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Amor entre guerra: Corrupción política contra mafia
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Libro electrónico329 páginas5 horas

Amor entre guerra: Corrupción política contra mafia

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Información de este libro electrónico

Davenbo Ferrin, afro colombiano nacido en un humilde barrio de el bello puerto del mar Buenaventura valle Colombia, el menor de once hermanos, casado y padre de tres hijos, aunque no hay excusas válidas, pidió perdón a DIOS y a los hombres por la situación que lo llevó a la correccional en Winton, Carolina del Norte, donde se escribió Amor entre

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento26 dic 2021
ISBN9781685740481
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    Excelente novela, tiene amor, drama y suspenso juntos. Súper recomendado

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Amor entre guerra - Davenbo Ferrin

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Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos e imágenes fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable por los derechos de los mismos.

Publicado por Ibukku

www.ibukku.com

Diseño y maquetación: Índigo Estudio Gráfico

Copyright © 2021 Davenbo Ferrin

ISBN Paperback: 978-1-68574-047-4

ISBN eBook: 978-1-68574-048-1

Capítulo 1

Mil novecientos ochenta y nueve, día treinta de marzo, clínica Vivanco, una de las más costosas y exclusivas clínicas de la ciudad de Cali, Colombia. Once treinta de la noche. Arribó hasta la puerta de la clínica en la sección de urgencias una distinguida pareja a bordo de un automóvil Mercedes Benz del año, que era conducido por el Sr. Jorge Venoba, un próspero hacendado, quien contaba con cientos de hectáreas sembradas con caña de azúcar. Heidi Mayerling Carvajal, quien también provenía de una acaudalada familia de Cali, llegó con dolores de parto de su segundo hijo, al cual esperaban con ansias.

Luego de una corta espera, mientras el señor Venoba caminaba de lado a lado en la pequeña sala de espera, justamente cuando el reloj dio las doce en punto de la noche, se escuchó el gran grito esperado. Había nacido una linda bebé, la cual él esperaba que fuera varón, pero como es siempre Dios el último que tiene la palabra, le dieron por nombre Dana Camila, en el hospital público metropolitano de la ciudad.

A la misma hora y minutos, una pareja de campesinos que de casualidad eran trabajadores de las haciendas o ingenios cañeros del señor Venoba, tuvo también la gran felicidad de traer a la vida a un hermoso bebé, al cual decidieron darle por nombre Julián Andrés, el mismo nombre de su padre.

Margarita, su madre, lloró y rió a la vez de felicidad al tener a su hijo amado entre sus brazos.

Años después, mientras crecían los dos niños, cada uno en el ambiente natural que Dios les puso en su camino, a la edad de diez años, Julián y Dana Camila se encontraron por primera vez. Mientras Julián ayudaba a su madre recogiendo algunos trozos de madera para alentar el fuego del fogón de leña, el cual utilizaba para preparar los alimentos de su padre y demás jornaleros de la hacienda, al ver el niño, inmediatamente la inconciencia de Dana Camila la llevó a decirle: «¡Hola, niño! ¿quieres jugar conmigo?» mientras sostenía una muñeca rubia en sus manos extendidas hacia Julián, quien con gesto de extrañeza le dijo: «Yo soy hombre, y los hombres no jugamos con muñecas».

—¿Entonces con qué podemos jugar? —preguntó ella.

Tomándola de la mano, la llevó hasta un pequeño jardín que había detrás de la casa. Sacando media manzana que le quedaba en su bolsillo y partiéndola en varios pedazos, comenzó a tirarla al piso. Llamaba con nombre propio: «Kitty, Kitty, Kitty» y de inmediato bajó de uno de los árboles una hermosa ardilla, la cual parecía estar muy familiarizada con Julián y comiendo los trozos de manzana del piso, comió también de la mano del niño, quien colocó un trozo en su hombro, donde también subió la ardilla, mientras Dana Camila los miraba con gran asombro y alegría, ya que no había visto a una ardilla tan de cerca y jugueteó con el niño por largo rato.

