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Interferencia: Prescott, #1
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Interferencia: Prescott, #1
Libro electrónico393 páginas5 horas

Interferencia: Prescott, #1

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¿Qué obtienes cuando mezclas una pelirroja del tamaño de un duendecillo, un jugador de la NHL y la hermosa Hawái?
Un incumplimiento de contrato…

Habiendo crecido en una familia de hockey, Caleb Prescott conoce mejor que nadie los entresijos de una temporada. Si hay algo a lo que ha prometido adherirse, eso es a jugar partidos, no a ser una cara mediática.

Sydney Meadows está terminando su carrera y decide hacer las prácticas con una agencia de casting. Divertido, ¿verdad? Hasta que le adjudican una tarea imposible: conseguir que un jugador de hockey de renombre, con muy poca presencia en los medios, acceda a protagonizar un programa de citas.

Lo que comienza como un desafío, rápidamente se vuelve difícil en otro sentido…

¡Interferencia ahora incluye los relatos de Belleza y la boda de Caleb y Sydney!

IdiomaEspañol
EditorialMignon Mykel
Fecha de lanzamiento3 ene 2022
ISBN9781667423029
Interferencia: Prescott, #1

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    Interferencia - Mignon Mykel

    Nota sobre los Enforcers:

    Cuando comencé esta aventura en los Prescott, no existía la División Pacífico dentro de la Liga Estadounidense de Hockey. Esta nueva división se anunció en enero de 2015, siete años después de que la idea de que los Prescotts se habían afiliado a los San Diego y los Beloit comenzara a consolidarse en mi mente. Cuando finalmente me senté a escribir el artículo sobre los chicos (moviéndolos desde la seguridad de mi cabeza a la palabra escrita), no encontraba una manera de fijar a los equipos: la serie de los Prescott había evolucionado a una enorme serie con subseries, y todas las ciudades y conexiones simplemente funcionaban donde ya las había puesto. Me había imaginado durante tanto tiempo a los Enforcers de la Liga Estadounidense de Hockey (AHL) y de la Liga Nacional de Hockey (NHL) viviendo en sus respectivos lugares, con sus costumbres, sus casas, las actividades que realizaban.... No pude cambiar las ciudades.

    Si bien ambas ligas habían logrado acercar a algunos de los filiales de la AHL de la costa oeste a sus homólogos de la NHL, y ahora hay un equipo de la AHL con base en San Diego (al igual que algunos otros equipos de la AHL esparcidos a lo largo de la costa), decidí mantener a ‘mis’ equipos en las ciudades de las que provenían.

    Para todos aquellos que sienten que no son los suficientemente buenos.

    Alguien ahí fuera vive por tu sonrisa.

    Prólogo

    Finales de abril, hace 14 años

    ––––––––

    Tener diez años era un asco.

    Era un asco de tres pares de cojones.

    Noah Caleb Prescott, Caleb a no ser que estuviese en un serio problema, estaba sentado en el palco de su familia en el estadio del Beloit, inclinado hacia adelante con los brazos cruzados. Únicamente el medio tabique de cemento lo separaba de las filas de butacas de debajo del palco. Su cumpleaños había sido unas semanas antes y, por lo general, habría hecho una fiesta con sus amigos (con temática de hockey, por supuesto), pero se habían mudado a Wisconsin unos meses antes y su madre aún no confiaba demasiado en los niños de su clase.

    Lo que sea que eso signifique.

    Su padre era el gran (y no, no era una exageración) Noah Prescott de la NHL. Trajo a la familia de vuelta a Wisconsin (‘de vuelta’ porque supuso que allí era donde vivían antes de mudarse a San Diego tras el nacimiento de Myke) para trabajar como entrenador en el equipo de hockey de Beloit, para los que su padre había jugado anteriormente.

    Que su padre fuese entrenador estaba bien, de verdad, lo estaba....

    Pero eso significaba que Caleb tenía que sentarse en ese estúpido palco mientras que su hermano y sus hermanas brincaban alrededor. Hubiese preferido estar jugando, pero la regla de mamá era que si él o sus hermanos no estaban jugando o entrenando, tenían que estar en los partidos de papá.

