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¿Tienen alma los animales? (Traducido)
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¿Tienen alma los animales? (Traducido)
Libro electrónico310 páginas5 horas

¿Tienen alma los animales? (Traducido)

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Lo que se ha afirmado con respecto a las manifestaciones paranormales en las que los humanos son "agentes" o "perceptores", a saber, que tales manifestaciones han sido observadas en todos los tiempos y por todos los pueblos, debe afirmarse también con respecto a la rama complementaria de las mismas manifestaciones en las que los animales son "agentes" o "perceptores". Naturalmente, las manifestaciones paranormales de las que son protagonistas los animales se circunscriben a unos límites de extrinsicidad más modestos que los de los seres humanos, límites que corresponden a las capacidades intelectuales de la especie animal en la que se manifiestan. Incluyen episodios telepáticos en los que los animales actúan no sólo como "receptores", sino también como "agentes"; episodios en los que los animales perciben, colectivamente con el hombre, fantasmas u otras manifestaciones supernormales que han ocurrido fuera de cualquier coincidencia telepática; y episodios en los que los animales perciben, colectivamente con el hombre, manifestaciones que tienen lugar en localidades encantadas.
IdiomaEspañol
EditorialStargatebook
Fecha de lanzamiento8 dic 2021
ISBN9791220874564
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    ¿Tienen alma los animales? (Traducido) - Frank Buzan

