Detrás de las nubes hay un sol

Por Benito Carazo Carazo

Este libro, escrito por Benito Carazo, deja plasmada en el contenido de esta historia la nobleza de un agricultor, el cálculo de un contable y la delicadeza de un pintor.

Por ser esas las materias que él aprendió.

• Idioma: Español
• Editorial: Letrame Grupo Editorial
• Fecha de lanzamiento: 22 ene 2024
• ISBN: 9788411819756

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© Benito Carazo Carazo

Diseño de edición: Letrame Editorial.

Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

Diseño de cubierta: Rubén García

Supervisión de corrección: Celia Jiménez

ISBN: 978-84-1181-975-6

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PRÓLOGO

Este libro no pretende ser historia de nadie en particular.

Se cuentan algunas experiencias vividas que pueden ser útiles para aquellas personas necesitadas de amor propio y confianza en sí mismas.

Se escribe con el deseo claro de donar nuestras experiencias y sueños vividos para una posible utilización de los mismos, igual que hacemos con nuestra propia sangre.

Que todos entendamos que no estamos aquí para que se nos admire y valore por nuestros rasgos físicos, sino por nuestras obras y hechos contrastados.

Solo así estaremos en el camino de conseguir formar una sociedad más equilibrada y, sobre todo, más justa.

INICIO

En un pueblo agrícola de la vieja Castilla, situado al oeste de la provincia de Soria y cuyo nombre es Villálvaro, eran las trece horas de aquel caluroso día veintisiete de agosto de mil novecientos cincuenta y uno, cuando el gaitero del pueblo llegaba a su casa.

Eran los últimos días de trilla de la avena y al entrar en su casa se encontró a la comadrona del pueblo con un niño recién nacido en sus manos, todavía sin limpiar.

Juana y Benito eran padres de un niño. Era su niño tan deseado, era su máxima ilusión, era toda su vida allí concentrada, y con una sobredosis de alegría e ilusión vivieron sus padres ese feliz acontecimiento.

Este niño había llegado dentro de una familia humilde, en una casa pobre y en un desierto económico.

La casa estaba hecha con los adobes que el padre había fabricado de barro. Las puertas interiores, excepto en la alcoba comedor, solo tenían el marco, y los mulos que araban la tierra y hacían otras labores en el campo como tirar del carro y trillar convivían en la misma casa, también con algunas ovejas.

Todo el entorno era muy humilde, pero en el centro de la ilusión de esa familia brillaba una estrella. Era ese niño que acababa de llegar. Había nacido Adrián.

Dentro de ese marco y forma de vivir trascurrieron los primeros años sin que ese niño fuera consciente de que había llegado, que formaba parte de este mundo, y que todo quedaba pendiente de descubrir.

Habían pasado tres años máximo cuando las primeras luces de vida y sus primeros recuerdos de existencia quedaron grabados para siempre en su cerebro.

El escenario fue el consultorio médico del pueblo. Su madre, sentada con el niño encima de sus piernas y ya preparado para que el médico le pusiera una de varias inyecciones que le había recetado por una dolencia pulmonar.

El niño llorando gritaba: «vaya, vaya, vaya», y el médico le decía: «no llores, que ahora te voy a enseñar mi caballo», y así el niño se callaba.

Parecía que esa primera escena fuera el preludio de tantas parecidas que se repetirían después, ya que detrás del sufrimiento estaba la alegría de alguna ilusión conseguida.

De