    No era divertido estar en el palco.

    Su hermana de once años, Myke, se sentó a su lado.

    Mejor dicho, se desplomó en la silla de al lado.

    –¿Qué tal? –le preguntó. Myke era genial para ser una chica. También jugaba al hockey, y era casi mejor que él.

    Casi.

    Con su barbilla apoyada en sus brazos cruzados, simplemente encogió los hombros y los dejó caer inmediatamente.

    –¿Estás ilusionado por el bebé? –le preguntó sonriendo.

    Eso era otra cosa que le parecía el colmo. Su madre iba a tener otro bebé. Probablemente otra chica. Solo estaban Jonny y él, y por supuesto que Jonny era divertido y todo eso, pero... otra chica no era algo que él pensara que pudiese soportar. Ya había cuatro chicas en su vida, incluyendo su madre. Simplemente no había espacio suficiente en su casa para otra habitación. No había espacio en absoluto. Cuatro ya eran demasiado.

    Mantuvo sus ojos en la zona neutral del campo; ya iban a lanzar el disco. Quizá si la ignoraba lo suficiente, Myke lo dejaría en paz.

    Cuando se convirtiera en un jugador profesional de hockey, porque lo sería, no tendría tiempo para las chicas, para entrenar, para mudarse. Se dedicaría única y exclusivamente a jugar al hockey. 

    Solo al hockey.

    Nada de esas... cosas extras.

    Cuando Avery gritó diciéndole a su madre a su manera infantil que necesitaba algo (probablemente su zumo), él puso los ojos en blanco.

    Nada de cosas extras.

    Primera Parte

    Capítulo Uno

    Abril, en la actualidad

    Sydney

    Tras un día estresante de exámenes, estaba lista para una copa de vino de chocolate. Quienquiera que decidiese juntar chocolate y vino en la misma copa fue un maldito genio.

    Abrí la puerta de mi acogedor, y algunos dirían que pintoresco, apartamento y arrojé las llaves en el cuenco que había sobre la mesa. Rápidamente cerré la puerta detrás de mí, eché el cerrojo y puse la cadena antes de dejar caer descuidadamente mi bandolera al suelo.

    La cogería dentro de un rato. Lo único que contenía eran notas y más notas, y esos cachorros podían arder. Esa clase había terminado; finito, sayonara, bye al último año de marketing. Solo unas pocas de notas entre el título y yo.

    Las clases eran pan comido. Solo estaba teniendo dificultades para fijar mi rumbo final. Siempre he querido estar en todo; desde planificar una boda, hasta hacer publicidad e incluso dirigir obras teatrales.

    No podía fingir que valiese la pena, pero me encantaban todas esas cosas de detrás de las cámaras.

    El verano pasado hice las prácticas con un planificador de bodas local y fue una pasada. Podía imaginarme perfectamente trabajando en eso. Por supuesto, nunca había experimentado el síndrome bridezilla, pero había escuchado muchas historias. Si bien esa ruta parecía ser mi dirección, un compañero de clase me dijo que iba a hacer unas prácticas remuneradas con una productora más o menos respetable y me dio algo más que curiosidad.

    Quizá algunos dirían que era una persona todopoderosa.

    Yo diría que simplemente me gustaba mantenerme ocupada.

    Y ya que, como os podéis imaginar, las clases del último año y la graduación de la universidad no me mantenían lo suficientemente ocupada, además de mi trabajo en la librería de la universidad, eso sí, pedí más información. Así que ahora estaba cobrando un poco por estudiar con un director de talentos de Los Ángeles. No era un mal curro, ¿verdad?

    ¿He mencionado que vivo en Utah...? Sí, en Utah. No en California. Así que la logística para esta especie de suplente fue un poco complicada para mí, pero en la era de Internet y de las reuniones por Skype, todo parecía funcionar bien.

    Básicamente, realizaba investigaciones para David, el chico para el que trabajaba. Me daba un nombre y yo lo buscaba en Google. Me daba una localización escrita y yo me las arreglaba para darle vida en algún estudio de la trastienda, en el que nunca había estado.