    INTRODUCCIÓN

    Lo que se ha afirmado con respecto a las manifestaciones paranormales en las que los humanos son agentes o perceptores, a saber, que tales manifestaciones han sido observadas en todos los tiempos y por todos los pueblos, debe afirmarse también con respecto a la rama complementaria de las mismas manifestaciones en las que los animales son agentes o perceptores. Naturalmente, las manifestaciones paranormales de las que son protagonistas los animales se circunscriben a unos límites de extrinsicidad más modestos que los de los seres humanos, límites que corresponden a las capacidades intelectuales de la especie animal en la que se manifiestan. Entre ellos se encuentran los episodios telepáticos en los que los animales actúan no sólo como receptores, sino también como agentes; los episodios en los que los animales perciben, colectivamente con el hombre, fantasmas u otras manifestaciones supernormales que han ocurrido fuera de cualquier coincidencia telepática; y los episodios en los que los animales perciben, colectivamente con el hombre, manifestaciones que tienen lugar en localidades encantadas. Además, hay episodios de orden premonitorio, episodios de materialización de fantasmas animales identificados; esta última circunstancia es teóricamente muy importante, ya que tendería a validar la hipótesis de la supervivencia del psiquismo animal. La investigación de esta rama de las disciplinas metapsíquicas fue completamente olvidada hasta nuestros días, aunque en las revistas metapsíquicas, y especialmente en las colecciones de los Proceedings y el Journal de la benemérita Society for Psychical Research de Londres, existen numerosos casos de la naturaleza indicada; los cuales, sin embargo, nunca fueron recogidos, clasificados y analizados por nadie, ya que se escribió y discutió muy poco sobre ellos. Queda, pues, muy poco que resumir sobre las teorías formuladas al respecto. Sólo señalaré que en los comentarios sobre algunos casos individuales pertenecientes a la clase más numerosa de fenómenos considerados, que es aquella en la que los animales perciben colectivamente manifestaciones de orden telepático y acechante para el hombre, se planteó la hipótesis de que las percepciones psíquicas de esta naturaleza se originan en un fenómeno alucinatorio que se origina en los centros de ideación de un agente humano, y que luego se transmite inconscientemente a los centros homólogos del animal presente y percipiente. Como se verá, esta hipótesis se contradice con los hechos, que demuestran que en numerosos episodios de esta naturaleza los animales perciben las manifestaciones supernormales antes que el hombre, circunstancia que anula de golpe la hipótesis en cuestión. Para otra clase de fenomenología considerada, y más precisamente para la de las apariciones de fantasmas animales, se asumió un fenómeno de alucinación pura y simple por parte del individuo perceptor. Esta hipótesis es insostenible sobre la base de un análisis comparativo de los hechos, que muestran que los fantasmas de animales a menudo son percibidos colectiva o sucesivamente por varias personas; y, lo que es más importante, se identifican con animales que vivieron y murieron en la misma localidad, y todo ello mientras los percipientes ignoraban que los animales visualizados existían. Sobre la base de estas constataciones, hay que concluir que, en general, las dos hipótesis expuestas deben considerarse insuficientes para dar cuenta de los hechos; conclusión que es de gran importancia, ya que equivale a admitir la existencia de una subconsciencia animal depositaria de las mismas facultades sobrenormales que existen en la subconsciencia humana; así como, equivale a reconocer la posibilidad de la existencia de apariciones verídicas de fantasmas animales. Dicho esto, el valor científico y filosófico de esta nueva rama de la investigación metapsíquica es evidente, y ya es justo predecir que no está lejos el día en que será reconocida como indispensable para el establecimiento de la nueva Ciencia del Alma, que aparecería incompleta, hasta el punto de ser inexplicable, sin el complemento necesario que le aportan la investigación analítica y las condiciones sintéticas relativas al psiquismo animal. Ya se puede entender que con la presente clasificación -que es la primera de su tipo- estoy lejos de presumir de haber examinado a fondo un tema tan vasto y de tanta importancia metapsíquica, científica y filosófica. Sólo me halaga haber hecho una primera contribución efectiva a las nuevas investigaciones, y con ello haber despertado el interés de los estudiosos del tema, favoreciendo así la ulterior acumulación de materia prima y de hechos, que parece indispensable para completar las investigaciones sobre esta joven rama de las disciplinas metapsíquicas. Por último, si se quisiera fijar la fecha en que las manifestaciones paranormales en relación con los animales empezaron a tomarse en serio, tendría que ser la de un famoso incidente de telepatía canina en el que participó el conocido novelista inglés Rider Haggard, un accidente telepático que se produjo en circunstancias que no pueden ponerse en duda, pero que, debido a una de esas condiciones providenciales de tiempo, lugar y entorno, que tan a menudo se encuentran en la historia temprana de nuevas ramas del conocimiento, despertó en Inglaterra un interés inesperado y casi exagerado; Se discutió ampliamente en revistas políticas, de variedades y metapsíquicas, creando así un ambiente favorable para estas investigaciones. Por lo tanto, debemos comenzar nuestra clasificación de manifestaciones metapsíquicas en animales con el caso telepático del novelista Rider Haggard. E. B.

