El virus Real
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Sorprendente novela de crítica social que desafía el concepto actual de virus.
Existen más virus en el mundo aparte de los puramente microbiológicos y causantes de terribles pandemias que conllevan elevados índices de mortalidad.
En este libro conocerás uno de esos virus, de los que no se pueden ver en el microscopio, que persiste endémico en la sociedad desde la Antigüedad y todavía en nuestros tiempos no ha sido capaz de ser erradicado.
Te adentrarás en las aventuras de los Mayéuticos, grupo singular de rebeldes inconformistas, en su afán de intentar cambiar el statu quo anquilosado de la humanidad y crear una sociedad de personas librepensadoras en lugar de ciudadanos obedientes y sumisos por defecto.
¿Tendrán éxito o vencerán los mismos de siempre?
Saulo M. López Bailach
Saulo Manuel López Bailach (Valencia, 1981) es licenciado en Veterinaria, empresario, viajero y recientemente escritor. Este viaje de la vida lo comparte con su mujer y sus dos hijos en un bonito pueblo apartado del ruido. Chekoslovakia. El proceso deadopción es su primer trabajo autopublicado.
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El virus Real - Saulo M. López Bailach
Capítulo 1:
El comité de expertos
La identidad de quienes formaban el comité de expertos del Gobierno era un auténtico misterio.
Había muchos rumores al respecto, algunos medios incluso se atrevieron a lanzar nombres y apellidos de sus integrantes, pero nadie fue capaz de contrastarlo.
Otros afirmaban que este comité jamás existió.
La realidad es que no solo es cierto que el comité de expertos existiera, sino que el Gobierno lo reclutó antes del inicio del estado de patatús.
Mientras se lanzaban mensajes a la población de normalidad, de ausencia de peligro alguno, al mismo tiempo que se tildaba de alarmistas o paranoicos a quienes intentaban avisar de lo que venía por delante, el departamento de Reclusión del Gobierno inició la «Misión Anaximandro», que consistía en seleccionar y reclutar a cinco expertos científicos que iluminaran al Ministerio de Sanidad y al Gobierno en su totalidad en la gestión del virus que parecía que podía llegar en cualquier momento.
El departamento de Reclusión del Gobierno estaba formado por más de doscientas personas y abarcaba una planta entera del Ministerio de Defensa.
Estos profesionales estuvieron trabajando en ello varias semanas de maratonianas jornadas, donde alternaban trabajos sedentarios de oficina estudiando los dosieres de cientos de candidatos con salidas para establecer contacto con amigos de los seleccionables, familiares, exparejas…, siempre con identidades falsas y empleando todos los recursos que el Estado les había puesto en sus manos para recopilar la información clave aparte de la puramente profesional que habían solicitado los líderes de la Misión, que básicamente eran su orientación política y sexual, gustos musicales, libros leídos los últimos dos años, nivel de patriotismo y equipo de fútbol preferido.
Descartaron intentar aproximarse directamente a los candidatos, porque recelaban de su inteligencia y no querían riesgo alguno y poner en peligro la Misión.
Pero la verdad es que casi todos los aspirantes resultaron ser bastante poco sociales y la información personal a la que pudieron tener acceso fue bastante limitada, así que se podría decir que se limitaron a elegir a los seleccionados para formar el comité de expertos tan solo por referencias documentales, logros profesionales y otros motivos que aún son desconocidos. Cuestión que más tarde lamentarían.
Al no tener ya más plazo para investigar a los candidatos seleccionables, el comité de Reclusión tuvo que presentar al presidente a las cinco personas finalmente elegidas, tras varias votaciones internas.
El presidente y su círculo más íntimo, al ser conocedores del gran problema que tendrían que afrontar en breve, sabían que estaban delante de los cinco nombres que podían representar la esperanza para lograr la salvación del país.