    Estaba bastante segura de que todo lo que enviaba por correo electrónico terminaba en la papelera y cada vez que parecía estar tomando notas durante nuestras reuniones por Skype, realmente estaba haciendo garabatos de... no sé, coches o algo así... pero yo disfrutaba haciendo esas investigaciones.

    Quizá debería haber entrado en la inteligencia...

    Estoy divagando.

    Habían pasado unos días desde que hablé por última vez con David. Me dijo que tendría un proyecto más grande para mí la próxima vez que hablásemos, así que me aseguré de que todas mis cosas estuviesen en orden, con respecto a la escuela, pero por lo que parecía, iba a tener un fin de semana para leer cualquier cosa que no fuese un libro de texto.

    O quizá podría ir al cine.

    No es que hubiese nada interesante...

    Tras quitarme las bailarinas, caminé a través de mi apartamento de color blanco hacia la cocina, recogiendo mi largo cabello rojo en un moño alto y enmarañado. Agarré una copa de vino del estante antes de abrir el frigorífico para coger ese delicioso vino de chocolate en el que había estado pensando desde que entregué mi último examen. Sin embargo, justo cuando estaba a punto de servirme, el sonido de Adam Levine cantando sobre estar encarcelado con esa voz suya tan... sexy, rompió el silencio que me estaba envolviendo.

    Dejando la copa y la botella en la encimera, caminé de regreso hacia mi bandolera y cogí mi móvil del bolsillo lateral.

    Volví a dejar la bandolera en el suelo al lado de la puerta.

    Como dije, después la cogeré. Para ser una persona tan organizada, me preocupaba muy poco mi bandolera. Era la única cosa que solía tirar a cualquier parte.

    Al mirar la pantalla, vi que David me estaba llamando.

    Parecía que estaba cumpliendo lo que había dicho sobre ese ‘proyecto más grande’.

    Deslicé la barra de desbloqueo para responder a la llamada mientras me dejaba caer en mi sofá, rodeada de mis cojines dorados y marrones.

    –Buenas tardes, David. ¿Qué tal?

    –Tengo ese encargo para ti –dijo, yendo directo al grano.

    Me senté con la espalda un poco más recta sobre el asiento de mi sofá y traté de no sonreír. Tenía mucha curiosidad por saber qué podría tener montado para una estudiante como yo. No es que necesitaras una carrera para este campo en particular, pero si resultaba ser la ruta que yo perseguiría, quería tener toda la información posible.

    Siempre tenía una libreta y un bolígrafo sobre la mesita de centro frente a mi sofá. Los cogí, tirando por poco el trío de velas que también estaba allí. Crucé una pierna sobre la otra, haciendo clic en el bolígrafo para que estuviese a punto y colocando mi móvil entre mi hombro y mi oreja.

    –Venga, dispara.

    –Voy a hacer que hagas un casting. Tu capacidad como investigadora ha sido bastante impresionante y me gustaría ver cómo te las manejas con un casting. Por supuesto, yo daría el visto bueno final, pero tú tienes que hacer un buen trabajo de campo.

    –Vale, estupendo. ¿Para qué tipo de programa?

    –Un programa de citas.

    Y justo en ese momento, mi súper sonrisa se desvaneció un poco.

    O mucho. No es que me estuviese mirando en un espejo. Un programa de citas no es lo que quería. Primero, programas de citas había hasta debajo de las piedras y, quitando a los que tenían un número de seguidores fijos, al resto no les iba muy bien en audiencias. Y segundo,  los chicos y chicas de estos programas eran unos farsantes de cuidado.

    ¿Quién carajo encuentra el amor en unas pocas de semanas? ¿Y quién quiere compartir su chico con otras cincuenta mil chicas mientras le meten la lengua hasta la campanilla? Desde luego, yo no.

    No, gracias.

    David continuó, así que presté atención, garabateando notas mientras hablaba.