Julián, en un momento de distracción de la niña, le colocó un trozo de manzana sobre su cabeza mientras ella gritaba y reía también, contenta con la mascota. En ese instante llegó su papá, quien se alteró al ver al animalito sobre la cabeza de su hija dando gritos y trató de darle un golpe a Kitty, espantándola y llevándola a refugiarse en su árbol y pidiendo a gritos que le trajeran un rifle para matar al animal, razón por la cual los niños se largaron en llanto, pero fue Margarita quien inmediatamente le explicó: «Tranquilícese señor, por favor, ese animalito no es peligroso, es muy amigo de mi hijo y pues siempre juguetean, no se preocupe, señor».

El señor Venoba, con fuerte voz imponente, le dijo a Margarita: «Pues ese animal es amigo de su hijo, no de mi niña y espero que su hijo y su animal no vuelvan nunca más a acercarse a mi hija. Vámonos, Dana Camila» y saliendo muy enojado de la hacienda comenzaron a alejarse en su automóvil mientras Julián y Camila se miraban fijamente a los ojos, expresando adiós con sus manos, moviéndolas de un lado a otro hasta perderse de vista en el horizonte. Por un rato Julián estuvo sentado mirando hacia el camino que le había llevado de vuelta a su amiga tan pronto como la trajo, pero ya había quedado en su mente guardada su imagen.

Cinco años después, mientras ayudaba a sus padres en las labores de la hacienda, Julián se acercó hasta donde estaban Roberto y Flavio, dos jóvenes casi de su misma edad, quienes comentaban mientras trabajaban.

Roberto afilaba un viejo machete, el cual se iba rejuveneciendo con cada frote de la lima, soltando cada vez más y más un filoso brillo y con el cual hacían diarios cortes de caña de azúcar, mientras Flavio ponía orden a una gran cantidad de herramientas y las pasaba de un lado a otro.

—Qué bueno sería asistir a una fiesta como la que le están organizando, de 15 años, a la hija del patrón —dijo Roberto.

—Te confieso que nunca he participado en una fiesta de esas, menos de la gente rica —respondió Flavio.

—La hija del patrón es muy bonita ¿te imaginas cómo estará para ese día?

—Sí claro, ya quisiera yo un día tener una novia como ella.

—No sé por qué el patrón casi no la deja venir a la hacienda.

—Las veces que ha venido, siempre trata de buscar solamente a Julián,pero no le gusta que se relacione con nosotros por nuestra posición de pobres.

—Lo que pasa es que ella también es algo engreída, niña rica, y no le gusta tratar con nosotros, los que no somos de su clase social.

Julián, al escuchar la conversación, sintió muy dentro de su corazón lo que decían ellos de su amiga Dana Camila, respondiendo con fuerte voz y mostrando en su cara una denotada figura de enojo:

—Ella sí es una niña rica, pero no es ninguna engreída ni mala, clasista, como ustedes quieren hacerla ver y no les voy a permitir que se vuelvan a expresar de ella de esa manera.

Flavio y Roberto, aunque se quedaron callados al ver la agresiva forma de Julián al defender a la niña por cómo le decían ellos, sólo seguían el trayecto de su amigo Julián al caminar, alejándose enojado con ellos.

—¿Sabes qué estaba pensando? —preguntó Flavio.

—No, ¿cómo voy a saber si no estoy en tu cabeza? —respondió Roberto, rieron por un instante y luego Flavio dijo:

—Creo que deberíamos buscar una forma de asistir a esa fiesta, aunque no tengamos invitación; sería genial ver cómo son las fiestas en casa de los ricos.