Las reseñas que leyó el presidente del Gobierno acerca de los seleccionados fueron literalmente las siguientes:
Salvador
Químico, microbiólogo y cosmonauta. Hombre de mediana edad; gran trayectoria profesional, donde ha logrado grandes hitos en sus estudios sobre el comportamiento de los virus en el corcho y otros materiales; ha logrado importantes premios internacionales.
De carácter afable, aunque fácilmente irritable. Cumple órdenes con facilidad y no le gustan los conflictos. Hombre muy familiar al que no le gustan más complicaciones que las estrictamente necesarias. Sin duda, uno de los hombres más sobresalientes
del Estado.
Albert
Microbiólogo. Hombre de mediana edad; prodigioso y portentoso. Ha deslumbrado en diferentes estudios acerca de diferentes tipos de virus similares al que está asolando al mundo.
Aun teniendo en cuenta sus rarezas y su forma de trabajar poco ortodoxa, su participación es considerada imprescindible.
Si se consigue mantenerlo motivado a nuestra causa, puede que sea la única persona que pueda afrontar y resolver problemas que para los demás no tengan solución aparente.
JR
Templario. En este momento, desconocemos su edad y apariencia. Autor de cientos de libros históricos. Sus conocimientos eruditos sobre anteriores pandemias que asolaron diversas civilizaciones lo hacen irremplazable.
Francisco
Patriota. 72 años. Su incondicional amor por su país
hace que veamos indispensable su colaboración para mantener el sentimiento nacional alto en todo momento en el comité
de expertos.
De carácter complicado, habrá que controlar los enfrentamientos que pueda tener con el resto de los expertos, pues podría desestabilizar el grupo.
Félix
Monarca. Raza negra. Es rey de un país recóndito de África, el cual ha sido escogido al haber sufrido su nación y él, en su propias carnes, diferentes epidemias, algunas de ellas de nombres impronunciables, y haberlas superado en todos los casos.
El presidente, tras leer y releer las reseñas de los cinco expertos elegidos para salvar al país de los efectos devastadores de la pandemia, que bien sabía que estaba empezando a florecer en su país, se santiguó y firmó su conformidad.
La conformidad del presidente llegó rápidamente al comité de reclusión, que puso en marcha el procedimiento de convocatoria de los seleccionados, que consistía básicamente en localizar a cada uno de los elegidos e inmovilizarlos, mediante el lanzamiento de un dardo anestésico, para proceder a su traslado inmediato al recién habilitado cuartel de expertos.
El comité de Reclusión había logrado localizar con éxito a todos los escogidos, salvo a JR, el paradero del cual seguía siendo un misterio, por lo que decidieron empezar por los demás miembros, mientras el equipo de información del Ministerio de Defensa lograba encontrar la ubicación del templario.
Salvador tuvo el honor de ser el primer experto a quien iban a dar caza; de ningún modo se esperaba lo que iba a ocurrirle en escasos momentos.
El astronauta, químico y microbiólogo se había tomado un año sabático tras su última expedición a la Luna, donde había cumplido todos los objetivos que la Agencia Espacial Internacional le había encomendado.
Era un hombre tranquilo, no le gustaba la fama en ninguna de sus formas y huía todo lo posible de aquello lo que no le permitiera disfrutar en la intimidad de su familia y de sus asuntos personales.
Ese día se encontraba en la casa que había heredado de sus padres, la cual se encontraba en medio de plantaciones de bananas. Salvador estaba junto con su mujer y su hijo, quien había superado ya la veintena de años y soñaba con poder llegar a ser astronauta, como su padre.
Salvador no respondía a la fisonomía de los astronautas que aparecen en la películas, pues tenía unos kilos de más, no parecía, en general, tener un físico compatible con los viajes espaciales; pero aquello no había sido importante para él y se había ganado el respeto internacional gracias a los éxitos cosechados durante su carrera profesional.
Ya le escaseaba el pelo y el que se resistía a abandonar su cabeza estaba bastante encanecido.
Salvador siempre tenía una sonrisa en su cara y era de los que se enfrascaba en varios objetivos al mismo tiempo, estando siempre ocupado y desconociendo lo que era el tiempo libre en su concepto más puro.