    –El soltero va a ser un deportista. Hemos elaborado una breve lista de hombres con los que nos gustaría probar, y tu trabajo es encontrarlos, hablar con ellos y convencerlos de la idea. Obtener una idea general de lo que buscan en una pareja ideal. Ya sabes, ese tipo de cosas"

    –¿Y los deportistas? –Mi bolígrafo estaba listo.

    –Bueno, al que realmente queremos es a Caleb Prescott.

    No me sonaba de nada.

    –...¿Y? –Había dicho deportistas, ¿verdad?

    –Solo encárgate de Prescott por ahora. A ver lo que puedes conseguir; convéncelo.

    –¿Quién es exactamente ese... Caleb Prescott?

    Hubo un silencio al otro lado de la línea, seguido por un ligero suspiro, y me imaginé a David pasando su mano por la cara con frustración.

    –Es un delantero de hockey.

    .... y por eso es por lo que no me sonaba de nada. Creo que nunca había visto un partido de hockey, quitando alguno de pasada durante los Juegos Olímpicos de Invierno.

    –... juega para los San Diego Enforcers. Su padre jugó en la NHL, ganó un montón de premios. Actualmente entrena en Wisconsin. Caleb es uno de los seis hijos. Una gran familia de hockey.

    –¿Y si dice que no?

    –Trabajaremos desde ese punto, pero realmente quiero a Caleb en el programa. –Cuando David me soltó el número del representante de Caleb, lo escribí–. Llámalo. Avísame sobre cómo va la cosa mañana a las seis de la tarde. Si necesitas dirigirte a él, dímelo. Tiraremos de contactos y te llevaremos allí.

    ¿Seis?

    Dejé el bolígrafo para apartarme el móvil de la oreja y la hora parpadeó en la pantalla. Tenía menos de veinticuatro horas para saber quién era este tío, llamarlo, convencerlo de participar en el programa... ¿y qué pasaba si no me daba una respuesta? ¿Qué haría entonces? ¿Viajar a San Diego?

    Pero, de nuevo... ¿tenía realmente otra opción? Parecía que no. Le diré que dispongo de poco tiempo.

    Cuando volví a ponerme el teléfono en la oreja, David seguía hablando sobre el argumento del programa. No me molesté en escribir nada. Un programa de citas era un programa de citas y punto. Sonaba a cliché, como cualquier otro programa de este tipo. Mientras continuaba, hojeé mentalmente mi calendario. Siempre me tomaba libre la semana de exámenes en la librería, y también la siguiente semana para reorganizarme. No tendría que preocuparme por el trabajo, y estaba muy segura de que no tenía planeado nada más.

    Cuando todo estuvo dicho y hecho, y mi llamada con David había terminado, lancé la libreta a mi lado del sofá. Frunciendo mis labios, hinché mis mejillas con frustración. Además de unos cuantos garabatos, no había mucho más escrito en la página. ‘Programa de citas’ y ‘Caleb Prescott’ eran las palabras destacadas. Los renglones debían contener personajes, deseos, observaciones, acciones... cualquier cosa más que...

    ... cosas de un programa de citas.

    Esto no iba como esperaba.

    ¿Para un primer trabajo de casting? Francamente, era un asco.

    Caleb

    No debí haber ido a ver a los  O’Gallaghers con Jonny ayer por la noche.

    Saqué la almohada de debajo de mi cabeza y, con la cara hundida en el colchón, presioné los lados lo más cerca posible de mis oídos. Cualquier cosa con tal de no escuchar el molesto sonido de mi móvil.

    Ayer por la noche, los San Diego ganaron. Como era de costumbre, Jon Jon y yo salimos por la ciudad. A veces, el resto de chicos del equipo venían con nosotros pero, por lo general, solo eramos mi hermanito y yo. Cuando éramos unos enanos y jugábamos al hockey, mamá nos solía llevar al McDonald’s; cuando coincidimos aquel año en la universidad, solíamos hacer una fiesta en mi dormitorio de la residencia universitaria. Ahora, salíamos, nos divertíamos mucho y, por supuesto, cerrábamos los bares. La mayoría de los camareros hacían la vista gorda con algunos de los deportistas más jóvenes de la ciudad, y siempre podíamos contar con Conor O’Gallagher. Se rumoreaba que los O’Gallaghers eran un poco salvajes. Probablemente era por eso que Conor estaba dispuesto a pasar por alto que Jonny aún no había cumplido los veintiún años.

