«Soñar con el sufrimiento de otros implica otras capacidades que los humanos siempre hemos juzgado como propias y exclusivas de nuestra especie»
Cuando Charles Darwin publicó El origen de las especies, en 1859, la primera reacción de la comunidad científica fue de rechazo a una teoría que otorgaba a todos los animales, incluidos los humanos, un pasado común. Tuvieron que pasar dos décadas para que se originara una corriente, entre los propios científicos, que aceptara este principio. Seguramente por esa razón David M. Peña-Guzmán, profesor asociado de Humanidades en la Universidad Estatal de San Francisco, ha decidido comenzar con una cita de Darwin el primer capítulo de su libro Cuando los animales sueñan, el mundo oculto de la consciencia animal: «Como los perros, gatos, caballos, probablemente todos los animales superiores, y aun las aves, están sujetos a tener ensueños [...], debemos creer que están dotados también de alguna fuerza de imaginación».
Frente a la predominante corriente humanista, que pone al ser humano por encima del resto de las especies, en el siglo XIX se originó un movimiento anti vivisección que fue creciendo y cambió la forma en que muchas personas veían a los animales; se empezó a considerar que los animales tenían sentimientos, pensamientos, quizá creencias, intereses, e incluso empatía y moralidad.