Los agentes especiales que se presentaron en su finca bananera esperaron un par de horas agazapados en el exterior hasta que vieron que el objetivo y su hijo salían a recolectar unas cuantas bananas, actividad que les gustaba realizar juntos cuando podían, pues era un momento íntimo donde podían conversar tranquilamente y con toda desinhibición de padre a hijo o viceversa.
Aprovechando los agentes la facilidad que tenían para esconderse entre los árboles, se acercaron lo suficiente para lanzar un dardo tranquilizante a Salvador y también a su hijo, para que no fuera testigo de lo ocurrido.
Los dos dardos alcanzaron de pleno a los objetivos y ambos se desplomaron inmediatamente, volcando las bananas que tenían entre sus manos.
Entre los dos agentes especiales, que iban totalmente camuflados del mismo verde que los bananeros, arrastraron a Salvador hasta el vehículo oficial. A su hijo lo dejaron allí tirado completamente sedado, contando con que el efecto de la anestesia no durara más de dos horas.
Antes de abandonar el escenario, uno de los agentes dejó una nota oficial firmada por el propio presidente y con su sello oficial en el bolsillo del hijo de Salvador, que decía:
Salvador ha sido llamado por el Gobierno de su país
para un asunto confidencial. Estará en buenas manos.
No comparta esta información con nadie.
Con Albert, no lo tuvieron tan sencillo. Aparte del hándicap que suponía el adentrarse en la indómita región donde residía, el hecho de que el microbiólogo viviera solo en una cueva en una zona escarpada de montaña complicaba aún más la misión.
Los compañeros del departamento de investigación del Gobierno hicieron un trabajo excelente y les dieron a los agentes encargados de ejecutar la convocatoria de Albert una minuciosa y detallada información para poder localizar el escondite del atípico y extravagante científico.
Albert era un ermitaño, amante de la naturaleza y de la ciencia.
Sabedor de la pandemia que estaba cerca de llegar, decidió afincarse un tiempo en una caverna que tenía localizada en una zona escarpada donde difícilmente ningún humano pudiera acceder aparte de él, abandonando una bonita casa que tenía en un pueblo cercano.
Albert era indefinible, difícil incluso de describir con relación a sus rasgos faciales, pues parecía que podían cambiar de un día a otro; tenía esa facilidad de mimetizarse según el medio donde se encontrase y en la situación en la que estuviera. Era lo más parecido a un camaleón.
Finalmente, los dos agentes que habían sido asignados para convocar o retener a Albert, tras varios percances que pusieron en peligro su integridad física, lograron tener contacto visual con la caverna del ermitaño y pudieron comprobar desde la distancia que el heterodoxo investigador disponía de varias armas hechas a mano, que intuyeron que emplearía para cazar o defenderse de los depredadores que pudiera haber por la zona.
Los agentes esperaron unas cuantas horas a la espera de que Albert saliera de la cueva, pues temían salir dañados si realizaban la operación de inmovilización dentro de la caverna.
Fue al caer la noche cuando Albert cogió una especie de honda y salió en busca de la cena.
Los agentes especiales aprovecharon ese momento y se acercaron sigilosamente, lanzaron una piedra, cerca del lugar donde se encontraba el científico, con la que lograron despistarlo y aprovecharon ese instante para lanzarle un dardo que lo alcanzó de pleno en la zona cervical.
Cuando fueron a recoger el cuerpo dormido de Albert, dos jabalís salieron de unos matorrales y golpearon a los dos funcionarios, tirándolos de forma violenta al suelo y huyendo inmediatamente de la zona.
Uno de los agentes notó que el golpe le había abierto una brecha en la frente; el otro se dolía de una pierna.
Cuando ya habían logrado coger de nuevo entre los dos a Albert, sufrieron esta vez un ataque de un búho que se dirigió directamente a los ojos del que iba delante, dejándole casi ciego durante unos minutos.