    Tanto Jonny como yo habíamos sido fichados por los San Diego Enforcers. Durante mi último año de universidad, y el primero de Jonny, ambos entramos al campo de entrenamiento como chicos universitarios con grandes estadísticas y salimos con puestos en la lista. Claro, el nombre de Prescott significaba algo para la organización, pero Jonny era un buen portero, y mis estadísticas eran mejores que las de papá en el sentido de que él no entró en las Grandes Ligas hasta que no tenía veintitantos años, después de haber jugado durante algunos años en la liga americana.

    La victoria de anoche implicaba que los Enforcers estuviesen mucho más cerca de ganar la Copa Stanley. Las finales estaban a nuestro alcance. Todo lo que teníamos que hacer era ganar el partido del martes por la noche y pasaríamos a la siguiente ronda. Era una serie igualada, pero teníamos todo a favor. Con Jonny en la portería, Vegas no podía andarse con chiquitas si quería que el disco entrase en la red.

    Suspiré felizmente cuando mi móvil finalmente dejó de sonar, pero justo cuando estaba a punto de quedarme frito, Jonny abrió la puerta de mi habitación de golpe. Levanté la almohada lo suficiente para mirar por encima del hombro para ver quién era, en el momento en que mi hermano, llevando únicamente unos bóxers, lanzó el teléfono inalámbrico de la casa sobre mi cama, que rebotó en mi pierna, un poco cerca para mi comodidad.

    –Puto imbécil.

    Jonny se limitó a arquear su ceja rubia oscura. Vamos, las ventajas de compartir piso con tu hermano pequeño.

    Supongo que podría ser peor. Mis hermanas no eran precisamente las personas más fáciles con las que convivir.

    –La próxima vez, te despiertas y contestas tu maldito móvil –refunfuñó Jonny–. Hay una dama al otro lado de la línea y no creo que agradezca mucho mi sarcasmo.

    Cogí el teléfono con una mano mientras que con la otra tiraba la almohada a un lado, antes de hacerle un corte de manga a Jonny. Mientras me acercaba el teléfono al oído, vi a mi hermano de viente años regresar a su habitación arrastrando los pies.

    –Caleb –dije al soltar un suspiro de cansancio.

    –Um, hola –dijo una voz al otro lado. Mujer, como había dicho Jonny. No tenía una voz muy aguda, pero tampoco era tan sexy y ronca como la de algunas mujeres. Nerviosa, quizás. No creía conocer su voz, y el número del teléfono fijo estaba puesto en modo bloqueo, por lo que no podía ser una acosadora. Cerré los ojos con fuerza por un momento. Demasiado pensar para estas horas–. Lo siento si llamo en mal momento. Suponía que ya estabas levantado y en movimiento, ya que son las diez. –¿Ya eran las diez?–. Pensaba que esa era la hora en que sueles empezar a entrenar los días de partido. Dispongo de poco tiempo y realmente esperaba poder dejar un mensaje. –Ah, en realidad no esperaba hablar conmigo.

    –Y usted es... –dije, sin preguntar, antes de bostezar.

    –Lo siento –se disculpó de nuevo–. Me llamo Sydney Meadows y lo llamo en nombre del grupo Sorenson Media. Traté de comunicarme con usted mediante su representante, pero me redirigió directamente a usted.

    Tomé nota mental para hablar con Mark en la primera ocasión que tuviese. Realmente tenía que parar de derivarme a la gente. ¿No era ese su trabajo? ¿Averiguar qué comparecencias y curros eran mejores para sus deportistas cuando no estaban haciendo lo que lo que se les pagaba por hacer? Joder, Mark sabía que no me gustaba apuntarme a esas cosas extras que venían con ser un deportistas profesional. Actividades con el equipo, seguro. Actuaciones sobre la pista de hielo, absolutamente. Pero a todo lo demás era un no rotundo.

