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LOS NUEVOS DAIMONES

“Mi tesis es que los platillos voladores provienen de otros mundos, ajenos a nuestro Sistema Solar”, manifestó el eminente científico Hermann Oberth (The American Weekly, 24 de octubre de 1954). Una tesis sugestiva y ampliamente compartida por las distintas generaciones de ufólogos. “El Universo es enorme, está lleno de estrellas y de planetas, por tanto, no se puede negar que haya vida inteligente ahí fuera”, argumentan. Pero el problema no está en la posibilidad de vida en otros mundos –algo totalmente razonable desde un punto de vista científico–, sino en la posibilidad de que nos estén visitando. ¡Y de que hayan llegado tantas razas alienígenas, si nos atenemos a las descripciones tan variopintas de los testigos!

Aunque un servidor también defendió en su día con uñas y dientes la procedencia extraterrestre de los ovnis, cuanto más profundizaba en la cuestión y más casos investigaba, más consciente fui de que hay un elemento crucial que se halla siempre presente en estas historias repletas de elementos absurdos y arquetípicos: la psique humana. Me llamaba la atención que el testigo de un encuentro cercano con OVNI, así como los abducidos y los contactados, se hallen en una (pre)disposición psicológica muy concreta –o en un estado alterado de concien-cia– en esos precisos instantes en que tiene lugar el insólito encuentro. La escena parece tener todos los ingredientes de un sueño, aunque muy vívido. Es como si el testigo penetrara en otra realidad ajena a nuestro marco físico, pero que no está a años-luz de nosotros, sino aquí al lado, más cerca de lo que pensamos. Basta cerrar los ojos y entrar en un estado crepuscular, o estimular eléctricamente el lóbulo temporal del cerebro, o caer en un trance espontáneo, o exponernos a campos de tensión tectónicos capaces de alterar nuestra percepción.

No sé si fue por casualidad –lo dudo–, pero cuando me hallaba en esa incertidumbre acerca de la HET, tratando de recomponer piezas que, aparentemente, no encajaban y descubriendo qué ocurre alrededor de ciertos encuentros OVNI, amén de otros elementos anómalos inadvertidos por los ufólogos (a día de hoy tiendo a pensar que intencionadamente), cayó en mis manos un libro tan oportuno como revelador: Un mito moderno. Sobre cosas que se ven en el cielo, del psicólogo suizo Carl G. Jung. Esta pequeña gran obra vio la luz en 1958. Su lectura me condujo hacia otros enfoques interpretativos del fenómeno OVNI y, a su vez, me hizo comprender la componente emocional que subyace tras estas asombrosas experiencias protagonizadas por millones de personas de todo el mundo.

Posteriormente, caería en mis manos , del gran ufólogo Jacques Vallée, obra publicada en 1969 y que hizo dirigir (2004). Sin embargo, desconocía la relación que los ovnis también tienen con el mundo feérico (al que pertenecen las hadas y otros seres elementales como los duendes y los elfos), sobre el que yo no estaba especialmente interesado. Vallée resolvió mi ignorancia al respecto. Mientras que la recomendable obra de Robert Kirk (1644-1692), me hizo contemplar los antiguos relatos sobre hadas con la misma seriedad con que me tomo los actuales testimonios sobre ovnis, ufonautas y abducciones. Y es que, según los testimonios de la época, observamos que los seres feéricos aparecen y desaparecen, secuestran a seres humanos, mantienen contactos sexuales con ellos, provocan fenómenos extraños y se producen alteraciones del tiempo y del espacio a su alrededor. ¿Nos suena?

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