Julián contaba con un sueño desde hacía un tiempo, el cual era el de convertirse en un gran bailarín internacional, sueño que lo llevó a inscribirse a una academia de baile latino, la mejor de la ciudad, la cual estaba pagando con sus escasos ahorros luego de romper su marranito o alcancía y pronto, debido a su empeño y dedicación más que al talento, fue becado por la academia debido a su escasez de dinero. Pero día a día, entrenando más y más, se fue convirtiendo en uno de los bailarines más valiosos del lugar.

Cierto día, la dueña de la academia, luego de un caluroso ensayo, reunió a todos los integrantes del grupo para darles una gran noticia: «Bueno chicos, hemos ganado entre varias escuelas un cupo para viajar a Cuba y España para competir y estudiar danzas modernas por un lapso de dos años. Todos deben contar con la aprobación de sus padres y familiares, el viaje será para dentro de 3 meses, tiempo que tenemos para organizar toda la documentación requerida.

Otra cosa: también debemos ensayar muy bien porque en dos meses vamos a asistir a una fiesta de quince años y hay que organizar una coreografía para ese evento, ya que hemos sido contratados».

Todos los integrantes del grupo gritaron y saltaron de felicidad tras escuchar la gran noticia, los ensayos fueron arduos y exigentes todos los días y ya Julián se estaba volviendo un profesional del baile. Gabriel era el chico encargado de bailar con la quinceañera, o sea, el edecán de la niña, el cual tenía clases particulares con ella por largas jornadas hasta que llegó el día esperado por todos para la fiesta de quince años. Julián estaba nervioso por hacer su primera presentación en público, pero muy bien preparado.

Partió desde la academia todo el grupo en un bus dispuesto para eso, menos Gabriel, a quien sus padres llevarían directamente hasta el lugar, el cual era una gran casa al sur de la ciudad, en el prestigioso barrio Ciudad Jardín. Todos están admirados con el tamaño y la majestuosidad de la lujosa mansión donde iban a presentarse. De pronto, el sonido del timbre de un teléfono celular repicó en el bolsillo de uno de los chicos, lo que tomó por sorpresa a todos cuando contestó y le dijeron que por favor le comunique con la profesora Irina, quien era la directora de la academia y quien, luego de hablar por un rato, se dirigió a los chicos: «Muchachos acabo de hablar con la mamá de Gabriel y tuvieron un accidente donde Gabriel sufrió una fractura en una de sus piernas y es posible que tengan que amputarla». Todos quedaron enmudecidos y con un gran sentimiento de tristeza y dolor al saber lo que le había sucedido a su amigo; luego de pensar por un momento, la profesora Irina musitó:

—Julián, vamos, ensaya conmigo quince minutos. Tú vas a ser el edecán de la quinceañera.

En ese momento Julián se vio sorprendido por la responsabilidad que le habían recomendado, pero gustoso aceptó. Los invitados llegaban y llegaban por cantidad, todos vestidos de blanco, los cuales iban colocándoles un collar de flores, también para las mujeres.

El salón estaba imponentemente decorado con muchas flores naturales y arreglos hawaianos, las mesas elegantemente vestidas también de blanco, con arreglos florales; finas cristalerías y una finísima botella de whisky escocés sello dorado, enchapada en oro amarillo, de colección especial, con la fotografía impresa de la niña quinceañera. Igualmente, una botella de fina champaña y una botella de vodka; una tarima con todos los instrumentos para las orquestas que habían traído de Puerto Rico y Cuba, cantantes de reggaetón, la música del momento entre la de juventud y un gran DJ apodado DJ Coco, de Puerto Rico.

La madre de la quinceañera, tan hermosa como su hija, vestida de blanco con un vestido de un diseñador, el más prestigioso de la ciudad y uno de los más grandes del país, quien también diseñó los trajes de smoking del padre y el hermano, blancos, con una camisa rosada, idénticos y del momento.