    –Estamos organizando un reality show y tú eres uno de los nombres que nos gustaría tener en el programa –dijo de una forma poco natural.

    Sabía que no me volvería a dormir, así que rodé sobre mi espalda antes de tirar mis piernas por el costado de la cama. Mientras me levantaba, negué con la cabeza.

    –Sí, lo siento. No hago reality shows.

    –Si me dejaras explicártelo...

    –Eso sería todo lo que harías, Srta. Meadows. ¿De verdad quiere perder el tiempo? No hago televisión.

    –Está bien –se apresuró a decir. A medida que empezaba a hablar sobre múltiples mujeres y múltiples citas, me acerqué desnudo a mi tocador para coger unos pantalones de chándal viejos y desgastados. Me los puse mientras escuchaba con un oído. Ella continuaba hablando, por lo que yo continué moviéndome, saliendo de mi cuarto y bajando por el pasillo que daba a mi habitación y a la de Jonny, a un cuarto de invitados y a un cuarto de baño antes de bajar las escaleras descalzo. Cada vez que ella paraba para esperar una respuesta, yo me limitaba a decir ‘mmhm’ para que ella siguiese despotricando y se acercase al final.

    Tenía hermanas. Sabía como lidiar con esas llamadas de pura palabrería típicas de la especie femenina.

    –Muy bien –dijo finalmente con una evidente sonrisa en su voz, tan diferente al tono inseguro que había mostrado al comienzo de esta unilateral conversación–. Te veré esta noche después del partido. Muchas gracias, Caleb. Te prometo que no te decepcionará.

    Parado frente al frigorífico ahora, fruncí el ceño cuando escuché la señal de que estaba terminando la conversación. Alejé el móvil de mi oído solo para mirar la pantalla en la que ponía ‘llamada finalizada’ mientras seguía con el ceño fruncido.

    Mierda...

    ¿Qué acabo de aceptar?

    ––––––––

    Capítulo Dos

    Sydney

    Tras hablar con David y convencerlo de que me diera más tiempo – porque seamos sinceros, en veinticuatro horas no era factible, por no hablar de tener que convencer a un tío de participar en un programa del que estaba en contra – hice mi maleta de fin de semana y me dirigí al aeropuerto Grand Junction Regional, a una hora y media de camino. El único vuelo que había hacia San Diego salía a las cinco de la tarde, con una escala rápida en Phoenix. Todo dicho y hecho, llegué a San Diego sobre las ocho y media. Según mis cálculos, aún tenía una hora para llegar al estadio desde el aeropuerto. Sin saber cómo estaba el tráfico, y asumiendo lo peor, esperaba que fuese tiempo suficiente.

    Salí de mi terminal y me dirigí hacia la zona de alquiler de coches. Al ver la fila de coches serpenteando de acá para allá, tuve que contener un quejido. Me fui al final de la fila y levanté mi maleta con ruedas para buscar en el bolsillo delantero mi carpeta de cuero. En él tenía mis códigos de confirmación impresos, mapas, una descripción del programa, notas aleatorias sobre el hombre, y todas y cada una de las ventajas que podía ofrecerle a Noah Caleb Prescott, delantero galardonado de los San Diego Enforcers. Tenía que convencerlo de que se inscribiera.

    Con lo poco que encontré, no estaba nada convencida de poder sacar esto adelante.

    El segundo hijo de Noah y Ryleigh Prescott, fue el primero de la familia en ser fichado profesionalmente. Desde luego, no fue porque su hermana mayor no lo intentase. Era una de las mejores defensoras de un equipo profesional de hockey femenino en el Medio Oeste, y prácticamente había encontrado más información sobre ella que sobre Caleb.

    Caleb era un ala-pívot de metro noventa y cinco, un jugador famoso por su velocidad y movimientos rápidos. No era de los que solían meterse en peleas, pero tampoco tenía miedo de soltar un puñetazo si era necesario. La mayoría de periodistas y de los que publicaban en los foros solo decían cosas buenas sobre él.

    A decir verdad, no pude encontrar un solo comentario negativo sobre el hombre.