    CATEGORÍA I - ALUCINACIONES TELEPÁTICAS EN LAS QUE UN ANIMAL ACTÚA COMO AGENTE

    CASO 1 - Se trata del caso Haggard, que en aras de la brevedad sólo relataré tal y como fue fielmente resumido en el número de agosto de 1904 del Journal of Psychical Studies, remitiendo para más detalles al número de octubre de 1904 del Journal of the Society for Psychical Research. El Sr. Rider Haggard cuenta que se acostó tranquilamente hacia la una de la madrugada del 10 de julio de 1904. Una hora más tarde, la señora Haggard, que dormía en otra cama de la misma habitación, se despertó sobresaltada, oyendo a su marido gemir y emitir sonidos inarticulados como los gemidos de una bestia herida. Asustada, le llamó; su marido oyó su voz como en un sueño, pero no pudo liberarse inmediatamente de la pesadilla que le oprimía. Cuando se despertó del todo, le dijo a su mujer que había soñado con Bob, el viejo sabueso de su hija mayor, y que lo había visto luchando en una terrible pelea como si estuviera a punto de morir. El sueño había tenido dos partes distintas. Del primero, el novelista sólo recordaba haber tenido una sensación de opresión angustiosa, como si estuviera en peligro de ahogarse, pero entre el momento en que escuchó la voz de su esposa y el momento en que recuperó el pleno conocimiento de sí mismo, el sueño se hizo mucho más vívido. Vi, dijo, al bueno de Bob tumbado de lado en los juncos de un estanque. Me pareció que mi propia personalidad emergía misteriosamente del cuerpo del perro, que extrañamente levantaba la cabeza hacia mi cara. Bob trató de hablarme y, al no poder hacerse entender por el sonido, me transmitió de alguna otra forma indefinible la noción de que se estaba muriendo. La pareja volvió a dormir, y el novelista ya no fue molestado en su sueño. Por la mañana, durante el desayuno, le contó a su hija lo que había soñado, y se rió con ella del miedo que había sentido su madre: atribuyó la pesadilla a una mala digestión. En cuanto a Bob, nadie se preocupó por él, ya que la noche anterior había sido visto con los otros numerosos perros de la villa y había dado a su ama la fiesta habitual. Pero la hora de la comida diaria pasó sin que Bob apareciera. Su señora estaba preocupada y el novelista empezó a sospechar que el sueño había sido cierto. El propio novelista encontró finalmente al pobre perro flotando en un estanque, a dos kilómetros de la villa, con el cráneo aplastado y las patas rotas. Un examen inicial del veterinario sugirió que el perro había quedado atrapado en una trampa, pero más tarde se descubrió que había sido atropellado por un tren en un puente que cruza el estanque y que fue arrojado por la colisión a los juncos del agua. En la mañana del 10 de julio, un trabajador del ferrocarril encontró el collar ensangrentado de Bob en el puente, por lo que no había duda de que el perro había muerto en la noche del sueño. Por casualidad, un tren extraordinario había pasado esa noche poco antes de la medianoche y tuvo que hacer la hazaña. Todas las circunstancias anteriores son probadas por el novelista con una serie de documentos testimoniales. Según el veterinario, la muerte debió ser casi instantánea, por lo que habría precedido al sueño de Haggard en un par de horas o más. Tal es, en resumen, el caso del escritor inglés, en el que se dan muchas circunstancias de hecho que contribuyen a excluir categóricamente cualquier otra explicación que no sea la de la transmisión telepática directa entre el animal y el hombre. No pudo ser el resultado de un impulso telepático originado en la mente de una persona presente, ya que nadie había presenciado ni había sido informado del drama, como se desprende de la propia investigación de Haggard, y como podía suponerse fácilmente en vista de la hora tardía en que se produjo el acontecimiento. No pudo ser una forma común de pesadilla alucinatoria con una casualidad, ya que había demasiadas circunstancias verídicas en la visión, además del hecho mismo de la coincidencia entre el sueño y la muerte del animal. No podía tratarse de un caso de teleestesia en el que el espíritu del novelista tuviera una percepción lejana del drama, ya que en tal caso el perceptor tendría que haber permanecido como espectador pasivo, lo que no era el caso. Como hemos visto, fue objeto de un notable fenómeno de identificación o posesión incipiente. Este fenómeno -como observa acertadamente el editor del Journal of the S.P.R.- presenta un interesante paralelismo con las inmeditaciones y dramatizaciones tan frecuentes en los psíquicos o médiums durante el estado de trance. Por último, no pudo tratarse de un sueño premonitorio por el que Haggard se enteró, no del suceso en el momento en que tuvo lugar, sino del descubrimiento del cadáver en el estanque unos días después, porque tal solución no explica nada: Ni del hecho de la coincidencia verídica entre el sueño y el acontecimiento, ni del fenómeno de la dramatización igualmente verídica del propio acontecimiento, ni del notable caso de identificación o posesión". Estas son las principales consideraciones que contribuyen a demostrar de forma incontestable la realidad del fenómeno de la transmisión telepática directa entre el animal y el hombre. He creído necesario formularlas para responder a ciertas objeciones tímidamente planteadas por diversas partes después de que la Sociedad de Investigación Psíquica aceptara y comentara el caso en cuestión. Al mismo tiempo, las mismas consideraciones pueden servir de norma a los lectores para juzgar la fiabilidad o no de la hipótesis telepática en relación con los casos que siguen.

