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Tiempos, crónica y memoria de vida colectiva entre cafetales
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Libro electrónico199 páginas2 horas

Tiempos, crónica y memoria de vida colectiva entre cafetales

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Información de este libro electrónico

Voces ancestrales, campesinas, cefeticultoras, constructoras de identidad
colectiva transgeneracional en Veracruz hablan de su combativa vida común en
torno a agrupaciones políticas, instituciones extintas del Estado mexicano (INMECAFE),
movilizaciones sociales de los ochenta del pasado siglo XX, el desarrollo
comunitario,
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento15 dic 2021
ISBN9786074107227
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    Tiempos, crónica y memoria de vida colectiva entre cafetales - Gisela Illescas

    I. LO ANCESTRAL DE LA MEMORIA: LA CAFETICULTURA DE ANTAÑO

    El abono era la tierra en Ixhuatlán del Café

    Venimos de abuelos y padres dedicados a cultivar el café. Nosotros nacimos en estas montañas, somos originarios de la región y campesinos dedicados a la cafeticultura. Desde que recordamos, era lo vendido, puro café.

    El maíz era cultivado sólo para comer. Año con año se necesitaban las tortillas y la elotiza. En el paisaje podían verse los cafetales y las milpas, pero el café era nuestra fortaleza. No había más abono que el que producía la tierra. Aquí en el centro de Ixhuatlán del Café levantábamos todo el estiércol de los potreros cercanos y lo mezclábamos con tierra, hacíamos el hoyo con un ahuizote (palo), de tres cuartas –60 centímetros– y 40 centímetros de hondo, y metíamos la planta de café". Una persona era quien se dedicaba únicamente a hoyar –60 o 70 diarios–. Además, jalábamos toda la hojarasca de encima para meterla al hoyo y taparla con tierra. La dejábamos unos días para que se agriara. El cabo de esos días, regresábamos y sembrábamos la planta. A los tres años obteníamos una buena cosecha. Fue de esa manera que se levantaron las primeras parcelas de café.

    Hace como 70 años trabajábamos de forma natural en todas las comunidades de Ixhuatlán del Café. Nadie abonaba, buscábamos las plantitas de café en el monte, de las que salían solas, pues de las plantas adultas se desprendían granos maduros que al caer a la tierra germinaban como plántulas de café: se daba sólo y muy bonito.

    Después procedíamos a desenterrar las mejores plantas, lo que llamamos en melga. Las traíamos y las trasplantábamos en nuestras parcelas. Era un procedimiento más fácil que los de ahora. En aquel entonces la única variedad existente era el café criollo, nosotros lo llamamos aquí variedad típica. Era muy noble y muy fuerte esta variedad, duraban 40 o 50 años las plantas. No le echábamos nada de abono, tan sólo la pura tierra, producía bastante café, y eso que casi no se chapeaba, sólo de vez en cuando: eran unos cosechononones.

    El café típica era la mejor variedad y nosotros teníamos la mejor tierra para producir café, con una altitud por encima de 1200 metros sobre el nivel del mar. La calidad del café lo da la tierra, hemos visto que la calidad lo da la tierra, sea donde sea, el café tiene calidad por cuestión de la tierra. Sus nutrientes y el entorno, árboles frutales y maderables.

    Por otro lado, debemos reconocer una realidad: la región de Ixhuatlán era muy fuerte en la producción del café, más de 5 mil almas venían de la serranía de Puebla y Zongolica a cortar café en tiempo de cosechas. Se resguardan en muchas galeras en los años 50´s y 60´s del siglo pasado, antes de la llegada del Instituto Mexicano del Café (INMECAFÉ).

    Aquí en el centro de Ixhuatlán del Café la cosecha de café cereza era comprada y acaparada por un particular, don Pancho Hernández, pero lo iban a dejar a Tomatlán, con los García, unos particulares, compradores de café. Eran dos hermanos, cada uno tenía un beneficio chico y adquirían el café por las ventajas que les representaba el paso local del tren del huatusquito, que lo llevaba a Córdoba.

