Pólvora en las alas
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«Tanto invento del corazón, tanto descubrimiento en su herrumbre...»
Federico Moreno
Con Pólvora en las alas, Federico Moreno mantiene una honda mirada hacia el ser humano y a su quebradiza naturaleza, a sus equívocos, a las cloacas a las que conducen sus barros.
Las biografías sin homenaje de la gente oculta, la fugacidad del amor y la orfandad ante el abismo que nos presenta la vida son las tres partes que estructuran este intenso libro, construyendo un personaly estilizado espacio lingüístico donde se alojan, con algo de luz, familiares desencuentros.
Federico Moreno Fernández
Federico Moreno, además de escritor, es profesor de Lengua y Literatura. Nació en Granada y actualmente reside en Estepona, en la costa de Málaga. Ha colaborado en periódicos granadinos y ha promovido talleres de escritura y de poesía en algunos de los centros donde ha enseñado. Es autor de Urbanidad para jóvenes (ed. Grupo Editorial Universitario) y de los poemarios Tiempo de Helechos (ed. Falsaria) y Mentiras en los zapatos (ed. Caligrama). Pólvora en las alas, su último libro de poesía, busca otra posible forma de decir restando en la palabra, pero con una mirada de muy ancho calibre al mundo que le rodea, al amor y su alejamiento y a la, a veces, inevitable oscuridad de lo cotidiano.
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Pólvora en las alas - Federico Moreno Fernández
Prometo que esta es la última vez
que odio,
que apagaré la fiebre de mi puño
sobre el latido, lo prometo,
y no lo haré moribundo.
Yo, Señor, no soy malo,
pero tengo piedras en los bolsillos,
piedras en el estómago revuelto
de piedras, y Señor, no llevo cuchillos.
Solo piedras en mi camino y ahí está mi pecado:
yo las quito y las pongo en otros senderos
para que el prójimo tropiece.
Y es que adoro la caída,
que la gente resbale me produce
un relámpago de risa.
No quiero sentir más el pulso del llanto
ni la rama podrida que me azota
sangrándome recuerdos.
Quiero el ascenso de la carcajada
encontrando los cielos, las bandadas
de pájaros, pecados y alas.
Yo, Señor, no soy malo.
Sí, he matado, he ahorcado, pero eran solo muñecas
utilizando sus lazos.
Tú las has visto, Señor,
están en los tejados.
Era la única manera
que tenían de saludarte.
Tenía él seguidores, tribus de hormigas
cargadas de sonidos y veneno.
Cándidos de sus pies,
de sus manos.
El azul de sus ojos le permitía ser
el mar de aguas bendita iluminando
en olas de rumbo, maná y verbo
mira papá nado sin manos.
Han pasado treinta años y aún me cuelgan
de los ojos, de los brazos
la tarde que paseaba disfrutando,
tan entretenido con un helado.
La calle vacía,
solo una pareja