    CASO 2 - Lo saco del Journal of the S.P.R. , vol. II, p. 22. Sr. E.W. El Sr. E.W. Phibbs relata: El primer lunes de agosto de 1883 (feriado comercial), estuve en Ilfracombe. A eso de las 10 de la tarde me acosté, y pronto me quedé dormido. Me despertó a eso de las diez y media mi mujer, que entró en la habitación y le contó que en ese momento había tenido un sueño en el que veía a mi perro Fox herido y moribundo al pie de un muro. No tenía una idea precisa de la localidad, pero observé por casualidad que se trataba de uno de los habituales muros de piedra seca peculiares de la provincia de Gloucester. No tenía una idea precisa del lugar, pero observé que era uno de los habituales muros secos peculiares de la provincia de Gloucester. Al día siguiente, martes, recibí una carta del criado en la que me informaba de que hacía dos días que no se veía a Fox. Le contesté inmediatamente, ordenándole que hiciera las más mínimas averiguaciones. Me respondieron el sábado con una carta que recibí al día siguiente, domingo. Me informaron de que el perro había sido atacado y matado por dos bull-dogs el lunes anterior por la noche. Cuando volví a casa quince días después, inicié inmediatamente una rigurosa investigación, a raíz de la cual pude comprobar que, hacia las cinco de la tarde del lunes en cuestión, una señora había visto a los dos bull-dogs atacar con saña y despedazar a mi perro. Otra mujer, que vivía en el barrio, me informó de que, hacia las nueve de la tarde del mismo día, había visto a mi perro agonizando al pie de un muro, que me señaló, y que vi por primera vez. A la mañana siguiente, el perro ya no estaba allí. Más tarde supe que el dueño de los bull-dogs, en cuanto se enteró del hecho, y temiendo las consecuencias, había dispuesto que lo enterraran a las diez y media de esa misma noche. El momento del evento coincide con la visión de mi sueño". (La Sra. Jessie Phibbs, esposa de dicho orador, confirma la narración de su marido). Este caso fue citado repetidamente por el profesor Richet en su Traité de Métapsychique con la intención de demostrar que podía ser explicado por la criptesticidad, sin que hubiera necesidad de suponer un fenómeno de telepatía en el que el animal fuera el agente y su dueño el perceptor. Observa: Sería más racional suponer que fue la naturaleza del hecho lo que afectó a la mentalidad del señor Phibbs, y no que el espíritu del perro hiciera vibrar los centros cerebrales del amo (p. 330). Por la naturaleza del hecho se refiere a su propia hipótesis de la criptesiología, según la cual las cosas existentes, y la realización de todas las acciones en el mundo animado e inanimado, emiten vibraciones sui generis perceptibles para los sentidos, que son así teóricamente capaces de darse cuenta de todo lo que ocurre, ha ocurrido y ocurrirá en el mundo entero. Respondí con un largo artículo en la Revue Spirite (1922, p. 256), que pretendía poner en tela de juicio esta supuesta omnisciencia de las facultades subconscientes, mostrando sobre la base de los hechos que las facultades en cuestión estaban, en cambio, condicionadas -y por lo tanto limitadas- por la necesidad ineludible de la relación psíquica; es decir, que si no había lazos afectivos previos, o incluso, en circunstancias muy raras, relaciones de simple conocimiento, entre el agente y el receptor, las manifestaciones telepáticas no podían tener lugar. Luego, refiriéndome al presente caso, continué: Si excluimos la posibilidad de que el pensamiento del perro, dirigido con ansiosa intensidad hacia su lejano protector, fuera el agente determinante del fenómeno telepático, o, en otras palabras, si excluimos la posibilidad de que pudiera haberse producido en virtud de la existencia de una relación afectiva entre el perro y su amo, entonces surge la cuestión: ¿Por qué el Sr. Phibbs vio morir a su propio perro esa noche, y no a todos los demás animales que ciertamente estaban muriendo por todas partes esa noche? Esta pregunta sólo puede responderse reconociendo que el Sr. Phibbs no vio a los animales moribundos en el matadero ni en ningún otro lugar, porque no había relación psíquica alguna entre ellos y él, y en cambio vio a su propio perro agonizando porque había vínculos emocionales entre él y él, y porque en ese momento el animal moribundo pensaba intensamente en su lejano protector; Esta última circunstancia no es en absoluto improbable y, de hecho, es lógicamente presumible en un pobre animal en agonía y, por tanto, con necesidad urgente de ser rescatado. Y me parece que no se puede dudar de estas conclusiones. En cualquier caso, los lectores encontrarán en la presente clasificación numerosos ejemplos de diversa índole que confirman exuberantemente este punto de vista, al tiempo que contradicen inexorablemente la hipótesis de una criptosis omnisciente.

