo llevar?, ¿y cómo te llamas?

    ―Me llamo José y soy carpintero, un día fui un hombre que tenía dinero, pero ahora como soy tan viejo y no puedo trabajar, me dedico a recoger leña y a llevarla a vender, y con lo que me dan vivo como puedo. Yo y mi mujer que se llama María, y que también es vieja como yo ―le contestó el viejo.

    Esto extrañó al muchacho, ya que se llamaba igual que él, y también le recordó a aquella niña, que por nombre tenía el mismo que el viejo le había dicho que tenía su mujer, y estando así pensando se dio cuenta de que el viejo seguía en el suelo y de su boca salía un quejido mientras se apretaba la pierna herida. Con cuidado José le subió al caballo, y cuando se quiso poner en camino, el viejo le dijo,

    ―¡Señor, la leña! ―Al mismo tiempo que señalaba la leña tirada.

    José la recogió y poniéndola en lo alto del caballo dijo al viejo,

    ―¡Indícame el camino, y te llevaré a tu casa!

    Este se lo indicó, y cuando llegaron vio que tenía un taller que un día había sido importante por su amplitud, pero que ahora parecía una pura ruina, ¡todo estaba que se caía!

    Y salió una mujer que apenas se tenía de pie, y se asustó mucho, y preguntó por lo que había pasado, y el viejo le contó todo, mientras José nada decía.

    Cuando la mujer se hubo calmado un poco, José cogió al viejo en sus brazos y ayudado por el cayado que éste tenía, lo metió en la casa, y la verdad, nunca había estado en una casa tan grande y tan mísera a la vez, y preguntó a la mujer,

    ―¿Dónde está el lugar donde reposa? ―Pues no se atrevió a decir cama, ya que no sabía siquiera si tenían alguna.

    Ella le contestó que dormían en el suelo, en unas esteras y unas pieles que allí había.

    Cuando dejó al viejo encima de las esteras, hizo intención de marchar, más el viejo le dijo,

    ―Mira, ya que tienes buen corazón y eres bondadoso, haz la caridad completa y coge agua del pozo, ya que mi mujer no tiene fuerzas para subir el cubo, y yo era el que lo hacía y ahora no puedo.

    José hizo lo que le pedían, y cogió el agua del pozo, y sacó un cubo y como el pozo era profundo, era pesado, y con el cubo dijo a la mujer,

    ―Dime, ¿dónde pongo el agua?, en verdad no me explicó, ¿cómo puede tu marido sacarla?, pues pesa en extremo.

    ―Mira, mucho más pesan los años que tenemos y la ingratitud de la gente y la tuya misma, aunque sin saberlo, pues mira que según has entrado aquí, solo has pensado en marchar y no en curar la herida que han causado tus amigos ―contestó la mujer.

    ―Mira mujer, que lees en mis pensamientos, te pido perdón por ello, más como aún es tiempo de reparar lo que no he hecho, déjame que lo haga ―contestó José avergonzado, pues decía la verdad.

    Y diciendo esto se arrodilló al lado del viejo, y descubrió su pierna, y la vio, pensó que no tenía remedio, pues la tenía machacada y al ser huesos viejos, estos estaban destrozados. José volvió a dirigirse a la mujer diciendo,

    ―Mira, que no conozco nada de cómo se cura, ¡dime tú lo que se hace, y trataré de hacerlo lo mejor que sepa!

    Y la vieja le dijo que fuera al bosque y que buscara unas hierbas, y luego cogiera unas ramas y desbrozara un árbol, y algunas cosas más.

    El muchacho presuroso se marchó al bosque e hizo lo que le habían dicho, y llegó cargado con todo. Se extrañó de no ver al viejo tumbado y medio muriéndose. Estaba mucho mejor, y con la pierna que no parecía la misma, pues apenas tenía alguna herida y ésta era superficial, y dirigiéndose a la mujer la preguntó extrañado,

    ―¿Qué le has dado que ha obrado tal maravilla?, pues la pierna que vi, estaba en tal estado, que apenas sí tenía remedio, y ahora veo que mañana

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