    Eso sobre la pista de hielo.

    Fuera de ella la cosa tampoco cambiaba mucho.

    Había retribuido a su comunidad local. Había participado en la mayoría de las visitas de los equipos a los hospitales. Estaba avalado por algunas marcas, pero por lo poco que pude encontrar, su nombre estaba simplemente vinculado a las empresas. No había anuncios ni vídeos publicitarios, y las pocas entrevistas que pude encontrar no eran muy largas.

    Encontré algunas fotos suyas que habían tomado los paparazzi con modelos y actrices, pero siempre con una distinta. Y tampoco demasiadas fotos con diferentes mujeres en un lapso de tiempo tan breve como para tipificarlo como el típico deportista. Al único evento que parecía asistir anualmente era a los premios de la NHL en Las Vegas, de lo que no tenía ni idea que existía. Asistió justo antes de su primera temporada y otra vez el pasado junio. Como la mayoría de los asistentes, estaba increíblemente guapo con cualquier traje de marca que llevase. Sin embargo, en la mayoría de esas fotos aparecía solo o con un chico rubio que los pies de foto etiquetaban como su hermano, Jonny.

    Por lo tanto, lo que sabía es que al hombre no le gustaba estar bajo la lupa de la opinión pública, y aún así el público lo amaba.

    ¿Y se suponía que debía convencerlo de que dijese que sí a un reality show tan público?

    Iba a necesitar toda la suerte del mundo.

    Revisé tres veces la documentación de mi coche de alquiler antes de colocar la carpeta sobre mi maleta. Tiré de mis pantalones de vestir marrones y deslicé mis manos por mis muslos. Puse mis manos en la parte inferior de mi espalda para revisar el pliegue de la blusa verde claro que había elegido para la reunión, asegurándome de que estuviese bien metida y ceñida, que no quedase suelta. Parecía un árbol con esa cosa marrón y verde, pero el verde claro iba muy bien con mi tez y con el color de mi cabello.

    Me incliné un poco hacia el lado para tratar de vislumbrar a la gente que tenía delante. Cuando parecía que no había ningún movimiento, me quité una de mis sandalias de ocho centímetros de tacón para flexionar y rotar  mi pie. Oh, qué alivio...

    A partir de un metro cuarenta de altura, cada centímetro contaba. Si mi cuerpo pudiese soportar el dolor de unos tacones de más de doce centímetros durante mucho tiempo, los llevaría sin dudarlo. Tal y como estaba, los míos de ocho centímetros me estaban matando.

    Me volví a poner el tacón cuando vi que la fila comenzaba a moverse. Cogiendo el asa de mi bolso, avanzaba junto a la multitud, parando una vez más unos metros más adelante. Como fanática del moño alto enmarañado, traté por todos los medios de dejarme el pelo suelto para esta reunión, pero ya no pude más. La diferencia de temperatura entre Utah y California era bastante grande, incluso a esta hora de la tarde.

    Me incliné para volver a abrir la cremallera delantera de mi maleta y coger un lazo para el pelo. Esta vez, opté en contra de mi estilo habitual y me hice una cola de caballo decente, aunque un tanto suelta. Me coloqué mi largo flequillo lateral en su sitio y miré mi reloj.

    Era un culo inquieto. La paciencia nunca fue mi punto fuerte.

    Eran cerca de las nueve. ¿Ya habían pasado treinta minutos? Esto no pintaba bien.

    Soy ese tipo de persona que hubiese hecho todo ayer si hubiese podido. Odiaba llegar tarde; me gustaba ser puntual, llegar a tiempo, y, por tanto, no menos de quince minutos antes.

    Según el mapa que había mirado antes, había diez minutos del aeropuerto al estadio, pero eso en un día bueno.

    Nuevamente, me incliné para abrir la cremallera frontal, esta vez para sacar mi iPhone. Abrí un navegador web y me metí en la página de la NHL para ver cómo iba en relación al tiempo del partido. Por lo que pude ver antes, al parecer la mayoría de los partidos terminaban sobre las nueve y media. Supuse que para llegar a tiempo

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