    CASO 3 - Lo saco del libro L'Inconnu de Camillus Flammarion (p. 413). Madame R. Lacassagne, de soltera Durant, escribe a Flammarion: Todavía puedo citarle un caso personal que me impactó mucho cuando me ocurrió; sin embargo, como esta vez se trata de un perro, tal vez me equivoque al abusar de su tiempo: me excusaré preguntando dónde terminan los problemas que hay que resolver. Yo era entonces una jovencita, y me ocurría muy a menudo que tenía una sorprendente lucidez en mis sueños. Teníamos una perra de inteligencia superior, que me tenía especial cariño, aunque la acariciaba muy poco. Una noche soñé con nuestra perra moribunda, y la vi mirándome con ojos humanos. En cuanto me desperté, le dije a mi hermana: Lionne ha muerto; lo he soñado. Es cierto. Mi hermana se rió, y no se lo creyó en absoluto. Llamaron al timbre y pidieron a la criada que había entrado que mandara llamar a la perra. La llamaron, pero no respondió; la buscaron por todas partes, y finalmente la encontraron muerta en un rincón. Ahora bien, como el día anterior no estaba enferma en absoluto, es evidente que en mí no había causas predisponentes para tal sueño. (Firmado: Mad. R. Lacassagne, de soltera Durant, Castres). También en este caso, la hipótesis más probable es que el animal agonizante volcó sus pensamientos hacia su ama, determinando así la impresión telepática que ésta sufría en su sueño. El episodio, sin embargo, es teóricamente mucho menos demostrativo en este sentido que el anterior, sobre todo porque esta vez no hay detalles capaces de eliminar la otra hipótesis de un presunto fenómeno de clarividencia en el sueño.