Todos los invitados aguardaban de una manera muy especial, cuando de un momento a otro se apagaron las luces y comenzó a sonar una suave música y un gran reflector se dirigió lentamente hacia la entrada del salón y uno a uno de los bailarines de la academia fueron haciendo su aparición, vestidos con trajes impecables, blancos, de oficiales de la marina.

Acompañados cada uno y tomados de la mano por una dama de honor, de nuevo se apagaron las luces por unos 30 segundos y cuando fueron encendidas, había una gran silla de espaldar muy alto, bien adornada para la ocasión y encima de ella la gran homenajeada de la noche, con su lindo traje rosado de encajes, lentejuelas y muchas piedras preciosas dignas de una princesa de cuentos de hadas. A su padre le tocó la tradicional escena de cambiarle sus viejos zapatos de niña por unos finísimos tacones altos enchapados en oro rosado. Luego entró el grupo de jóvenes y salió uno de ellos, quien era el encargado de bailar el tradicional vals con la quinceañera.

Con su cuerpo a medio metro, el joven extendió su mano hacia la princesa, quien se levantó sostenida por la mano del joven edecán, quien lentamente fue subiendo su cara hasta encontrarse frente a frente mirando directamente a los ojos de la pequeña dama, quedando pasmado y casi congelado por la sorpresa de la niña que se encontraba tan espectacularmente vestida y maquillada.

Su corazón latía a mil por segundo cuando por un instante pasó por su mente el día en que se despidieron diciéndose adiós desde el automóvil de su padre, mientras se alejaban de la hacienda. Era Dana Camila, quien también estaba en shock al mirarse de frente. Comenzó a sonar el vals y de inmediato empezaron a bailar como si hubiesen ensayado por años el baile de esa noche. Era una delicia y una armonía con la que bailaban, bailaban sin temor y sin equivocarse en un sólo paso.

Dana Camila se divertía bailando con su príncipe como nunca lo había imaginado y él, con una princesa de cuentos. El señor Venoba, al reconocer a Julián el hijo de sus empleados, frunció sus cejas denotando enojo en su cara y mirando a su esposa le preguntó:

—¿Tú sabías que era ese niño quien bailaría con mi hija?

—No, de ninguna manera —contestó la señora Heidi Mayerling—, no contratamos a una persona, sino a una academia.

En ese preciso momento intervino en la conversación el diseñador Ovidio de la Pava, quien era el encargado de que la gran fiesta brillara como lo estaba haciendo.

—Señor Venoba, es su turno de bailar con su hija.

—Sí, gracias.

Con gran seriedad en su rostro miró a Julián mientras este le cedía el turno para bailar con Dana Camila al son del vals que sonaba gratamente a los oídos de los invitados, quienes aplaudían y no dejaban de admirar la gran calidad del evento, digno de una fiesta en cualquier palacio francés del siglo anterior. Luego llegó el turno de bailar del hermano, Jossimar Jacobo Venoba, luego uno a uno todos sus primos y por último sus compañeros del colegio. Después de terminar el gran baile de vals todos se tomaron fotografías con ella, familiares y amigos, mientras el grupo de la academia se presentaba para el siguiente acto.

El señor Venoba exigía una explicación a su mujer y fueron a hablar con la directora del grupo:

—Señora Irina ¿cómo fue posible que me hayan engañado?

—¿Por qué dice eso, señor Venoba? ¿No le gustó la primera presentación?

—Sí me gustó, pero ¿cómo es que ese chico Julián, ha venido a bailar el vals con mi hija siendo hijo de mis empleados de la hacienda?

—Discúlpeme, señor Venoba, pero él es integrante de mi academia desde hace varios meses y es de los mejores y creo que lo ha hecho muy bien; él no era el encargado de bailar el vals, sólo que el niño que debía hacerlo no pudo, pues de camino hacia acá tuvo un grave accidente con sus padres y es posible que pierda una de sus piernas.

Pero todos en mi grupo son profesionales en el arte de bailar, todo fue una gran casualidad y Julián es un gran muchacho.