    Éramos muchas familias productoras de café, entre ellas la nuestra. Cortábamos el café cereza de nuestras parcelas y lo trasladábamos en burro, mula o caballo hasta nuestras casas. Ahí, procedíamos a despulpar el café de manera manual para secarlo en petates o asoleaderos hasta obtener café pergamino. Guardábamos varios quintales en costales de ixtle. Cuando había un momento de buen precio o necesidad cargábamos nuestros animales con el café pergamino y lo íbamos a vender a Tomatlán.

    Las comunidades ubicadas tanto en zonas altas, como alejadas del centro de Ixhuatlán del Café, realizábamos este mismo procedimiento para obtener el café pergamino. Ya fuera que tuviéramos una mula o nos la prestarán, les echábamos un costal de sesenta kilogramos de café pergamino de cada lado, 120 kg en total, era lo que aguantaba la bestia. De esa manera acarreábamos el café desde nuestra localidad hasta Córdoba, a través de pura vereda, nos hacíamos 3 o 4 horas. No obteníamos una muy abundante ganancia por su venta, pero nos servía para surtirnos de mercancías necesarias para la familia y la comunidad donde vivíamos.

    En las barrancas de Cosautlán de Carvajal, el café de nosotros

    En Cosautlán de Carvajal, la costumbre en el cultivo de café se remonta, al menos, desde nuestros bisabuelos. Ellos eran campesinos cafeticultores. Dentro de los cafetales sembraban otras plantas: chile, tomate, yuca, nopalin y muchos alimentos más. Es una tradición de nuestra agricultura trasmitida de generación en generación en las familias locales y de sus alrededores.

    La caña de azúcar hace también parte de nuestros más importantes cultivos regionales. Los terrenos no tan quebrados y las planicies están destinados para ello. Para el cultivo de café estaban designados otros sitios como las pendientes de los cerros y barrancas colindantes con los ríos. Estas tierras son muy nutritivas y nutridas por estar acompañadas de muchos encinos. En ellas también era sembrado maíz. Los cultivos eran intercalados debido a que se obtenían muy buenas cosechas.

    De las matas, y de los granos de café, animalitos como los ratones y pájaros obtenían su alimento, pero, además, varias semillas caían y se regaban sobre la tierra. Cubiertas por la humedad estas semillas eran ayudadas para que brotaran las plántulas de café por doquier. De ahí eran escogidas y sacadas las mejores matas, con el fin de trasplantarlas en los surcos de nuestras parcelas. Cuando llovía toda la hojarasca recopilada servía para abonar el café y se daban cosechas muy bonitas, del mejor café: criollo o típico. Después llegó el café variedad Bourbon, que cambió muchas cosas. En los años 40´s o 50´s del siglo pasado, ya había personas particulares que vendían abono con guano.

    En tiempos de cosecha debíamos prepararnos con suficiente bastimento de tortillas para ocho días y bajar a la barranca a cortar el café. Trabajábamos desde el amanecer hasta que obscurecía, era muy duro el trabajo. En nuestra región la mayor cantidad de café la vendíamos en presentación pergamino y otro poco en café verde u oro, muy pocas veces se vendía el café en cereza.

    Casi siempre el café cereza, recolectado en plena cosecha en las barrancas, lo subíamos con bestia hasta la casa, para después despulparlo manualmente y secarlo hasta convertirlo en café pergamino. Después lo vendíamos. A principios y finales de cosecha, dejábamos secar el café cereza en su propia pulpa o cascara, le llamamos café bola. Posteriormente lo pelábamos con morteros de madera hasta obtener el café verde u oro y lo llevábamos en bestia a vender hasta Teocelo.

    Sólo algunas veces, cuando necesitábamos dinero rápido, llevábamos el café cereza desde las barrancas hasta Teocelo en bestia. Allá había un señor que era terrateniente, prestaba dinero y tenía un beneficio llamado la maquinaria. Compraba café cereza, en pergamino y en verde, y desde ahí lo llevaban en el tren el piojito rumbo a Coatepec y Xalapa, donde compraban los particulares del Café Colón.

    II. EL INMECAFÉ Y SU IMPACTO EN NUESTRA CAFETICULTURA

    Con el INMECAFÉ en Ixhuatlán del Café nos fue un poco mejor

    En Ixhuatlán, el Instituto Mexicano del Café (INMECAFÉ) no instaló ningún beneficio húmedo ni seco, todo el café cereza se lo llevaban a procesarlo a Huatusco. Aquí, venían muchos compradores particulares de Huatusco y de Xalapa. Había gente que sí les vendía un poco de café por necesidad y porque a veces pagaban buen precio por el café cereza. Pero por lo regular los convenios ya estaban hechos con los encargados del INMECAFÉ y no les vendían el café a nadie más.