    CASO 4 - Lo saco de Light (1921, p. 187). El orador es F.W. Percival, que escribe: El Sr. Everard Calthrop, un gran criador de caballos de pura sangre", en su libro titulado: El caballo como camarada y amigo, relata cómo hace años poseía una espléndida yegua, llamada Windemers, a la que estaba profundamente apegado, y por la que fue correspondido con una devoción tan afectuosa, que hace que el caso sea incluso conmovedor. El destino quiso que la pobre yegua se ahogara en un estanque cercano a la granja del Sr. Calthrop, quien relata las impresiones que sintió en ese momento en estos términos: A las 3.20 de la madrugada del 18 de marzo de 1913, me desperté sobresaltado de un profundo sueño, y no por ningún ruido o relincho, sino por una petición de ayuda que me transmitió -no sé cómo- mi yegua Windemers. Escuché; no se oía el menor ruido en la tranquila noche; pero cuando me desperté del todo, sentí que la desesperada llamada de mi yegua vibraba en mi cerebro y en mis nervios, y así supe que estaba en extremo peligro y que pedía ayuda urgentemente. Me puse un abrigo, me calcé las botas, abrí la puerta y eché a correr por el parque. No había gemidos ni quejidos, pero de una manera incomprensible y prodigiosa supe dónde recibía la señal de telegrafía inalámbrica, por más que se debilitara rápidamente. Corrí y corrí, pero sentí que las ondas vibratorias de la telegrafía inalámbrica eran cada vez más débiles en mi cerebro; y cuando llegué a la orilla del estanque, habían cesado. Al mirar el agua, vi que su superficie seguía ondulando con pequeñas olas concéntricas que llegaban a la orilla, y en el centro del estanque vi una masa negra que destacaba ominosamente en el amanecer. Supe enseguida que se trataba del cuerpo de mi pobre yegua y que, por desgracia, había llegado tarde a su llamada: estaba muerta. Este es el hecho. Sr. F.W. Percival, que lo relató en The Light (1921, p. 187), observa: "Es cierto que en casos como el descrito carecemos del testimonio del agente; pero esto no impide que las tres reglas de Myers, destinadas a distinguir los sucesos telepáticos de los que no lo son, sean igualmente aplicables a nuestro caso. Estas reglas son: 1. el agente debe haber estado en una situación excepcional (y aquí el agente estaba luchando con la muerte); 2. el receptor debe haber experimentado algo psíquicamente excepcional, incluyendo una impresión reveladora del agente (y aquí la impresión reveladora del agente es obvia); 3. los dos eventos deben coincidir en el tiempo (y esta tercera regla también se cumple). Además de los argumentos del señor Percival, podría ser útil señalar que el impulso telepático era tan preciso y enérgico como para despertar al receptor de un profundo sueño, para que fuera inmediatamente consciente de que se trataba de una llamada de auxilio de su yegua, y para que dirigiera sus pasos sin vacilar hacia el teatro del drama. Dicho esto, no parece lógicamente legítimo cuestionar el origen genuinamente telepático del evento.

    CASO 5 - Lo he sacado del Journal of the S.P.R. (vol. XII, p. 21). Lady Carbery, esposa de Lord Carbery, envía desde el castillo de Freke, en el condado de Cork, el 23 de julio de 1904, el siguiente informe: Una calurosa tarde de domingo, en el verano de 1900, fui después del desayuno a hacer la habitual visita a los establos, para distribuir azúcar y zanahorias a los caballos, entre los que se encontraba una yegua favorita mía, sombría y nerviosa, llamada Kitty. Había un gran y poco común cariño entre nosotros. La montaba todas las mañanas, antes del desayuno, y con cualquier tiempo. Eran excursiones tranquilas y solitarias por las colinas sobre el mar, y siempre me pareció que Kitty se regocijaba tanto como el ama en estos paseos matutinos, en la frescura de la hora. La tarde en cuestión, al salir de los establos, salí solo al parque, caminando unos 400 metros, y me senté a la sombra de un árbol con un libro interesante para leer, con la intención de permanecer allí un par de horas. Al cabo de unos veinte minutos, una repentina afluencia de sensaciones dolorosas se interpuso entre mi lectura y yo, y al mismo tiempo tuve la certeza de que algo doloroso le había ocurrido a mi yegua Kitty. Intenté desterrar esta inoportuna impresión continuando mi lectura, pero la impresión creció tanto que me vi obligado a desistir y apresurarme a ir a los establos. Cuando llegué allí, me dirigí sin falta al puesto de Kitty y la encontré tirada en el suelo, sufriendo y necesitando ayuda urgente. Inmediatamente fui en busca de los mozos de cuadra, que se encontraban en otra sección alejada de los establos, quienes se apresuraron a ofrecer la ayuda que el caso requería. La sorpresa de los novios fue mayúscula cuando me vieron aparecer en el establo por segunda vez, lo cual era de lo más inusual. (Firmado: Lady Carbery). El cochero que asistió a tales contingencias, confirma en estos términos: En ese momento yo era cochero en el Castillo de Freke, y su señoría vino a los establos por la tarde para distribuir, como de costumbre, azúcar y zanahorias a los caballos. Kitty estaba libre en su establo, y en excelente estado de salud. Inmediatamente después volví a mi apartamento, encima de los establos, y los mozos de cuadra subieron a sus habitaciones. Al cabo de media hora, o tres cuartos de hora, me sorprendió ver que su señoría regresaba y se apresuraba a llamarme a mí y a los mozos de cuadra para que asistiéramos a Kitty, que estaba tendida en el suelo por una repentina enfermedad. En el intervalo, ninguno de nosotros había entrado en los establos. (Firmado: Edward Nobbs). Este segundo caso es menos emotivo que el primero, y la impresión causada a Lady Carbery fue también menos circunstancial y más vaga; pero, sin embargo, siempre fue lo suficientemente fuerte como para infundir en la receptora la convicción de que sus sensaciones indicaban que Kitty necesitaba ayuda urgentemente, y para determinarla a correr al lugar sin demora. Estas circunstancias excepcionales, de significado preciso y sugestivo, son suficientes para concluir que se trata de una auténtica telepatía.