—Está bien señora Irina, discúlpeme usted, me dejé llevar por la impresión.

Flavio y Roberto, entre tanto, se la ingeniaron para asistir a la elegante fiesta. Primero que nada, alquilaron un traje para la ocasión; casualmente Roberto, estando en las oficinas del administrador de la hacienda, encontró en su escritorio una invitación que le habían hecho llegar para asistir a la fiesta de quince años de la niña Dana Camila. La tomó guardándola rápidamente y se dirigió a buscar a su compinche de siempre: «¡Flavio, Flavio, Flavio!» gritó insistentemente mientras lo buscaba por todas partes, encontrándolo finalmente en la cocina, cerca del comedor donde todos los empleados diariamente tomaban sus alimentos o algún refresco de medio tiempo.

—Mira quiero mostrarte algo importante —le dijo Roberto poniéndole la mano sobre su hombro derecho.

Fueron hasta un rincón apartado cuidándose de que nadie los pudiese ver.

—Mira, esta es la invitación a la fiesta. La idea es que vayamos lo más pronto posible y mandemos a hacer una igual con nuestros nombres y así podremos asistir a la fiesta, con esto se nos facilita todo.

—Ok, dámela, yo voy en mi motocicleta lo más rápido que pueda, tú espérame y cúbreme por si me necesitan —contestó Flavio.

—Está bien, hazlo pronto, yo debo colocarla de nuevo en su sitio antes de que lo noten.

Flavio corrió en su motocicleta para llegar hasta el centro del pueblo en una motocicleta marca Kawasaki, modelo ochenta y cinco, la cual su padre no usaba desde hacía mucho tiempo pero él, con ingenio y sus ahorros, había logrado ponerla a punto para transportarse en ella. Pronto regresó para que Roberto colocara nuevamente la tarjeta en su lugar.

Se sentaron en el lugar más apartado de la celebración, esperando no ser reconocidos tan fácilmente entre todos los invitados. Se sorprendieron mucho al ver a Julián bailar el vals con la niña Dana.

—Ni a nosotros se nos pudo ocurrir la tremenda idea que tuvo Julián para asistir también a la fiesta —dijo Roberto y agregó—:

Y por lo que hubo en la expresión de la cara del señor Venoba, no le gustó mucho la idea —se rieron por largo rato.

—¿Cómo creerá Julián que unas personas tan ricas como ellas se iban a fijar en pobres como nosotros? —comentó Flavio.En ese instante interrumpió su conversación el DJ anunciando por el altavoz la nueva salida a escena de la famosa academia de baile, con una moderna coreografía donde la protagonista del baile era la misma homenajeada, Dana Camila, acompañada nuevamente por Julián, pero esta vez con todo el grupo de la academia. El nerviosismo de la niña era evidente, nunca había bailado tanto y menos a ese nivel. Los bailes y coreografías fueron casi perfectos, un estruendoso aplauso se escuchó por largo rato tras el final de la magnífica presentación que luego dio paso a un tímido: «Muchas gracias, este ha sido el día más feliz de mi vida, sobre todo porque tu presencia la soñaba en este momento» dijo Dana. «Feliz cumpleaños también, te amo». Fue todo lo que alcanzó a decir Julián cuando le fue arrebatada ella de sus manos por su papá para abrazarla, besarla y felicitarla, pero sobre todo para separarla de su lado, pues era lo menos que él quería, que estuvieran tan cerca.