    Durante la llegada del INMECAFÉ a la región, tuvimos serios altercados con los conocimientos que nos querían implementar sus técnicos, cuando querían imponernos formas de trabajo sin respetar todos nuestros años de experiencia y saberes reunidos por nuestra actividad en la caficultura. Nos molestaba pretendieran enseñarnos aquello que habíamos aprendido desde niños. Aunque al final si aprendimos varias cosas, por ejemplo, sobre el nombre de las plagas y como combatirlas. Ya desde aquel entonces existía el hongo de la roya que afectaba la planta del café, pero no la secaba, seguía viva y produciendo cafecito.

    El INMECAFÉ trajo nuevas formas de producción de café, un sistema más especializado, particularmente cuando implementaron nuevas variedades de café para su cultivo en la región: Garnica, Mundo Novo, Caturra, con árboles para sombra del cafetal. Los ingenieros agrónomos venían con la orden de una producción intensiva y especializada de puro café; los técnicos nos traían cortitos, para chapear y sembrar muchas plantas de café por día. Nos daban bultos de abono y bombas para foliar, todo bajo las instrucciones del paquete tecnológico y las Unidades Económicas de Producción y Comercialización (UEPC) relacionadas con el Banco Rural.

    El nuevo sistema de producción implementado por el INMECAFÉ modifico los modos tradicionales de cultivo y significó la disminución de biodiversidad. La introducción de nuevas variedades de café y el paquete tecnológico basado en abonos químicos impactaron en el paisaje, en el aumento de la producción, pero también redujeron la calidad, al irse perdiendo mucha planta de café criollo o típica. Entre nosotros siempre quedamos campesinos tercos que protegimos el café típica y aún hoy tenemos pequeñas fincas de puro café criollo, matas viejas que siguen dando la mejor calidad de café.

    Pasando al tema económico, nosotros consideramos de los tiempos del INMECAFÉ que estábamos un poco mejor que ahora. En ese tiempo la plaga más fuerte era la flojera de no limpiar nuestras fincas. Nos organizaron en las llamadas: UEPC, las cuales se actualizaban entre marzo y abril. Traían una orden de cuánto estabas produciendo, cuánto café entregábamos y a cuánto tenías derecho para darte un adelanto monetario. Se cerraba el acta y se concretaba el día que iría el delegado de la UEPC para cerrar el trato monetario a proporcionar a los cafeticultores. De nuestra parte era importante cerrar un trato en el que ya había dinero de por medio. En esa época sentíamos que el dinero valía más, pues rendía más que ahora. Sobre los precios del café consideramos que fueron los mejores años de la caficultura nacional, podríamos decir que fueron años gloriosos para los campesinos productores de café.

    Un tiempo de desequilibrios con el INMECAFÉ en Cosautlán de Carvajal. La década del 70 del siglo XX

    En la región de Cosautlán de Carvajal y sus alrededores todo cambió con la llegada del INMECAFÉ. Los cambios sucedieron por la introducción de nuevas variedades de café dependientes del paquete tecnológico para su alta productividad. Además, nos agruparon en UEPC y nos dieron abonos químicos. Igualmente, plaguicidas, supuestos remedios para la prevención de la roya y la broca, aunque aquí no había de esas plagas. El resultado fue que donde rociamos plaguicidas cayó la enfermedad y de ahí se siguió.

    Desde ese entonces, nos dimos cuenta del comienzo de un desequilibrio en el medio ambiente, con afectación directa en todos los nutrientes de la tierra, transformándola en estéril. Reflexionamos que aquellos días fuimos manipulados por quienes tienen el poder económico y comprendimos que nos habían vendido la enfermedad y al mismo tiempo la cura. Nos dejamos llevar por la ignorancia, echábamos los químicos sin protección alguna, enfermábamos a la naturaleza, nuestra madre, y a nosotros mismos.

    Hace cincuenta años, los precios del

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