Y cuando ya parecía que habían acabado los sobresaltos, una vaca apareció de la nada, y los embistió de tal forma que el cuerpo de Albert se posó encima de sus lomos y tuvieron que salir los agentes corriendo detrás del animal en busca de su experto sedado fugado.
Tras casi más de un kilómetro de persecución, pudieron por fin recuperar a Albert y retomaron el viaje de regreso.
Como el camino de vuelta al vehículo estaba durando bastante más tiempo de lo estipulado, decidieron poner una cantidad más elevada de anestésico al científico, no fuera que se despertara en cualquier momento. Finalmente, consiguieron llegar al vehículo oficial y pudieron poner rumbo al cuartel de expertos.
Francisco era el estereotipo de la vieja guardia, vivía por y para su país y moriría por defenderlo. Su vida giraba en torno a ese sentimiento.
Paco, tal y como lo conocían sus amigos, tenía ya más de setenta años, de baja estatura, casi completamente calvo y con un forzado bigote.
Su casa estaba llena de imágenes patrióticas por todos lados, había fotografías o retratos de cada uno de los presidentes y reyes que formaban parte de la historia del país.
Las banderas nacionales se contaban por centenares; se mirara por donde se mirara, siempre había algún emblema nacional. No había rincón sin figurita, banderín u otro elemento que confirmara su amor por su nación.
Francisco estaba ya jubilado, pero aún se sentía bibliotecario, empleo al que se había dedicado durante casi cuarenta años en la biblioteca más importante de la capital.
En su caso, cuando los agentes se presentaron en su hogar para retenerle, Francisco les invitó amablemente a tomar unos tentempiés y estos le explicaron lo que se esperaba de él en el comité de expertos. Sin dardo anestésico de por medio, acompañó a los funcionarios a donde fuera que le llevasen, pues estaba feliz de servir a su patria.
Félix era rey de un pequeño país de África, precario en todos los sentidos, sobre todo sanitariamente hablando; era conocido por las múltiples epidemias que habían pasado las últimas décadas e incluso en ese momento padecían varias epidemias, no se sabía el número exacto. Su país también era renombrado por los abundantes cazadores furtivos de elefantes que visitaban de incógnito la nación africana.
Para poder iniciar la misión de convocatoria de Félix, tuvieron que recurrir a la embajada del país africano con el fin de mover los hilos correspondientes y conseguir un salvoconducto a los dos agentes de élite escogidos para esta tarea, así como para el piloto del helicóptero que iban a emplear en el cometido.
Cuando el equipo de convocatoria aterrizó en el país africano, les recibió una calima que cerca estuvo de asfixiarlos. Subieron rápidamente al coche oficial que les esperaba en el aeropuerto —por llamar de alguna manera la carretera donde había aterrizado el avión y una especie de granja que hacía las veces de control de acceso—.
El Ministerio de Defensa había podido conseguir dos credenciales como periodistas a los dos agentes con las cuales iban a poder entrar en el Palacio Real africano durante un día entero, en el que suponía que tendrían que aprovechar para recoger material audiovisual para crear un spot comercial del país africano que animara a los turistas a conocer ese recóndito lugar del planeta.
Así pues, equipados con pesadas cámaras y diverso material, escenificaron perfectamente su papel como reporteros, captando imágenes del palacio —que realmente era otro edificio parecido a una granja como la del aeropuerto— y realizando entrevistas a diferentes personas que se iban encontrando por los jardines exteriores, ayudados, eso sí, por una especie de intérprete que se había apuntado como voluntario para facilitar la labor de los supuestos periodistas.
Durante una entrevista a un hombre que vestía el típico ropaje étnico de la zona —que consistía en una bata multicolor y un turbante florido—, quien hablaba una especie de dialecto que jamás habían escuchado antes, vieron que el rey africano se dirigía solo hacia el aseo y dejaron al simpático entrevistado con el espontáneo intérprete para que siguieran con la entrevista. Mientras los agentes especiales se acercaron con cautela hacia la zona donde habían visto entrar al monarca, abrieron de forma veloz la puerta del aseo y, sin que se pudiera levantar el rey de la taza del inodoro, le plantaron el dardo anestésico en su brazo derecho.