Inmediatamente se dio paso al tocar de las orquestas y todo fue alegría y rumbas para todos los asistentes, incluyendo a Roberto y a Flavio, quienes fueron descubiertos por el señor Venoba a quien. después de decirles sus cuantas cosas ofensivas, se le ocurrió proceder al escándalo de la fiesta: «Niños insolentes, patanes, igualados ¿qué tienen que hacer aquí donde no los han invitado?». En ese momento, inesperadamente, Dana le dijo a su papá: «Mira papá, por favor, fui yo quien los invitó, no están haciendo nada malo, son mis amigos e hijos de tus empleados ¿por qué no deberían asistir también?». Roberto, en un momento de sentimiento y dolor por la humillación recibida, contestó: «Muchas gracias Dana por invitarnos, pero igualmente nos vamos y no sólo de la fiesta sino de su hacienda, de su trabajo inquisidor y de sus vidas». Con mucho carácter y decisión salieron de la lujosa mansión diciéndose el uno al otro: «Algún día nos veremos con él necesitando de nosotros».

Mientras tanto Julián, de vuelta a su casa, sólo pensaba en las pocas palabras que pudo decirle Dana que lo llenaban de una esperanzadora ilusión y no sabía cómo habría caído en ella la corta frase que él alcanzó a decirle. Qué pena me da, no sé en qué estaba pensando yo cuando le dije eso, debe estar pensando que soy un atrevido al decirle eso, se dijo a sí mismo. En ese momento llegó Julián a su casa y se encontró con una sorpresa que no se esperaba: su mamá, junto con sus más cercanos parientes, le estaban aguardando en casa con una modesta torta de cumpleaños y una cena familiar, humilde como ellos eran, pero con mucho amor de familia.

Quince días después Dana Camila, tras no saber nada de Julián desde la noche de sus quince años, decidió ir en busca de él hasta la academia de baile, sin saber hasta qué hora iría a esperar sentada en una tienda de barrio y tratando de no dejarse ver por alguien que pudiera contarle luego a sus padres, ya que su papá le había dejado bien claro que no quería que se juntara con esos chicos. Esperó por dos largas horas a que llegara, pero no fue así; miraba y miraba llegar a muchos integrantes del grupo de bailarines y no pudo verlo. Atinó a entrar sin ser vista, desde un rincón, pero él no hacia parte de los ensayos de ese momento. Se sentía triste por no haberlo encontrado y al ver que ya se le hacía tarde decidió retirarse. Con tristeza y desilusión caminó hacia la calle principal alzando la mano derecha para tomar un taxi, que se detuvo lentamente para recoger a la desanimada pasajera vestida con uniforme de colegio: blazer azul, camisa blanca, corbata vino tinto, una pequeña falda que le llegaba hasta la rodillas, medias blancas hasta las rodillas y zapatos mocasines de color marrón; en el lado superior izquierdo se dejaba leer el nombre de su colegio: Alférez Reales, de los mas costosos y prestigiosos de la ciudad.

Lentamente y sin ganas subió al carro que la llevaría de vuelta hasta su casa.

—Al barrio Ciudad Jardín, por favor —le dijo ella al conductor.

Él se dispuso a conducir hasta la dirección que ella le dio, cuando de pronto escuchó dos golpes en la parte trasera del carro. Inmediatamente paró la marcha del vehículo y cuando ella miró hacia atrás, sintió gran alegría en su corazón al ver al joven al que había estado esperando por más de dos horas de inquietante espera.

Inmediatamente ella descendió del automóvil y sin pensarlo y como si ya hubiese pasado antes, se estrecharon en un fuerte abrazo, el cual terminó en un apasionado e intenso beso, su primer beso, el cual llegó sin pensarlo ni planearlo, solamente sucedió. En ese momento juraron amarse tanto, que era algo inexplicable.

—¿Sabes Julián? sentí unas ganas enormes de verte desde ese día en el que me dijiste te amo. Mi corazón y mi mente no han dejado de pensarte un sólo instante.

—Creo que me siento raro contigo, mis sentimientos por ti son tan profundos como el fondo del mar y mira, yo siento y presiento que te amo y te conozco, no desde hace quince años ni cinco años; no sé, es como si antes de nacer ya estuviera yo amándote.