    CASO 6 - Lo tomo de Light (1915, p. 168). El Sr. Mildred Duke, conocido psíquico y autor de profundos artículos sobre el tema de la metapsíquica, relata el siguiente incidente que le ocurrió a él mismo: Estaba escribiendo a altas horas de la noche, y estaba totalmente absorto en el tema, cuando me invadió literalmente la idea de que mi gatito me necesitaba. Tuve que levantarme e ir en su busca. Después de dar vueltas por la casa en vano, salí al jardín y, como la oscuridad impedía ver, empecé a llamarla. Por fin oí un débil maullido a lo lejos, y cada vez que repetía la llamada, se repetía el débil maullido, pero el gato no venía. Así que volví a buscar una linterna, y luego crucé el jardín y me dirigí a un campo, de donde parecían venir los maullidos, y tras una breve búsqueda encontré a mi gato en un seto, atrapado en un cepo hecho para conejos, con un nudo corredizo alrededor del cuello. Si hubiera intentado zafarse, sin duda se habría estrangulado, pero afortunadamente tuvo la inteligencia de no moverse más y de enviar a su amo un mensaje de ayuda. Se trata de una gatita a la que estoy profundamente unido, y no es la primera vez que se establece una relación telepática entre ella y yo. Hace unos días parecía estar perdida, porque no aparecía por ninguna parte, y los familiares se afanaban en llamarla desde todos los rincones del jardín. De repente, en una especie de fotografía mental, la vi como prisionera en una habitación vacía del ático, que casi siempre estaba cerrada. Y la visión resultó ser cierta: de alguna manera había sido encerrada allí. ¿Me envió un mensaje telepático para informarme de su encarcelamiento? Incluso en este tercer caso, en el que el fenómeno telepático se expresa en forma de impresiones y nada más, no se pueden plantear dudas sobre la génesis telepática de las impresiones sensoriales a las que fue sometido el hablante. Los lectores habrán observado que en los tres casos en cuestión - como en muchos otros que siguen - los protagonistas son unánimes en hacer la misma observación, que existía entre ellos y los animales con los que entraron en relación telepática una relación afectiva de orden excepcional; y esta circunstancia es digna de mención, ya que es idéntica en las comunicaciones telepáticas entre los seres humanos; por lo que se puede afirmar que una condición de afecto mutuo excepcional se encuentra en el corazón de toda relación telepática. En otras palabras, es siempre la gran ley de afinidad la que rige toda la gama de comunicaciones telepáticas, ya sea que tengan lugar entre personas vivas, o entre personas vivas y muertas, o entre seres humanos y animales; así como, en última instancia, la misma ley prevalece en todo el universo -físico y psíquico- en forma de sintonías vibratorias que se van refinando y sublimando en una serie interminable.

    CASO 7 - Lo tomo del Journal of the S.P.R. (vol. XI, p. 323). El Sr. J. F. Young nos comunica

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