UNA NUEVA FORMA DE FISGAR
Unos y ceros viajando por el ciberespacio. Trillones de ellos. Portan nuestras fotos, nuestras conversaciones y mensajes de voz, nuestros documentos laborales, nuestros datos bancarios, nuestra vida. Ahora, más que nunca, ha sido posible que los cibercriminales y los gobiernos, con programas como PRISM o ECHELON, accedan a nuestra privacidad sin nuestro consentimiento.
Lo poco (o lo mucho) que sabemos de estos mecanismos de vigilancia se debe a personas como Julian Assange o Edward Snowden. Considerados como traidores por sus gobiernos, estos nuevos espías han abierto brechas en el sistema que han escandalizado a la opinión pública y que les han puesto en serios aprietos judiciales. Snowden se exilió en Rusia, huyendo de la justicia estadounidense, y Assange se encuentra en una cárcel británica. Si fuera extraditado a EE UU, se enfrentaría a 17 cargos de espionaje militar que podrían costarle hasta 175 años de prisión. Su principal colaboradora, Stella Moris –madre de sus hijos Max y Gabriel–, solicitó a Donald Trump (quien pidió en 2010 su ejecución y que, paradójicamente, se vio beneficiado posteriormente por sus filtraciones) un indulto que no llegó.
DESTAPANDO LA VERDAD
Las vidas de ambos no pueden ser más distintas. Julian Assange nació en Australia, en Townsville, en 1971. Sus padres se separaron antes de que naciera y él acabó tomando su apellido de su padrastro. Su infancia fue itinerante, viviendo hasta en 50 sitios diferentes y acudiendo a más de 30 colegios distintos. Este peregrinaje, accediendo a diversas organizaciones, universidades y compañías tecnológicas de su país. Fue descubierto en 1991 y la policía irrumpió en su casa de Melbourne. Se declaró culpable de todos los cargos y quedó libre tras pagar una pequeña multa y asegurar que no había causado ningún daño a los sistemas que invadió. Por entonces, su nick como era Mendax (mentiroso), expresión latina tomada de una de las odas de Horacio.
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