—Me dices cosas tan lindas que creo que ya antes me las hubieras dicho. no te lo he dicho, pero siempre recuerdo, nunca se me olvida ver tu rostro alejándose de mí mientras mi padre avanzaba más y más en el auto. Ese día lloré mucho por la forma abrupta con que nos despidieron. Te amo Julián, te amo mucho, mucho.

—Y yo a ti Dana, con todo mi corazón y mi alma; y aunque tus padres no lo acepten, nunca te dejaré de amar. Mientras viva, por ti cruzaré el mar, ríos, valles y montañas. Te amo.

Se convirtieron en una sola persona con el gran beso y abrazo que se dieron en ese momento. Pasearon por todo un parque, jugaron, rieron, comieron helado, algodón rosado y bailaron, pasando una gran tarde felices, sin percatarse de que el tiempo no se detenía mientras la pasaban de lo lindo jurándose amor eterno. Dieron las siete de la noche y se percataron de que ya era muy tarde y de que sus padres estarían muy preocupados. Se despidieron tomando cada uno un taxi distinto que los llevara a sus respectivas viviendas. Dana fue regañada por sus padres por no haber dicho donde iba a estar hasta esas horas, luego del colegio.

Días después, Dana participó en los juegos inter-cursos de su colegio obteniendo el primer lugar en lucha (greco romana) libre y clasificando para representar a su colegio en un campeonato nacional inter-colegios, contando ampliamente con el apoyo de sus padres, quienes sacaron tiempo para ir a acompañarla en familia, contando también con su hermano Jossimar.

Pactó verse una vez más con Julián, pasando una tarde juntos para despedirse, pues también a Julián le había llegado la hora para partir a esa gira que tan ansiosamente estaba esperando y que demoraría dos largos años, en los cuales dejarían de verse, pero ilusionados con un futuro juntos, pues él quería ser el mejor bailarín completando con sus estudios, pues quería llegar a ser doctor para ser digno de un día ganarse la voluntad de los padres de ella, para que así lo pudieran aceptar como esposo suyo en un futuro.

Dana se convirtió en campeona nacional de lucha libre. A sus dieciséis años se graduó de la secundaria e ingresó en la universidad Pacífico de Cali, en la materia de Agronomía.

Julián recibió una beca para estudiar medicina en la universidad de La Habana y en las noches trabajaba como bailarín en el famoso cabaret Tropical de Cuba, uno de los más famosos cabarets de baile del mundo.

***

Seis años después, el señor Venoba recibió en la oficina de su hacienda la visita de un abogado por recomendación de un amigo, quien le pidió por favor le escuchara.

—Muy buenos días soy Rómulo Valencia Granados, es un placer conocerlo.

—El placer es todo mío, Jorge Venoba. Déjeme presentarle a mi esposa, Heidi Mayerling.

—Señora, muchísimo gusto en conocerla.

—Mucho gusto, señor Valencia, tome asiento. ¿Qué le gustaría tomar, un café o algo más fuerte?

—Yo me disponía a tomar un escoces antes del almuerzo —dijo el señor Venoba.

—Por favor, para mi también. Está perfecto, muchas gracias, espero no incomodar.

—No se preocupe, de ninguna manera, los amigos de mi casi hermano Rodolfo son también mis amigos, viene usted muy bien recomendado por él.

—Sí, nos conocimos hace ya más de veinte años y siempre hemos manejado una buena amistad.

En ese momento entró al despacho la señora del servicio con una bandeja de plata y dos vasos especiales para tomar whiskey, la botella de Johnny Walker de colección especial, mil novecientos cuarenta y ocho, la cual tenía un precio especial de ciento noventa mil dólares. La colocó en una mesita de vidrio en medio del juego de sala que complementaba su oficina y en ese instante la señora Heidi Mayerling tomó la vocería.

—Caballeros, los dejo para que hablen y estén a gusto.

Depositó un suave beso en la mejilla de

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