Mentiras en los zapatos
Por Federico Moreno
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«Cuántos temblores, frenesí y amores pensando convencidos que a alguien le importaban».
A veces, es la vida misma quien compone versos para nosotros. Es la vida la que, en ocasiones, entre sus páginas negras escritas con la punta de un cuchillo, susurra poemas y nos deleita con los cabellos al viento, los labios escarchados por el deseo, los secretos de unos ojos que nos miran o los perfumes de otros poemas.
De saber mirar y saber contar lo que se mira, de estar abierto al mundo, de ser tierra que extiende los brazos ante nuevos abonos... De las miserias y las bellezas, de las bofetadas y de los besos de los días. De la vida. De todo esto da cuenta Federico en su segundo poemario y nos recuerda que la poesía no solo se encuentra en las páginas de un libro.
Federico Moreno
Federico Moreno, además de escritor, es profesor de Lengua y Literatura. Nació en Granada, donde es fácil crecer poeta, donde es fácil quedar embrujado por la «locura del agua» del Generalife o de los bosques que suben a la Alhambra. Ahora son otras las aguas que le embrujan: las del mar de Estepona, donde ahora reside. Otra vez el agua y otra vez la poesía. En su anterior libro de poemas, Tiempo de helechos, ya nos sorprendió con el ritmo y la musicalidad de sus versos y, ahora, con Mentiras en los zapatos, nos vuelve a deleitar con su particular mirada, su capacidad para asombrarse y asombrarnos... Su búsqueda de la emoción y de la palabra. Federico Moreno, a través de sus versos, nos hace sentir el mundo.
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Mentiras en los zapatos - Federico Moreno
NO SIEMPRE ESTAMOS COJOS,
a veces,
el suelo tiene inclinaciones a los lados,
las baldosas se mueven
o el terreno está enfangado,
ha llovido y nos sentimos tontos,
o el camino es abrupto
con piedras y nueces.
No siempre estamos cojos,
a veces,
llevamos mentiras en los zapatos.
ÉRASE PARÍS,
érase un café de París,
érase la joven de siempre en un café
de París.
Soplando y sorbiendo
su café negro,
como si fuera su único beso
en la noche,
en todas las noches.
No brota nada de su garganta,
pero brota sal,
a veces un poco de miel
en su mirada.
Brotan estrellas de sus dedos,
fuman sus manos,
y aspira violetas su pecho.
Miel en la mirada,
a veces sal,
estrellas en los dedos,
café negro,
su único beso.
ESE,
el que quería reír con el mar,
el que iba a besar su sonrisa de espuma,
el que iba hacer de su hondura promesa
y poder deleitarse con la sal.
Ese,
el que iba a emprender nuevos ríos,
prender espigas de fuego en la nieve,
y convertir la hoja de su almanaque
en un jardín de treinta lirios.
Ese,
el que oye coplas en los árboles,
siente dedos en el viento,
y ve en su privado amanecer
la huella de su enamoramiento.
Ese,
que camina tan suave y ligero,
tan alado y leve
que su peso ni lo siente el suelo.
Ese,
tan inocente,
no lo sabe aún,
pero hoy,
a ese
van a partirle el corazón,
y va a sentir el salivazo del mar
y el almanaque golpeará su frente,
sentirá uñas en el viento,
burlas entre los árboles
y arrastrará en su caminar
sus cordones para siempre.
HAY MAÑANAS QUE NOS LEVANTAMOS
con el suelo equivocado,
o con el pie tonto,
o cambiado.
Conviene entonces ser precavidos.
Por ejemplo,
tener un espejo de repuesto
con tu cara sonriendo
pintada por una niña con tiza rosa.
Disponer de hilo de oro
y si no puedes, de estambre,
para coserte, sin miedo, la boca.
O también los párpados.
Y si eso falla,
si ves que todavía el sol
tiene la negrura del silencio
y tus palabras no las dora,
entonces, coge el camino
y vuelve a acostarte.
LA QUE MURIÓ AYER TENÍA OJOS AZULES,
ebria de sol, vino y aire
y la cabellera ahogada en sueños.
La que murió ayer murió en su lecho,
un banco del doméstico parque
con manta de plástico negro.
La que murió ayer
tenía niebla amarilla en los ojos,
un invierno azul en los labios
y el corazón siempre en reposo.
La que murió ayer
puso silencio a los ecos roncos
de su corazón mal tatuado
en su piel de viento
y en el cristal de su vaso.
La que murió ayer
tenía la enorme belleza
de quien escoge su extravío
sin importarle un carajo.
NO ES LA VIDA,
es una forma de morir.
No es el silencio,
es la caída de la última palabra.
No es el regalo,
es el usufructo de lo engendrado.
No son llantos,
son los versos retenidos.
No son la horas,
es el agua entre los dedos,
No es el tiempo,
somos nosotros que nos alejamos.
SE MURIERON LOS AZULES SUSPIROS,
vinieron las espesuras de caracol,
la herrumbre de las norias
desplazando el destino del sol.
Hay una muerte de lechos desnudos.
Hay una muerte de ocios implacables.
Hay una muerte de vivir para cada uno.
Hay una venta de maneras
y no hay señales del alma.
No hay olvido de la memoria,
hay una mala memoria
de tallo de rosaleda
por proyectar en las paredes
salivazos de mareas.
No se abren los labios,
no se descubren los nardos,
hay perfume de escamas
y trenzas de lágrimas.
Se murieron los azules suspiros,
comienzan los nudos de la memoria,
los enjambres de los pensamientos
suscitando tormentas,
violentando los cielos.
No florecen los deseos de los amantes,
no hay verso sobre los campos,
hay corazones mudos
y pájaros sin voz.
Ha llegado el invierno.
SU MIRADA LATÍA
en una mirada de cristal
sin saber que su pecho
tramaba alarmas de tiempo
y hendiduras.
Trauma y sístole
diástole y trama
de ritmos con defectos,
impulsos de flores,
algodones secos
y la queja breve
de una aguja.
Un poema inacabado,
pero escrito
a corazón abierto.
SI FUE SUEÑO
es porque tuve los ojos del revés.
Si fue beso
es porque soñé labios
y quise vivir un sueño.
Si fue manos
es porque mi piel ya no quería descanso
y soñaba dedos, cabellos
y no soñar más despierto.
Si fue pena
es porque de mi sueño me despertaron.
PUDIERA SER QUE UNA JOVEN
trabaje en sótanos oscuros
con duros desconocidos
con dedos de saliva
y labios de perro húmedo.
Pudiera ser la primavera
pavoneándose descarada
ante el viejo con maleta
hacia su puerto último.
Pudiera ser el rayo de luz
sobre la herida violeta
con olor a alarido
y a gasa