Emplearon el contenedor móvil que habían entrado con el equipamiento técnico para introducir a su captura, al que subieron rápidamente al todoterreno que les esperaba en la entrada, y abandonaron el palacio a toda velocidad en dirección al aeródromo, donde los estaba esperando el helicóptero oficial ya con las hélices en marcha.
Cuando estaban a punto de subir al helicóptero, vieron que una moto se acercaba a gran velocidad y, cuando el piloto estaba a punto de dispararle, uno de los agentes le hizo una señal para que bajara el arma en cuanto vio al simpático nativo entrevistado con el turbante florido, que tan solo había ido a devolverles la cámara y el micrófono que se habían dejado en el palacio.
Le dieron las gracias con una sonrisa forzada y se subieron a bordo.
Cuando el país africano pidió explicaciones por la desaparición de su rey, el ministerio respondió que no tenía conocimiento de la existencia de los dos individuos a los que hacían referencia y que seguramente fueran espías de alguna que otra nación.
Después de muchas pesquisas y de haber empleado los sistemas más modernos de localización, el Ministerio de Defensa, al fin, dio con el paradero de JR.
Fueron decisivos los análisis de ADN de varios manuscritos suyos que habían localizado en antiguas bibliotecas de varios monasterios, en los cuales se habían hallado algunos pelos, que, tras los estudios pertinentes, se pudo comprobar que pertenecían a la misma persona.
Emplearon el mismo helicóptero que se había utilizado para reclutar a Félix para poder acceder al pueblo donde se había logrado averiguar que residía JR.
El mismo equipo que cumplió con éxito la misión en África se dirigió a la aldea de JR, sorprendiéndoles el inmenso número de cabras que fueron a recibirlos. Se diría que no le dieron una cálida bienvenida como tal, ya que los animales se mostraron beligerantes y lograron demorar unos minutos la salida de los oficiales del helicóptero, pues amenazaban de forma incesante con subirse al aparato mientras les mostraban los dientes de forma intimidatoria.
Uno de los agentes se cansó de la situación y lanzó varios tiros al aire cuando varias de las cabras estaban ya logrando acceder al helicóptero, con lo que los animales salieron asustados en todas las direcciones y los agentes tuvieron vía libre para hacer su trabajo.
En este caso, no tenían imagen alguna del objetivo al que tenían que retener, por lo que tenían la instrucción de anestesiar a todas las personas con las que se encontraran en la aldea y la de realizar rápidamente el test rápido de ADN para comprobar si estaban delante o no de JR.
Parecía que el pueblo estaba desierto, por lo que se dirigieron al único sitio donde parecía que podría haber vida humana. Al acercarse, vieron que se trataba de una antigua taberna donde únicamente había una cabrita durmiendo plácidamente encima de la barra, no existiendo señal de persona alguna allí.
Cuando los agentes arrasaron la zona de cocina, barra y comedor, buscando a JR, escucharon, de repente, ruidos provenientes de una zona inferior a donde se encontraban y, buscando su origen, localizaron una trampilla situada delante de la zona de barra. La abrieron y bajaron en posición de ataque.
Llegaron a una especie de almacén, que inspeccionaron minuciosamente sin encontrar indicio alguno de vida; afinaron más el oído y escucharon voces lejanas, momento en el que activaron unos modernos aparatos americanos de ecolocalización. Una vez fueron ubicados los sonidos, tiraron abajo una parte del muro, que resultó ser una puerta camuflada, y vieron a dos personas con ropaje de templario realizando algún tipo de ritual. Sin tiempo para que pudieran reaccionar, les dardearon y, tras hacerles el test de ADN, se llevaron a JR y dejaron al que resultó ser su hermano, aún dormido, junto a la mesa en la que se